N.º 58El autor teatral en las Comunidades autónomas II

RESEÑA

Los GondraTrilogía. Los Gondra

 

Cristina Santolaria Solano

 

Borja Ortiz de Gondra
Punto de Vista Editores. Colecc. Omnibus Teatro 12.
Biblioteca Borja Ortiz de Gondra [1]
Madrid. 2021

 

 

 

Vaya por delante que yo había visto y disfrutado, y mucho, con las producciones que de la trilogía Los Gondra realizaron el Centro Dramático Nacional y el Teatro Español, todas bajo la docta batuta de Josep Maria Mestres. Que más adelante sintiera interés por los textos que sustentaron estos espectáculos no hace más que evidenciar una realidad que todos conocemos: no puede alcanzarse la excelencia en una producción escénica, por mucho que cuente con solventes equipos artístico y técnico y renombrados elencos,  si esta no arraiga sus cimientos en un texto de calidad. Esto es lo que ocurrió con las puestas en escena de Los Gondra (una historia vasca), Los otros Gondra (relato vasco) y Los últimos Gondra (memorias vascas), cuyos textos, precedidos de un ilustrativo Prólogo del autor en el que da cuenta de la génesis de las obras, ahora publica Punto de Vista Editores.

La presente edición ha permitido a Borja Ortiz de Gondra recoger, si lo ha considerado oportuno, algunas de las modificaciones que se realizaron en escena, pero también mantenerse fiel a lo que fueron sus textos originales, textos ya concebidos con las premisas (número de actores, formato, etc.) marcadas desde los respectivos departamentos de producción de los teatros. Detallo estas peculiaridades porque nos hablan del sabio y profundo proceso de contención y de síntesis que ha realizado el autor para mostrar no solo más de un siglo de historia familiar, sino también del conflicto de violencia cíclica que ha aquejado al pueblo vasco, pero, por extensión, y en ello radica su mérito, lo ha convertido en un tema universal que se resumiría en “historia, perdón y olvido“, términos que dan cuenta del devenir de nuestra civilización.

Es cierto que el conflicto vasco ya había sido presentado en los escenarios por reconocidos dramaturgos (Ignacio Amestoy, Jerónimo López Mozo, Alberto Miralles, Koldo Barrena o, más recientemente, María San Miguel, entre otros), sin embargo, y es mi opinión, nunca esos textos o montajes consiguieron la repercusión que ahora ha logrado la trilogía de Los Gondra. No dudo de que, quizás, ahora ya era el momento: nuestra sociedad ha alcanzado la madurez y sosiego para enfrentar un tema tan doloroso para todas las partes, pero también es rigurosamente cierto que Borja Ortiz de Gondra ha escrito unos textos en los que, partiendo de sus propias vivencias y recuerdos, ha llegado a un universo creativo en el que ha conjugado los mecanismos que se dan cita en la tragedia griega con las más actuales formas de escritura (intertextualidad, ruptura de géneros, mezcla de planos narrativos, etc.), entreverado, sobre todo en Los últimos Gondra, con destellos de humor absurdo entre los que no faltan la parodia el sí mismo.

Dos peculiaridades más unifican las obras que componen esta trilogía: aunque los textos se escribieron, se estrenaron y se han publicado en castellano, es patente la decidida voluntad de dar cabida al euskera, lengua que contribuye a diseñar ese universo fragmentado en el que se han debatido varias generaciones de Gondras y sus alteregos los Arsuaga, lengua en la que se han expresado los Gondras más heterodoxos, los que se han quedado fuera. Iker, en Los últimos Gondra, reprocha que se haya contado la historia de los Gondra en castellano, la “lengua de los opresores“ (p.211), por lo que creo que el dramaturgo Ortiz de Gondra ha querido contar la historia de su familia y reflexionar sobre su devenir y el del País Vasco, en la medida que las circunstancias de producción (y de edición) lo permitían, en las dos lenguas, en un claro deseo de equidad, de dar voz a los que se quedaron en la casa familiar y a los que se vieron forzados a marchar. El autor se obliga a no tener una única mirada, desea enfocar el problema desde las perspectivas de todos los implicados en él. Esta imparcialidad la persigue, igualmente, el dramaturgo mediante el desdoblamiento de su personaje entre la realidad y la ficción (Los otros Gondra) y entre la vida y la muerte (Los últimos Gondras).

