N.º 49Dramaturgia española en el escenario internacional

 

LIBRO RECOMENDADO

Manual de traducción,
de Peter Newmark y
“La música de las palabras y la traducción”, en Arte poética (Seis conferencias), de Jorge Luis Borges

Julio Escalada

Manual de traducción, de Peter Newman y "La música de las palabras y la traducción", en Arte poética (seis conferencias), de Jorge Luis Borges

Madrid, Cátedra, 2004 y Barcelona, Crítica, 2004.

 

Hace algunos años, siendo profesor en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León, impartí durante un curso la asignatura de Traducción. Más allá mi experiencia práctica, guiada por la intuición y el sentido común, en aquella época no contaba con ningún fundamento conceptual al que referir mis clases. El Manual de traducción de Peter Newmark y La música de las palabras y la traducción de Jorge Luis Borges vinieron a asistirme en esta necesidad. El siguiente articulo recoge y desarrolla a partir de ejemplos propios algunas de ideas, conceptos y claves en torno a la traducción que Newmark y Borges desarrollan en sus textos y que tan útiles me fueron durante las clases.

La traducción sirve para transmitir saber y cultura, y para lograr el entendimiento.  Todo el mundo puede traducir – por supuesto, dependiendo del grado de complejidad- a partir de la puesta en práctica y a través del proceso de reflexión. Todos podemos traducir si valoramos una cantidad inmensa de factores dentro y fuera del texto. A todos se nos abre el campo de la traducción si sosegamos la impaciencia, engrasamos el motor del interés, fijamos la meta de la satisfacción y, por supuesto, si contamos con un buen diccionario. La teoría resulta inútil si no viene de problemas reales. En el proceso de traducción no hay nada puramente subjetivo u objetivo; no hay una reglamentación cerrada, todo es “más o menos”. Si existen principios estos estarán condicionados por adverbios como “normalmente” o “habitualmente”; no existen absolutos como “siempre” o “nunca”.

La labor traductora consiste en verter a otra lengua, denominada lengua terminal, (LT) la intención, el registro y el tono de un texto escrito por un autor-a en una lengua original, (LO). Se da por hecho que una traducción “con garantías” va a ser aquella que convierta un texto desde una lengua foránea, que el traductor conoce en gran medida, a su propia lengua materna, es lo que se denomina traducción directa. El caso contrario, más inusual, en el que se vierte un texto desde la lengua vernácula a otra extranjera se denomina traducción inversa.

Es importantísimo saber apreciar cuanto más mejor el idioma desde el que se traduce (LO) sin embargo es aún más importante conocer correcta, clara, económica y hábilmente la lengua a la que se traduce (LT). Un buen conocedor de su propio idioma, con una amplia cultura – o inquietud cultural-  además de con elevada cota de sentido común puede evitar errores de bulto.

La traducción es un medio de transmisión de cultura. Merced a ella los romanos universalizaron la cultura griega; la Escuela de Traductores de Toledo hizo posible que Europa conociera el saber árabe y griego. En el XVIII los alemanes accedieron a los universos de Shakespeare y a Calderón. El XX nos hizo  cosmopolitas en gran medida gracias a las traducciones de la gran biblioteca de Babel: Ibsen, Chejov, Wilde, Brecht, Lorca, Cocteau, Williams, Pirandello, etcétera. Otros de sus efectos es el de ser un vehículo de trasferencia de la verdad y un mecanismo a favor del pensamiento y de la crítica, no hay sino que reparar en la resistencia de la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas que reemplazaron al latín al alcance únicamente de los privilegiados y, por tanto, excluyente. Pero – y también- desde sus orígenes la traducción está lastrada por una carga de felonía (traduttore traditore) y de fraude, ya que el traductor se erige en alguien que en realidad no es: el autor.

Una traducción no será nunca una reproducción, la tarea del traductor consistirá en Traducir, (con mayúsculas). Esta labor alabada y denostada está tensada por factores que el Traductor, (con mayúsculas) no podrá echar al olvido, factores que le constriñen y le atan de pies y manos. El Traductor, como el escapista Houdini, deberá liberarse sin evidenciar nunca el truco. Dichos factores son de índole variado; van desde el estilo del autor traducido a los contenidos y continentes a los que se refiere la LO; desde el formato del texto, al sonido y el sentido, al énfasis y la claridad, a la concisión y la precisión; desde las expectativas del lector a los prejuicios del propio traductor, debidos a su tradición o a la moral imperante en la espacio temporalidad en la que él vive.

