N.º 49Dramaturgia española en el escenario internacional

 

EL TEATRO TAMBIÉN SE LEE

Vivir el teatro leyendo el texto

Aurora López
Universidad de Granada

No soy actriz teatral, ni dramaturga, ni espectadora con la frecuencia que quisiera; y sin embargo está bien justificado que mi querido amigo Miguel Signes me pida que escriba algo sobre el teatro a través de la lectura, porque si hay una institución cultural que esté presente a lo largo de toda mi vida es precisamente el teatro. Y esto casi siempre sin poder asistir a representaciones.

Cuando yo era muy pequeña, allá por los años cincuenta del siglo pasado, en mi pueblo, Sarria, en el tramo lucense del camino de Santiago, existía una intensa actividad dramática, en el sentido más amplio del término, de la que sin duda no éramos conscientes en aquel tiempo, pero ahora nos damos cuenta al recordarla. En el centro denominado Acción Católica Femenina, único lugar de reunión y diversión en aquel tiempo socialmente aceptado y bien visto, las niñas y las jóvenes tomábamos parte activa en la organización de espectáculos de canto, baile y teatro, de los que conservo un magnífico recuerdo, porque, al margen de la carga ideológica que pudieran contener, eran del todo positivos desde el punto de vista cultural. Desde mis cinco años, yo era la cantante escogida para todos los recitales, porque tenía una buena voz y estudiaba música; además, desempañaba mis papeles en las funciones teatrales. De allí viene que, todavía hoy, siga dando recitales de canción con cierta frecuencia, en ambientes universitarios. Sin embargo, no recuerdo de aquel tiempo haber asistido a ninguna representación; por fortuna, sí teníamos en el pueblo una magnífica sala de cine. Incluso sin conocerlo directamente, el teatro me fascinaba ya entonces.

Canté muchas veces en mi juventud, acompañándome yo misma al piano, y hasta llegué a actuar con un grupo musical de compañeros de bachillerato, “Los Flavia”, cosa que en mi casa no era vista con muy buenos ojos. Y a los veinte años actué en una obra seria, La barca sin pescador, de Alejandro Casona, representada en el cine del pueblo, con toda formalidad y lujo de decorados, atrezzo y vestuario, con la taquilla a beneficio del Asilo de Ancianos; en los ensayos me hice novia del protagonista y codirector, un chico loco por el teatro, responsable de aquel montaje: pronto celebraremos nuestras bodas de oro. Es lo más grande que le debo al teatro.

Estudié clásicas en Salamanca, e hice la tesina sobre teatro, sobre el vocabulario del amor en las comedias de Plauto; e hice la tesis sobre teatro, la investigación más estrafalaria que pueda imaginarse, una edición bilingüe de los paupérrimos fragmentos de la comedia togata latina; mi marido también estudiaba teatro, tragedias de Séneca en la tesina, sociología del teatro latino en la tesis. Teatro, teatro, teatro. Nuestro hijo mayor, profesor de portugués, hizo su tesis sobre el teatro de Gil Vicente…

Pero muy pocas veces tenía la posibilidad de asistir a una representación, tampoco en Salamanca, donde sólo en contadas ocasiones venía alguna compañía de Madrid, y donde todavía no existía el Aula Juan del Enzina de la Universidad. El teatro lo teníamos que leer. Yo lo hacía de una manera peculiar, porque, en voz alta si estaba sola, en voz baja si había alguien, lo leía interpretando los diversos papeles: me hacía mi propia representación. De niña lo hacía a escondidas, ante el gran espejo del armario de mis padres. Son muchos los años en que, en la Universidad, he tenido a mi cargo en textos latinos la lectura y traducción de Plauto, casi siempre la comedia Aulularia, y ahí vuelvo a ser actriz, y comienzo haciendo en clase la vieja Estáfila, que me sale de maravilla, y el viejo Euclión, que me queda bordado; a mis alumnas y alumnos les digo que hagan todo el teatro que puedan, que les valdrá de seguro para no ser profesoras y profesores pelmas; y les digo que lean teatro, cuanto más mejor, que lo lean de una tirada cada obra, que no fragmenten la lectura como si fuera una novela. Y por supuesto, que vayan al teatro siempre que lo haya y siempre que puedan, porque se puede conocer y adorar el teatro a través de la lectura, es cierto, pero el teatro solamente está completo cuando se representa y se contempla en escena.

Yerma

Yerma, de Federico García Lorca, dirigida por Víctor García.

He tratado de acercarme a lo que me pedía Miguel por medio de mi experiencia, que me ha movido a hacerme pensar cosas que nunca me habían planteado. Miro para atrás y veo que he ido bastantes veces al teatro, y hasta recuerdo representaciones solemnes, inolvidables, como aquella Yerma increíble de Nuria Espert dirigida por Víctor García, o el estreno de su Doña Rosita la soltera, o después la Salomé de Wilde, dirigida por Mario Gas, igual que ahora mismo Incendios con una y otro… ¡Mi pasión por la Espert! Y recuerdo los tiempos del desnudo escandaloso de Victoria Vera en ¿Por qué corres, Ulises? de Gala, o el alboroto que provocó Equus de Peter Shaffer, dirigido por Collado, con admirable reparto. En Valencia tuve la suerte de ver La tragedia de Hamlet de Peter Brook, al que pedí un autógrafo, protagonizado por aquel actorazo negro (se llamaba William Nadylam, conservo el programa); en Buenos Aires, a Norma Aleandro haciendo de María Callas en Master Class; y en Madrid, no hace tanto, en La Abadía, tres originales versiones de Medea, Edipo y Antígona, reescritas y dirigidas por esos grandes creadores que son Andrés Lima, Alfredo Sanzol y Miguel del Arco…

Sí, reconozco que he visto teatro, pero es mucho más abundante el adquirido por medio de la lectura, y hasta muchos de mis trabajos sobre dramaturgas de hoy versan sobre piezas que tan sólo he conocido en ediciones, sin oportunidad de verlas, como pueden ser  La Tumba de Antígona de María Zambrano, Stupro de Franca Rame, I sogni di Clitennestra de Dacia Maraini, Ippolito de Elena Bono, Las voces de Penélope de Itziar Pascual, Fedra de Lourdes Ortiz, Lagartijas, gaviotas y mariposas de María-José Ragué… Nunca hubiera podido amar tanto el teatro de Grecia y de Roma si no pensara firmemente que al teatro también se puede ir, y se puede disfrutar de él, por medio de la lectura.

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