N.º 41La edición teatral a través de la historia

 

La edición teatral en el siglo XIX

José Luis González Subías

obra perteneciente a la colección Biblioteca Dramática

Cubierta de una obra perteneciente a la colección “Biblioteca Dramática”, propiedad de Vicente de Lalama.

El siglo XIX es el gran siglo de la edición teatral en España. Miles de textos dramáticos y lírico-dramáticos –alrededor de 20.000– vieron la luz no solo en las tablas, sino en las páginas impresas de folletos distribuidos por todo el territorio nacional, en formatos que oscilaban entre los 18×12 cms. (en 8º) y los 26×18 cms. (en 4º), aunque también era frecuente encontrar textos impresos en tamaños menores. Estos, en alguna ocasión, podían publicarse en bellos volúmenes forrados en piel española o en otras variedades de encuadernación, formando parte de tomos correspondientes a diferentes colecciones de obras dramáticas; y en otras ocasiones eran encuadernados por sus propietarios particulares, quienes pretendían así conservarlos de un modo más digno y duradero, formando lo que se conoce con el nombre de volúmenes facticios.

Durante las tres primeras décadas del siglo, antes de que una obra teatral fuera publicada, ya había recibido por regla general el beneplácito del público en las tablas o estaba dispuesta para ser representada. Posteriormente, si el autor deseaba ver impresa su creación, lo normal es que vendiera por un módico precio el derecho de su publicación a un impresor, o a veces a un librero, que luego la vendía en su propio establecimiento; aunque, en la mayor parte de los casos, el oficio de impresor y librero se aunaba en una misma persona o familia. No existía la figura del editor tal y como hoy la conocemos; ni existían tampoco colecciones de textos teatrales ni impresores dedicados exclusivamente, o con preferencia, a este tipo de literatura. Este panorama cambió a mediados de la década de los treinta, en pleno Romanticismo, con la aparición de la figura del editor de teatro, que encuentra en Manuel Delgado a su primer y más genuino representante.

Delgado profesionalizó la actividad editorial, haciendo de ella un negocio lucrativo. El editor se convertirá en una pieza clave de la naciente “industria literaria” decimonónica, y lo hará sin intervenir directamente –no fue así en todos los casos– en el proceso de fabricación y venta del libro. Tanto Delgado como los editores que pronto siguieron sus pasos, seleccionaban los textos, planificaban dónde y cómo querían que fueran impresas las obras de su propiedad y desarrollaban una estrategia comercial para su difusión y venta. Por regla general, el editor compraba a los autores los derechos de propiedad de sus textos –a veces solo se encargaba de su administración–, y los ingresos generados por estos revertían exclusivamente en él. Como propietario de las obras, encargaba al impresor o impresores con quienes trabajaba su confección, y elegía el formato y tipo de papel adecuado a sus gustos o intereses. Una vez retiradas las obras de la imprenta, se encargaba de su distribución, no solo en determinadas librerías con las que tenía acuerdos comerciales, sino también entre el mayor número de compañías teatrales posible, con la finalidad de que el texto fuera representado; para lo cual contaba con una red de corresponsales o comisionados en la mayoría de las capitales de provincia y en otras poblaciones, normalmente libreros o impresores establecidos ya en ellas.

Los acuerdos comerciales entre editores y autores podían ser variados. A veces aquellos compraban las obras ya terminadas; pero en otras ocasiones llegaron incluso a adelantar dinero al escritor a cambio del compromiso de entregar un determinado número de textos aún no escritos en un plazo de tiempo estipulado de común acuerdo. Respecto a los precios que aquellos abonaban a los autores por la adquisición de sus creaciones eran totalmente libres y dependían de muchos factores: importancia del dramaturgo, relación personal con este, número de actos de la pieza; texto original, traducción o refundición…

La edición teatral en el siglo XIX

Cubierta de una comedia perteneciente a la galería “El Teatro”, de Alonso Gullón (Madrid, Imp. de José Rodríguez, 1858, 8º).

