N.º 48Teatro y revolución (1917-2017)

 

EL TEATRO TAMBIÉN SE LEE

¿Entrar al teatro por la lectura?

Andrés Pociña
Universidad de Granada

No quise escribir entrar en el teatro, sino al teatro, porque lo que intento plantear es la posibilidad de aproximarse al teatro, a su conocimiento, a su esencia, al amor por él, a la pasión por él, por medio de la lectura de las obras dramáticas. Y lo escribí con signos de interrogación, para analizarlo como posibilidad. Contesto inmediatamente que pienso que es totalmente posible llegar a las piezas teatrales a través de la lectura, y que incluso es posible disfrutar casi plenamente de ellas leyéndolas: no será un acto perfecto una lectura individual, en voz baja, como si de una novela o de un poema se tratase, sin la representación que se concibe siempre como meta final; y sin embargo una obra teatral puede ser percibida en sus aspectos más variados, y por tanto asimilada, y por tanto disfrutada cuando se trata de una obra buena, por medio de la lectura.

Yo no consigo recordar cuándo vi por primera vez una obra teatral representada en un auténtico espacio escénico. Sin embargo, tengo clara la imagen de la “compañía teatral” que, en torno a los diez años, teníamos mi amigo, hace ya años perdido, Casiano Pérez-Batallón, en una sala amplia que había en el bajo de la casa de nuestra amiga Begoña Yebra. Era un teatro, en una pequeña población gallega (Sarria, provincia de Lugo), que tenía una hermosa sala de cine, en la que solamente en contadas ocasiones se representaba teatro. Casiano, Begoña y yo éramos la compañía, la empresa, los responsables de la selección de textos, de su interpretación, de su dirección. Por supuesto, cobrábamos la entrada a las criaturas de la Calle Mayor, aunque debo decir que si alguien no tenía dinero, también le dejábamos entrar, pero no sentarse.

Cuando llegué a la Universidad, por fin viví en dos ciudades con escasas posibilidades de asistir al teatro, pero a fin de cuentas con posibilidades: dos años primero en Santiago de Compostela, después varios en Salamanca. Pero ya por entonces conocía una cantidad bastante amplia de obras teatrales, que había ido leyendo sin orden ni concierto, casi siempre teniendo que comprarlas. Allí estaban obras de los tres trágicos griegos, algunas comedias de Plauto y de Terencio, la Celestina, bastante Shakespeare, algo de Molière y de Racine, el Duque de Rivas, Zorrilla, don Jacinto Benavente, Alejandro Casona, García Lorca, y en sus originales franceses Anouihl, Cesbron, Giraudoux, Sartre, Pagnol, Claudel… Hablo de memoria, sin mirar las estanterías. Creo poder afirmar que poseía un conocimiento nada despreciable del teatro, teniendo en cuenta mi edad; y lo que puedo afirmar sin rubor alguno es que amaba el teatro con locura, a pesar de haber podido asistir a representaciones auténticas solo muy pocas veces. Parece, en consecuencia, si mi experiencia personal puede tener algún valor, que el teatro puede conocerse, adquirirse, amarse, incluso exclusivamente por medio de la lectura.

Después de estudiar Filología clásica, hice mi memoria de licenciatura sobre las tragedias de Séneca, y la tesis doctoral sobre sociología del teatro latino. En ésta, puse mucho empeño en sostener que las Tragedias de Séneca nunca se habían representado en vida del autor, y que probablemente nunca pensó el Filósofo en verlas llevadas a los escenarios, tal como sabemos que ocurrió a otros dramaturgos ocasionales de su tiempo, cuyas obras eran objeto de lectura o de recitación en círculos cultos. Mi directora de tesis, Carmen Codoñer, no puso impedimento alguno para que defendiese esta teoría, y hasta creo que también ella la comparte. Hoy sigo pensando lo mismo, después de casi medio siglo dedicado al estudio del teatro antiguo y de su pervivencia, pero dejando muy claro, eso sí, que el no haber sido escritas pensando en su representación en la escena no quita valor dramático alguno a las ocho tragedias auténticas de Séneca. Ahora, reflexionando un poco sobre la posibilidad de entrar al teatro por la lectura, no deja de sorprender que unas tragedias escritas sin tener como meta indispensable su representación, sino su lectura o recitación, hayan sido la base esencial de las escritas por el más grande de los tragediógrafos modernos, Shakespeare, y hasta en nuestros días el punto de partida esencial, como la propia autora confiesa, de una obra tan profundamente moderna e innovadora como Phaedra’s Love de Sarah Kane, después de haber impresionado profundamente a su guía y maestra Caryl Churchill (Thyestes de Séneca, Londres, 1994).

Voy a ir concluyendo, aun a sabiendas de que no he utilizado otras razones que mi experiencia personal para defender la validez de la lectura como medio de acercamiento a las obras teatrales. Para acabar, partiendo de la experiencia de más de veinte asistencias a representaciones de mi obra Medea en Camariñas, interpretada de formas muy distintas en cinco montajes diferentes, llegó a plantearme si no es posible pensar que el acercamiento a un texto dramático por medio de la lectura puede transmitir más fielmente los planteamientos y los deseos del autor que cuando se ve sometido a los designios interpretativos de directores y actores intermediarios. Aunque, naturalmente, me parece incuestionable que la mejor manera de acercarse al teatro es por medio de la plenitud de su desarrollo que conlleva su representación.
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