N.º 54Teatro presencial y teatro virtual

 

SOCIO DE HONOR

Carlos Gorostiza: autor fundamental
de la escena argentina

Miguel Ángel Giella

 

Algunos de los obituarios escritos a raíz de la muerte de Carlos Gorostiza el 19 de julio de 2016 apuntan al papel que ocupó en la escena nacional, mientras otros mencionan sus orígenes vascos: “Murió Carlos Gorostiza, figura clave del teatro argentino”; “Carlos Gorostiza, el árbol y sus frutos”, en que el autor hace referencia a la madre guipuzcoana, nacida en Deba, María Josefa Jacinta Aguirregabiria, y a su padre vizcaíno, Fermín Gorostiza, nacido en Sestao; “Carlos Gorostiza: un autor central de nuestra escena”; “Leyenda del teatro argentino”; “Bastión antidictadura argentina”; “El universo del teatro y la cultura se conmovieron ante la noticia de la muerte del reconocido dramaturgo Carlos Gorostiza”; “Patriarca del teatro nacional”; “El teatro argentino despide a Carlos Gorostiza, emblema de la lucha contra la censura”. Daniel Muschnik, escribió: “Uno de los dramaturgos más significativos de la Argentina del siglo veinte… un ser humano de 96 años de gran vitalidad, de frases y reflexiones virtuosas, buen amigo de los amigos, de gran ternura y comprensión de las vicisitudes del país y del mundo”. A lo que añadiría un gran sentido del humor junto a una discreción admirable.

 

Carlos Gorostiza (1920-2016).

Carlos Gorostiza (1920-2016).

 

Nació, vivió y murió en Buenos Aires, en el barrio porteño de Palermo. Durante su adolescencia escribe poesía y se inicia en la dramaturgia de obras para títeres con el grupo “La estrella grande”. Su primera publicación, que se editó en 1943 con el título de La clave encantada, contenía varias de estas pequeñas obras. Unos años antes, en 1940, se había incorporado como actor al Teatro La Máscara, una de las agrupaciones más destacadas en el Movimiento de Teatros Independientes de Argentina. Señalar solamente la importancia de este movimiento que se inicia en 1930 con la aparición del Teatro del Pueblo fundado por Leónidas Barletta que apuesta por la modernización como ruptura con el sistema teatral anterior. De vital importancia resulta la puesta en escena en 1949 de El puente de Carlos Gorostiza, bajo su dirección, en el Teatro La Máscara, ya que establece un cambio de rumbo en términos de concepción dramática y de producción, apuntando a una mayor contextualización con la realidad argentina.  En palabras de Gorostiza al recordar aquella época:

“Yo cuestionaba el teatro retórico y me quejaba de la falta de obras que hablaran de nuestros temas, con nuestro lenguaje. ¿Por qué no hacemos una obra que transcurra en la calle, en una esquina?”

Cabe destacar que el advenimiento del peronismo al poder había producido notables cambios en la vida del país –positivos y negativos– entre estos últimos había exacerbado el antagonismo y el resentimiento entre los distintos sectores sociales que, por otra parte, siempre estuvo muy marcado en la vida de relación del argentino. Es por ello, que el público se vio retratado en las imágenes que proponía el autor, se identificó en algún aspecto con uno de los dos bandos que se enfrentan en la obra: “los de la calle” (la solidaridad de los más necesitados) y “los de la casa” (la descomposición familiar), sensibilizado asimismo con la frustración política, el antagonismo de clases y los conflictos sociales (huelga, salarios, desocupación) que se representan en la obra. El sentimiento de malestar que invadía los sectores medios y bajos se enuncia en la forma abstracta de la incomunicación, la soledad y la falta de autenticidad. Gorostiza rompe con el lenguaje de la generación anterior, con el romanticismo y su retórica para producir este éxito que le habla al espectador en su propio lenguaje y recrea situaciones que aluden a su realidad inmediata. La generación de Gorostiza abrazó el llamado nuevo realismo, realismo crítico o realismo reflexivo como verdadera herramienta para captar la realidad del país. La importancia de El puente, y de la obra posterior –especialmente El pan de la locura (1958), Premio Municipal de Teatro 1959, y Los prójimos (1966), Premio Nacional de Teatro 1967– es fundamental en el desarrollo de este movimiento. El puente tuvo una aceptación inmediata por parte del público, lo que estimuló la versión cinematográfica realizada en 1950 con guion y codirección del autor. Actualmente forma parte de los manuales de literatura argentina en los colegios.

