N.º 55Autor-Director hoy

 

Dramaturgia extranjera

El teatro de Franco Molè
Un acto de amor que dura toda la vida

Ferdinando Ceriani[1]

 

1967. La cultura italiana está en fermento. Se respira un aire nuevo, chispeante y revolucionario. Todo debe ser subvertido, también el teatro. Así escribe Edoardo Fadini en La Stampa:

Se inaugura en Ivrea el Congreso para un nuevo teatro promovida por críticos, directores y actores que firmaron el manifiesto por un nuevo teatro que apareció en la revista Sipario. Participaron, entre otros, Alberto Arbasino, Corrado Augias, Carmelo Bene, Marco Bellocchio, Antonio Calenda, Liliana Cavani, Leo de Berardinis, Roberto Guicciardini, Emanuele Luzzati, Franco Molè, Franco Quadri, Luca Ronconi, Edoardo Sanguineti, Aldo Trionfo…

Ahí están, las nuevas promesas del panorama teatral italiano (y no solo teatral, ya que muchos irán pronto a trabajar en el cine). Abandonan polémicamente los escenarios de los teatros oficiales para cultivar espacios alternativos en salas pequeñas, sótanos y garajes. Esto es lo que un célebre crítico de la época, Ghigo de Chiara, del periódico L’Avanti, rebautizó, en Roma, «el complejo del sótano». Como una forma de gruyere, ya muy perforada por catacumbas y alcantarillas, la Ciudad Eterna parecía por esos años querer reescribir sus memorias del subsuelo. En esos sótanos, a veces en orgulloso aislamiento, frente a jóvenes furias desaliñadas y ateridas, las nuevas vanguardias experimentaron, al principio, de manera emocional, ocasional, para luego hundir lentamente sus raíces en un terreno más sólido y compacto, lo que permitió desarrollar ciertas percepciones y experiencias cotidianas.

Caravaggio, de F. Mole, 1978

Caravaggio, de F. Mole, 1978.

Es este el clima en el que nace artísticamente Franco Molè (1939-2006), entre los exponentes de relieve de este “nuevo teatro”, dramaturgo, director de escena, actor e infatigable promotor del Teatro Alla Ringhiera de Roma (cuyo nombre es un homenaje al teatro que che Václac Havel fundó en Praga). Pero el teatro de Molè, era poco menos que un sótano: planta baja, siete contraventanas que daban a la calle y cuatro puertas grandes que daban al patio interior; no era incómodo, no estaba húmedo, era acogedor, estaba bien decorado, era luminoso. Simplemente un pequeño teatro con 99 asientos, cuya sala, de estructura tradicional, escenario y platea separados por un telón, podía adaptarse a las diversas necesidades de puesta en escena. Para quienes no estén familiarizados con Roma, se encontraba a medio camino entre la cárcel de Regina Coeli y Porta Settimiana, a la sombra del Gianicolo y del roble de Tasso, junto al Palazzo Corsini y frente a la Villa Farnesina, a un tiro de piedra del Tíber y de las secuoyas del Jardín Botánico. Cualquiera que desee buscarlo hoy, sin embargo… Eso es, ya no está.

Cena Cypriani (1982), de G. Immonide

Cena Cypriani (1982),
de G. Immonide.

Era 1968 cuando Molè lo inauguró con un nuevo texto suyo, Concerto Grosso per Brugh, después de su estreno absoluto como dramaturgo en Roma, tres años antes, en el Teatro Eliseo, con Evaristo, montaje que reveló al público capitolino un jovencísimo Thomas Milian recién salido del Actor’s Studio de Nueva York e inmediatamente reclutado por Luchino Visconti. Encontrar una definición exhaustiva para Molè es labor ardua. Muchos lo han intentado. Los críticos de la época, por ejemplo: «Es un autor que no se permite concesiones» (Massimo Dursi – Il Resto del Carlino); «de Molè puede decirse que desdeña el éxito. No le interesa el aplauso. Prefiere la atención» (Giovanni Mosca – Il Corriere d’Informazione); «con Molè, por lo menos, tenemos el gusto de la sorpresa…» (Aldo Trifiletti – La Voce Repubblicana); «Franco Molè está hambriento de teatro» (Ettore Zocaro – Momento Sera)… Quizá, para ofrecer un retrato plausible, haría falta el encanto y la frescura del extraordinario artista que fue Aldo Palazzeschi, para escribir dignamente la fábula de Molè. Para los amigos, sencillamente Franco, un cándido   enamorado de la escena dramática, que un buen día, decepcionado por los ejercicios retóricos de sus más ilustres colegas, alquila una especie de cuchitril en la via dei Riari y funda la Compagnia alla Ringhiera, montando, desde la noche de la inauguración, en ese lejano 1968, algunos de los espectáculos más vivos y estimulantes, presentados entre debates e incomprensiones desde la vanguardia. El caso Molè incita casi con prepotencia a señalar una manera antigua y a la vez nueva de servir al teatro. Esto es, desde la humildad, animados por una dedición completa y un espíritu de sacrificio al límite de la consunción física.

