N.º 52Teatro español en el exilio

 

DE AQUÍ Y DE ALLÁ [SELECCIÓN DE MIGUEL SIGNES]

Morir por cerrar los ojos
MAX AUB.  Ed. Aymá. Barcelona 1967

Morir por cerrar los ojos, de Max aub“Segundo aparte.  Veintidós años después de escrito el anterior, lo continuo. No he releído la obra; tal fue, tal va. Los entendidos no lo creerán, allá ellos. Siendo mío, nada me molesta más que el pasado. Si valió, ahí está; pero para los demás.

En 1944 creí –y no solo yo– que a lo sumo un par de años más tarde podría ponerse en escena esta obra en Madrid. Con dificultades y generosidad, otra generación la lleva de nuevo al papel en vez de a su lugar natural: las tablas, en que ha de morir cualquier drama. No pueden más. Y, volviendo los ojos atrás, sin duda, como Sancho, me troqué “tomando los ojos por los dientes” y mis armas dan risa para quienes sigo fuera del camino.

Empecé escribiendo teatro, muy joven. Llevado por las circunstancias, lo escribí a su manera; luego, de la mano, por la mayor facilidad de dar a conocer otras, recurrí a medios distintos que no me dejaron sino volver circunstancialmente al camino que me trazaba mi manera natural de ver. Soy, auténticamente, un autor malogrado. Ríase el que pueda. Me quedé a la luna de Valencia (por cierto que el dicho nada tiene que ver con los astros sino con la geografía). Como supongo que todavía se dice “hice un pan como unas hostias” y quedé lucido.

Mientras, el teatro se fue por otros caminos; desde una encrucijada, le vi alejarse del brazo de Ionesco, de Beckett y de Albee o, a lo sumo, volver de puntillas a las piezas de mis primeros años. Ninguna de mis obras mayores ha ido, hasta ahora, más allá de la radio o la televisión, para las que no se hicieron. “Teatro incompleto” dije hace ya muchos años, cuando no podía adivinar que sería enseña de cuanto hice para la escena. Teatro frustrado, teatro mutilado también, aunque no crea haber perdido el tiempo ni defraudado a nadie; siempre me ganó el tiempo, sin querer se me fue de las manos la historia, deseando clavarla en las paredes de un escenario. Ahora, sólo quedan como testimonio; con el tiempo: la protesta, ¿contra quién? ¿Contra la condición humana y gubernamental? Mas, teniendo de verdad pluma en la mano, en nuestros días, ¿quién no lo hace? Lo triste es que cuando escribí estas escenas  -en condiciones peores que hoy-  era mayor la esperanza. El progreso evidente, no va de continuo, ni mucho menos, en la dirección deseada, al igual que los artefactos voladores no llegan siempre a la meta.

He recogido poco fruto. Si se relee mucho teatro, como es mi gusto, me quedo triste ante el montón de lo olvidado; yo ni siquiera necesitaré serlo, ¿quién me conoció? Por eso es tan de agradecer el empeño de ciertos dramaturgos o críticos españoles de reimprimir algunos de mis dramas, inencontrables en España, donde siempre lo fueron, y ya en Méjico. Tampoco lo tengo por una tragedia; los que me conocen saben hasta qué punto callé mi tristeza de no verme.  Por eso me impresionó siempre tanto aquel cuento o suceso contado por Joyce que me viene tantas veces a flor de pluma, de aquel hombre que vivía en una isla cerca del fin del mundo occidental y que, al verse por primera vez en un espejo, grita acongojado: “¡Padre! ¡Padre!”  Algo de eso me pasa, a pesar de las fotografías, que son espejos de segunda mano, con España y mi teatro, es decir, conmigo mismo. […]”.

 

La lección mexicana
VÍCTOR ALFONSO MALDONADO. “La lección mexicana”. Primer Acto, n. 201,1983

«Al iniciarse la década del 1940-1950, casi medio millón de españoles se encontraban en los inhóspitos campos de concentración construidos por los franceses. Pocas perspectivas se ofrecían delante de ellos de no ser las privaciones, los trabajos casi  forzados en el Sahara francés o los temidos juicios de extradición. “Lo más trivial, lo más nimio, lo más insignificante, servía de motivo o excusa para descargar el peso de la inflexible ley. Una leve acusación, una caprichosa sospecha, era más que suficiente para perseguir, encarcelar y someter a castigos inquisitoriales al más inocente… Extenuados por el hambre, agotados por los bestiales trabajos, desquiciados los nervios por las zozobras constantes de las persecuciones, los refugiados, en aquel infierno francés, eran cadáveres vivientes”  Así describe el periodista Galipienzo la vida que esperaba a los vencidos al llegar al país vecino. “Sólo una voz, lanzada por un país hermano en sentimiento, se dejó oír desde ultramar. México ofreció a la trágica caravana de incomprendidos, amparo, protección y un lugar, en su tierra de promisión, para rehacer vidas y hogares… Y al regarse la noticia por todos los ámbitos de Francia, que México protegía y abría sus puertas a los españoles sin patria, llegaron a miles, a torrentes, de todas partes y por los medios más inverosímiles, a las puertas del Consulado de Marsella”.