El puente (2014). Edición de Javier Huerta Calvo. Cátedra.

El puente (2014). Edición de Javier Huerta Calvo. Cátedra.

En 1960 es invitado por la actriz Juana Sujo a dirigir en Caracas el primer teatro estable de Venezuela –Los Caobos— y a incorporarse como profesor a la Escuela de Arte Dramático de Venezuela. De regreso a Buenos Aires en 1962 es nombrado profesor en la Escuela Nacional de Arte Escénico de Buenos Aires de donde será removido en 1976 por el gobierno militar encabezado por el general Jorge Rafael Videla al frente del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Antes de ello, en 1966 es invitado a dirigir seminarios en varias universidades de Estados Unidos, y pone en escena su obra Los prójimos en la Universidad de Indiana, una versión local de la crónica policial del asesino de Kitty Genovese en 1964, en Nueva York. En 1970, reside en México, dirige esa y otras obras de su autoría y de otros dramaturgos.

 

Durante los años de la dictadura militar (1976-1983) sus obras son prohibidas, como lo fueron la mayoría de los artistas y dramaturgos que participaron en Teatro Abierto 1981. En junio de 1980 me encontraba en Buenos Aires de año sabático con un proyecto de investigación sobre teatro argentino. Osvaldo Dragún me comentaba en una entrevista refiriéndose al momento que atravesaba la escena argentina: “La situación en el país es realmente crítica. Hay mucha censura, hay mucha autocensura, hay gente prohibida, gente que no puede trabajar […] Y de pronto, en el último tiempo […] nos hemos vuelto a reunir, a juntar, a ver qué cosa podemos hacer para movilizar un ambiente que está inmovilizado […] Con Gorostiza, Lizarraga, Cuzzani, etc. Con todo un grupo de gente […]”, al que habría que sumar Roberto Cossa, Carlos Somigliana, Griselda Gambaro, Ricardo Halac, Ricardo Monti, Eduardo Pavlovsky, Roberto Perinelli, Diana Raznovich, y otros tantos a los que se unieron, directores, actores, vestuaristas, escenógrafos y técnicos, para conformar un movimiento cultural contestatario llamado Teatro Abierto. El 28 de julio se inició el ciclo, en el Teatro del Picadero, con un lleno total. Jorge Rivera López, presidente de la Asociación Argentina de Actores, leyó la declaración de principios de Teatro Abierto 1981, escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana:

“Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro tantas veces negada… porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos, mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades recuperar a un público masivo…”.

Se estrenaron veinte piezas originales en el Teatro del Picadero, pero al octavo día, los grupos de choque de la dictadura lo incendiaron. Empresarios teatrales de la célebre Avenida Corrientes se pusieron de acuerdo en ofrecer otra sala, El Tabarís, donde subieron a escena las obras durante los tres próximos meses, con un éxito de público que no se veía desde hacía muchos años. Las piezas tenían, una duración de media hora, y se representaban tres por noche durante una semana. La obra de Gorostiza, El acompañamiento, bajo la dirección de Alfredo Zemma y la actuación de dos grandes de la escena, Carlos Carella (Tuco), un obrero que está por jubilarse que anhela convertirse en otro Carlos Gardel y trata de “cantar” el tango Viejo smoking con su desafinada voz, y Ulises Dumont (Sebastián), que ante la imposibilidad de sacar de su encierro a Tuco decide acompañarlo pulsando una guitarra imaginaria. La pieza es una pequeña joya teatral que examina las ilusiones y frustraciones de dos miembros de las clases populares enfrentados a la mediocridad de su existencia real, y donde el delirio representa, por lo menos, una posibilidad de escape.

