N.º 55Autor-Director hoy

 

Pongamos que hablo
de escribir y dirigir

 

Yolanda García Serrano

 

Cada vez que decido ponerme a escribir una obra, siento que se me remueven las tripas. La alarma está conectada siempre. “Dejarse la piel en cada texto” es un tópico porque es verdad. Y solo si de verdad tienes la necesidad imperiosa de vomitar palabras en un papel es cuando te desmenuzas por dentro. Yo me he desmenuzado en muchas obras, en otras no tanto. Te sientes poderoso porque todas las palabras están dentro de ti, pero al mismo tiempo te sientes insignificante porque de cómo coloques esas palabras dependerá que tengas un buen texto o una chapuza.

Una vez que tienes una obra a la que pones punto final, sabes que el punto siempre es punto y seguido. ¿Por qué? Porque un texto teatral termina cuando se representa sobre un escenario. Y ni siquiera, porque a veces la reescritura trasciende al estreno. ¿Pero qué ocurre cuando tus palabras son dichas por actores que interpretan a tus personajes? Que antes han pasado por la lectura y el análisis de la persona que ha dirigido el montaje. Y ahí es cuando me entran las dudas. ¿Debo dirigir o dejar que dirijan?

La llamada es del todo inadecuada, 1985

La llamada es del todo inadecuada, 1985 1

Mis primeras incursiones en la escritura teatral fueron fruto del atrevimiento de la juventud, escribía para escribir, porque me apasionaba crear desde la nada buceando en mis latidos. No me planteaba qué haría con esos textos, yo era feliz teniéndolos. Tampoco estudié dirección, así que no tenía en mente la opción de que esas obras fueran dirigidas por mí, que era quien las había escrito. De ese modo llegué a distintas situaciones que han ido conformando la autora que soy, a veces también la directora. Cuando era alguien ajeno a mi texto quien dirigía, yo soltaba y ese otro atrapaba después la idea y la llevaba al escenario. Eso te deja siempre al borde del abismo, un abismo al que has llegado dejándote la piel y un poco de tu esencia. Ahí están tus ideas, tu punto de vista, tus emociones. ¿Cómo saber si el director o directora va a estar en tu misma onda? Incluso ¿cómo saber si el otro va a engrandecer tu texto o lo va a pisotear con su propuesta? Porque puede pasar cualquier cosa si dejas que tu criatura se vaya a vivir con esa persona. A mí este tema me genera más dudas que certezas porque he tenido experiencias de todo tipo. A veces me han dado ganas de gritar de espanto al ver la representación. Otras veces he reconocido en la puesta en escena méritos que no estaban en el texto. La siguiente pregunta que me hago es si merece la pena correr el riesgo o mejor asegurar tu dirección y acabar con la discusión que mantengo conmigo misma. Sigo dándole vueltas sin llegar a una respuesta que me convenza. Lo cierto es que nadie sabe más de tus personajes que tú mismo. Y también es cierto que la dirección no se basa solo en saber.

¡Qué asco de amor!, 1998

¡Qué asco de amor!, 1998 2

La primera persona que me dijo abiertamente que debía dirigir mi texto fue Jesús Campos, al participar en un taller de autores-directores. Debíamos escribir y dirigir nuestra obra. Y como yo cobarde he sido para muy pocas cosas, acepté la propuesta. De ahí nació “La llamada es del todo inadecuada”, que acabó estrenándose en el Círculo de Bellas Artes. Debo reconocer que ese texto tenía un tono difícil de explicar desde la escritura, así que fue un privilegio que me invitaran a dirigirla incluso antes de que estuviera escrita. El resultado, bueno o malo, era exactamente el que yo pensaba. Y esa fue la espita que abrió el gas para futuras direcciones propias. Es decir, la dirección me vino como una propuesta del creador de ese taller. A partir de ahí, siempre tengo en la cabeza que dirigir es una opción. No lo llevo hasta el extremo de impedir que otros dirijan mis textos, pero es reconfortante saber que puedo hacerlo siempre que se den las circunstancias adecuadas.

