N.º 54Teatro presencial y teatro virtual

 

RESEÑA

PeriferiaPeriferia

Mariano de Paco

 

Luciano García Lorenzo
Prólogo de José-Carlos Mainer
Madrid, Pigmalión Candilejas, 2020, 89 págs.

 

 

 

Luciano García Lorenzo, reconocido investigador, filólogo y profesor universitario, se había acercado con buenos resultados al mundo de la creación, poética (Cenizas y diamantes, 1991; Cuaderno de derrota, 2015) y en prosa (Cuaderno de las cosas, 2019) y ahora, con Periferia, se adentra por vez primera en el teatro, género en el que se centró durante tantos años y con tanto acierto su actividad académica. En la dedicatoria del texto se establece con la mayor nitidez la conexión entre ambas tareas: “Por su compañía, a Esquilo, Lope, Shakespeare, Calderón, Molière, Ibsen, Chejov, Valle, Lorca, Beckett, Williams, Camus, Buero… y tantos otros…”. En la breve Introducción insiste en que esos y otros autores han sido protagonistas, “compañeros de viajes”, en sus desplazamientos profesionales. La sugerida, aunque no nombrada, jubilación lo ha conducido a cambiar de ámbito y a dedicarse a otros menesteres, más a sí mismo.

En Periferia, en efecto, está trasluciéndose su autor de modo constante pero no porque se identifique del todo con sus personajes, particularmente con Fernando, sino porque los pensamientos que este expresa y los que hace brotar de los demás son, en definitiva, fruto de la experiencia vital y del desdoblamiento crítico que el escritor, que ha culminado su carrera, y el profesor, en su madurez activa, comparten con punto de vista complementario.

En el indicado texto introductorio menciona García Lorenzo las ilusiones y el fracaso que muestra Periferia. Y la situación inicial lo resume a las claras. Fernando, en el acogedor patio de la casa de campo en la que se ha retirado, quiere reparar, pretende recomponer, un objeto del pasado: una cajita de música casualmente encontrada. Pero no ha podido conseguirlo, la “ilusión” ha resultado un fracaso. Las irónicas palabras de Beatriz, aparentemente superficiales (“No te des por vencido…”), no lo son si recordamos la cita de Samuel Beckett transcrita al comienzo como lema: “Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. En esta primera escena (junto al simbolismo de la quinta sinfonía de Mahler que comenta en su Prólogo José-Carlos Mainer) se ha resumido con destreza el sentido del texto cuya acción comienza a desarrollarse. A su término, poco antes de que vuelva a oírse la música de Mahler, figura “fracasos” como última palabra, apenas cubierta por una leve apertura: los niños no tienen por qué pagar por ellos.

Entre ambos momentos, al principio con Beatriz, que viene para recibir los documentos de su separación, y después también con Jaime y Antonio, que llegan a recogerla, Fernando expone sus ideas desde la “periferia”, que constituye una separación física de la ciudad y anímica de quienes la pueblan, con la distancia de un creciente desencanto por su vida y por lo que la rodea. A sus cuarenta y cinco años tiene la suficiente experiencia “de batallas perdidas y oscuros miedos”, de amor y felicidad, pero poca confianza en que estos puedan superar aquellos, en que los problemas que se acumulan lleguen a tener solución.

El autor, de modo hábil, encadena profundos diálogos que dejan ver sentidas actitudes y convicciones. Cuando Fernando y Beatriz están solos aparecen recuerdos de su pasado, reflejados, por ejemplo, en los contrapuestos mundos de los amigos de uno y de otro, que se representan en las músicas que preferían; o en la significativa historia intercalada de Mateo y su perdida lucidez. Y, por supuesto, las que sin duda son preocupaciones capitales del autor y del personaje principal, lo que ayuda a completar la perspectiva: la enseñanza y la educación, porque “los valores, las normas del individuo y de la sociedad de hoy son esencialmente los mismos y las mismas de hace dos mil quinientos años y por eso me dedico a lo que me dedico […]. El futuro de un país está en la educación de la misma manera que el progreso está en la ciencia” (págs. 35 y 40). Junto a ello, están las dificultades de su convivencia, deteriorada sin saber bien el motivo; Beatriz lo reconoce: “¡Me he hecho tantas preguntas!… Pero cuantas más me hacía menos respuestas tenía, y las que llegaban más me confundían…” (pág.  56).

La situación de los dos se enriquece con la entrada de Jaime y Antonio, “los dos más o menos de la edad de Fernando”. Jaime, actual pareja de Beatriz, evidencia el final de la anterior relación amorosa; Antonio, que busca el contacto con la naturaleza, permite que se adviertan igualmente los conflictos de la vida retirada, los apuros concretos que atemperan las visiones idealizadas.  Y en esos nuevos diálogos, ya entre cuatro, se añaden a los anteriores otros temas en los que se revela una ingrata e “incontestable” realidad, de la injusta desigualdad a “la agonía del mundo rural”, de los avances tecnológicos a los peligros de “la manipulación, el control y el dominio de unos pocos”. Pero, sobre todo, se vuelve a la educación, la enseñanza y la investigación. No es fácil encontrar opiniones más desencantadas. El autor lo sabe bien, como bien lo conoce y lo sufre Fernando, que afirma: “En la universidad española hoy pasan cosas que abochornan y que nunca imaginé que pudieran llegar a suceder. Yo me avergüenzo como profesor…” (pág. 73).

Luciano García Lorenzo ha sabido hilvanar en los diálogos de sus personajes, doblemente dramáticos, por género y contenidos, “batallas perdidas y oscuros miedos” (pág. 16), y también nostálgicos recuerdos y difícil esperanza, como manifiesta el permanente conflicto interior de Fernando. En su Periferia consigue ofrecer vívidamente al receptor la trágica cotidianidad de un mundo infausto y atrayente que se resiste con fuerza a la razón.

 

 

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