Dejo para el final lo que, para mí, es el gran hallazgo de Los Gondra: la magnífica dosificación de la información, propiciada por los vacíos con los que el dramaturgo se ha enfrentado a la hora de reconstruir la historia familiar, pero no nos olvidemos de que este hecho no es más que un mecanismo narrativo, puesto que no  se trata de teatro-documento, sino de una historia ficcionada.  Como en los relatos de intriga, esa carencia de respuestas, de silencios y medias palabras obliga al lector a seguir adelante, a tener una actitud totalmente activa y participativa, a indagar una respuesta en sí mismo ante las preguntas que se van planteando en el texto. Lógicamente, este aspecto es más palpable en la lectura que en la representación. El texto nos permite ‘investigar’ en los personajes y sus circunstancias, pero también “indagar“ más nítidamente en el pensamiento del autor.

Tras esta larga introducción, no me queda más que contarles cada una de estas obras, aunque, como hace Ortiz de Gondra, sin desvelar la esencia de cada una de ellas. Los Gondra, como especifica el sobretítulo ‘una historia vasca’, es la historia de la familia Arsuaga (por pudor, en esta primera entrega, el dramaturgo no ha querido hablar de ‘las miserias’ de los suyos directamente) en cuatro momentos: 2015, 1985, 1940 y 1898. Desde el presente, el autoficcionado personaje Borja, siempre abrumado por la culpa de haberse marchado, va desvelando los principales ciclos de violencia vividos por su estirpe: los años de plomo del conflicto con ETA, el final de las Guerra Civil y sus enfrentamientos cainitas, los mismos conflictos que el País Vasco y España entera vivieron con motivo de las sucesivas guerras carlistas. Como consecuencia de cada una de estas contiendas, siempre un Arsuaga, poco ortodoxo con el pensamiento que impera en la familia y siempre ‘diferente’, ha tenido que salir de la esfera familiar.

Para contestar la pregunta  –“¿Podremos olvidar ahora?”– con que se cierra Los Gondra y con la que se alude a la disyuntiva entre perdonar o seguir con el conflicto enquistado, entre guardar un silencio acusador o buscar el olvido, se escribió Los otros Gondra. Ahora (2017) la voz se da a los que se vieron obligados al exilio en cualquiera de sus formas, a los que necesitan explicar por qué actuaron como lo hicieron. La anécdota, -contada por un Borja desdoblado entre la realidad y la ficción-, las palabras no sabemos si pronunciadas o no treinta años antes en el frontón de la casa familiar (ahora sí, tras un total ‘desnudamiento’ de los Gondra) entre los representantes de dos formas de pensar, todos ellos víctimas y verdugos al mismo tiempo. Y frente a todos sus argumentos, el pasar página una vez que todos han podido expresarse, el olvido. Un olvido que viene propiciado por la experiencia de una madre cansada de ver como la violencia no acarrea más que violencia, y de una niña que desconoce los hechos del pasado.

También en una frase de Los Gondra (“No serás un auténtico Gondra hasta que no tengas un hijo”) está la génesis de Los últimos Gondra. Ahora, un Borja a la vez vivo y muerto, vislumbra cómo el enfrentamiento pervive en sus hijos, entre el que quiere rememorar constantemente los sufrimientos padecidos y la represión sufrida por defender a su pueblo, ignorando las víctimas que sus acciones dejaron a su paso, y el que quiere olvidar, el que no soporta los silencios impuestos y las miradas acusadoras, el que desea que la tragedia llegue a su fin, porque una tragedia, –con su coro en forma de “Sombras del ayer“ y su cestera ciega que vaticina el futuro–, es lo que nos ha ofrecido Ortiz de Gondra, eso sí, una tragedia de nuestros días, pero también eterna.

No puedo poner fin a estas líneas sin señalar que toda la trilogía, pero especialmente Los otros Gondra, muestran, en cierto modo, el proceso de escritura de una obra teatral, el modo en que materiales deshilvanados se van incorporando al todo que representa la obra tras mediar decisiones del escritor o elementos ajenos a él. Este mismo aspecto se vislumbra en Los últimos Gondra, donde, además, el autor hace gala de una absoluta libertad creadora, libertad que va desde la presencia de personajes que están en ese espacio indefinido entre la vida y la muerte hasta la combinación de géneros no siempre dramáticos o la presencia de personajes que, al estilo unamuniano, se rebelan contra su creador.

Como es evidente, muchas son las lecturas posibles de Los Gondra, como numerosos son los recursos utilizados por Borja Ortiz de Gondra para crear este friso concreto y universal del siglo XX.

 

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