N.º 52Teatro español en el exilio

 

¿De dónde vienes?
Un acercamiento a la experiencia del exilio en María Zambrano

Nieves Rodríguez Rodríguez

 

María Zambrano.

María Zambrano. 1

Al exiliado se le preguntaría algún día, al exiliado a esta forma de pasado, ¿de dónde vienes? Y eso antes de que él lo diga, hay que verlo: tienen que verlo los demás; quienes lo necesiten; pero quien lo necesita es justamente el porvenir.

El exiliado[1]
MARÍA ZAMBRANO

 

I

 

La filosofía fue creada como instrumento para ordenar el mundo y recolocarnos en él; pretendía, así, guardar orden frente al asombro de las cosas o ante el caos de la naturaleza. Al establecerse para tal fin se convirtió –y sigue siéndolo–[2] en el bien más útil de la sociedad. Una de las maneras necesarias para guardar ese orden fue reducir la realidad a la mínima unidad posible: el Ser. En esta unidad, pues, se reducen las formas del conocimiento (expulsando del mismo las formas espurias como el sueño, la confesión o la imaginación) en las del entendimiento. Esta medida ontológica de las cosas fue válida hasta que el cristianismo, el pensamiento teológico, se incorporó a la filosofía clásica.

Decimos hasta ese momento porque tras ello históricamente se van produciendo grietas diversas que provocan un revisar lo anterior, un volver la mirada atrás hasta encontrar, otra vez, un instrumento para ordenar el mundo y recolocarnos en él. La entrada del cristianismo impondría un nuevo orden, otra unidad: Dios. Y al hacerlo, la religión se convirtió en la única estructura del orden político[3]. Hablamos de finales del S.XV, tras el descubrimiento de América, en que el mestizaje de la sociedad no se ajustaba a la idea de unidad y, por ello, se expulsan a judíos y moriscos de la península ibérica. Creemos importante guardar este breve recorrido en la memoria antes de analizar el siglo de la caída de la modernidad.

Pues el siglo XX va a ser testigo de la masificación de los fenómenos del exilio y la migración, y de su conversión en un problema internacional. La revolución bolchevique y la guerra civil en Rusia, en las primeras décadas del siglo XX, provocaron un éxodo imposible de asumir para ningún Estado. Pero fue tras la Primera Guerra Mundial que la cuestión de las personas refugiadas alcanzó proporciones nunca contempladas con anterioridad, y además surgió el problema del apátrida, figura que implica la privación de la nacionalidad por parte de un Estado a aquellas personas que considera enemigas. El primer país en aplicarla fue la Unión Soviética en octubre de 1921, después lo harían la Alemania nazi y la Italia fascista.

La llegada de Hitler al poder, los sucesivos decretos contra el pueblo judío y la unión de Austria a Alemania provocaron la huida de 500.000 personas, a las que se sumaron en la década de 1930 alrededor de 40.000 disidentes italianos del régimen de Mussolini y cerca de medio millón –en los primeros momentos del éxodo– de republicanos y republicanas españolas. Dadas las proporciones que estaba tomando el problema, en la década de 1930 se toman medidas importantes para su encauzamiento:

  1. El 28 de octubre de 1933 se celebra una Convención Internacional en Ginebra; en ella se define al refugiado como aquella persona “que no disfruta o no ha disfrutado nunca de la protección de su país”.
  2. La limitación anterior no se suprimió hasta la Convención de Ginebra de 1951, en la que se dio una definición general de refugiado con independencia del grupo humano al que se perteneciera.
  3. Por iniciativa del presidente estadounidense Roosevelt se crea en julio de 1938 la Conferencia Internacional de Evian; en ella se adopta por vez primera un criterio universal para definir al refugiado: “el temor a la persecución”. En el marco de esta Conferencia se crea el Comité Intergubernamental para los Refugiados (CIR), que en un primer momento se encarga de los refugiados alemanes y austriacos.
  4. En 1943 se constituye la Administración de Naciones Unidas para el Socorro y la Mejora de la Situación de los Refugiados (UNRRA).
  5. Después de la guerra, y bajo el amparo de la ONU, se constituye, en diciembre de 1946, la Organización Internacional para los Refugiados (OIR).

