N.º 46El texto teatral

 

Autor español del siglo XXI
y su difícil supervivencia

César Oliva
Universidad de Murcia

La principal o única ventaja de las canas es poder contemplar con perspectiva el camino que has recorrido en tu vida y en tu profesión. Contemplarlo, que no significa alabar sin más tus hechos, sino, por el contrario, advertir cómo tu opinión evoluciona a lo largo de los años. No siempre de idéntica forma, pero evoluciona. Es inevitable. De joven crees que la verdad es única e inmutable. De adulto, empiezas a dudar de eso y de todo. De mayor, o ironizas sobre la volubilidad de las ideas, o te entristece reconocer que cuanto habías supuesto, la terrible evidencia del tiempo lo coloca en sitio bien distinto al esperado. Esto es así, pero no quisiera dedicar demasiado espacio a la filosofía, sino a la práctica que esta mesa redonda nos exige. Ni creo que nostalgias y lamentos arreglen nada, ni imagino que los presentes estén aquí para otra cosa que escuchar ideas o propuestas de sentido práctico. Valoremos el tiempo en su justa medida, ya que, como decía Charles Chaplin, “el tiempo es el mejor autor; siempre encuentra un final perfecto”.

Entrando en materia, comenzaré diciendo que soy de los pocos teóricos (teóricos con truco, claro) que han defendido, a veces, de manera vehemente, la presencia del autor español en nuestros escenarios. Y tengo a bien reconocer que, incluso en las generaciones de dramaturgos más controvertidas, he procurado destacar la categoría de sus componentes. He defendido a la extinta generación realista en los libros y en los escenarios; he apoyado a aquel grupo llamado de “jóvenes autores”, cuando sus dificultades de estreno eran absolutas; he contemplado con renovada ilusión la llegada de los discípulos de todos aquellos luchadores por la democratización de la escena española; y veo con ilusión cómo hay jóvenes que, desligados vital y realmente del reciente siglo XX, practican una dramaturgia de la más rabiosa modernidad. Creo, pues, firmemente que el origen de cualquier representación escénica está en una idea transformada en frases, que elabora un hombre o una mujer que llamamos autor dramático. Y no pierdo el tiempo en discutir si la creación colectiva o la improvisación son o no elementos que compiten con la escritura convencional. Ya lo creo que lo son… pero de manera excepcional.

Manuel Linares Rivas (Santiago de Compostela, 1866-Madrid, 1938)

Manuel Linares Rivas
(Santiago de Compostela, 1866-Madrid, 1938)

Y como soy de los defensores de ese espécimen que algunos se empeñan en enterrar, voy a desarrollar una breve consideración sobre la situación actual que viven nuestros autores. Y empezaré volviendo al tema del tiempo, ya que el tiempo es el que da y quita a cuantos deambulan por eso que llamamos historia. La historia. No hay nada más terrible que la historia. Incluso la escrita por los buenos, que puede ser nociva; no digo ya la escrita por los malos… La historia pone y quita a los que se lo merecen. No todos pueden ser clásicos. Miren, por ejemplo, la realidad de nuestros dos premios Nobel dramaturgos. Ni Dios se acuerda de ellos. Qué injusticia. ¿O no es una injusticia? La historia ha quitado de un plumazo a autores que lo fueron todo, que ganaron todo, y que murieron adorados por el público. Benavente es un ejemplo rotundo. Pero, ¿y Linares Rivas, director de la SGAE, pues era uno de los que más beneficios económicos recibía de la taquilla Sin embargo, otros que fracasaron en su época de la manera más cruel y pertinaz, el tiempo los galardonó con laureles imprevistos. Don Ramón a la cabeza. Por eso, ¡qué difícil labor la del crítico o estudioso de autores contemporáneos, que tiene la necesidad de examinar in situ a cuantos pasan por los escenarios! ¡Cuántos elogios baldíos! ¡Cuántas sentencias de muerte por olvido absurdas!

Pero, ¿todo esto me lo estoy inventado yo con palabras mejor o peor colocadas? Nada de eso. Como decía Arniches, aquí todo se prueba, como en sastrería. La generación realista. En los años sesenta, cuando Monleón se inventó tal denominación para designar a un grupo de dramaturgos que veían la España de la posguerra de frente, sin adornos ni evasiones, de una manera crítica, dentro de lo que entonces se podía criticar, en los años sesenta, digo, nadie negaba la valía de Buero Vallejo, Alfonso Sastre, José Martín Recuerda, Lauro Olmo, etc., etc. No tiro de hemeroteca porque yo mismo saldría retratado como defensor de ese grupo generacional, cosa de la que poco o nada me arrepiento. De todos ellos, e incluyo al para mí excelente notario de una época tan sombría, como Buero Vallejo, ¿qué queda? ¿Qué se fizo, oh, Fabio, de la generación realista? ¿Cuántos de sus títulos aparecen en las carteleras de la última década?

