extra-n-1  Mujeres que cuentan [ESPECIAL AUTORAS]

 

AUTORAS

Que salga la autora

Ruth Vilar

Vara de Jacob

Vara de Jacob

La necesidad de reconocimiento es, en gran medida, una necesidad de absolución.

Joan Rivière, La femineidad como máscara.

 

La necesidad de reconocimiento

Sostener que la privación de un reconocimiento en pie de igualdad es la losa que sepulta la veracidad, la belleza y el valor auténticos de un sinnúmero de piezas escritas por mujeres, comporta afirmar al mismo tiempo que la labor creadora depende de la legitimación ajena y que ésta está sujeta a baremos sociales para los que las virtudes de la obra en sí cuentan menos de lo que debieran.

Sin embargo, en lo artístico el reconocimiento no es sino un efecto colateral de la creación, ocasionalmente coherente con los méritos reales de lo creado, y que en modo alguno cabe considerar un objetivo primordial o un elemento fundamental. Salvo en estadios muy tempranos de la trayectoria del artista –en los que resulta comprensible que un cierto grado de aprobación externa constituya un empuje con que afirmar el paso–, el reconocimiento es artísticamente accesorio. Desnudémoslo de una vez de la túnica iridiscente con que lo viste el pensamiento mágico, que susurra íntimamente que obtenerlo supondrá haber sido absuelto y ungido, haber accedido a la iluminación o al paraíso. Despojémoslo también de las armas que le atribuimos: tanto de la espada de la perpetuación del sistema de clases como de la hoz portadora de justicia social.

Reduzcamos el reconocimiento a lo que es: una herramienta que trae consigo visibilidad y repercusión; un útil que facilita la comunicación de la obra –favoreciendo que ésta alcance efectivamente a los receptores a los que se destinaba– y que contribuye a la supervivencia material del creador –de manera que, ¡oh, carambola!, ¡oh, prodigio!, pueda seguir creando y perfeccionando su arte–.

 

Las aduanas del reconocimiento

Retomemos nuestra reivindicación inicial: “un reconocimiento en pie de igualdad”. ¿A qué clase de igualdad nos encomendamos? El presupuesto de la ventaja biológica masculina en base al cual se establecen categorías separadas para hombres y mujeres en tantos deportes de competición, no procede aquí: ni la creación teatral es competitiva –sino altamente colaborativa–, ni en lo intelectual y artístico valen distingos. Por lo tanto, un teatro paralelo, espoleado por la discriminación positiva y marginal en cuanto femenino, se me antoja mal remedio. Si nuestra idea de paridad es cuantitativa y se cimienta en la sola noción de género, nos estaremos contentando con salpimentar graciosamente la olla que ya bulle al margen de ese valor artístico esencial.

Me refiero a la olla donde lo creado se cuece y se echa a perder en la salsa de los mecanismos de socialización y prestigio. Los mismos antropólogos, sociólogos y psicólogos que aún continúan tratando de dilucidar qué porción de la identidad femenina o masculina responde a imperativos biológicos y cuál a la imposición de construcciones psicológicas, están de acuerdo en el hecho de que la organización social humana y el reparto de tareas se ha estructurado con mayor frecuencia a lo largo de la historia atendiendo a la distinción sexual. En consecuencia, los citados mecanismos de socialización y prestigio –asociados al intercambio de favores, regalos, complicidades y gratitudes– se habrían desarrollado con mayor vigor en ambientes predominantemente masculinos. El hombre se habría adueñado de la esfera pública.

Según esta hipótesis, el escollo con que topará la creadora que salga a entregarle su obra al mundo será un entorno de carácter varonil, hermético o extranjero para ella, que la obligará a desplegar artificialmente aptitudes de gregarismo y diplomacia; esto es, le requerirá un esfuerzo de adaptación suplementario, ajeno al arte en sí mismo, y por tanto objetivamente superfluo.