Oleadas interminables de refugiados cruzaban la frontera para apiñarse en los campos de concentración del país catalán francés. La mayor parte de ellos huían sin saber a dónde dirigirse ni cuál sería su destino.»

Morales, un español en la inmensa ninguna parte
JOSÉ MONLEON.  El mirlo Blanco. Madrid 1969

“Yo pienso que, al margen de cualquier otra consideración, el “exilio del 39” es un fenómeno importante dentro de la cultura española, que algún día será reabsorbido por nuestros procesos generales. En este sentido, un teatro como el de José Ricardo  Morales, habrá de incorporarse con todo derecho a nuestra hoy escindida perspectiva. Una escisión que, muy significativamente, ha propuesto, de un lado, por parte de los autores más estimables residentes en España, obras ligadas a lugares y problemas concretos –toda la corriente que sigue detrás de Historia de una escalera, y, de otro lado, por parte de los autores exiliados, una marcada tendencia a la generalización, a la conversión del lugar en que se vive en ámbito de la historia general del hombre.

Por fortuna, el teatro moderno ha confirmado hasta la saciedad la torpeza de la normativa tradicional. En definitiva, las formas teatrales correspondían a unos temas y a las necesidades impuestas por el modo de tratar esos temas. Quiero decir que a una “concepción” de la sociedad, a la visión que de la misma tienen los intereses de una clase social, corresponde, a través del consiguiente encadenamiento, una forma o una serie cerrada de formas.

La crisis de esas “concepciones” de la sociedad, la entrada en juego de otros intereses, ha determinado, entre otras muchas cosas, la crisis de los principios formales encerrados en el término “teatralidad”.  Pensemos que en España se ha negado –y todavía , un hombre tan lúcido como Ramón Sender lo sigue haciendo, bajo la presión del “código” benaventino– la “teatralidad” de Valle Inclán, autor que tiene hasta tres o cuatro obras que son para muchos –entre los que me encuentro– el súmmum de todo el teatro español contemporáneo.

Hago estas consideraciones  para que se comprenda claramente que un autor como Morales no puede ser “formalmente” asimilable desde los principios generales de nuestra tradicional crítica dramática.

Tampoco podemos, situándonos en el punto opuesto de este argumento, hacer afirmaciones sobre la calidad escénica de un teatro que no hemos visto representar jamás.”

 

«Paco Ignacio Taibo; canto al exilio en una crónica representable»
J. LUIS ALONSO DE SANTOS. Primer Acto. N.201. 1983.

“Cuando José Monleón, director del ciclo teatral del exilio en México, a celebrar en el Palacio de Velázquez de Madrid, me ofreció la puesta en escena de las obras a representar en el mismo, decidí tomar “MORIR DEL TODO” de Paco Ignacio Taibo, no sólo como primer montaje a realizar y punto de partida del ciclo, sino también como la obra que aglutinara toda la problemática y orientara sobre las bases generales del mismo.

Es efectivamente, esta obra, un amplio retablo de toda la peripecia de nuestros exiliados en su largo destierro (está tomando México como punto de referencia, como podía haberse tomado otro de los países que los recibieron). Sus amarguras y esperanzas, sus nostalgias, la maleta siempre a punto para volver… “mañana volveremos, mañana volveremos…”, sus desconciertos, la búsqueda de una nueva identidad, la perplejidad de aquellas cosas perdidas, que quedaron atrás… “Hogar que no podía saberse quién lo estaría ocupando, quiénes usarían la camas, tan apresuradamente abandonadas que aún quedó, sobre las sábanas, la huella del último sueño”…

Desde el momento de su primera lectura, hasta su estreno, esta obra ha producido en mí sentimientos contradictorios, precisamente por ser mucho más que una obra de teatro: ¿pena?, ¿admiración?, ¿solidaridad?, ¿comprensión?…

Yo tenía, como muchos otros, encerrado en el recuerdo cultural e histórico todo este capítulo de nuestra reciente historia. Y de pronto ellos han exigido más, mucho más de mí: que aceptara que aún están vivos. Y que, con Paco Ignacio Taibo, su autor dentro de la dimensión teatral, “no les dejara morir del todo”.

Es así como empezamos los ensayos, y como fuimos descubriendo día a día, en la obra y en la historia, que si muchos de ellos han muerto y han quedado en el Panteón Español de la Ciudad de México, sus palabras aún están vivas. Por eso, recorrer esta obra _y este trozo de nuestro pasado_, es como dice su autor, “recorrer algunos de los momentos más bellos y profundos del saber español”.  […].

 

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