No existe una traducción perfecta, ésta se encuentra siempre à la recherche de  la palabra idónea. El traductor trabaja en cuatro horizontes: El primero, el conocimiento y la verificación de los hechos que traduce. No debería, por ejemplo, traducir el teatro de propaganda de la época stalinista sin saber quién era Stalin, el Gulag, las purgas…. merced a este horizonte se reconocen los errores contra la verdad. El segundo horizonte, la indagación y aprendizaje de una técnica que lleve a la utilización de un lenguaje correcto. El tercero, la percepción entre lo bueno y lo mediocre. Y el cuarto, el gusto propio, personal, en el que lo objetivo no existe.

El debate de cómo abordar la traducción – más o menos literalmente/ más o menos libremente- se remonta a los orígenes de ésta, si bien hasta comienzos del XIX la primera opción – la libre– era la más frecuentaba. ¿Qué ha de hacerse: prestar máxima atención a la palabra, atendiendo más a la forma que al contenido, o dar mayor importancia al mensaje, al sentido que comportan las palabras? La traducción literal toleraba aspectos como la acentuación del mensaje sobre la musicalidad de las palabras o el desplazamiento a un segundo puesto el estilo. Desde que el análisis del discurso entró a formar parte de los estudios de lingüística, la disputa ha sido reavivada por aquellos teóricos de la traducción que consideran el texto completo como la unidad de traducción. La traducción literal siempre dará prioridad a la palabra, mientras que la traducción libre destaca el párrafo, el texto en su totalidad.

Hablar del análisis del discurso es referirse al estudio del texto como unidad lingüística superior a la oración; incidir en la importancia de la función expresiva y comunicativa del lenguaje más allá de lo puramente gramatical. Hablar del discurso es prestar especial cuidado a aspectos como coherencia y cohesión. Cohesión, que se refiere sobre todo a lo formal, coherencia, concernida con contenido.

El discurso teatral, por su esencia misma, parece bastante cohesionado pues la réplica y contraréplica, el “toma y daca” de la dialéctica dialogal le otorga resortes gramaticales suficientes para contribuir a dicha cohesión. Un ejemplo, la primera escena de Sexual perversity in Chicago del siempre difícil y “extraño” al oído  hispano David  Mamet:

A singles bar. Dan Shapiro and Bernard Litko are seated at the bar:

DANNY. So, how´d you do last night?
BERNIE. Are you kidding me?
DANNY. Yeah?
BERNIE. Are you fucking kidding me?
DANNY. Yeah?
BERNIE. Are you pulling my leg?
DANNY. So?
BERNIE. So tits out to here so.
DANNY. Yeah?
BERNIE. Twenty, a couple years old.
DANNY. You gotta me foolling.
BERNIE. Nope.
DANNY. You devil.
BERNIE. You think she hadn´t beeen around?
DANNY. Yeah?
BERNIE. She haden´t gone the route.
DANNY. She knew the route, huh?
BERNIE. are you fucking kidding me?
DANNY. Yeah?
BERNIE. So wrote the route.
DANNY. No shit, around twenty, huh?
BERNIE. Nineteen, twenty.
DANNY. You are talking about a girl.
BERNIE. Damn right.
(…)

Un bar de copas. Dan Shapiro y Bernard Litko están sentados frente a la barra:

DANNY. Bueno, ¿qué tal anoche?
BERNIE. Lo dirás de cachondeo.
DANNY. ¿Eh?
BERNIE. ¿Pero tú estás de cachondeo?
DANNY. Tío…
BERNIE. ¿Me quieres tomar el pelo?
DANNY. Bueno, ¿qué?
BERNIE. Unas tetas hasta aquí.
DANNY. ¿Sí?
BERNIE. Veinte años… menos.
DANNY. Venga ya, tío..
BERNIE. Que sí.
DANNY. Serás cabrón.
BERNIE. ¿Qué te crees, que era nueva?
DANNY. Joder.
BERNIE. (Irónico) Que era nueva…
DANNY. Sabía de qué iba, ¿no?
BERNIE. ¿Estás de broma, tío?
DANNY. ¿Qué?
BERNIE. Esa había escrito un libro.
DANNY. Joder. Veinte años, ¿eh?
BERNIE. Diecinueve, veinte.
DANNY. Estás hablando de una chica.
BERNIE. No te jode
(…)