Pero tal vez la definición más exacta nos la sugiera uno de sus personajes, Michele, el protagonista de una de sus piezas más exitosas, Caravaggio, representado durante más de una década, un montaje de paisajes y luces que desvelan la Roma del XVI por la que se movía Michelangelo Merisi:

Quería decirle a alguien lo que pensaba sin reñir. Quería decirle a alguien que soy un buen pintor que nadie conoce, que pinto mejor que nadie, que quiero hacer un fresco del tamaño de la pared de Santa Maria In Trastevere, ¡que quiero impresionar a todos con la novedad de mi propuesta! Que quiero involucrar la vida real, la de todos los días, que quiero capturar en el lienzo la misma luz que vemos cada mañana, al abrir los ojos. Me gustaría decirles a todos que los santos eran gente como nosotros, cansados, feos, sucios, sudorosos, malolientes, que nadie ha ido nunca al cielo, ¡que el cielo no existe!

Este, sí, este era el espíritu de Franco Molè.

Molè nació en Terni, en 1939. Tras cursar estudios clásicos y jurídicos, da comienzo a su carrera teatral con un grupo universitario y estrena como autor gracias a Ruggero Jacobbi en el Eliseo de Roma. Entra en el equipo  directivo de la Associazione Nuovo Teatro en Ivrea. Forma parte de la redacción de la revista Teatro junto con Ettore Capriolo, Franco Quadri, Edoardo Fadini y Giuseppe Bertolucci. Dirige el Teatro Studio de la Università de Urbino con Luciano Codignola y Mario Missiroli y funda, en Roma, el Teatro Alla Ringhiera.

Madame Bovary, de G. Flauvert. 1978

Madame Bovary, de G. Flauvert. 1978.

Recuerda el editor Giuseppe Paolo Samonà, el primero en publicar algunas de sus piezas, en el prólogo del libro Affacciati alla Ringhiera:

Querido Franco, creo poder decirte, sin dudarlo, que el día de nuestro primer encuentro me pareciste poco menos que un loco. Sí, loco, has entendido bien. Después de todo, estaba un poco avisado en este sentido. Me habían llamado por la mañana diciendo: Hay un tipo extraño que viene de Terni y tiene muchas ganas de hablar contigo esta tarde. Lo acompañan otros amigos que también son un poco extraños. Pero me parecen buena gente…

Ahora no recuerdo todos los pormenores pero algunos sí, de forma fotográfica. Por ejemplo: en un momento determinado, para explicar mejor cierta idea de la relación entre palabra y acción, empezaste a subir y bajar por la escalera que conducía al entrepiso. Parecías tan poseído por esa demostración que por un momento temí que, para ser más claro, te lanzarías al vacío. El encuentro, en cambio, finalizó sin eventos traumáticos y con el compromiso de volver a encontrarnos pronto. Los dos estábamos algo sugestionados, si es cierto que en unos días decidimos que publicaríamos la biografía y las obras teatrales de ese joven genio… Y luego con mi socio Giulio Savelli llegamos a la conclusión de que en nuestro oficio, ¡lo normal era entrar en contacto con gente de todo tipo!

La historia de Franco Molè es la historia de su teatro y de su compañía, la Compagnia “Alla Ringhiera”, con la que realizó más de un centenar de montajes, pasando de los espectáculos de vanguardia como Settanta volte Sette (1965), Il Giudizio del Dente (1966), Le Armonie (1966), Laudomia (1968), Il Maschio educato (1970), todas piezas de Molè, a la commedia dell’arte con L’Estate di Monna Lisa (1974) perteneciente al gran repertorio del antiguo Teatro all’italiana, al teatro medieval con la Leggenda di Tomaso (1973) resultado de una reelaboración de textos medievales de las tradiciones populares de la región italiana Abbruzzo, a las representaciones sagradas con las puestas en escena de Cena Cypriani (1982) de Giovanni Immonide (¡enteramente en latín!) y la Rappresentazione di Giovanni e Paulo (1987) de Lorenzo de’ Medici, a la relectura de grandes obras maestras de la literatura mundial como L’amante di Lady Chatterley (1972) y Madame Bovary (1978), al teatro político con Kennedy (1974) de Luigi Preti y Molte voci intorno ad Oreste (1969) de Molè, sobre la historia del Movimento Studentesco romano, a las vanguardias teatrales europeas con los espectáculos Il Supermaschio (1969) de Jarry e que estuvo de gira durante diez años, hasta llegar a las obras maestras de Molè, Evaristo (1965), Charles del Divino Amore (1971), Caravaggio (1978), , que se representó por toda Italia