 

II

Placa puesta en enero de 2004 en la última casa que María Zambrano habitó en Madrid, entre 1984 y 1991. En ella puede leerse una cita de la pensadora española: «Solamente se es de verdad libre cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre están todos los hombres».

Placa puesta en enero de 2004 en la última casa que María Zambrano habitó en Madrid, entre 1984 y 1991. En ella puede leerse una cita de la pensadora española: «Solamente se es de verdad libre cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre están todos los hombres».

Recordar –brevemente– estos hilos de aconteceres políticos y filosóficos desde la Antigua Grecia, el nacimiento de Occidente y nuestra contemporaneidad[4] no es baladí. La filósofa española María Zambrano (1904-1991) supo no olvidar nada de lo histórico y así siembra una filosofía política y poética – con un alto contenido ético– en que acoge de nuevo las formas de la razón expulsadas por Platón: el sueño, la confesión, la literatura; y abraza, del mismo modo, la espiritualidad sin obviar el conjunto de religiones que la componen. Zambrano, con esta doble acción, revoluciona la filosofía española durante su exilio desde 1939 hasta 1984, año en que se produce su regreso a Madrid. No podemos obviar que fue testigo privilegiada de los devenires oscuros del siglo XX antes enunciados, devenires que se verán culminados en su radical filosofía de la esperanza, la reconciliación y la piedad.

El camino que emprende va «hacia un saber sobre el alma» resuelto en su concepción de la piedad entendida como «saber tratar a lo otro como otro». En la razón poética[5] de Zambrano existe una simbiosis entre la vida y la obra, entre la experiencia y el pensar de una autora convencida de que «el mundo del pensamiento no deja de pertenecer a la vida»[6]; convencimiento que la lleva a querer «reconciliarse» a pesar de la tragedia del mundo y de la suya personal, hablamos de su mayor saber de experiencia: el exilio.

En María Zambrano el exilio no es solo una experiencia personal e histórica, aunque también, sino una dimensión histórica trascendida por una dimensión metafísica y mística en la que el exiliado se revela como arquetipo de la condición humana. Es un sujeto trágico, en crisis, que expresa su padecer. Lo trágico en María Zambrano lo podemos entender si nos aproximamos a la idea de «sentir originario», un sentir que nace en la experiencia básica y primera de todo ser humano, del que brotan los anhelos más íntimos que al no verse resueltos producen una insatisfacción, pero también, por ello mismo, al no tener cumplimiento inmediato se difieren en esperanzas; esperanzas que, a su vez, al toparse con la realidad se transforman en tragedias. Esta multiplicidad de sentires sitúa aquí la tragedia como un sentimiento.

Un sentimiento que difiere de la concepción de los existencialistas al hablar del ser humano como ser arrojado al mundo, pues Zambrano lo hace como «un ser a medias nacido», un ser consciente de su insatisfacción, que quiere más y que va en busca de ello como el exiliado que expresa su sentimiento de orfandad y abandono porque no tiene un lugar donde enraizar su existencia. Esta «hambre de nacer del todo» se ofrece en clave mística como nos recuerda la filósofa Mercedes Gómez Blesa en su pormenorizado estudio sobre la fenomenología del exilio:

“Este sentimiento que experimenta el exiliado sólo adviene tras haber atravesado varias etapas que se le ofrecen, como exigentes pruebas, a todo aquel que ha tenido que abandonar su suelo natal. Zambrano concibe, pues, el exilio, en clave mística, como un rito de iniciación que ha de ser consumado atravesando varias moradas hasta alcanzar ‘el exilio logrado’”.[7]

Esta última morada se ofrece como revelación que aparece tras poner la existencia al límite, en el momento en que se está entre la vida y la muerte. La conciencia aquí se identifica con «el saber de experiencia» a través del padecimiento, un saber trágico que nos remite al «saber padeciendo»[8] de Esquilo en el momento de la anagnórisis que todo héroe trágico alcanza como recompensa de su dolor.