El filósofo y crítico  Walter Benjamin  sostenía la idea de la imposibilidad de la traducción. Pensaba que si, por cualquier motivo, ésta se llevaba a cabo debía de ser lo más literal posible: “El único objeto y justificación de la traducción es transmitir la información más precisa posible, y esto sólo puede lograrse con una traducción literal, acompañada de notas”. Sus tesis sobre la traducción se encuentran en su ensayo La tarea del traductor,  uno de los textos teóricos más célebres sobre Traducción.

La traducción literal se caracteriza por transformar los constituyentes gramaticales de la LO en sus equivalentes más próximos en la LT, lo que denota traducir término a término fuera de su contexto, siendo su objetivo puramente funcional. La traducción libre duplicará el contenido del original sin su   conveniente formalidad. La adaptación sería un caso extremo. Newmark opina lo siguiente de ella:

Esta forma de traducción es la más “libre” y se usa principalmente en obras de teatro (comedias) y poesía. Se mantienen,  por lo general, temas, personajes y argumentos, se pasa de la cultura de la LO a la cultura de la LT y se vuelve a escribir el texto. La lamentable costumbre de encargar traducir literalmente  una obra de teatro  o poema y luego darlo a un conocido dramaturgo o poeta para que lo vuelva a escribir ha dado como fruto muchas malas adaptaciones. Sin embargo, hay que decir en su favor que, si no hubiera sido por este método, no se hubieran rescatado algunas obras clásicas.

Los excesos de una y otra vendrán dados por una traducción fiel, que pretenda representar el significado contextual del texto de origen, con las coerciones de las estructuras gramaticales de la LT y que mantenga las palabras culturales y las desviaciones de las normas gramaticales de la LO en aras de velar por las intenciones del autor traducido.

Respecto a los métodos  de abordar la traducción existen, en esencia, dos. El primero consiste en  comenzar por la primera frase y, oración tras oración, ir cogiendo el “tono y el tino” al texto traducido; ir definiendo sosegadamente la postura a medida que se avanza. Se podría pensar que este abordaje se ajusta bien a la traducción de  textos literarios. El segundo método se asienta en leer varias veces el texto para descubrir su intención, registro y tono; señalar las partes y las palabras que conlleven dificultad, diseccionándolo antes de fijar un rumbo.

Una vez escogido el método tenemos que contar, más o menos conscientemente, con cuatro niveles que jugarán simultáneamente. El nivel por el que se empieza es el textual, el del texto en la LO. Es el nivel del llamado “traslacionismo”, del que siempre hay que protegerse: cuando el traductor lee un texto en la LO y hace conversiones intuitivas a la LT. Por su parte, el nivel referencial facilitará alejarse del lenguaje para tener una realidad del discurso extratextual; obliga a plantearse cuestiones que diluciden de qué está tratando tal término, cual frase… el motivo por el que está allí, por qué está dicha de esa manera, qué está intentando decir el autor. Tales preguntas alejarán al traductor momentáneamente del nivel textual. La imaginación es una buena herramienta para intentar esclarecer las dudas planteadas, aunque resulte más sencillo ofuscarse en la búsqueda de palabras en el diccionario que intentar imaginarlas. El nivel referencial corrige el texto, aclara las dificultades lingüísticas y extrae información complementaria de nuestra “cabeza enciclopédica.” En cuanto al tercer nivel, el de cohesión, se preocupa tanto de la estructura del texto como su coherencia. Así, dará cierta analogía entre la LO y la LT. Por último el nivel de naturalidad garantiza que el texto resultante fluya de un modo originario – natural-. Hay que tener en cuenta que la naturalidad es fácil de definir pero harto difícil de concretar. Por otra parte, el traductor debe prevenirse de que, una vez metido en el proceso de traducción, se olvide la propia lengua y se contamine de la LO. Las recomendaciones que dicta este nivel atienden a muchas cuestiones: Prestar atención al orden de las palabras (no es lo mismo decir Me gusta así que Así me gusta, en el segundo caso  el adverbio enfatiza la frase); considerar que incluso las estructuras más corrientes pueden quedar faltas de naturalidad si se traducen termino a término; estar vigilantes con los cognados o términos emparentados morfológicamente  (constipado en español; constipé, en francés); prevenirse al incluir modismos que tienden a devaluar el lenguaje literal para seguir los vaivenes de la moda, con el peligro de la pronta obsolescencia.

