N.º 48Teatro y revolución (1917-2017)

 

Cuaderno de bitácora

Retorno al descenso de Lenin

de Ernesto Caballero

Ernesto CaballeroLos autores, a menudo, nos vemos en situación de hacer de exégetas de nuestras propias obras, así en charlas, entrevistas, notas de programas o foros académicos. Este difícil género forma parte ya de nuestras obligaciones profesionales al igual que el artista plástico debe hacer gala de su personal aparato teórico autorreferencial. Confieso que me incomoda sobremanera esta labor, porque soy un autor impulsivo que va descubriendo lo que realmente quiere decir sobre la marcha de la propia escritura; a ello se añade mi torpeza a la hora de desfilar por esa delgada línea que separa la pretenciosidad de la simpleza. Con todo, aquí me hallo, a punto de sumirme en un trance de desdoblamiento onanista, convertido, ay, en erudito de mí mismo; monstruos que ha generado la dramaturgia de la modernidad… (El erudito de sí mismo, suena incluso a Calderón…). La cosa es que, dado que he escrito una obra en la que la sombra de la sombra del gran patriarca bolchevique es su figura principal, la redacción de Las Puertas del Drama ha considerado oportuno remover algunas latencias que en su momento me llevaron a idear El descenso de Lenin. Trataré, por tanto, de contribuir con mi pequeña reflexión sensu stricto a este número de tan estimada publicación, dedicado al centenario de esa gran kermesse eslava que fue la revolución rusa de 1917. Allá voy pues, aun sin tener muy claro el interés que pueda despertar esta glosa contra naturam, aunque, eso sí, honrado y agradecido por la amable invitación. En fin, que sea lo que las musas y los clementes lectores dispongan.

El descenso de Lenin, de Ernesto CaballeroLa obra se llamaba en un principio El retorno del Lenin (recordando socarronamente la célebre película de George Lucas), pues el asunto trataba de eso precisamente, de un regreso al presente (el presente de hace ya más de diez años, que es cuando la escribí); del regreso, resurrección o Laico Advenimiento de Ivan Ilich Ulianov, Lenin, a nuestro aquí y ahora. Sin embargo, finalmente opté por el primer título para potenciar el carácter religioso, redentorista, del asunto y, de paso, para legitimarme un poco entre la exquisita inteligentsia teatral poco dada a la ocurrencia y al chascarrillo.

El planteamiento general obedecía a una explícita analogía cervantina: pretendía dibujar un trasunto de Alonso Quijano que, empachado esta vez de la característica literatura sobre ejemplares gestas comunistas (la épica del Octubre Rojo), emprendiera un personal y desigual combate contra de la realidad objetiva que le había tocado en suerte, la de la declinante Europa de principios del nuevo milenio.

El pacto de MacDonald’s, así llamé a la primera escena situada en un conocido establecimiento de la cadena norteamericana en la Gran Vía madrileña. En este lugar se conocen dos outsiders dispuestos a trasformar el mundo, dos figuras trasnochadas en la era del turbocapitalismo especulativo y digital:

R.– Así que Vladimir…
L.– Vladimir Ilich Ulianov, pero puedes llamarme Lenin…
R.– ¿Qué piensas hacer?
L.– La Revolución…
R.– ¿Cuándo?
L.– Esta noche.
R.– Te acompaño…

De este modo se inicia la acción de la pieza: en el interior de uno de los emblemas triunfales del capitalismo (recordemos el impacto mediático que provocó la apertura del primer MacDonald’s en Moscú, allá por los tiempos de la Perestroika). La pareja estrafalaria transita por la calle de la Montera, donde las putas callejeras se transforman a ojos del protagonista en las legendarias insurrectas conocidas como las amazonas del Neretva… De ahí a la Puerta del Sol, donde nuestro Lenin confundirá la estatua de un Borbón con la de un Romanov y al oso madroñero con un monumento moscovita al pueblo ruso. Pronto el que dice llamarse Lenin decide dirigirse a la estación Finlandia en Petrogrado para desencadenar el Gran Acontecimiento, llegando, así, a la estación de Atocha, donde el ilusorio líder bolchevique, tras arengar a un grupo de hinchas de fútbol a los que confunde con exaltados compañeros de viaje, emprende una marcha alucinada entre los rieles hasta que, finalmente, es arrollado por un tren de Alta Velocidad. Fin de la primera parte.