Manuel Delgado, el más famoso e importante editor de los años treinta y cuarenta, es el creador de la primera colección teatral del siglo, la conocida como “Galería Dramática”, cuyo nombre propició que, a partir de entonces, fueran denominadas así, de forma genérica, las múltiples colecciones de teatro que surgieron en los dos últimos tercios de la centuria. Su galería, que había iniciado su andadura en 1836, fue heredada por sus hijos tras el fallecimiento de aquel en 1848; y estos continuaron con el negocio familiar, que quedaría finalmente en manos de uno de ellos, Manuel Pedro Delgado, quien pasó a ser desde 1854 propietario de los derechos de los cientos de obras que componían la “Galería Dramática”, nombre con que seguirá funcionando esta colección teatral durante el resto del siglo.

Otros importantes editores de teatro surgen en Madrid siguiendo los pasos de Manuel Delgado, creadores a su vez de nuevas galerías dramáticas; como el “Repertorio Dramático” de Ignacio Boix (1839-1842), el “Museo Dramático” (1841-1845); “La España Dramática” (1849-1881), propiedad del Círculo Literario Comercial; o la monumental “Biblioteca Dramática” (1846-1877), de Vicente de Lalama. En pocos años, Lalama fue capaz de ocupar una posición privilegiada en el mundo de la edición teatral, con una política basada en sus primeros años en la adquisición de colecciones ya desaparecidas que, con mucha rapidez, engrosaron su galería. Así ocurrió con las madrileñas galerías de Boix y del “Museo Dramático”, pero también con otras editadas en diferentes zonas del territorio español; como la colección barcelonesa “Joyas del Teatro”, propiedad de la viuda e hijos de Mayol, o la “Galería Dramática Gaditana”.

Comedia perteneciente a la galería El Teatro

Cubierta perteneciente a una obra de la Sociedad Hispano-Cubana, impresa en 1850 por la viuda de Ramón Joaquín Domínguez (8º).

Entre los nuevos editores teatrales surgidos a mediados de siglo, destaca la figura de Alonso Gullón, quien inicia su actividad en 1848, cuando funda en Madrid junto con los Sres. Luján y Franco, la “Agencia General Hispano-Cubana”; compañía editorial dedicada exclusivamente al teatro y cuya vida no va más allá de 1851. Ese mismo año Gullón se quedará como único dueño de la empresa, que se presenta ahora con el nombre que había sido utilizado con anterioridad por la Hispano-Cubana para designar su colección de obras dramáticas: “El Teatro”. Tras una nueva y breve asociación, entre 1855 y 1857, con su cuñado Prudencio Regoyos, que llegará a ser otro importante editor teatral de la época, Gullón volvería a asociarse años más tarde –en 1866– con Eduardo Hidalgo, con quien mantendría una fructífera relación comercial que se extendería más allá de la muerte de aquel en 1878, momento en que los hijos del finado quedaron al mando de la empresa. A mediados de la década de los ochenta, Florencio Fiscowich, casado a su vez con María Loreto Gullón, hija del fundador del negocio, tomaría las riendas de esta que sin duda fue la más poderosa galería teatral del último tercio de siglo, la cual, según Cotarelo, alcanzaba en 1896 la cifra de 6.000 títulos.

Eduardo Hidalgo, uno de los principales socios de Gullón, y posteriormente de sus hijos, fue propietario asimismo de una de las más prestigiosas y productivas galerías de la centuria, conocida con el nombre de “Administración Lírico-Dramática” (1860-1896). A mediados de los ochenta, iniciaría nuevas asociaciones con otros dos colosos de la edición teatral del último cuarto de siglo: Enrique Arregui y Florencio Fiscowich, propietarios respectivamente de los fondos de Vicente de Lalama y de Alonso Gullón; colaboración que fue proseguida por los hijos de Hidalgo tras su muerte.

