N.º 51El teatro en la Transición Política Española

 

TERCERA [A ESCENA, QUE EMPEZAMOS]

La Tercera

Miguel Signes 

La España que se abrió a la muerte de Franco en 1975, fue una España compleja: llena de prometedores futuros ilusionantes, junto a graves peligros de involución. Los ciudadanos andaban entonces embarcados en ver qué debían hacer con todo un periodo de cuarenta años de dictadura fascista, y cómo construir un país libre con una sociedad democrática más justa e igualitaria; en definitiva, un lugar mejor para vivir. Al final, tras muchos tiras y aflojas, creyeron que para el cambio tan deseado, mirar al pasado, con el peligro de reproducir enfrentamientos entre españoles, no nos serviría de nada. Pero es posible que los ciudadanos no fueran absolutamente conscientes de que el cambio se estaba asentando sobre gran parte de la legalidad y las instituciones de los años anteriores, y a la larga, creer que lo mejor era no tocar el pasado tuvo consecuencias que periódicamente han venido aflorando hasta hoy, con más o menos virulencia. Algo que dijeron también quienes siempre estuvieron en el no tocarlo, que debió solucionarse antes y que ahora ya no tiene sentido hacerlo. Realmente, si lo tenía entonces, también lo sigue teniendo en este momento.

El teatro de esos años que transcurren entre 1975, muerte del dictador, y el primer gobierno socialista (1982) con la promulgación de la Constitución del 78 por medio, fue fiel reflejo de esa postura histórica de la que hemos hablado, aunque se ha explicado desde otra perspectiva. Durante esos pocos años de la transición se siguió representando el teatro (el convencional aparte) que nunca tuvo problemas serios con la censura o el que lo tuvo debido a la personalidad política de los autores pero no con su obra, salvo contados y escasos montajes.

Se convirtió en un lugar común decir que el teatro que se había escrito durante el franquismo no servía ya para la nueva democracia, porque había sido escrito bajo el peso opresor de una censura omnipresente. Eso se dijo, sin conocer realmente todo lo que se había escrito, y dando por supuesto que los autores anteriores a la democracia (no importaba que muchos hubieran empezado a escribir en los últimos años de la dictadura) solo habían sido capaces de escribir lo que ya no interesaba a los nuevos ciudadanos. En la Historia, no sólo en la nuestra, ¿cuánto buen teatro se ha escrito bajo la losa del poder y no ha sido arrinconado? El buen teatro nunca pierde su vigencia. El coyuntural, sí, pero no todo se escribió con esa idea. Pensamos que mucho y bueno en España y fuera de España (el teatro de algunos exiliados nunca contó) fue ignorado en la transición española. Y esa ignorancia se la debemos a muchos de los críticos de entonces empeñados en pedir un teatro que sólo ellos tenían en su cabeza; ignorancia a la que también contribuyeron – tomo la expresión de Ángel Fernández Santos- “los intereses de los que traficaban con el teatro y la ignorancia de los intrusos que viven a su costa”.

Víctor Hugo, en el prólogo a Cromwell, dice que “nadie que se pasea por las salas quiere visitar los sótanos del edificio”, y que “el que come la fruta de un árbol no se preocupa de sus raíces”. Algo así pasó en este país, y desgraciadamente, con esa actitud, no se ha podido saber si cultivando sus raíces el árbol teatral habría podido dar unos frutos diferentes. Para que los lectores puedan juzgar con mejores criterios todo lo que venimos diciendo, hemos pedido a varios estudiosos –que están entre los mejores conocedores del teatro de la transición–, que nos den su opinión, y a nosotros no nos queda sino agradecerles que hayan aceptado hacerlo.

 

 

 

 

 

 

 

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