 

III

El verbo con el que nombrar este ir padeciendo se emparenta con el delirio desde su concepción prelingüística. Pues el origen del teatro es para Zambrano, precisamente, el delirio, es decir, el grito primordial que al articularse encuentra su sentido: una razón que va destilándose hasta universalizar lo individual, una palabra que sigue la máxima de Empédocles y que «hay que repartir bien por las entrañas», una palabra que será la palabra que otorgue a su Antígona.

Cartel de La Tumba de María Zambrano (pieza poética en un sueño), de Nieves Rodríguez Rodríguez. Dirección: Jana Pacheco. Teatro Valle-Inclán, Madrid 2018.

Cartel de La Tumba de María Zambrano (pieza poética en un sueño), de Nieves Rodríguez Rodríguez. Dirección: Jana Pacheco. Teatro Valle-Inclán, Madrid 2018.

A Zambrano le llevará más de treinta años la escritura de La tumba de Antígona (1967) ahondando en el mito, en la tragedia y sus personajes, pero de manera significativa en la idea de lo trágico en términos históricos. Comienza en 1937 con un artículo que titula «Tragedia y Filosofía» que escribe desde Chile cuando ya sabe que «es matemático que se ha perdido la guerra». Una década después, en pleno exilio, desde la Habana, escribe Delirio de Antígona en la Revista Orígenes de Cuba. Este ahondar lento durante años, este conocimiento profundo es, en verdad, el propio de Zambrano que, como los místicos, se convierte en una reflexión de descenso para encontrar un camino de ascenso; el mismo camino que busca su Antígona desde su tumba-cuna.

El interés de Zambrano por Antígona se debe a diversos motivos; Antígona, es sabido, fue en el siglo XX figura de conciencia colectiva que habla de la resistencia y de la libertad y, en este sentido, la Antígona de Zambrano es hija de su tiempo, también: voz contra la tiranía del poder, la manipulación y el ocultamiento de la verdad y la memoria. Y para llegar ahí el lenguaje del delirio se presenta como revelación, como misterio. Delirando nos encontramos a Antígona entre la vida y la muerte, en esa tierra intermedia, lugar de exilio y al mismo tiempo de acogida. Es la voz de los oprimidos, de los desterrados, de los mendigos, de los niños, Antígona delira con el lenguaje de los desposeídos de tierra.

Pero esa palabra es, parafraseando a Unamuno[9], una intrapalabra, porque es una palabra que cada vez nos aleja más de una lógica de conceptos, un verbo interior que va hacia un territorio donde el pensamiento poetizante adquiere forma de espiral, la misma forma que tienen los sueños.

 

IV

Recogiendo las palabras hasta aquí dichas, conviene recordar que la filósofa malagueña es una excepción pues son pocos los exiliados que han reflexionado de una manera tan honda sobre su propio exilio. A su regreso a España, el 28 de agosto en el diario ABC de Madrid publicaba un artículo titulado “Amo mi exilio”, en el que podía leerse lo siguiente:

“Hay ciertos viajes de los que sólo a la vuelta se comienza a saber. Para mí, desde esa mirada del regreso, el exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida pero que una vez se conoce, es irrenunciable. Confieso, porque hablar de ciertos temas no tiene sentido si no se dice la verdad, confieso que me ha costado mucho trabajo renunciar a mis cuarenta años de exilio, mucho trabajo, tanto que, sin ofender, al contrario, reconociendo la generosidad con que Madrid y toda España me han arropado, con el cariño que he encontrado en tanta gente, de vez en cuando no duele, no, no es que me duela, es una sensación como de quien ha sido despellejado, como San Bartolomé, una sensación ininteligible, pero que es.”[10]