Mas ¿nos frena sólo a nosotras esta barrera? ¿No expulsa también al creador que no sepa o no quiera entrar al trapo de la camaradería y el compadreo? La aduana de la socialización es constitutivamente vulnerable a las inclinaciones u obligaciones de los aduaneros. Por eso, la administración del reconocimiento –y de los recursos materiales que éste comporta– debería abandonar tales andurriales. Poco importa si los buenos propósitos y la corrección política previenen realmente nepotismos, endogamias y lealtades personales que invaden lo profesional; lo que aquí cuestiono es que lo artístico navegue impunemente al viento de lo temporal –ya sean prejuicios de género, afectos particulares, subordinación jerárquica o mercadotecnia–.

La igualdad que yo quiero mide con la misma vara el valor artístico de cada obra, decide qué eco, continuidad, espaldarazo, sitio y sostén merece, y se los concede de forma consecuente. Sea su autor hombre o mujer, dicharachero o eremita, influyente o invisible, anteponiendo el qué al quién.

Igualémonos mujeres y hombres allí, por encima del listón más alto; no aspiremos a ir sacando la cabeza en una línea de flotación corriente –o, peor aún, mediocre– compartida. Crezcamos en la obra, y en ella trascendamos. No anclemos nuestro horizonte al lugar donde otros recibieron aplausos; empujémoslo mucho más allá, hasta donde se vislumbra la grandeza artística de la obra.

 

Que salga la autora

Nuestra verdadera rebelión –dramática y humana– pasa por permitir que salga la autora. ¿Qué entiendo por permitir que salga? En primer lugar, detectar de qué modos sutiles la necesidad de reconocimiento empaña, tuerce o pervierte la naturaleza de nuestra obra, y cómo la percepción de un entorno escasamente propicio, sujeto a parámetros volubles y poco sensibles al arte en sí, envenena la fuente de nuestra creación. Luego, contener esa desvirtuación –confusa o interesada, complaciente o desesperada– y escuchar con renovada atención el mundo interior que nos condujo hasta el papel o la sala de ensayos. Finalmente, poner todo el empeño en expresarlo de la manera más veraz, bella y valiosa.

Nuestra misión es conseguir que la obra sea. Que se manifieste en plenitud, con complejidad, y que venga a alumbrar los rincones oscuros. No nos corresponde a creadoras y creadores decidir qué recepción le espera. Todo lo más, podremos acompañarla de la mano un trechito. Alentémosla y que ande el camino que encuentre. Ella misma, generosamente acogida o categóricamente ignorada, dará fe de la visión o la ceguera de esos aduaneros que en su propio tiempo se guiaron por caprichosas razones para abrazarla o rechazarla.

Que el reconocimiento sea algo deseable y digno de persecución admite objeciones sensatas; Tennesse Williams calificó el éxito que tan bien conoció de catástrofico. Pero que la creación merece, exige y recompensa una dedicación honesta de su hacedor es simplemente indiscutible.

Saldrán las autoras y saldrán los autores cuando nuestro objetivo último se ciña nada más –¡nada menos!– que a concebir y ejecutar obras vivas y sólidas capaces de agitar y deslumbrar sin distinción a hombres y mujeres.

 

Ruth VilarRUTH VILAR

RUTH VILAR (Zaragoza, 1978). Escritora, directora y actriz, miembro de la compañía Cos de Lletra. Licenciada en el Institut del Teatre de Barcelona y máster de Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra. Ha escrito una decena de obras de teatro, entre las que destacan Esa manzana amarga (Nuevo Teatro Fronterizo, 2016), Cinc vares de terra (Teatre Romea, 2015), La tràgica mort de la barbuda (Primavera Vaca, 2013) y El despiece (Obrador, 2011), así como numerosas piezas breves agrupadas en la serie Objetos punzantes (La infinito, 2016). Directora y dramaturga de La cua del Paradís de Pere Calders (Teatre de Ponent, 2013), Los niños tontos de Ana María Matute (Círcol Maldà, 2012; finalista en el Certamen de Directoras de Torrejón de Ardoz 2014) y Mañana, mañana (Teatro inconcluso) de Federico García Lorca (Círcol Maldà, 2011). Colaboradora de Quimera, ADE Teatro, (Pausa.) y Cos de Lletra Escrits Teatrals, donde ha publicado artículos, reseñas, entrevistas sobre teatro y textos dramáticos originales. Escribe habitualmente en Las uñas negras, bajo el seudónimo de Pepa Pertejo.

 

 

Artículo siguienteVer sumario

 


www.aat.es