 

Conceptos claves de la traducción: El efecto de equivalencia, la traducción de las metáforas y la palabra intraducible.

El efecto de equivalencia es el objetivo principal de toda traducción, consiste en producir en el lector/oyente de la LT el mismo efecto que el que produjo el texto en el lector/oyente en la LO, tanto a nivel de significado como de significante, de sentido y de forma. Desde que Roman Jakobson hablara en su famoso artículo En torno a los aspectos lingüísticos de la traducción de la equivalencia en la diferencia esta cuestión ha sido el problema teórico clave del mundo de la traductología. Según el lingüista ruso la equivalencia absoluta no existe, sin embargo toda experiencia epistemológica puede ser expresada en cualquier lengua ya que éstas cuentan con estrategias que harán posible superar la organización estructural peculiar de cada sistema. El traductor deberá garantizar la equivalencia en la diferencia, no sustituyendo unidades por otras sino mensajes enteros. El problema surge en textos donde los aspectos formales se erigen como contenidos, como sucede con la poesía.

Por otra parte ¿cómo resolver la traducción de las metáforas? Ese elemento determinante del lenguaje creativo capaz de evocar a través de una imagen visual incluso imágenes abstractas. Su traducción se erige como un enorme reto. Si la metáfora es conocida en la LT, el traductor no tiene más que esforzarse por traducirla audazmente, pero ¿y si se encuentra con el verso shakespeariano Shall I compare thee to a summer´s day? Verso que, sin lugar a dudas, dejaría estupefactos a los a los lectores del Sahara sometidos a temperaturas de cincuenta grados centígrados. ¿Qué debe hacer el traductor en tales casos?  ¿Crear una metáfora equivalente  reproduciendo su sentido? ¿Traducir la metáfora tal cual viene en la LO?

En otro orden de cosas, la palabra intraducible es aquel término cuyo significado no se puede verter de la LO a la LT. Son palabras que de alguna manera se desarrollan e individualizan en un idioma concreto, en una cultura determinada, por ejemplo, Saudade en portugués, el lorquiano duende

En el Fausto, Goethe nos plantea dramáticamente el problema cuando su protagonista, en un soliloquio, se plantea, se debate cómo traducir la correctamente el concepto  Logos.

Escrito está: “En el principio era la Palabra”… Aquí me detengo ya perplejo. ¿Quién me ayuda a proseguir? No puedo en manera alguna dar un valor tan elevado a la palabra; debo traducir esto de otro modo si estoy bien iluminado por el Espíritu. –Escrito está: “En el principio era el sentido”… medita bien la primera línea; que tu pluma no se precipite. ¿Es el pensamiento lo que todo lo obra y crea?… Debiera estar así: “en el principio era la Fuerza”… Pero también esta vez, en tanto que esto consigno por escrito algo me advierte que no me atenga a ello. De improviso veo la solución y escribo confiado: “En el principio era la Acción”.

Quisiera finalizar este artículo citando un fragmento del Quijote –espero se me disculpe mi poca originalidad–. En la segunda parte de sus aventuras el  Caballero andante metido a opinante literario juzga de la siguiente manera la labor traductora:

Traducir de una lengua a otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podrá ocupar el hombre,  y que menos provecho le trajesen. 