De hecho, intento, desde las acotaciones, dar la máxima información del tono que espero que se logre con un texto escrito por mí. Creo que ahí se pueden dar las pautas necesarias para que la dirección se acerque a lo escrito. Os dejo algún ejemplo:

 

Dónde pongo la cabeza

Ese texto, de difícil tono para alguien ajeno a él, necesita para ser montado conocer a fondo qué ha querido decir la autora, en este caso yo. Hablar de malos tratos desde el humor negro era un reto, pero también suponía un riesgo. Yo intenté dejar claro desde la escritura cómo quería que se dirigiera. Comienza así:

EVA tiene una edad indefinida, no porque no sepa ponerle una fecha a su carné de identidad, sino porque la vida la ha llevado por tantos vericuetos que a estas alturas podría tener treinta o cuarenta, incluso más, incluso menos.
Se dirige al público desde el centro del escenario, que está preparado para albergar distintas localizaciones, dependiendo de dónde estén los protagonistas.
Tras Eva, dos sillones. En uno de ellos espera sentado Óscar, muy muy atractivo. Un hombre que podría engañar a cualquiera.

EVA.- Me llamo Eva. Como la primera mujer. La primera mujer que aparece en… ya saben… Pero no soy la primera que puede contar este caso. En realidad, tampoco me llamo Eva, sino Evangelina como mi abuela materna. Mi vida empezó hace tiempo, ya no soy una niña como pueden observar, aunque soy más joven de lo que aparento. Pero ahora quiero hablarles de la vida que me ha tocado vivir junto a Óscar. Ay, Oscar. Ya me lo habían advertido mis amigas… “Óscar no es de fiar. Óscar te va a dar más disgustos que alegrías. Óscar tiene muy buena planta, pero…”
Pero mejor que sepan la historia desde el principio. Yo venía de una relación espantosa y entonces le conocí. Ahí mismo, un día cualquiera de marzo.

Eva se sienta frente a Óscar.

EVA.- (al público) ¿Verdad que es guapo? No es un eximente, pero pónganse en mi lugar.
Sola, dolida… imbécil, sí, imbécil también. Pero sobre todo sola.

Ambos esperan en la consulta de un médico. Se vigilan el uno al otro, al principio disimulando, poco a poco con más descaro.

Quería dejar claro que Eva venía de sufrir malos tratos, pero no lo puse tal cual, solo que venía de una relación espantosa. Podría ser que su anterior pareja la hubiera decepcionado, que hubieran acabado de manera tempestuosa, no necesariamente por culpa de los malos tratos. Para mí estaba claro que era una mujer herida que se encontraba con un depredador. Pero eso lo sabía solo yo. ¿Era necesario ser explícito?

La escena seguía así tras una breve presentación de los personajes:

EVA.- Yo bebo.

ÓSCAR.- Yo no.

EVA.- Pues habría jurado…

ÓSCAR.- Pues no. Yo maltrato.

EVA.- ¡Vaya!

….

ÓSCAR.- Pero lo voy a dejar.

EVA.- Yo también. Así que dejaré de beber.

ÓSCAR.- Y yo de insultar.

….

ÓSCAR.- ¿Me dejas que te invite?

EVA.- No voy a beber.

ÓSCAR.- Un café.

….

EVA.- ¿Y cancelar la cita? No sé…

ÓSCAR.- ¡No seas gilipollas!

EVA.- Tienes razón.

El hombre se levanta. La mujer también. De pronto recapacita.

EVA.- Me has llamado gilipollas.

ÓSCAR.- Lo sé.

EVA.- No, es que pensaba que a lo mejor no te habías dado cuenta.

ÓSCAR.- Sí, sí, nada más decirlo.

EVA.- Es tremendo.

ÓSCAR.- Pues así empecé.

EVA.- Me gusta la gente sincera.

ÓSCAR.- Y a mí las mujeres valientes ¿vamos?

EVA.- Vamos.

Y salen los dos de la consulta.

En mi cabeza, Eva acaba de caer en la trampa. Y si ella no se ha dado cuenta, va a lamentar dentro de poco haberse ido con ese individuo de la consulta.

