N.º 41La edición teatral a través de la historia

 

DE AQUÍ Y DE ALLÁ [Selección de Miguel Signes]

El Escorial 1793-1861. Autor de numerosas obras teatrales
Octubre de 1858. ANTONIO GIL DE ZÁRATE.

ANTONIO GIL DE ZÁRATE“Todas las naciones tienen sus épocas de grandeza, durante las cuales producen insignes momentos, así en artes como en literatura; mas vienen luego tiempos desgraciados, y entonces con el poder todo desaparece, quedando solo ruinas esparcidas, tristes testimonios de tanta riqueza arrebatada por la mano de las revoluciones. Tal vez se salvan del naufragio universal algunas obras inmortales; pero otras mil, si no se pierden para siempre, permanecen ocultas bajo montones de escombros o en sitios ignorados, hasta que llega un día en que la investigación de atrevidos arqueólogos y laboriosos eruditos las sacan a luz, dándoles nueva vida y rehabilitando glorias que la incuria de los tiempos había condenado a injusto olvido.

El siglo actual [el autor se refiere al XIX] se presenta como gran reparador de tales daños, en que no tuvo poca parte el que le ha precedido, con su arrogante presunción y su desprecio de todo lo pasado, como no perteneciese a la antigüedad griega y romana. […] Contrayéndonos a España y a las obras de ingenio, habido es el descrédito en que había caído sesenta años ha nuestra antigua literatura. En vano lució durante el siglo XVI con tan vivos resplandores; en vano la Francia misma le debió ser iniciada por ella en el Parnaso. Creciendo esta nación en poder y orgullo, aspiró con sus obras a oscurecer las nuestras, y lo consiguió a tal punto, que ya nuestros poetas eran apenas leídos, muchos quedaron olvidados, y si todavía sonaban de vez en cuando los nombres de Lope y Calderón, era para ultrajarlos con el dicterio de bárbaros y delirantes. De Tirso de Molina, Alarcón y otros, a pesar de su mérito, nunca se hablaba; a tal punto, que el primero apareció en nuestros teatros como una novedad cuando, años después de la guerra de la Independencia, hubo quien desenterró algunas de sus comedias, y empezaron a gustar sus chistes y agudezas.

Si tan desdichada suerte cupo a estos ilustres dramáticos, ¿cuál sería la de otros muchos que, si bien no los igualaban, fueron un tiempo la delicia del pueblo español, gozaron de justa fama, y merecían, aunque en segundo término, ocupar un distinguido puesto entre nuestros escritores? Pocos eran aquellos cuyos nombres se conservaban; y aún de estos pocos, lográbase por casualidad poseer alguna obra.

Verdad es que hasta de las de nuestros primeros ingenios había llegado a ser muy difícil encontrar ejemplares. Sus numerosas producciones, o no se daban a la imprenta, o con el rápido consumo desaparecían en breve, sin que los autores se cuidasen de reimprimirlas. Reinaba en esto un abandono increíble, y solo ciertos libreros, llevados de la codicia, atentos mas a la ganancia que al buen nombre del poeta, infestaban la literatura con esas horribles impresiones que por su incorrección, tosco papel y mala letra son el descrédito del arte tipográfico en España. Desgraciadamente los que escribían comedias lo hacían también con harta frecuencia sin un verdadero deseo de gloria. Fecundos como la naturaleza, producían, como ella, para satisfacer una de las necesidades de la época, y como ella igualmente, confiados en sus fuerzas, entregaban sus obras al consumo y a la destrucción diaria, seguros de que la día siguiente su inagotable vena satisfaría con otras nuevas la afición del público que los aplaudía. La prensa misma, a pesar de su rapidez, no lograba seguir en su carrera a aquellas fogosas imaginaciones, y se mostraba entonces impotente a fijar y perpetuar tan copiosa producción, recogiendo solo las flores, o lo que sin discernimiento alguno elegían los libreros. Hasta los que intentaron formar colecciones no lo pudieron conseguir sino de una parte mínima de lo que escribieron los autores de más nota, y estas mismas colecciones, no reimpresas, se habían llegado a hacer tan raras, que contados eran los que las poseían, guardándolas con el afán del avaro que oculta un tesoro.

