extra-n-1  Mujeres que cuentan [ESPECIAL AUTORAS]

 

TELÓN

Lo hecho, hecho

Yolanda García Serrano

Mi primer recuerdo relacionado con el teatro se remonta a un escenario, un bigote falso y una vara. Yo tenía 11 años, era el Alcalde de Zalamea, y lanzaba mis versos con mucha seguridad:

LOPE: Pues a decirme vení
quién es el alcalde.
CRESPO: Yo.
LOPE: ¡Voto a Dios, que si sospecho…!
CRESPO: ¡Voto a Dios, como os le he dicho!
LOPE: Pues, Crespo, lo dicho, dicho.
CRESPO: Pues, señor, lo hecho, hecho.
LOPE: Yo por el preso he venido
y a castigar este exceso.
CRESPO: Pues yo acá le tengo preso
por lo que acá ha sucedido.
LOPE: ¿Vos sabéis que a servir pasa
al Rey, y soy su juez yo?
CRESPO: ¿Vos sabéis que me robó
a mi hija de mi casa?
LOPE: ¿Vos sabéis que mi valor
dueño de esta causa ha sido?
CRESPO: ¿Vos sabéis cómo atrevido
robó en un monte mi honor?
LOPE: ¿Vos sabéis cuánto os prefiere
el cargo que he gobernado?
CRESPO: ¿Vos sabéis que le he rogado
con la paz y no la quiere?
LOPE: Que os entráis, es bien se arguya,
en otra jurisdicción.
CRESPO: Él se me entró en mi opinión
sin ser jurisdicción suya.
LOPE: Yo os sabré satisfacer
obligándome a la paga.
CRESPO: Jamás pedí a nadie que haga
lo que yo me puedo hacer.

 

Todavía me emociono al recordar los versos que se quedaron grabados en mi memoria. “¡Pues Crespo, lo dicho, dicho!”, “¡Pues señor, lo hecho, hecho!”

¿Y por qué el alcalde de Zalamea en este epílogo? Porque me parece un cierre perfecto que don Pedro Calderón de la Barca nos regala, ya que podemos relacionarlo directamente con el asunto que se ha tratado largo y tendido en las páginas precedentes.

En mi colegio todas éramos niñas y debíamos interpretar los papeles masculinos y femeninos por igual, y lo hacíamos sin complejos. Bastaba que el papel tuviera fuerza para defenderlo delante de un público, nada objetivo por otro lado, pero que tampoco aceptaría un trabajo hecho con desgana.

Nadie nos hablaba entonces de que hubiera discriminación hacia las mujeres, nadie mencionaba que si había más papeles importantes masculinos era porque había más escritores que escritoras. A nosotras nos habría dado igual mientras nos permitieran lucirnos.

Pero recuerdo con mucha claridad, tanta como tienen los versos de Calderón, que sí se hablaba de racismo, o de violencia, o incluso de pobreza, siendo como era un barrio muy humilde el de mi procedencia. En mi barrio era evidente que había cosas sobre las que debatir en clase. Pero de mujeres no. De mujeres no se hablaba. Las mujeres estaban en casa haciendo la comida y cuidando a los maridos y los hijos. Yo no tenía ninguna compañera cuya madre trabajara. Y en mi calle, las madres estaban siempre ahí, siempre disponibles. Las madres nos cuidaban con uñas y dientes. ¡Ay de aquél que insultara al hijo de otra madre! Por eso, creo, las mujeres no eran un tema de discusión.

Pero crecí y empecé a notar discriminaciones, a veces paternalistas, a veces sexualizadas, a veces sin ton ni son. Y mi cerebro, que se había desarrollado con “El alcalde de Zalamea” en su interior, se dio cuenta de que o tomábamos la justicia por nuestra mano o no nos harían caso. Y me enteré en carne viva de que nosotras no contábamos. Me enteré en el trabajo, en el teatro, en las asociaciones…

— ¿Por qué no se hace un número especial de la revista sobre las mujeres autoras?
— Cuando escribáis distinto a los hombres se hará.

Esa fue la respuesta que, con contundencia y la cabeza alta, me lanzó hace dos años un compañero de esta asociación. O sea, que seguimos teniendo un problema en el siglo XXI, porque la frase, que el autor considerará igualitaria, encierra la clave del problema: QUE ELLOS CREEN QUE NO HAY PROBLEMA.

No bastaba con la falta de visibilidad, ni con la escasez de mujeres en los puestos de dirección, ni con tantas desigualdades evidentes, algunas que incluso han levantado ampollas en las redes.

Pues bien, tuvo que venir una mujer y organizar el número especial, y obligar a que se ponga la atención, aunque sea por un instante, en las mujeres que escribimos, dirigimos o nos dedicamos a cualquier asunto relacionado con el Teatro.

Y aquí estamos, con mucho por hacer y poco arreglado. Pero todo se andará. De momento, me han permitido escribir este epílogo a modo de recordatorio de las cosas que ocurren. Ah, y tenemos una ley que nos ampara, pero es tan reciente que falta concienciación.

Gracias, Yolanda Dorado. Gracias por permitir que hoy seamos El Alcalde de Zalamea. Gracias a quienes han compartido sus impresiones y gracias al estupendo prólogo de Caballero.

Y aquí repito unos versos, por si a alguien se le pasa por la cabeza que nos estamos metiendo donde no nos llaman. ¡Pero es que sí nos llaman! Antes de acabar, pido perdón por la personalización de estas páginas, pero el tema me exigía hablar en primera persona para que no digan que digo que dicen. Solo cuento que viví y lo que viví os cuento.

LOPE: Que os entráis, es bien se arguya,
en otra jurisdicción.
CRESPO: Él se me entró en mi opinión
sin ser jurisdicción suya.
LOPE: Yo os sabré satisfacer
obligándome a la paga.
CRESPO: Jamás pedí a nadie que haga
lo que yo me puedo hacer.

Pues eso.

 

Ver sumario

 


www.aat.es