Si te conquisto a ti, conquistaré el mundo. Con mis matemáticas te mostraré las pocas cosas con las que se podía fantasear. Te imitaré en todo. Te indicaré el camino más allá del cual no podrás ir. Te mostraré que ya no estamos rodeados de rincones oscuros por descubrir, sino de la nada absoluta más iluminada. Sólo habrá una dirección a seguir y te mostraré cómo iluminarla lentamente y quizás ese camino sea infinito. Aparte de eso, no hay salvación. Para nadie. Debemos resignarnos a encaminarnos todos hacia ella. La ciencia lo impone. Y convenceré al mundo entero de que nos siga. Va a ser duro pero lo conseguiremos. No hacen falta órdenes. No hacen falta armas. No hacen falta cárceles. No hacen falta gobernantes. No hacen falta profesores. No hacen falta leyes. ¡No hacen falta dioses! (Se toca la cabeza.) Sólo hace falta esta, esta, esta, esta… Todos tienen una, pero no lo saben, no lo saben… (F. Molè, Evaristo)

Evaristo es una de sus piezas más exitosas, contando nada menos que con veinticuatro ediciones y reposiciones a lo largo de toda la península, una impetuosa interpretación del personaje histórico francés Evariste Galois, genio de las matemáticas, revolucionario y republicano, que peleó contra la monarquía de Luis Felipe de Orléans, muerto a los veinte, en 1832, en duelo (o posiblemente matado por la policía).

I Cenci (1970), de Antonin Artaud

I Cenci (1970), de Antonin Artaud.

Se peculiar amor por Francia y su historia se renueva en dos textos que marcaron su carrera y sus éxitos, igualmente consagrados a sendas figuras borderline: Charles del Divino Amore, Premio IDI – St.Vincent como mejor novedad dramatúrgica, recorre la vida del ex oficial francés Charles de Foucault, quien pasó de una existencia licenciosa a una de eremita y apóstol de África del Norte, fundador de la orden de los pequeños hermanos de Jesús, y Lautrec, una giornata alle folies, que junto con Caravaggio, es una de sus mega-producciones con más de 25 actores en escena, un enorme fresco del París de finales del siglo XIX, protagonizado por el pintor Toulouse Lautrec y por el Moulin Rouge.

Lautrec. Hay que estar borrachos. Eso es todo. No estoy loco. Estar borrachos es el único problema. Para no sentir la horrible carga del tiempo que te quiebra y te doblega hacia tierra, necesitáis emborracharos sin tregua…
Jane. ¿Pero con qué, no sabes que te hace daño?
Lautrec. ¿Con qué? Vino, poesía o virtud, como queráis, ¡pero emborrachaos!”

(F. Molè, Lautrec, una giornata alle folies)

Seguramente durante toda su vida, Molè se ha emborrachado de teatro, de teatro y libertad. Un poco como sus personajes, siempre ha sido alérgico a las componendas, rechazando desdeñosamente el aburguesamiento y reivindicando su independencia creativa que, paulatinamente, el mercado y la política cultural le fueron erosionando, limitando cada vez más su radio de acción.

Jourdan. El mundo mata a sus mejores hijos. La humanidad no tiene piedad hacia quienes son demasiado honestos. No tolera términos de comparación. Para quienes dicen la verdad, para quienes quitan las ilusiones, para quienes transforman la esperanza en la desesperación de sus propios limites, no hay aire disponible.