Entre MacDonald’s y el AVE ha quedado engullida la figura que representa el ortodoxo proyecto comunista surgido hace un siglo. ¿Y ahora qué? Parece preguntarse Rosa (peinado rizado y rancia indumentaria de una izquierda imposible), la irreductible camarada que aceptó acompañar al que tal vez sólo fuera un fantasma surgido de su febril y nostálgica imaginación. Ahí la tenemos ahora, explicándonos y explicándose la razón de su delirio, el mayor delirio no es tanto el del loco como del cuerdo que decide seguir al loco (Sancho). Rosa declara ante una jueza en los Juzgados de la Plaza de Castilla y su declaración A la sombra de Brecht es una paráfrasis del célebre monólogo del pequeño monje de Vida de Galileo. Y tal como éste apela a la conmoción que puede originar en sus progenitores la noticia de que la tierra ya no es el centro del universo, la irreductible camarada lamenta el insoportable estupor de los suyos ante la proclamación del fin de la Historia. ¿De qué serviría toda esa carga ideológica que les ha hecho posible soportar otras cargas más duras? La mujer, finalmente, se derrumba, la jueza abandona la estancia y entonces, en mitad de esa realidad tan poco sutil como es la de los juzgados de la Plaza de Castilla, se escucha una voz sobrenatural, la de la infortunada víctima arrollada por el ferrocarril que ahora promete reemprender la lucha reencarnándose en el cuerpo incorrupto del Padre de la Revolución. Un fantasma volverá a recorrer Europa y lo hará en compañía de Rosa (¿Luxemburgo?), quien es emplazada a reunirse con el nuevo Ivan Ilich en su pasmoso mausoleo de la Plaza Roja. Y, efectivamente, allí tiene lugar, unos días más tarde, la Resurrección del Ideal reencarnado en un pobre diablo castizo y marginal.

Recomienzan así las andanzas de esta pareja imposible a través de las nuevas condiciones objetivas. Cerca del Kremlin un adolescente es golpeado al ser sorprendido trapicheando con dólares sin el debido permiso de la autoridad mafiosa competente. El Lenin redivivo sale en defensa del joven Andreiev en una indisimulada alusión al episodio cervantino del infortunado Andresillo. Nuestro héroe, después ser liberado de un chapucero secuestro llevado a cabo por un grupo delincuente, decide abandonar suelo ruso.

En Polonia tendrá lugar el encuentro histórico entre dos de los últimos representantes de los grandes relatos teleológicos que persisten en el albor del nuevo milenio: Lenin y el Sumo Pontífice de Roma se contemplan silenciosamente en el interior del papa-móvil; de repente, surge de la nada un ángel rojo con aspecto de marinero del Potempkin…

Soy un ángel del Señor y, también, un emblema (algo sarasa) del Lumpen Proletariat. He venido para que selléis vuestra fraternal reconciliación… y puesto que los dos ya estáis fuera de este mundo posmoderno, los dos debéis, como dos buenos hijos de Eva, daros fraternalmente la Paz.

Y, claro, se la dan, porque en el fondo los líderes religiosos se respetan mucho entre sí, sobre todo cuando se sienten amenazados por el relativismo de la postmodernidad.

Atravesamos ahora la frontera con Alemania (la más herida en el alma) en un vehículo de segunda mano rumbo a Viena. Rosa le pregunta acerca de este destino, a lo que Lenin responde que necesita consultarle a un viejo amigo sobre el significado de su sueño revolucionario; el amigo al que se refiere no es otro que Sigmund Freud. El Cementerio Central de Viena como metáfora luctuosa del malherido corazón de la vieja Europa. Allí Lenin escucha la voz espectral del padre del psicoanálisis, que ahora sólo parece interesarse por los mecanismos subconscientes de una nueva ciencia llamada publicidad. Al cabo, llega Rosa acompañada por el atrabiliario Thomas Bernhard que les perpetra una de sus demoledoras soflamas acerca de la decadencia fascista de la Nueva Europa. Lenin se despide finalmente del escritor con estas palabras: El pesimismo de sus hijos más brillantes, esa sí que es una herencia nefasta en el viejo continente.

Y de allí, directos a Berlín, junto a los restos del Muro próximos a la Puerta de Brandemburgo. Tras una breve y melancólica conversación entre los dos viajeros sobre el sentido de aquella disparatada tapia de la vergüenza irrumpe un grupo de alegres y bien alimentados jóvenes alternativos que tiene a gala introducir imaginativas y lúdicas iniciativas en sus reivindicaciones. La lucha de clases ha dado paso a la defensa del cetáceo. Invitan a la pareja a que formule sus propuestas en un estrado instalado sobre un globo aerostático. Guay. En un momento dado los divertidos y performáticos jóvenes sueltan en globo con la pareja a bordo. Superguay. Vladimir, estamos volando en una ballena de aire sin rumbo ni dirección… A lo que el sosia del líder revolucionario replica: Los vientos de la Historia corren a nuestro favor. Y esos vientos transportan a la pareja hasta la patria de Robespierre.