Impresiones de Arte (Álvaro Alcalá Galiano)Si damos un pasito más, recordaré otro grupo generacional surgido de las cenizas del anterior, aunque fuera casi contemporáneo. Me refiero al bautizado por el profesor Wellwarth como “nuevo Siglo de Oro español”: Bellido, Ruibal, Martínez Ballesteros, Miguel Romero Esteo, Riaza, y los más “jóvenes” Matilla, López Mozo, García Pintado, Diego Salvador, Martínez Mediero, etc., etc. Estos siempre tuvieron dificultades para acceder a los escenarios profesionales, y, cuando lo hicieron, fue de manera excepcional. No recordaremos tales circunstancias porque tampoco quisiera incitar al llanto. ¿Qué títulos se han recuperado de estos autores? ¿Cuántos de ellos siguen escribiendo teatro? ¿Qué derroteros han conducido sus vidas?

Por supuesto que no estamos hablando de cuestiones como la calidad o la idoneidad como dramaturgos. Estamos hablando de algo que va más allá de los libros y de las taquillas. Estamos hablando de la difícil supervivencia del autor español contemporáneo. Y esto sí que es un rasgo nuevo en la historia del teatro. Esto sí que choca con la tradición. Vivimos una época nueva y distinta en el plano de la producción teatral. Y con esto no descubro ningún Perú. Desde finales del siglo anterior, los eslabones que constituyen la cadena de la producción teatral han cambiado de orden. La línea texto-director-actor-público no siempre es rectilínea. El orden de los factores empieza a no alterar el producto. En 2004, en un libro mío que tampoco tuvo demasiado éxito, escribía lo siguiente:

De todo este proceso de cambio en el teatro español más reciente, hemos visto como principal consecuencia para la creación escénica la paulatina pérdida de identidad y presencia del autor dramático. Como si sus ideas no fueran ya tan necesarias como antes sucedía, convendremos en admitir que su papel en la profesión tampoco es tan determinante. (Oliva, 2004, p. 258).

Estábamos, como antes decía, en 2004. Era el momento en que un nuevo siglo invitaba a pensar en un nuevo modo de abordar los problemas del teatro. Con la mirada, y el microscopio, puestos en los últimos veinticinco años del siglo XX, intentaba vaticinar sobre aquel inmediato futuro. No como simple astrólogo fingido, sino como un estudioso que deseaba mostrar ánimo para los años siguientes. Vano intento. La realidad supera con mucho el pronóstico. Hoy día, pocos autores actuales logran llevar sus propuestas a los escenarios y, cuando lo hacen, apenas si tienen continuidad. Aquella media de estreno por temporada murió hace tiempo. Los escenarios no son testigos de evolución alguna de los autores; si acaso, de muestras aisladas de sus capacidades. Esto es así, y este momento no es el adecuado para la búsqueda de causas. Estamos hablando de efectos.

He procurado escarbar en la historia reciente, y no tan reciente, sobre el papel del autor dramático en la escena española. Cuando Alcalá Galiano, por ejemplo, escribía en 1910 sobre “La decadencia del arte dramático”, no hablaba de la del autor, ni siquiera de la del propio teatro, que reconoce tener en esos albores del siglo XX una pujanza social y comercial como nunca había tenido. Alcalá Galiano da testimonio de los cambios que se advierten en el escenario, cambios relativos al final de la moda neorromántica (Alcalá Galiano, 1910). Nada más. Si acaso su prologuista, doña Emilia Pardo Bazán, sí que teme que un excesivo “florecimiento del espectáculo” beneficie más al negocio que a los autores. Tampoco Díez-Canedo alerta de problemas existenciales en el dramaturgo del entorno de los años treinta que le tocó criticar. Ni Alfredo Marqueríe después de la guerra civil, o Lorenzo López Sancho, o Enrique Llovet… Ninguno de ellos trató de la cuestión del autor español, de su entidad, de su supervivencia… porque no hacía falta; no estaba entre los problemas de todos esos años. La trascendencia del dramaturgo no estaba aún en peligro.

Los problemas de estos años en que vivimos, los problemas relativos al papel que el autor dramático juega en la escena contemporánea, son otros. Son de visualidad, de existencia. Y eso no es ni para llorar ni para lamentarse. Es para constatar una situación a la que la modernidad nos ha llevado, y de la que sólo se podrá salir buscando soluciones coherentes: influyendo cada cual desde su posición en la profesión; estimulando a los autores a seguir, ampliando sus posibilidades expresivas; en una palabra, a creer que el autor tiene la capacidad de hablar de temas de hoy con elementos de hoy, para desarrollar un teatro de visiones, más que un teatro de sermones, en palabras de Gordon Craig. No se me ocurren fórmulas mágicas. De la misma manera, que tampoco dudo que detrás de cualquier proyecto escénico de importancia está y siempre estará la figura del autor teatral.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ALCALÁ GALIANO, Álvaro (1910), Impresiones de Arte, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez. (El primer capítulo citado procede de una conferencia que impartió en el Lyceum-Club de Londres, en 1907).
OLIVA, César (2004), La última escena, Madrid, Cátedra.

 

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