N.º 52Teatro español en el exilio

 

LIBRO RECOMENDADO

El teatro del exilio

Fernando Doménech Rico
Real Escuela Superior de Arte Dramático
Instituto del Teatro de Madrid

Ricardo Doménech
(Edición de Fernando Doménech Rico,
Madrid, Cátedra, 2013, 316 págs.)

 

En 1962 la revista Cuadernos Hispanoamericanos, dirigida por el falangista desencantado Luis Rosales, publicaba un artículo en donde se daba cuenta de la edición de cuentos de un autor desconocido para la mayoría del público español y cuyo nombre, Max Aub, tenía todo el aspecto de pertenecer a un oscuro escritor de un país muy lejano, quizás nórdico o polinesio. Sin embargo, es difícil que este nombre no les sonara a los censores franquistas, que sin duda sabían que era el de un peligroso exiliado, un español de familia judía, entre alemana y francesa, que había hecho el bachillerato en Valencia y que había tenido una activa participación en la cultura española de la República y la Guerra Civil. Sabrían, sin duda, que era un socialista de la facción negrinista, que había estado preso en Francia y en Argelia y que residía en México, donde se relacionaba con la parte más activa del exilio español republicano. Y no se les pasaría por alto que dos años antes, en 1960, había publicado un relato breve titulado La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco.

Quien publicaba la reseña de tan peligroso personaje (y entraba por ello dentro de la categoría de sospechoso de ser poco afecto al Régimen) era un joven de veinticuatro años, un crítico teatral que había escrito ya en revistas como Acento cultural y que se había incorporado hacía poco a la redacción de la revista del Instituto de Cultura Hispánica. Se llamaba Ricardo Doménech y comenzaba con aquella reseña su lucha particular para dar a conocer la obra de los exiliados al público español.

Cuando murió en 2010, estaba empeñado en la que sería su última obra dedicada al teatro de los trasterrados, palabra que acuñó uno de ellos, José Gaos, y que era la favorita de Ricardo Doménech para referirse a aquellos que, expulsados de su tierra, habían encontrado otra donde seguir siendo españoles. No vivió para verla. Dejó una gran cantidad de material en diverso estado de elaboración, desde capítulos enteramente redactados hasta otros en que había solamente una montaña de notas dispersas. El libro, editado finalmente por su amigo y compañero Fernando Doménech (que es quien escribe estas notas), fue publicado por la editorial Cátedra y lleva el título de El teatro del exilio.

En la actualidad, gracias a la labor de numerosos investigadores liderados por Manuel Aznar Soler y encuadrados en el Grupo GEXEL, se ha podido reconstruir la vida y obra de muchos de los autores del exilio. El mismo Manuel Aznar ha publicado un mapa de obras, autores y países en los que desarrollaron su labor aquellos escritores que encontraron, por ser precisamente autores de teatro, un doble exilio. Los poetas, los novelistas, aunque a duras penas, pudieron seguir escribiendo y completando la obra que habían comenzado en España. Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Max Aub, Arturo Barea… publicaron sus novelas y cuentos en los países de acogida. Juan Ramón Jiménez, Alberti y Cernuda escribieron una parte importante de su obra fuera de España. Pero los autores de teatro ¿para quién escribían, para quién estrenaban? Estaban prohibidos en su propio país y eran extraños para el público de la tierra que los acogía. Fueron muy pocos los que consiguieron estrenar con cierta fortuna. Por ello resulta tan importante rescatar su figura y su obra.

El teatro del exilio ofrece un panorama completo de este teatro. Frente a los estudios parciales de algún autor (los hay excelentes de Rafael Alberti, de José Bergamín, de Pedro Salinas o de Max Aub, por poner algún ejemplo), Ricardo Doménech se propuso abarcar todo el territorio del exilio español de 1939, que se prolongó durante décadas, se extendió a una gran cantidad de países, especialmente de Hispanoamérica, e incluyó a varias generaciones de escritores, desde los veteranos hasta los hijos de los exiliados que abandonaron España siendo niños.