Monumento Lafayette en la ciudad de la luz. Jóvenes magrebíes ignoran quién es Voltaire; lucen ropa deportiva de una marca americana, pero el gesto es de la rabia de haber nacido en el Sur. Después de una breve escaramuza con los árabes y un inopinado encuentro de Rosa con un antiguo compañero de fatigas reconvertido en prefecto de la Gendarmería, recalan en el teatro Odeón, donde se estrena Cyrano de Bergerac. Sobre las tablas del mítico escenario, Lenin entabla un duelo dialéctico con el actor protagonista, al que termina despojando de su postiza nariz. Este delirio quijotesco prosigue en las escenas posteriores ya en España, concretamente en la Puerta del Sol de Madrid, en plenas fiestas de Carnaval, donde nuestro héroe la emprende a bastonazos con una chirigota llamada “Los Lenins” así como hiciera Quijano con las figuras del Retablo de maese Pedro. Tras el incidente desfilan máscaras de míticos personajes históricos. Felipe II, Napoleón, Cleopatra, Julio César que invitan a Lenin a unirse a ellos y seguir con la fiesta, la fiesta de los grandes protagonistas de la Historia. Finalmente, Rosa, desengañada y tras comprender el sinsentido de su quimérica aventura, decide abandonar a su amigo imaginario, que termina hundiéndose lentamente sobre la lápida del kilómetro 0. Aparece un niño vestido de Superman soplando un matasuegras. Las campanas del reloj de la Puerta del Sol callan elocuentemente. Fin.

Sí, final también de este breve descenso a este Descenso que en su día concebí con una mezcla de guasa y conmoción. La profecía marxista de que el capitalismo terminaría destruyéndose a sí mismo víctima de sus propias contradicciones no parecía cumplirse, el sistema triunfante seguía dejando su infame rastro de miseria moral y material, la vieja pregunta leninista reaparecía con inusitada vigencia: ¿Qué hacer? Qué hacer, derrumbado el dogma cuasi religioso del marxismo-leninismo con su ominoso saldo de muerte y represión. ¿Qué hacer? ¿En qué lugar quedaban todos aquellos esforzados y generosos militantes izquierdistas que habían dado su vida luchando por un ideal de progreso que ahora era implacablemente deslegitimizado por doquier? Como el personaje de Rosa ante la jueza, me hacía eco de las voces cercanas de mis mayores, que se preguntaban: …Entonces, ¿estamos condenados los débiles a serlo siempre si nacemos entre los desfavorecidos?… Por eso, creo, escribí El descenso de Lenin, una obra que dediqué a mi hija, que nació el año en que cayó el Muro, y a sus abuelos, comunistas, los pobres….

 

El descenso de Lenin

[ fragmento ]

El descenso de Lenin, de Ernesto Caballero

El pacto de McDonald’s

(…)

ROSA. Así que Vladimir.

LENIN. Vladimir Ilich.

ROSA. Ulianov.

LENIN. Puedes llamarme Lenin.

ROSA. Lenin.

LENIN. Sí, Lenin.

ROSA. Yo me llamo Rosa.

LENIN. ¿Luxemburgo?

ROSA. No, Rosa: así, a secas.

LENIN. No trates de engañarme, te he reconocido enseguida.

ROSA. ¿Sabes en qué año estamos?

LENIN. En 1917.

ROSA. ¿Y en qué país?

LENIN. En la futura República Rusa.

ROSA. ¿Qué piensas hacer?

LENIN. La Revolución.

ROSA. ¿Cuándo?

LENIN. Esta noche.

ROSA. Te acompaño.

 

Doble exploración o Las amazonas del Nereva

(Calle de la Montera. Mujeres instaladas en la noche ceñida que se pinta de rouge.)

LENIN. Mujeres, no desesperéis, queda poco para que llegue la definitiva liberación.

PUTA 1. ¿Buscas algo?

LENIN. Lo mismo que tú.

PUTA 1. ¿De qué vas?

ROSA. Tranquila, solo quiere concienciarnos.

PUTA 1. ¿Qué?

LENIN. Me hago cargo de vuestra explotación, compañeras.

PUTA 1. ¿Sois de alguna secta?

ROSA. Para nada. Solo queremos ayudarte.

PUTA 1. ¿Ayudarme?

LENIN. Mujer, no tenéis por qué disimular. Sé lo que pensáis hacer y yo os apoyo.

(…)

 

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