Pero aunque el grueso de la producción teatral decimonónica se concentra en Madrid, hubo también importantes galerías dramáticas en otras ciudades de España; como las andaluzas “Galería Dramática Gaditana” (1845-ca.1854) y la “Galería Dramática Malagueña” (1854-1858); o “La Edetana” (1868-1884), en Valencia. En Barcelona encontramos asimismo algunas importantes colecciones teatrales, como “Joyas del Teatro” (1847-1853), de la viuda de Mayol e hijos; el “Museo Dramático Ilustrado” (1863-1864), editada por Vidal y Compañía; o el “Archivo Central Lírico-Dramático” (1866-1884), propiedad de Rafael Ribas. Estas galerías, al igual que ocurrió con las restantes colecciones teatrales del país, desaparecieron o terminaron formando parte, en la mayoría de los casos, de los fondos del puñado de editores teatrales afincados en Madrid que habían acaparado el mercado a finales de siglo.

La edición teatral en el siglo XIX

Cubierta de un drama perteneciente a “La España Dramática”, galería del Círculo Literario Comercial (1857) (8º).

Es este uno de los fenómenos más característicos de la edición teatral decimonónica: el traspaso de los textos teatrales de unas colecciones a otras, en función del editor propietario de los derechos en cada momento. Esta práctica hizo que, a lo largo del último tercio del siglo XIX, el número de galerías fuera reduciéndose progresivamente, y sus fondos absorbidos por un grupo cada vez más reducido de editores. Las obras propiedad de Vicente de Lalama –una buena parte de ellas, como sabemos, pertenecientes con anterioridad a otras colecciones ya desaparecidas– fueron adquiridas a su vez por Enrique Arregui; Alonso Gullón adquirió la propiedad o administración de los textos pertenecientes a la “Galería lírico-dramática de La Zarzuela” (1858-1867), fundada por los artistas-empresarios Francisco Salas y Joaquín Gaztambide, los cuales, a su vez, a través de Gullón y sus hijos, llegaron finalmente a poder de Florencio Fiscowich, propietario asimismo de los fondos pertenecientes a “La España Dramática”. Y así en tantos otros casos.

Los últimos años del siglo XIX estuvieron marcados, en el ámbito de la edición teatral, por el reinado exclusivo de unos pocos nombres, por encima de los cuales se alzaba imponente la figura de Florencio Fiscowich. Tan solo la asociación en 1890 de Enrique Arregui –propietario de la “Biblioteca lírico-dramática”, una de las casas editoriales especializadas en teatro más importantes de la España finisecular– y Luis Aruej –propietario a su vez de otra importante galería, “El Teatro Cómico”, formada como las restantes sobre la base de otras colecciones anteriores, como es el caso de “El Coliseo” (1863-1879), propiedad de Juan Manuel Guerrero– pudo hacer sombra a este coloso que, prácticamente, monopolizó la industria de la edición teatral en la España de finales del siglo XIX.

Esta situación fue aprovechada por los dramaturgos, que durante décadas habían clamado por recuperar los derechos de propiedad perdidos sobre sus obras al vender estas a los editores. La ayuda decisiva de Sinesio Delgado en favor de la Sociedad de Autores Españoles –fundada en junio de 1899– y de los derechos reclamados por estos contribuyó a sentenciar definitivamente un sistema de producción y comercialización de textos que había contribuido a crear uno de los mayores tesoros bibliográficos de la historia del teatro español. En 1901, la Sociedad de Autores había comprado ya todos los fondos de los pocos editores de teatro que aún subsistían en España, incluidos los de Fiscowich, Arregui y Aruej. Con la entrada del nuevo siglo, el período dorado de la edición teatral en España había concluido.

BIBLIOGRAFÍA
COTARELO Y MORI, Emilio (1928). “Editores y galerías de obras dramáticas en Madrid en el siglo XIX”, Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, V. 18, pp. 121-137.
GONZÁLEZ SUBÍAS, José Luis (2010). “El legado bibliográfico del teatro romántico español: imprentas y editores”, en Desde la platea. Estudios sobre el teatro decimonónico, Santander, PUbliCan, pp. 115-131.

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