En 1984 es nombrado Secretario de Cultura de la Nación, con rango de ministro, del primer gobierno democrático presidido por Raúl Alfonsín. En 1986 abandona el cargo y se dedica por entero a escribir novelas y teatro. Escribió unas veinte obras de teatro (incluidas las citadas) entre las cuales caben mencionar, Los hermanos queridos (Premio Nacional de Literatura 1978), ¿A qué jugamos?, Matar el tiempo, Hay que apagar el fuego, Aeroplanos, El patio de atrás, A propósito del tiempo, Vuelo a Capistrano. Entre sus novelas, Los cuartos oscuros (Premio Municipal de Novela, 1976), Vuelan las palomas (Premio Planeta, 1999), además de numerosos premios otorgados por Argentores, Asociación de Cronistas del Espectáculo, María Guerrero, Florencio Sánchez.

Entre sus distinciones: Commandeur des L’Ordre des Arts et des Lettres, otorgado por el gobierno de Francia (1988), Socio de Honor de la Asociación de Autores de Teatro (2005), Premio Konex, Mención Especial por su Trayectoria (2014).

Pepe Soriano, actor (diario Clarín):

“Hablé con Carlos hace poco más de un mes, por su cumpleaños y estuvimos bromeando con la edad. Tuvimos una relación larguísima y muy estrecha, por el teatro y por amistad. Él es uno de los hombres a quien le debo mi inserción en el teatro más serio, a la dignidad de estar sobre un escenario. Es alguien que nos deja una enorme riqueza artística y humana, que tuvo un reconocimiento extraordinario por ser un líder en el mundo del arte y las letras. Con su cargo de Secretario de Cultura de Raúl Alfonsín cumplió una gestión impecable. Con él se va una cultura de respeto, del hombre que cumple con sus roles desde la dignidad. Más allá del dolor por la pérdida, nos queda saber que tuvo una buena vida, empezó como actor y derivó en autor y fue, como una de sus obras, un verdadero puente entre generaciones. Es un regalo haberlo tenido en la Argentina. Queda recorrer el camino que marcó”.

Roberto Cossa, dramaturgo (diario Clarín):

“Fue un maestro de nuestra generación, el mayor referente, queríamos llegar a lo que él llegó. Más tarde forjé con él un vínculo personal, sobre todo a partir de Teatro Abierto.  Gorostiza fue un hombre de cultura democrática. Se disfrutaba al hablar con él, estaba atento a lo político y lo social. Además de dramaturgo fue novelista, poeta y autor de obras para títeres. Y sobre todo un hombre íntegro, coherente con su vida y su obra, con una lucidez impecable hasta el final, a sus 96 años, con el sentido del humor intacto. Su gran legado es su obra teatral, era un narrador nato de teatro, con un pie en lo popular, con lo que me identifico. Solíamos leer nuestras obras mutuamente. Tuvimos un vínculo entrañable”.

Gorostiza en una entrevista al diario La Nación en 2015:

“Hay una obra mía, Aeroplanos, que se está haciendo en distintas partes del mundo. Es la historia de dos hombres mayores. Uno de ellos va al médico por cierta enfermedad y el doctor le pregunta: ¿Cuánto tiempo quiere vivir usted? Y el personaje tiembla, se da cuenta de que su vida tiene un término. Sale a la calle y ve a un taxista, a una florista, ve a la gente y siente que todos esos son compañeros de un viaje. Dentro de 150 años no vamos a estar. Somos pasajeros de un viaje que hay que saber descubrir para poder gozarlo, aun con frustraciones”.

El diario La Capital, de Mar del Plata, en su edición del 20 de julio de 2016 apuntaba:

“Hermano mayor de la actriz Analía Gadé -Ana María Gorostiza en los documentos-, en las últimas semanas iba a ser homenajeado en el Teatro Nacional Cervantes por su extensa vinculación con el complejo, pero las dos veces que se programó hubo que suspender por problemas de salud. […] Carlos Gorostiza falleció ayer en Buenos Aires y sus restos serán velados en el Teatro Nacional Cervantes desde donde será conducido a su última morada en el Cementerio de la Chacarita […]” en el que caerá el telón de tu fecunda obra tras el cual encontrarás a uno de tus ilustres compañeros de viaje… Carlos Gardel.

Descansa en paz querido Goro.

 

 

Artículo siguienteVer sumario


www.aat.es