15N.º 53La autoficción teatral

 

RESEÑA

Cartas de amor… después de una paliza. La puta de las mil noches. Whats/AppCartas de amor… después de una paliza. La puta de las mil noches. Whats/App

Jerónimo López Mozo

Juana Escabias,
Ediciones Catedra, Letras Hispánicas, 2019

 

 

 

Tengo que remontarme a 2013. Ese año puse prólogo a un libro que, editado por Huerga y Fierro Editores, reunía dos obras teatrales de Juana Escabias. Se trataba de Voracidad de los parques y Deseo. Titulado “Radiografías de seres humanos”, en él decía que era mujer de muchas vocaciones y que a todas dedicaba pareja atención; que, de naturaleza inquieta, nada de cuanto sucedía a su alrededor le era ajeno, en especial cuando andaba de por medio la lucha por los derechos políticos y sociales; que era una especie de abogada de causas perdidas, en algunos casos finalmente ganadas gracias a su empeño, pero sobre todo porque estaba convencida de que, desde la escritura, se puede hacer mucho; que sus tramas eran complejas y estaban urdidas por personajes con personalidad propia; que, con su teatro, estaba dibujando un mapa muy preciso de los males de nuestra sociedad; y, en fin, vaticinaba que después de aquellas piezas vendrían otras muchas que consolidarían su valía. Hasta entonces su producción dramática rondaba los diez títulos, varios de ellos publicados, representados en salas alternativas o presentados en lecturas escenificadas. En los siete años transcurridos su trayectoria ha dado un notable salto cualitativo y cuantitativo, cuyo colofón lo pone, por ahora, el volumen de Cátedra que motiva estas líneas. En efecto, en este tiempo nuestra autora ha alumbrado nuevos textos, su nombre figura en los catálogos de editoriales como Esperpento, Ediciones Irreverentes, Estreno, Fundamentos y Castalia y ha estrenado en salas como las del Centro Conde Duque, Naves de del Matadero, teatro Español y Bremer Theater.

Tres son las obras reunidas en el libro de Cátedra: Cartas de amor… después de una paliza, La puta de las mil noches y Whats-App. Todas tienen el denominador común de que sus protagonistas son mujeres que, utilizando palabras de la propia autora, “están obligadas a vivir una existencia de segunda categoría por el hecho de pertenecer al segundo sexo”. Es lo único que las une. Afortunadamente no estamos ante tres variaciones sobre el mismo tema, sino ante tres calas en ámbitos sociales distintos. En la primera, la autora se adentra en el, por lo general, poco visible mundo del maltrato psicológico, tan frecuente en las clases medias y altas en las que sus integrantes suelen poseer una formación intelectual elevada que influye en su tendencia a ocultar determinados aspectos de sus vidas privadas o, en ocasiones, a mentir sobre ellos. En el caso concreto de Cartas de amor… después de una paliza se da la segunda situación. La víctima, una joven periodista y escritora, es maltratada por su marido, pero en las cartas que escribe a una amiga proclama que es una mujer que se siente cada día más feliz. La verdad la conocemos por la correspondencia que recibe. En la remitida por su propio marido, éste reconoce que la maltrata, se lamenta por ello, promete que no volverá a suceder y pide ser perdonado. La reiteración de ese discurso demuestra que ni cumple ni cumplirá lo que dice, pues cada nueva misiva convierte la anterior en papel mojado. Otra carta, en esta ocasión firmada por otra mujer que fue pareja de él, certifica que no se trata de un maltratador ocasional, pues ella también sufrió el mismo trato y, como consecuencia, hubo de ingresar en un psiquiátrico. Cuando al cabo, la protagonista asume una realidad que se negaba a reconocer y decide separarse, no considera que el suyo sea un caso aislado, lo que la lleva a erigirse en portavoz de otras muchas mujeres y, a la hora de buscar culpables, no se conforma con señalar al que lo es de forma directa, sino a todos cuantos con su silencio o ceguera toleran y a veces contribuyen a que se den tales situaciones.

De algo que sucede en el ámbito doméstico, Escabias nos traslada a otro escenario en el que se comercia con el sexo. En él transcurre la acción de La puta de las mil noches, una revisión de una obra anterior titulada Apología del amor, que le había sido inspirada por Las mil y una noches, fundamentalmente en el papel que en ella juega Sherezade, la astuta narradora de los cuentos que la integran. Los protagonistas son una prostituta y su cliente. Su encuentro nocturno deviene en un desigual combate físico y dialéctico, cuyo desenlace está decidido de antemano. Ella será la perdedora. Su oficio la convierte en mercancía, en objeto susceptible de ser alquilado, usado y devuelto. Él tiene todo a su favor, desde la superioridad intelectual a su condición de pagador con derecho a imponer las reglas del juego e incluso a modificarlas, sin más esfuerzo que subir la oferta económica. Un gesto que puede parecer generoso por su apariencia de gratificación de cliente satisfecho, pero que, en realidad, es la demostración de un poder abusivo que solo pretende la humillación de la mujer. El trato que la dispensa le sitúa, sin paliativos, en la categoría de los maltratadores. La exige que le cuente, con todo lujo de detalles y hasta reiteradamente, sus experiencias como prostituta y él se complace en contar las suyas, seguramente inventadas. Su discurso es el de un sádico que odia a las mujeres porque alguna le ha odiado a él y elige, para vengarse, a cualquiera buscada al azar en un anuncio de contactos. Son dos desechos humanos. La diferencia, que no es pequeña, consiste en la capacidad de él para elegir como degradarse y en la necesidad de ella de aceptar el único papel a su alcance para sobrevivir.

La pieza que cierra la trilogía nos remite a uno de los medios de comunicación que ha conocido mayor desarrollo en estos años, y que más ha influido en la modificación de las relaciones sociales, tanto colectivas como personales. El teléfono móvil como herramienta y la aplicación de mensajería instantánea denominada WhastsApp no son malos per se, pero su uso inadecuado ha propiciado la aparición de un nuevo mal de la juventud, cuyo mayor exponente es el incremento de la violencia machista. Aunque es frecuente que quienes la ejercen y la padecen no lo vean como tal,   la hay cuando los celos llevan a vigilar a la pareja, a desconfiar de ella, a decidir cómo debe vestir, asospechar que miente, a intentar aislarla de su entorno y a convertir el móvil, primero, en mecanismo de control y, luego, en el arma más eficaz para humillarla, sobre todo cuando la respuesta a los mensajes de ella es el silencio castigador. La protagonista de Whats/App, tal es el título de la obra, es joven, casi una niña, una maltratada antes de tiempo condenada de por vida a rendir cuentas al hombre que has elegido como compañero, a demostrarle a cada minuto su inocencia, en definitiva a no ser ella. Toda una contradicción cuando el mundo parece avanzar en la lucha por la igualdad de géneros.

El libro tiene un editor de lujo: Francisco Gutiérrez Carbajo, gran conocedor de la obra de Juana Escabias y director de su tesis doctoral, que versó sobre la dramaturga del Siglo de Oro Ana María Caro Mallen. Su extensa introducción, que supera las setenta páginas, va más allá del análisis de los tres textos que se publican. Describe la trayectoria de la autora, hasta ahora conocida de forma fragmentaria e incompleta, hace un repaso, a nuestro juicio oportuno, de las obras escritas por otros dramaturgos que abordan las mismas cuestiones que nuestra autora y nos ilustra sobre lo dicho por filósofos y expertos en la materia.

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