N.º 56Director-Autor hoy

RESEÑA

 

Desde el fin del mundo, de Guillermo HerasDesde el fin del mundo
Nemo (fragmento de Verne)

 

Cristina Santolaria

 

Guillermo Heras
Eride Ediciones, Madrid, 2021

 

 

 

Cuando Guillermo Heras lleva casi medio siglo dedicado a las artes escénicas, su nombre y presencia en la escena española son de sobras conocidos por todos. Para nadie ha podido pasar desapercibida su labor como gestor al frente del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, de la Muestra de Autores Españoles Contemporáneos de Alicante, del programa Iberescena o ahora como presidente de la ADE. Tampoco nadie pude ignorar su carrera como director de escena ya desde Tábano, hasta los más de 100 títulos en su haber tanto en España como en el extranjero, pero especialmente en el área hispanoamericana. Quizás muchos conozcan su incansable labor como teórico del teatro y docente, como editor y redactor en varias publicaciones, pero quizás sólo unos pocos sepan de su ya dilatada trayectoria como dramaturgo.

Es cierto que desde su época del teatro independiente había participado, como todos los componentes de los colectivos, en la dramaturgia de los textos que se ponían en pie, como también se responsabilizó, en 1986, de la del espectáculo de investigación 1996. El mundo del fin del tiempo, dirigido por Carlos Marqueríe y que se estrenó en el Festival de Granada. Sin embargo, no es hasta 1995, cuando se integra en el grupo El Astillero, —conformado por José Ramón Fernández, Juan Mayorga, Luis Miguel González y Raúl Hernández, la joven generación de autores que en ese momento estaba “despegando”—, cuando Guillermo Heras empieza a demostrar sus inquietudes, pero también aptitudes, para la escritura, lo que por otra parte no era extraño en un hombre dedicado por completo al teatro y que había desempeñado todos los oficios dentro de él. Con El Astillero, sin embargo, se empapó de la filosofía del colectivo, una filosofía que, aun en la actualidad, 25 años después de aquella experiencia, se percibe en sus obras: la necesidad, en la escritura, de mantener un” equilibrio constante entre reforzar las propias posiciones y la disponibilidad a poner en tela de juicio la propia creación y a modificarla”. Guillermo Heras, en sus textos, no hace aseveraciones, no presenta historias cerradas con una única lectura, sino que plantea situaciones y exige al lector que se implique en un desenlace que no único.

Aunque como trabajador incansable, Guillermo Heras tiene en su haber más de una cuarentena de obras largas -aunque esto lo matizaré-  y otras tantas breves, y eso si no ha superado el centenar mientras escribo esas líneas, me quiero centrar en Desde el fin del mundo, última en ser publicada junto a Nemo, y por ser representativa de un tipo de texto en el que reincide a lo largo de su producción, lo cual es bastante difícil en el caso de Guillermo, quien parece romper los moldes temáticos y estilísticos cada vez que pone fin a una de sus obras: la variedad temática de su escritura es enorme y va desde la revisión de los mitos grecolatinos, pasando por los grandes maestros del siglo de oro español y europeo, hasta los temas de más rabiosa actualidad. Su forma, puede rozar el hiperrealismo, bordear el lirismo más extremo o practicar una escritura posdramática. La forma no importa, porque lo que le interesa es reaccionar, a veces con ironía, a veces desde el absurdo,  ante lo que le rodea, siempre con un aguzado espíritu crítico que le ha acompañado desde su etapa de teatro independiente

Centrándome ya Desde el fin del mundo, lo primero que ha llamado mi atención ha sido su reducida extensión, mucho más reducida que una obra convencional, y ello porque Heras ha sintetizado, ha destilado la esencia de la historia que nos quiere ofrecer, ha presentado el conflicto de forma clara y lo ha encarnado en sus personajes, pero después deja “vía libre”. Heras dice que la suya es una escritura de director, y contrariamente a lo que esta afirmación podría suponer, una escritura que marca la escenografía, cada movimiento, etc. en profusas acotaciones, Heras ofrece un texto “limpio” al director, que nunca ha sido él mismo, para que, a partir de lo que le ofrece, levante la puesta en escena. Como se desprende, Heras no es un autor de los que calificaríamos de “literarios”, aunque la literatura dramática de todos los tiempos la domina desde su amplia experiencia como director, del mismo modo que domina todos los resortes del escenario.

Desde el fin del mundo presenta el tema de la creación dramática, concretamente de su proceso, en el escenario inigualable de Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, escenario que no sirve más que de referente del modo de vida que ha elegido uno de los personajes y como única realidad segura de la historia que se nos presenta. Heras juega con nosotros, o más bien desea que nosotros entremos en el juego voluntariamente, activos, para intentar desentrañar el conflicto. La puesta en marcha de un proyecto dramático basado en una novela de enorme prestigio es interpretada/contada por cada uno de los tres personajes (viejo novelista, director y mujer, que ha sido pareja de los dos) de modo que, cuando terminamos la lectura, desconocemos cuál ha sido la realidad, o más bien advertimos que han sido tres realidades distintas, vividas de modos diferentes por cada uno de ellos. Sin embargo, este juego de Heras le permite ir desgranando, por boca de los tres intérpretes, lo que supongo son vivencias personales, creencias y pensamientos: allí aparecen el teatro independiente, sus protagonistas y su enraizamiento político; el éxito y el fracaso; la difícil convivencia con la pareja; el desencanto político, pero también los fastos del 92; sus dramaturgos “de cabecera” y sus preferencias literarias, incluso el hastío que puede producir la propia vida, pero, además, habla del mundo del teatro, tema, por otra parte, que ya había abordado desde otros registros diferentes en Escena rasgada, Muerte en directo, Bob Esponja y el método Stanislawski y Palabra de Galdós. Pero sobre todo, presenta mediante pincelas impresionistas su concepto de la autoría y de la dirección de escena, de la esencia del teatro, del proceso creativo, siempre subordinado a los modos de producción, etc.

Desde el fin del mundo se trata —creo yo— de un Heras en estado puro, pero que hay que saber encontrar en el juego de espejos, de ficción/realidad, que nos ofrece Desde el fin del mundo, título alusivo, cómo no, a un espacio geográfico concreto lleno de magia y de resonancias literarias, pero también a una disposición anímica, a un punto de inflexión en la propia trayectoria, desde la que se toma distancia para revisar el pasado.

En el mismo libro, y debido a que Julio Verne ya soñó con el Faro del Fin del Mundo, Heras publica Nemo (fragmento de Verne), donde, con una mirada propia y actual, se acerca a 20.000 leguas de viaje submarino para subrayar aquellos aspectos que tienen que ver, en la novela de Julio Verne, con los adelantos tecnológicos y con los problemas que se pueden derivar del maltrato al planeta por parte de lo que se denomina civilización.

 

 

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