¿Habrá quien piense que me estaba burlando de los malos tratos al darle un tono ligero al texto? Nada más lejos de mi intención. Escribí con todo el dolor y el desgarro que llevo acumulados desde que tengo uso de razón. ¿Entonces cómo le explicas a un director o directora ajeno a ti lo que has querido contar? En ese momento la autora se pelea con la directora que lleva dentro y le dan ganas de no soltar a su criatura. El resto de la obra se iba ensombreciendo, sin dejar a un lado el humor negro. Se podía optar, pues, por incidir en el humor o en el drama. Y eso lo decidía la persona que iba a dirigirlo. El resultado fue coherente con el texto, respetuoso al máximo, pero me he preguntado muchas veces qué habría elegido yo si hubiera sido la directora. Creo que esa es la mayor incógnita entre escribir y dirigir, la pregunta que siempre sobrevuela el texto: ¿cómo lo habría dirigido? ¿Qué habría cambiado en relación con lo que ya había visto sobre el escenario? ¿Le habría dado otro tono? ¿Habría llevado a los actores por caminos distintos? De momento me quedo con la interrogante y el recuerdo de lo que fue. Pero siempre hay algo dentro de mí que me hace pensar que dejo a mis obras huérfanas cuando las pongo en otras manos, independientemente del resultado. Quizá algún día tenga la oportunidad de comprobar qué habría pasado dirigiéndola yo, porque lo bueno del teatro es que es algo vivo que puede volver a existir. No hay teatro muerto, hay teatro que resucita cada tanto.

Lo que más me fascina de esa parte de la creación, la parte de dirigir, es el contacto con los actores. Ellos son los responsables de darle voz y cuerpo a los personajes, de poner voz y emoción a las palabras que has escrito. A veces, emociones que se descubren a través del montaje y la plasmación de las escenas. Ninguna obra es igual interpretada por distintos actores. Pude comprobarlo, esta vez sí desde la dirección, con mi texto “¡Corre!”

¡Corre!, 2016

¡Corre!, 2016 3

La obra, estrenada con dos protagonistas diferentes y la misma directora y autora, que soy yo, tuvo diferencias notables entre el primer y el segundo montaje. Parece extraño, pero no lo es tanto si tienes en cuenta que la interpretación es fundamental. Os dejo el segundo ejemplo:

 

¡Corre!

El tono de este texto es más evidente que el del anterior. Dos hermanos, un delincuente y una profesora, se encuentran en la cárcel donde él cumple condena. Nada invita al humor, al contrario. La hermana es una mujer que sufre con la situación del hermano, al que lleva años viendo caer una y otra vez en lo que él llama “mala suerte”.

La sala está acondicionada para que los presos se encuentren con sus familias.
Emma espera a que aparezca su hermano. Intenta no estar nerviosa.
Kico entra en la sala con una sonrisa en la boca; se alegra al verla.

KICO.- Me dijiste que no volverías. Pero me alegro mucho de que estés aquí.

El chico lleva el pelo un poco más arreglado que la última vez. Se nota el esfuerzo por parecer aseado.

EMMA.- Ya hay una oferta por el piso. Creí que íbamos a tardar más en venderlo, pero…

KICO.- Joder, ni un beso siquiera…

Kico se adelanta y le da un beso en la cara. Emma le corresponde. Se sientan. Por un instante parecería que se van a coger de las manos. Pero no.

EMMA.- Te traerán los papeles para que firmes y podamos vender.

KICO.- Ya verás cuando salga de aquí.

EMMA.- ¿Tú sabes lo que he echado de menos tener un hermano normal, una cuñada, unos sobrinos…?

KICO.- Tan normal no voy a ser; tan normal me vuelvo loco.

EMMA.- Tu ya te has vuelto loco mil veces.

KICO.- Vale, pero antes tienes que hacerme un favor. 

EMMA.- Ya empezamos.

KICO.- Es uno pequeñito. Muy pequeñito, que no te va a costar nada. Escribir una carta a la asistente social. Me estoy portando de puta madre. Puedes preguntarlo.

EMMA.- (Señalando las muñecas) Ya. ¿Y esas marcas?

KICO.- De un chungo que tuve en mi vida anterior. Ahora soy hasta majo. ¿Vas a escribir?

EMMA.- ¿Cuántas veces he dado la cara por ti, Kico…?