 

FRAGMENTO SELECCIONADO

“Llegamos ahora a otro problema: el problema de la traducción literal. Cuando hablo de traducción estoy usando una metáfora muy extendida, puesto que si una traducción no puede ser fiel al original palabra por palabra, aun puede ser menos fiel letra por letra. En el siglo XIX, un especialista en griego prácticamente olvidado, Newman, acometió una traducción literal y en hexámetros de Homero. Su propósito era publicar una traducción «en contra» del Homero de Pope. Usaba frases del tipo «húmedas olas», «mar de oscuro vino» y otras por el estilo. Pero Matthew Arnold tenía sus propias teorías sobre cómo traducir a Homero. Cuando apareció el libro del señor Newman, Arnold lo reseñó. Newman le contestó; Matthew Arnold volvió a contestarle. Podemos leer esa vivísima e inteligentísima discusión en los ensayos de Matthew Arnold.

Uno y otro tenían mucho que decir sobre los dos aspectos de la cuestión. Newman suponía que la traducción literal era la más fiel. Matthew Arnold empezó con una teoría sobre Homero. Dijo que en Homero habían coincidido diversas cualidades: claridad, nobleza, sencillez, y cosas parecidas. Pensaba que un traductor siempre debería transmitir la impresión de esas cualidades, incluso cuando no las corroborara el texto. Matthew Arnold señaló que una traducción literal conducía a la extravagancia y la zafiedad.

Por ejemplo, en las lenguas románicas no decimos «Está frío». Decimos «Hace frío»: «Il fait froid», «Fa freddo», etcétera. Pero no creo que nadie traduzca «fait froid» por «It makes cold» en lugar de «It is cold», Otro ejemplo: en inglés decimos «Good Morning», y en español decimos «Buenos días» («Good days»). Si «Good morning» se tradujera por «Buena mañana», nos parecería una traducción literal, pero difícilmente una traducción fiel.

Matthew Arnold señaló que, cuando traducimos literalmente un texto, se crean falsos énfasis. No sé si tuvo en cuenta la traducción de Las mil y una noches del capitán Burton; quizá le llegó demasiado tarde. Burton traduce Quitab alif laila wa laila por Book of the Thousand Nights and a Night («Libro de las mil noches y una noche») en lugar de Book of the Thousand and One Nights. Esa traducción es literal. Es fiel al árabe palabra por palabra. Pero es inexacta en el sentido de que las palabras «libro de las mil noches y una noche» son una forma común en árabe, mientras que a nosotros nos provocan una ligera impresión de sorpresa. Y esto, evidentemente, no lo pretendía el original.

Matthew Arnold aconsejaba al traductor de Homero que tuviera una Biblia al alcance de la mano. Decía que la Biblia en inglés podía ser una especie de modelo para una traducción de Homero. Pero, si Matthew Arnold hubiera estudiado con detenimiento su Biblia, habría advertido que la Biblia inglesa está llena de traducciones literales, que parte de la extraordinaria belleza de la Biblia inglesa radica en esas traducciones literales. 

Por ejemplo, encontramos «a tower of strength» «una torre de fortaleza»). Ésta es la frase que Lutero tradujo como «ein feste Burg», «una poderosa (o firme) plaza fuerte». Y tenemos «the song of songs», «el cantar de los cantares». He leído en Fray Luis de León que los hebreos no tienen superlativos, así que no podían decir «la mayor canción» o «el mejor cantar». Dicen «el cantar de los cantares», como podrían haber dicho «el rey de reyes» en lugar de «el emperador» o «el rey más excelso»; o «la luna de lunas» por «la luna más grande»; o «la noche de las noches» por «la noche más sagrada». Si comparamos la traducción inglesa «Song of Songs» con la alemana de Lutero, vemos que Lutero, a quien no le preocupaba la belleza, que sólo quería que los alemanes entendieran el texto, tradujo las mismas palabras por «das hohe Lied». «el buen cantar». Descubrimos así que esas dos traducciones literales contribuyen a la belleza. 

De hecho, podría decirse que las traducciones literales no sólo conducen, como señalaba Matthew Arnold, a la zafiedad y la extravagancia, sino también a la novedad y la belleza. Creo que esto lo advertimos todos, puesto que, si examinamos una versión literal de algún poema extravagante, esperamos algo exótico. y si no lo encontramos, nos sentimos defraudados en cierta medida”. 

Jorge Luis Borges
La música de las palabras y la traducción

 

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