La temática del exilio se hace presente en numerosos momentos del itinerario zambraniano, aunque no siempre de manera nítida. A menudo lo hace incluso veladamente, con voz inaudible y, preferentemente, desde el fragmento. A pesar de la dificultad que ello comprende, acercarse a Zambrano supone vencer la expropiación de la palabra por parte del poder. Nuestros exiliados y exiliadas lo fueron durante demasiado tiempo y, de algún modo, siguen siéndolo. Nuestra responsabilidad es no seguir contribuyendo al soliloquio del poder que solo sabe derramar sangre. Nuestra responsabilidad no puede ser reducida a la mínima unidad de nuestro tiempo: bienestar. Si lo hiciéramos, si creyéramos poder hacerlo, estaríamos dando la razón a los creontes que gobiernan el mundo. Nuestra palabra hoy proviene de la tragedia, de aquella doncella de Tebas que entre la prohibición y la desobediencia elige la razón que es como decir la libertad. Si hemos convenido que la educación y la filosofía son instrumentos para la construcción de una sociedad, se nos vuelve urgente recuperar la filosofía del exilio porque, –como diría la propia Zambrano en el artículo que se cita al inicio de esta tentativa–, “la vida no espera”.

 

 

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Notas    (↵ Volver al texto returns to text)

  1. ZAMBRANO, María (2019). Apéndice a Los Bienaventurados, Libro II del Tomo IV de sus OO.CC. Edición de Jesús Moreno Sanz, Galaxia Gutenberg, Barcelona, p. 473.↵ Volver al texto
  2. La educación, por su parte, es el instrumento para construir la sociedad. Expulsar como se ha intentado (y se sigue haciendo) la filosofía de la educación implica anular los dos bienes necesarios para la convivencia.↵ Volver al texto
  3. Aunque evidente, no podemos pasar por alto la coincidencia que se da durante el franquismo y su alianza nacionalcatólica de tal manera que el orden político del régimen dictatorial venía dictado por la religión como en la Edad Media.↵ Volver al texto
  4. Hoy el exilio, en su modalidad de migración, se ha convertido en el mayor problema político del mundo.↵ Volver al texto
  5. María Zambrano comienza a intuir esta razón en los años treinta del siglo pasado (antes de su largo exilio desde 1939 hasta 1984) impulsada por la razón vital de su maestro, Ortega y Gasset, pero a diferencia de esta otra razón, la suya no solo busca insertarse en la vida, sino ser generadora de caminos capaces de proyectarse en territorios más profundos.↵ Volver al texto
  6. ZAMBRANO, María (2011). «Prólogo» a Persona y democracia, Tomo III de las OO.CC. Edición de Jesús Moreno Sanz, Galaxia Gutenberg, Barcelona, p.379.↵ Volver al texto
  7. GÓMEZ BLESA, Mercedes (2016): “María Zambrano: el exilio como no-lugar” en Debes conocerlas, Ediciones Huso, Madrid, p. 153.↵ Volver al texto
  8. Zambrano cita a menudo la frase «aprender padeciendo» que encontramos en Las Coéforas de Esquilo.↵ Volver al texto
  9. Citamos aquí a Unamuno, maestro de Zambrano junto a Antonio Machado y Blas José Zambrano, porque dialogan en lo que al sentimiento trágico se refiere. La filósofa lo hace, expresamente, en un ensayo que le dedica al pensador vasco titulado así: Unamuno.↵ Volver al texto
  10. ZAMBRANO, María (2009): Las palabras del regreso. Edición y recopilación de artículos por Mercedes Gómez Blesa, Cátedra, Madrid, p. 65.↵ Volver al texto
Copyrights fotografías
  1. Foto: Fundación María Zambrano. Fuente: Barreira, D. (15 enero, 2019). De Cernuda a Zambrano: 20 intelectuales que la Guerra Civil abocó al exilio. Recuperado de https://www.elespanol.com↵ Ver foto

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