(F. Molè, Evaristo)

Otra vez conviene acudir a las palabras del prólogo de Giuseppe Paolo Samonà:

Querido Franco, la verdad es que tú no solamente estás hecho a tu manera, sino que cuando lo haces a la manera de otros, ya no disfrutas (algo muy feo para quien tiene que entretener al público: sea con el Hamlet o con el varieté, da lo mismo). Entontes puede decirse que te has mantenido independiente más por necesidad que por mérito propio… Algo sobre tus obras, sin embargo, sí quiero decir. Algo sobre lo que durante tantos años – y tantos y tantos cambios, incluso tuyos – no ha cambiado. A saber, tu ser esencialmente un moralista, que domestica su rabia o, mejor dicho, la hace aguantable y comestible, narrando y poniendo en escena sus causas y sus fines.

Contar una vida en pocas páginas es difícil. Siempre se tiene la sensación de olvidar algo, quizá lo esencial, porque el teatro es vida y hay que vivirlo con y a través de los cuerpos. Hoy Molè y su teatro ya no están pero, por suerte, sí están sus piezas, que siguen hablándonos y esperan a jóvenes directores de escena capaces de interpretarlos y hacer que cobren nueva vida.

 

Lautrec, una giornata alle folies (1980), de F. Mole

Lautrec, una giornata alle folies (1980), de F. Mole.

El Teatro Alla Ringhiera cerró en los 90. Franco, huérfano ya de su casa, intentó recorrer el camino de lo comercial para sobrevivir y, salvo algún raro coletazo, ninguna de sus propuestas estuvo ya a la altura de su historia. Solo, no había conseguido promover esa aceleración necesaria para rehuir las trampas estancadas de la rutina: ¿no lo consiguió o no se podía? Cualquier ilación es legítima. Por otro lado, ya empezaban a escasear los espacios para los grandes críticos en la prensa, y Molè vivía fundamentalmente de la crítica. Los operadores culturales que adquirían las novedades que sabía confeccionar ya no querían correr ningún riesgo.

Lautrec. Amigos, parto ya, parto, lejos, nos volveremos a ver no sé dentro de cuánto tiempo. Adieu Sarah Bernhardt del mercado de abastos, adieu Jane. Venid a verme amigos, ¡venid a verme cuando vuelva de mi largo viaje de exploración!”

(F. Molè, Lautrec, una giornata alle folies)

¿Y entonces? ¿Qué es lo que podemos sacar de esta historia?

25 textos originales propios, 15 adaptaciones, más de 80 montajes, 2529 representaciones, 369 plazas visitadas en Italia y Europa, 3 volúmenes sobre la historia del Teatro Alla Ringhiera, decenas de tesis en la Universidad.

A cada una de estas propuestas, la Ringhiera y Molè ofrecieron su honestidad intelectual, su preparación profesional, provocación y escándalo, señales inequívocas de teatro y magia escénica.

En debate público Vittorio Gassman y Giorgio Albertazzi se quejaron del hecho de que a la escena italiana le faltase azufre. Este es el olor que se huele hoy al hojear los textos de Franco Molè.

Brugh. Entonces, ¿te vas?
Nordia. Lo intento. ¿Me dejas los papeles?
Brugh. No.
Nordia. Falta poco y me despido de ti.
Brugh. Bueno, te cuento otra historia.
Nordia. ¿Esta también es verdadera?
Brugh. ¡Esta nunca lo ha sido!
Nordia. ¿Qué historia es?
Brugh. La historia de mi éxito.
Nordia. Debe de ser graciosa.
Brugh. Depende. Pues mira, yo me subí al podio y nada más darme la vuelta hacia el público, vi un mar de gente esperando que empezara a tocar. No se oía el vuelo de una mosca. Luego el concierto envuelto en una niebla, como en éxtasis. Y finalmente un mar de luz dio paso a los aplausos, largos, interminables, vigorosos, exaltadores, eternos…
Nordia. Eternos, ¿cuánto?
Brugh. No sé, todavía siguen…

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Ceriani, Ferdinando, Molte voci intorno alla Ringhiera, Roma, Bulzoni, 2001
Molè, Franco, Evaristo, Roma, Samonà e Savelli, 1965
Molè, Franco, Charles del divino amore, Roma, Samonà e Savelli, 1967
Molè, Franco, Il maschio educato e Molte voci intorno ad Oreste, Roma, Samonà e Savelli, 1973
Molè, Franco, I giorni della luna, delle nevi e dei grilli / Teatro 1964-1989, Roma, Bulzoni, 1989
Tambini, Donatella, Affacciati alla Ringhiera, Venezia, Torre di Babele, 1986

 

 

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Notas    (↵ Volver al texto returns to text)

  1. Traducción del italiano al castellano por Simone Trecca.↵ Volver al texto

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