extra-n-1  Mujeres que cuentan [ESPECIAL AUTORAS]

 

AUTORAS X AUTORES

Paloma Pedrero, aquel color de agosto

Fernando J. López

7B_PPedreroDos obras, que se atravesaron en mi camino cuando yo solo tenía quince años, son las culpables de que hoy sea dramaturgo. Una comedia negra que tuve la suerte de ver y un drama intimista que tuve la suerte de leer. Las dos llegaron a mí en el mismo año, en aquel 2º de BUP en que descubrí que el teatro me permitía empezar a conocerme y, más aún, a aceptarme, porque aquel fue el curso de las dudas, de los interrogantes, de las emociones encontradas y de asumir una adolescencia que, más que una edad, ha sido y es un modo de vida. El azar trajo a mi vida a una profesora de Literatura que nos acercó al teatro alternativo y cambió los nombres de los autores muertos que debíamos estudiar por el de las dramaturgas y dramaturgos vivos que quería que disfrutásemos. Así fue como vi Retén, un eficaz alegato antibelicista de Ernesto Caballero, y como leí El color de agosto, una profunda indagación en lo que somos y en lo que no nos atrevemos a ser que firmaba Paloma Pedrero.

Recuerdo cómo me impactó aquella lectura. Cómo me fascinaron las palabras de Laura y de María, las dos protagonistas que se reencontraban en una situación de intensidad siempre creciente, un concierto de confidencias y reproches que se desbocaba con tanta celeridad como las pinturas sobre sus cuerpos. Recuerdo cómo me enamoré de sus miserias, de sus errores, de cada una de las mezquindades que Paloma nos enseñaba con esa habilidad suya para construir a los personajes desde un espejo en el que no se renuncia a la crudeza pero donde tampoco se pierde jamás la humanidad. Sin desdén. Sin juicios morales. Dos mujeres que, como todos sus personajes, podíamos ser cualquiera de nosotros, que no solo eran testimonio de una generación, o de un conflicto concreto, sino que se convertían en símbolo de la búsqueda de uno mismo para aquel adolescente que seguía su diálogo preguntándose si, alguna vez, también tendría tanto que decir –y peor aún, que no decir– a alguien.

La omisión, el equívoco, la palabra no dicha es esencial en el teatro siempre sutil de Paloma Pedrero. Porque su poesía nace de lo que se cuenta y de lo que se calla, de ese equilibrio sutil en que se halla su dramaturgia donde el lirismo y el humor son posibles a un tiempo, donde se aúna la conciencia social con la conciencia íntima, donde la emoción es compromiso y el compromiso, pura emoción, algo de lo que da testimonio su proyecto Caídos del cielo, merecidísimo premio Dionisos de la UNESCO.

Por eso aquel adolescente siguió leyendo todos y cada uno de sus textos. Y yendo a sus funciones cuando la exigua paga semanal de aquellos años lo permitía. Porque necesitaba conocer qué otros personajes se hallaban en aquel mundo dramático, un universo poblado de seres a quienes la vida pone, como en su último estreno, Ana el once de marzo, y donde sus protagonistas han de hallar las fuerzas para reconstruirse y continuar. Quizá fue eso lo que me enamoró de sus obras: ese canto vitalista que subyace bajo el dolor, ya se hable de amores efímeros en noches urbanas o de los demonios de nuestra identidad –y de nuestra sexualidad- en piezas tan esenciales en la historia reciente de nuestro teatro como La llamada de Lauren.

A menudo los autores no somos muy conscientes de nuestras propias fuentes e influencias. Sin embargo, a mí me resulta fácil reconocer en mi escritura y en mis inquietudes esa pasión por la introspección en el abismo cotidiano que tan bien ha captado Paloma Pedrero en sus textos, esa capacidad de analizar con un bisturí el mundo de nuestro tiempo sin necesidad de caer en lo vano ni en la grandilocuencia. Me gusta que lo grave nazca de la levedad, que esa levedad sea solo aparente, que la estructura jamás resulte estridente en sus costuras y sí muy sólida en sus cohesión, que se hable de la vida sin que sea preciso subrayar las frases, porque el verbo (y el verso) de sus piezas es siempre preciso y la acción, necesaria. Teatro que se presenta esencialista y desnudo, capaz de dibujar todo un mapa de relaciones y de vidas a través de piezas que con solo dos personajes son capaces de retratarnos a todos nosotros. Piezas donde la –siempre necesaria- revisión feminista de la realidad se hace desde una conciencia crítica que analiza el papel de mujeres y hombres en una sociedad, la nuestra, donde todos somos presas de estereotipos y clichés que, como hace Pedro en La llamada de Lauren, se nos invita a romper a través del juego del teatro.

Sé en cuáles de mis textos encuentro su huella (y los post-its que llenan las ediciones que atesoro de sus obras dan fe de ello). Sé bien dónde percibo sus ecos. Y sé que el teatro de Paloma Pedrero forma parte esencial de mi educación literaria y, como todo cuanto nos sorprende en nuestra adolescencia, de mi educación emocional. Porque fue en aquel 2º de BUP, ante Laura y María, cuando intuí –y sentí– por primera vez cuál podía ser el color de agosto. Y aún hoy, –tantos años, cuerpos y agostos después–, sigo sintiéndolo.

FERNANDO J. LÓPEZ
Novelista y Dramaturgo.

 

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