KICO.- ¡Joder, ¿qué te he hecho ahora?! ¡Sólo es una carta!

 

EMMA.- ¿Y qué le pongo? Mi hermano es buenísimo. Vamos a rezar usted y yo para que no se le crucen los cables.

KICO.- ¡Qué cabrona eres!

EMMA.- Antes de venir me lo venía diciendo yo sola en el autobús: trátale como si nunca hubiera hecho nada malo.

KICO.- Si te fallo, puedes mandarme a tomar por culo para siempre. Te dejo que me des una hostia incluso. Pégame ahora si quieres. Por adelantado.

EMMA.- Deja de decir gilipolleces. 

KICO.- Pégame. Si así te quedas tranquila… por lo que te he hecho todos estos años.

Conozco a estos personajes como si los hubiera parido. Ah, es que los he parido, me acabo de dar cuenta. Pues este Kico del primer estreno fue distinto al del segundo. Tenían las mismas acciones, las mismas frases, pero el actor no es alguien amorfo a quien tú moldeas con tus manos. Lo que haces es recoger su energía y dar las pautas para que la coloque en las frases que tiene que interpretar. Y los dos fueron magníficos Kicos, emocionantes y realistas. Pero uno era más gamberro y el otro más oscuro. Los dos tremendos en su pena. Y yo tuve la gran suerte de vivir en primera persona cómo mi texto era interpretado desde diferentes puntos de vista. Eso solo lo experimentas si diriges. El resultado fue, en ambos casos, el que yo quise, el que imaginé en mi mente y mis entrañas. Ese placer no tiene nombre, pero si fuera Teresa de Jesús, podría decir que entré en éxtasis. La primera y la segunda vez. Con la hermana me ocurrió una cosa especial. Yo, desde la escritura, la imaginaba seca y borde. La actriz, que fue la misma en ambos casos, me devolvió una Emma sufriente, con las heridas en carne viva y rota de dolor por su hermano delincuente. Quizá otro director la habría obligado a ser más entera, no lo sé, pero a mí me atrapó su delicadeza y fragilidad. Esa Emma me conmovió más de lo que imaginé escribiendo el personaje.

Llegados a este punto, es evidente que ni sé más que al empezar a escribir esta especie de confesión, ni me ha quedado más claro si limitarme a los textos teatrales o encargarme de su dirección al mismo tiempo. Porque ¿qué me he perdido al dirigir ¡Corre!? También me queda esa curiosidad, la de la mirada del otro.

Halma, 2019

Halma, 2019 4

Me gusta pensar que soy la dueña de mis acciones, igual que soy responsable de las palabras que he puesto en mis textos. Por eso a veces decido que dirijan otros, doy permiso para que entren a saco en mi casa teatral y miren debajo de los muebles. Quizá esa persona encuentre tesoros ocultos en el texto que ni yo misma soy consciente de haber escondido. Pero directores hay muchos, cada uno con sus maneras, algunos que gustan de hacerse notar por encima del texto; otros, que se dejan llevar sin mucha convicción. Algunas personalidades se convierten en tormentas que arrastran las palabras hasta hacerlas desaparecer. En esos casos, el autor desaparece con las palabras. En cambio, hay directores que se muestran generosos y colaboradores, curiosos y responsables. Y entonces la obra vuela y crece. Porque yo pienso que un texto es algo vivo que despide emociones, y el trabajo de dirección consiste, entre otras cosas, en poner esas emociones en pie. De ahí que si eres tú quien lo ha escrito, sabes mejor que nadie qué hay en el subtexto, a qué huele el texto, de qué está alimentado, cómo nació y creció. Solo el autor sabe, los que vienen después imaginan o inventan. ¿Y es eso malo? No lo tengo claro. ¿Ven cómo vivo en la dicotomía autora-directora?

En cualquier caso, no voy a dejar de escribir. Lo haré pensando que la obra merece ser puesta en pie, por mí o por otra persona. En realidad, yo escribo para el público, así que me resulta incoherente poner barreras al proceso de dirección. Si uno es capaz de donar su sangre por los demás, ¿no voy yo a ser capaz de prestar un texto? Sigo escribiendo mientras dudo. Y mientras dudo, me despido.

 

 

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