N.º 45Juego dramático y pensamiento crítico

 

Cuaderno de bitácora

La piedra oscura

Alberto Conejero

Dionisio Ridruejo. Cartel

Ilustración

Creo que es prácticamente imposible señalar cuándo nace la idea de una obra de teatro y cada vez me es más difícil saber cuándo ésta termina de escribirse. Imagino que todos los escritores volvemos una y otra vez a un puñado de obsesiones, que desplegamos una y otra vez distintos resortes para las mismas sombras y anhelos. Nuestras primeras lecturas, sin duda, nos sirvieron para darle un lugar en el mundo a estas inquietudes. Y así puede que la raíz más honda de La piedra oscura se encuentre en el asombro de un adolescente leyendo a Federico García Lorca veinte años atrás, asomado a los Sonetos del amor oscuro y al descubrimiento de su destinario principal: Rafael Rodríguez Rapún. Desde hacía años quería escribir una pieza sobre el joven ingeniero de minas, secretario de La Barraca y compañero de Federico en los últimos años de sus vidas.
Fue gracias a una beca del INAEM y el Programa de Dramaturgias Actuales cuando pude escribir finalmente el texto en 2012. De esa misma convocatoria salieron excelentes textos de Antonio Rojano, María Velasco y José Manuel Mora, a los que me siento muy cercano. Pensé escribir este texto porque el momento político me llevaba a ello. La función lanza preguntas sobre los cimientos de la democracia que me interesaba mucho hablar en este momento. Pero ante todo habla de la memoria como un espacio de justicia y de la necesidad del encuentro con el Otro. Para ello pensé un final distinto a la vida de Rafael Rodríguez Rapún. Éste en realidad realidad murió justo un año después que Lorca, en un hospital de Santander a consecuencia de unas heridas producidas por el bombardeo de un avión italiano. En mi texto, Rapún en apresado por los nacionales y es custodiado por un jovencísimo soldado en la cuenta atrás que terminará con su ejecución. Una ocasión distinta que me permitiera contar lo verdadero sin la servidumbre de lo real. Necesitaba idear un dispositivo que me permitiese volcar dramáticamente los frutos de dos s dos años de investigación y testimonios directos de conocidos y familiares. De Rafael apenas se conocía nada: hijo de un frutero y una criada, que muy joven vivió el impacto de conocer a Lorca no solo en su relación homosexual, sino también en el entorno cultural de la II República en España.Rafael fue un testigo inesperado e inopinado tanto de la vida artística de España (Generación del 27, nuestra historia teatral) como de la guerra. Su vida es un hilo conductor que, desde lugares no transitados, va a arrojar luz sobre algunos aspectos fundamentales de nuestra histori, como la propia muerte de Federico. Lo último que se sabe de él son las postales que mandó a la familia desde el frente, con los renglones bien firmes y la letra afilada. La última la envió desde Oviedo. Después está su tumba en el cementerio de Ciriego (Santander) y una anotación en el libro de registro justo. El destino quiso que el siguiente enterrado apareciese con un simple “un muchacho de nombre desconocido”.
En mi texto, Rafael es vigilado por Sebastián, un personaje inventado que me da la oportunidad de poner en valor la mirada de un inocente inesperado. El teatro nos hace sentir una amenazante compasión por el contrario. Así ambos se enzarzan en una conversación a tumba abierta que termina con la pregunta «nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?». En esa frase tiembla toda la verdad de la función, su sentido más radical. Habla de Rafael, de los cadáveres que hay sin identificar en las cunetas de este país, incluido el de Lorca. También de Sebastián, que transformado después del encuentro es incapaz de responder a la pregunta. Pero finalmente habla de cada uno de nosotros, de nuestro deseo de permanecer en algún modo, de transcender.

