N.º 1 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

Guillermo HERAS, Trilogía de ausencias; Otros rasguñosUn viaje lírico hacia las entretelas del escepticismo y la violencia

Isabel Moreno Caro
Villanova University

Guillermo HERAS,
Trilogía de ausencias; Otros rasguños (Pesadillas de Sylvia)
[Barcelona], Anagnórisis, 2012. (Textos, 18). 87 pp. 7,00 €.
ISBN: 978-84-15507-08-6. (Archivo PDF).

La editorial Anagnórisis, proyecto que encuentra su cepa en la Revista de Investigación Teatral homónima, ha desarrollado en el marco de su espacio virtual una plataforma de adquisición de libros dedicados al teatro. En esta ocasión, en el ámbito de su colección «Textos», en que da cabida a dramaturgos contemporáneos, ha recogido acertadamente dos obras de Guillermo Heras, Trilogía de ausencias y Otros rasguños (pesadillas de Sylvia), publicadas en este mismo año, 2012.

Guillermo Heras, hombre de teatro con todas las letras, goza de amplio reconocimiento en el ámbito teatral, ya que cuenta con una consistente trayectoria a sus espaldas en la que ha ejercido como director escénico, iluminador, coreógrafo, teórico, editor, gestor y un largo etcétera dramático, siendo dignas de alusión su labor al frente del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas entre 1983 y 1993 y su trabajo en el pasado como director del Grupo Tábano, así como su quehacer al frente de la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, su papel como cofundador de la Compañía Teatro del Astillero, o los numerosos galardones que ha recibido, entre ellos, el prestigioso Premio Nacional de Teatro en el año 1994. En cuanto a su faceta como dramaturgo, Heras ha publicado textos como Inútil faro de la noche, Ojos de nácar, Muerte en directo o Rottweiler, entre otros.

Las obras contempladas en este espacio, Trilogía de ausencias y Otros rasguños (pesadillas de Sylvia), son textos abiertos, escrituras que vuelan entre cúmulos de sugerencia, infiltradas de lirismo, atravesadas por el leitmotiv de la violencia y alusivas al poder de la literatura; regadas de filosofía, oníricas e intergenéricas. Son textos en los que respiran el primer Veronese, la poesía de Sylvia Plath, Artaud, Heiner Müller o Samuel Beckett. En Trilogía de ausencias, Heras dice por boca del personaje Ciego 2, que «un auténtico viajero nunca espera encontrar el horizonte» (p. 23), así que estas obras se ofrecen, especialmente la Trilogía…, como una invitación a entregarse al disfrute de la posibilidad, y transfieren al lector o futuro espectador el testigo para una interpretación íntima de lo que lee o ve. Especialmente en esta primera obra, el lector naufraga con frecuencia al intentar encontrar hilos conductores firmes, ya que a menudo las palabras se revelan en imágenes poéticas y mueven a trascender la línea de lo empírico elevando el pensamiento.

Trilogía de ausencias, en su «Primera ausencia», introduce a dos ciegos metafóricos bajo una luz cegadora que dialogan a ritmo raudo, «casi pinteriano» (Matteini, p. 6), y recuerdan la Primavera de Praga, aflorando imágenes de los tanques del Pacto de Varsovia, tanques que aplastaron a una niña y a una muñeca, o la muñeca fue aplastada por la niña, nota dominante de violencia y crueldad, semillas de ausencia. El olvido, el recuerdo a veces falseado, a medio camino entre realidad y sueño o literatura. Sobrevivimos con nuestras ausencias, la de la imaginación, la de la memoria, la de la palabra que callamos, la de los maestros homenajeados abiertamente por Heras: Vázquez Montalbán, Borges predominante, o Veronese, entre otros. El acto segundo, «La oscuridad», acentúa su lirismo al tomar prácticamente la forma de un poema, introduciendo un ritmo más sosegado; aquí, un grupo de ciegos y un viajero melancólico que rememora un pasado nebuloso e intrincado con sus lecturas, encarna momentáneamente a Edipo, sumergiéndose paralelo al personaje en una ceguera simbólica que le hunde en la sombra. El viajero se pierde, las respuestas se escurren entre sus dedos, juegos de espejos y máscaras, incomprensión del mundo que se le revela, certezas que se desvanecen estériles, prevaleciendo ante ellas el instinto. Finalmente, en «El reencuentro» el dramaturgo nos devuelve al escenario inicial, con los ciegos beckettianos y ahora también con el viajero, que viene a ofrecerles los restos de la muñeca que ha encontrado. En un regreso a la forma dialogada, en parlamentos breves que por momentos se dilatan, incluyéndose una amplia cita de «Los autómatas» de E.T.A. Hoffman: los ciegos entregan al viajero la muñeca autómata y semihumana —quizá alegoría de su propia memoria—, para que se case con ella en un clímax conclusivo, perturbador e insinuante.

Por su parte, Otros rasguños (pesadillas de Sylvia) se abre con el monólogo de una «mujer» indefinida, marcado homenaje a la poetisa Sylvia Plath y a la dramaturga británica Sarah Kane con su obra 4:48 Psicosis, en la que su autora indaga en la mente del que confunde la verdad, el sueño, las fantasías, las pesadillas… Del mismo modo, esta «mujer» de Heras intenta atravesar obstinadamente un callejón sin salida cuajado de angustia, invadido por la ansiedad que le produce la realidad frente a la tregua del sueño. El dramaturgo brilla al reflejar la actividad de una o varias mentes enfermas, expresión de pensamientos fugitivos, deshilvanados e incontrolables y retahílas de verbos, de sustantivos aislados y paralelos que se cargan semánticamente de desasosiego, dispuestos visualmente en ciertas ocasiones a modo de caída o de escalera. La mente fuera de control, hospitales, tratamientos y médicos, con la literatura y el retorno a la infancia como vías de escape. Soledad terrible y pesimista: «El futuro es una gaviota gris que con voz de gato susurra la partida» (Heras, p. 51). A lo largo de los siguientes cuatro actos, la mujer se erige en psiquiatra interrogadora de cuatro personajes, introduciendo Heras la duda de si estos son actores en el drama o desdoblamientos, voces en la mente de la mujer enferma; en cualquier caso, diálogos que viajan emocionalmente a las extrañas de estos entes que han asesinado a alguien y que a veces recitan poesía. En el quinto acto, estos cuatro personajes, Roberto, Alicia, Carlos y Raquel, reunidos en terapia de grupo, relatan sus asesinatos y motivaciones con crudeza, expresándose en ocasiones mediante frases concisas y enfáticas, explorando Heras la relación entre dolor y placer, entre violencia y frustración o estupidez. Al llegar al acto final, el dramaturgo devuelve la voz a la mujer inicial, con sus sueños, su enfermedad mental, que es la más auténtica de sus pesadillas, la que busca la normalidad, el retorno a la luz.

Trilogía de ausencias y Otros rasguños (pesadillas de Sylvia) son dos obras magníficas, deliciosamente prologadas por Carla Matteini, que ofrece una glosa de los textos perspicaz y lúcida, apuntando a que la primera es «un cuento pequeño y precioso» (p. 8), si bien siniestro e inquietante en su cierre, frente a la segunda, «más realista» (p. 5), «más directa y amarga» (p. 6) «crónica del malestar, emblema del siglo» (p. 8).

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