María de la O Lejárraga.

María de la O Lejárraga. 1

Tras unos capítulos de introducción al tema, y de ofrecer algunos apuntes sobre actores, directores y escenógrafos, el autor se centra en lo que siempre fue su especialidad: el análisis histórico-literario de las obras teatrales; así, va reseñando a los autores del exilio siguiendo un criterio generacional. Recoge la labor de los autores que por edad apenas pudieron escribir y estrenar, como Jacinto Grau, María de la O Lejárraga o Alfonso Rodríguez Castelao. También se ocupa de los más jóvenes, como José María Camps, María Luis Algarra o Álvaro Custodio. Sin embargo, el centro de su libro está en los capítulos dedicados a los que considera los grandes autores del exilio: Rafael Alberti, Pedro Salinas, Max Aub, José Bergamín, Alejandro Casona y José Ricardo Morales.

Alejandro Casona al volver del exilio en 1962.

Alejandro Casona al volver del exilio en 1962. 2

Todos ellos son muestra de la agudeza y sabiduría de Ricardo Doménech. Pero hay un capítulo que merece una mención especial: el dedicado a Alejandro Casona. La relación de Doménech con Casona es un capítulo fundamental en la historia de la crítica española. Tras triunfar en Argentina con las obras escritas en el exilio, Casona decide volver a España en los años 60. Obtiene los permisos necesarios y varios empresarios estrenan sus obras, que obtienen en Madrid el mismo éxito que habían merecido en Argentina. Los jóvenes críticos progresistas, como Ricardo Doménech, esperan con devoción la vuelta del responsable de las Misiones Pedagógicas, el autor de Nuestra Natacha, el escritor-pedagogo que encarnó la utopía de la Institución Libre de Enseñanza… La decepción al conocer el teatro de Casona que se estrenó en Madrid fue brutal: Doménech se encontró con un teatro lírico, añejo, alejado de la realidad social y política, todo lo contrario de lo que había esperado en aquel mito que era el exiliado Casona. Lo atacó con saña en sus críticas en Primer Acto, y se empeñó en polémicas con el mismo autor y con sus defensores, falangistas que escribían en el diario Arriba. La polémica amainó con la temprana muerte de Casona, pero se puede afirmar que la visión de Ricardo Doménech prosperó: aunque a día de hoy sigue siendo un autor popular, la obra de Casona tiene un prestigio muy escaso entre la crítica. Por eso resulta doblemente interesante el capítulo dedicado a él en El teatro del exilio: sin abjurar de sus convicciones, Ricardo Doménech ofrece una visión mucho más comprensiva de la obra del asturiano. Reconoce la gran altura literaria de su teatro (incluso cuando lo atacó resaltó siempre este aspecto) y considera que alguna de sus obras, especialmente La dama del alba, está entre lo mejor, más novedoso y más digno de todo el teatro español de su tiempo.

También hay que resaltar el dedicado a José Ricardo Morales, con quien mantuvo una constante relación a lo largo de muchos años. Morales, afincado en Chile, donde llegó en el Winnipeg, el barco fletado por el gobierno del país a los requerimientos de Pablo Neruda, desarrolló toda su actividad teatral en el país austral, y solo un año antes de su muerte a los cien años ha podido saber que el Centro Dramático Nacional estrenaba tres obras suyas. El análisis de Doménech, por ello, es imprescindible para acercarse a un autor tan español y tan lejano de nuestros escenarios.

El teatro del exilio, en fin, es no solamente el mejor resumen de este teatro que sigue siendo en gran parte desconocido, sino también el testimonio de una vida dedicada a la recuperación de aquello que los españoles perdimos y que solamente a través de obras como esta se puede conservar como parte importante de nuestro patrimonio.
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  2. Fuente: Escapa, E. (24 de marzo de 2013). El retorno del brujo. Recuperado de https://www.diariodeleon.es↵ Ver foto

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