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Ilustración

Una y otra vez daré las gracias a la familia de Rodríguez Rapún. Tuve la suerte de conocer a Tomás, el hermano de Rafael. Cuando le llamé por teléfono me preguntó qué quería contar de su hermano y le dije que quería averiguar quién fue su hermano más allá de la relación con Federico. Me dijo: ‘Muchacho, coja un taxi’, y me fui a verle». Tomás me contó a detalles importantes (y otros aparentemente nimios pero que trasminan en toda la función) y, junto con sus hijas Margarita y Sofía puso en mis manos el legado familiar. Tomás murió unos meses después de que yo terminase el texto teatral y a él va dedicado. La obra está publicada por Ediciones Antígona, cuenta con el prólogo de Ian Gibson y ya va por su segunda edición. A Tomás también le prometí que escribiría un ensayo sobre todo lo que he encontrado en su archivo, y en ello estoy.
Conocí a Pablo Messiez en Buenos Aires. Hasta ese momento había visto un par de sus montajes y le admiraba. Leyó La piedra oscura y fue de los primeros en escribir sobre el texto, un texto breve en el que invitaba a que la pieza se estrenase cuanto antes. Supe que él sería el mejor director para el montaje. Pablo tiene la mirada de un poeta y la alegría paciente de un orfebre. La productora Lazonapresentó el proyecto al CDN y fue seleccionado. Daniel Grao (Rafael) y Nacho Sánchez (Sebastián) son los actores que lo hicieron posible. Ahora me cuesta no oír sus voces cuando pienso en los personajes.
Ha sido increíble todo lo que ha ocurrido desde su estreno. En éste coincidieron las sobrinas de García Lorca y las de Rodríguez Rapún. Fue un momento excepcional. Las críticas han sido prácticamente unánimes en el elogio más cerrado. Las entradas se agotaron a los pocos días. Por primera vez el CDN anunciaba durante la misma temporada la reposición en septiembre de un espectáculo y sacaba a la venta las entradas con más de medio año de antelación. Agradezco mucho el cariño y la emoción con la que se ha recibido el montaje. Aún recuerdo lo que vivimos durante las funciones, la emoción golpeando el patio de butacas de la Princesa cubierto de camisas blancas, el ruido del mar y el llanto de los espectadores. Hay un equipo excepcional haciéndolo posible. Después de su reposición en septiembre iniciará gira por toda España.
La piedra oscura me ha deparado también una de las aventuras más maravillosas e insospechadas: su estreno en ruso en el Teatro de Arte de Moscú. Llegábamos a un país en soterrada guerra civil y con la Ley de Propaganda, que persigue la manifestación pública de la homosexualidad y ampara el acoso al colectivo LGTB. Y la nuestra es una función sobre el encuentro con el contrario y la reconciliación con nuestros deseos. Precisamente el amor que ahora en Rusia no puede decir su nombre. Inesperadamente La piedra oscura se volvía absolutamente cercana y amenazante en Moscú.
En septiembre regresa la función al Centro Dramático Nacional y ya están agotadas las localidades para varios días. Quiero cerrar estas líneas reiterando mi agradecimiento a la familia de Rafael. Hace algunas décadas Luis Sáenz de la Calzada, compañero de Rapún en la Barraca, escribió “porque muchos millones de personas le han ignorado, porque muchos millones le ignorarán, yo quiero dejar constancia aquí de su hombría, de Rafael Rodríguez Rapún, estudiante de ingeniero de minas, secretario del teatro universitario de la Barraca y bueno, buen amigo mío, corazón grande y sonrisa cariñosa, perennemente abierta a todos los puntos de la rosa”. Confío en que La piedra oscura haya aliviado algo esta ausencia insoportable.

La piedra oscura
(Fragmento)

SEBASTIÁN.- Aparecieron de repente, como una bandada, por encima de los árboles, justo detrás del bosque. Uno, dos, tres, cuatro —no me dio tiempo a contarlos — los aviones. Como una bandada de pájaros negros. Mi madre lloraba. “¿Por qué, madre? Vienen a ayudarnos. Vienen a traernos la paz. Abre las puertas, las ventanas. Es un día feliz. Tienes que sonreír. Salgamos a la calle a recibirlos. Que sepan que estamos de su lado.”. Nos reunimos en la plaza del pueblo. “¡Levantad el brazo, saludad a los italianos, que han venido a este rincón del mundo para liberarnos, levantadlo!”. Entonces los de la orquesta empezamos a tocar. Una marcha, creo, para recibirlos. Oímos los motores. Alzamos los brazos al paso de los aviones, llorando de alegría.
Y entonces, por encima de los vítores, sonó el primer disparo y luego el estruendo de la primera bomba. Y echamos a correr. En todas direcciones, sin saber adónde. Mi madre me gritó. No entendí lo que dijo. “No te pares”, quizá, no lo recuerdo. ¿Adónde ir? La iglesia estaba ardiendo. ¿Adónde ir? A las afueras no, decían que a las afueras estabais esperando vosotros y que era mejor morir bajo las bombas de los italianos. ¡La guerra, la guerra, la guerra! Yo eché a correr por el bosque. ¿Cuántos días fueron? ¿Cuántas noches fueron? Hasta que me encontraron y me dieron agua y este uniforme y este fusil. Mi madre… no, no hay que estar triste. Hay que abrir bien los ojos y estar alerta. Que no duerma nadie. Salgamos de nuestras casas, de nuestros pueblos, y marchemos en formación. ¡Alerta, alerta, alerta! Hay que pelear la tierra arrebatada, la tierra nuestra de cada día; hay que limpiarla del barro de vuestras botas, de vuestros cánticos para que la hereden nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Que no duerma nadie, nadie, nadie. Porque ha llegado la hora, la hora que tanto quise cuando era un niño, enloquecido por el silencio, por todo ese silencio amontonado sobre mis hombros y yo temía que la vida fuera eso, tan sólo eso, y quería que mi corazón se llenara de ruido. Y es idiota pero por eso me hice músico -aunque a ti no te importe porque duermes y no puedes oírme- para llenar mi corazón de ruido y espantar ese silencio que me estaba volviendo loco.
Por eso bendigo esta hora. Cuando los aviones cruzan estos cielos, y los buques cruzan nuestros mares, y las fragatas, y los tanques, y la metralla, y las baterías nos traen el mañana, el mañana que vosotros nos habíais robado. ¡Alerta, alerta, alerta! ¡Subid a los andamios, a los tejados, a las azoteas, abarrotad las fábricas, y las catedrales para esperar el alba! No duerme nadie por el cielo. Nadie. Nadie. Porque la hora ya es venida. Y recuperaremos las calles y nuestras iglesias y nuestro futuro porque ya no os pertenecemos a vosotros, a los que son como tú -nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos- porque ha llegado la hora de separar las sangres y no habrá ni perdón ni olvido.

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