Todo ha contribuido, pues, a que las pérdidas de nuestro antiguo teatro hayan corrido parejas con su inmensa producción, y a que en un campo tan fecundo solo se pueda hacer una escasa cosecha. Sin duda mucho de lo pedido merecía serlo, y nada ganaría nuestra literatura con que se recobrase; pero a la par también han desaparecido infinidad de preciosidades; y tan irreparables faltas, unidas a la influencia de la literatura francesa, que derramó a manos llenas el descrédito sobre un teatro a que tan poco se asemejaba el suyo, trajeron una época en que se nos hizo aparecer con desprecio en la que precisamente habíamos sido mas ricos y admirables.” […]

 

Orígenes del Teatro Español (1828)
LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN.

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN“La maravillosa abundancia de autores dramáticos en el siglo XVII y el crecido numero de sus obras añaden a la necesidad de conocerlos la de clasificarlos, compararlos y juzgarlos con la rectitud que pide la buena crítica.

Cultivada en el siglo anterior y en lo que va del presente la poesía teatral, siguiendo unos el ejemplo de los que les habían precedido y ateniéndose otros a los principios que conoció la antigüedad y ha restablecido el gusto moderno, se hace indispensable un estudio particular para distinguir el mérito respectivo de obras que pertenecen a escuelas tan opuestas entre sí. Ni es conveniente para este examen aprovecharse de lo que juzgaron los coetáneos acerca de ellas, porque en el choque de las opiniones que sostenían muchas veces dirigió su pluma la parcialidad y muy pocas la inteligencia.

Por otra parte, el influjo que han tenido siempre en las producciones literarias el sistema del gobierno, el gusto de la corte, el método de estudios, la política y las costumbres obligarán a quien se proponga escribir la historia de nuestro teatro a buscar el origen verdadero de sus progresos o su decadencia, y esta indagación no es poco arriesgada en donde la autoridad no se halla dispuesta a recibir doctrinas que nunca supo ni a sufrir acusaciones de lo que erró, por justas, por útiles que sean.

Cuanto escribieron nuestros mejores bibliógrafos acerca de la dramática española no pasa de algunas indicaciones sueltas, traídas por incidencia, diminutas, mal ordenadas y no capaces de satisfacer la curiosidad de los que desean una historia de nuestro teatro. Los segundos copiaron a los primeros y los últimos nada han añadido de particular, repitiéndose por consiguiente las equivocaciones, la falta de plan y de verdad histórica y crítica que se advierte en tales escritos. Llegó el tiempo de las apologías y, apoyados los defensores de nuestro crédito literario sobre tan débiles fundamentos, compusieron libros enteros llenos de sofismas y errores, hablaron largamente del teatro, clasificaron obras que jamás habían visto y manifestaron cuánto carecían (por la clase de estudios que habían tenido, por el estado que profesaban y por el lugar en que escribían) de los auxilios y la inteligencia que hubieran sido menester para que el desempeño hubiese correspondido a su celo laudable”. […]

 

El teatro y su crisis (1969)
FÉLICIEN MARCEAU (1913-2012)

FÉLICIEN MARCEAU“¿Crisis del teatro? Sí, por supuesto. Pero téngase en cuenta que en el teatro siempre han existido, creo yo, quejas y lamentos. Ya Voltaire –que no fue siempre, es verdad, un autor feliz– se quejaba del público, ya anunciaba: “En adelante, se optará por imprimir las piezas en lugar de hacerlas representar, y el teatro desaparecerá por completo”.

Pero la situación no es satisfactoria. Todo el mundo se queja. ¿Por qué?

Primero habría que definir qué sería lo contrario de la crisis, definir la situación satisfactoria. ¿Nos faltan salas? No creo. ¿Actores? No. ¿Directores? Tampoco. ¿Piezas? Ahí efectivamente, la queja es general. Nos faltan piezas. Pero en todos los teatros hay pilas de manuscritos que esperan. Los directores os dirán: no son piezas buenas. ¿Es seguro? Y, una vez más, ¿qué número de buenas piezas serían necesarias para considerar que el arte dramático está en buena situación? En París hay cincuenta salas y se dan aproximadamente cien obras por año. Calculemos entre ellas veinte reposiciones de piezas antiguas o clásicas. Y supongamos que cada año surgen veinte buenas piezas. Eso querría decir que tres de cada cuatro teatros dan todavía piezas malas. Este término medio, insuficiente si se lo mira desde el punto de vista de los directores, se torna exorbitante si se lo mira desde el punto de vista de los autores. Veinte piezas buenas por año equivale a decir dos mil buenas piezas por siglo. ¿Sabe usted de algún siglo que haya dejado dos mil buenas piezas?

El único medio para hallar algunas piezas buenas consiste en representar muchas”.

Artículo siguienteVer sumario


www.aat.es