N.º 43Y seguimos pasando el testigo

 

DESDE HOY: LOS TALLERES DE ESCRITURA

Sobre los talleres de dramaturgia

Guillermo Heras

Desde hace mucho tiempo es preciso constatar los diferentes discursos que la dramaturgia actual adquiere según el punto de vista del creador que la ejerce y, por tanto, la práctica de su escritura debería ser un complemento de la posición que un dramaturgo actual toma ante la construcción y poética de una obra teatral.

 

Durante mucho tiempo se pensó que el oficio del autor teatral era algo sin lo cual la maquinaria teatral no podía sobrevivir. Determinadas experiencias que van desde la primitiva commedia dell’arte hasta las investigaciones de las vanguardias del siglo veinte, o las más recientes propuestas de la postdramaticidad o la performance, demostraron que su importancia no venía provocada por su fundamental necesidad, sino por un paradigma de dominación que interesaba al tinglado escénico. Con ese cambio de paradigma producido por fricción se abrió el campo de la dramaturgia contemporánea a unas infinitas posibilidades de investigación y exploración en las relaciones entre texto y representación. Por eso, y aun admitiendo que NO SE PUEDE ENSEÑAR A ESCRIBIR TEATRO con fórmulas o recetas, sí pienso que se puede pensar en y para el teatro desde las estructuras y estrategias dramatúrgicas. Y por ello, que existan plataformas, talleres y encuentros de dramaturgos para reflexionar y activar resortes de colaboración e intercambio, me parece una excelente alternativa a la inercia cotidiana y al individualismo reductor.

Desde que lancé la idea de invitar a diferentes autoras y autores en el desaparecido Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, allá por los años 80 del siglo pasado, hasta las recientes experiencias mixtas entre talleres presenciales y virtuales que he desarrollado en países como Costa Rica o Uruguay, mucho ha evolucionado y consolidado un concepto, el de los propios “talleres de dramaturgia”, que, hasta un cierto momento, parecía algo carente de sentido. Bastaba tener talento y querer escribir para que ya todo fuera suficiente. No se reflexionaba como en los demás oficios del teatro; en la actuación, la dirección, la escenografía… se realizaban esos talleres e incluso se estudiaban de una manera reglada. Tuvo que pasar tiempo para que la especialidad entrara en el Institut del Teatre o en la RESAD. Afortunadamente, las alternativas que diferentes autores y autoras han dado a ese terreno específico de las enseñanzas o las exploraciones en las formas de escribir teatro actual ofrecen hoy, en todos los países iberoamericanos, una cantidad y calidad de excelentes ejemplos sobre esta maestría. Claro que, como dice el dicho español: “Cada maestrillo tiene su librillo”, y eso ha hecho que incluso en nuestro teatro hubiera una famosa polémica entre dos de las personalidades más destacadas de nuestra dramaturgia viva sobre el hecho mismo de cómo deberían impartirse esos talleres. Como todo lo que sean polémicas para confrontar éticas y estéticas artísticas me parece un signo de vitalidad del sector, aquella o cualquiera otra que se produzca sobre la pertinencia de la transmisión del pensamiento dramatúrgico me parecerá útil y pertinente.

Desde mi propia experiencia de haber impartido talleres en prácticamente toda Latinoamérica y en muchas ciudades de España, me he dado cuenta de que cada experiencia tiene algo de específico y que es preciso enfrentarse a ellas desde el reconocimiento de ese “imposible” sistema de enseñanza reglada y la certeza de la necesidad de la apertura a otras miradas y a otras sensibilidades. Muchas veces me ocurre que en estas experiencias soy yo el que más “aprende”, pues a la hora de analizar, reflexionar o confrontar esas propuestas dramatúrgicas que salen del taller, tu mente se abre a propuestas que no habrías imaginado en la soledad del escritorio. Siempre he manejado el criterio de que en un taller trabajas para y con colegas, nunca colocándote por encima de sus integrantes con la alegación de tus mayores años de oficio. No sé si es adecuada la palabra humildad, sobre todo si la sacamos del terreno de cualquier beatería, pero sea como sea, un taller es para mí un laboratorio en el que no existen cobayas, todos somos investigadores.

Convocar, a través de la realización de un taller de escritura escénica, a una parte de dramaturgas y dramaturgos emergentes constituye un proyecto que va más allá de la idea de “enseñar a escribir”. Creo que, como ya he expresado en tantas ocasiones, eso resulta prácticamente imposible. Se pueden abrir vías de conocimiento, analizar estructuras y estrategias de otros autores, ejercitar juegos de escritura…, pero lo más importante de estos talleres es crear un clima de intercambio e integración, no sólo a partir del profesorado que pueda acudir a las sesiones programadas, sino, sobre todo, entre los propios integrantes del taller.

De este modo, un Taller de Dramaturgia podría establecer unos ejes de acción básicos, ya que, por otra parte, toda experiencia de este tipo es puntual en el tiempo y soy de los que cree que en el oficio del teatro (cualquiera que sea su especialidad) siempre seguimos aprendiendo (o deberíamos seguir aprendiendo) por muchos y muy diversos medios. Entre estos ejes de la actividad de un Taller estarían:

  • El encuentro e intercambio de estrategias y formas de abordar la escritura teatral.
  • La formación de un núcleo de dramaturgos generacionales que creen vínculos de interacción para el presente y el futuro.
  • La reflexión sobre las múltiples formas de escribir piezas teatrales en la actualidad.
  • La puesta en práctica de ejercicios diversos que puedan concluir con la escritura de una obra final fruto de ese taller.
  • El acercamiento a profesionales del teatro con una trayectoria consolidada y que permita la confrontación de puntos de vistas sobre el oficio.

Desde luego, todo esto está inmerso en la idea motriz de pensar en la dramaturgia y, lógicamente, nos lleva a cuál es nuestra postura actual ante la producción de esa dramaturgia. Escribir teatro en la época de la realidad virtual, las redes sociales, las fuerzas tecnológicas parece una tarea romántica. Puede que lo sea, pero no por ello menos contemporánea. Hasta tiene un valor añadido, es una respuesta de resistencia.

Miradas diferentes, estrategias diversas, poéticas abiertas o cerradas. Cada autor dramático, afortunadamente desde hace ya bastante tiempo, ya no tiene, ni debe ajustarse a ningún “canon” impuesto por las Academias.

Todo taller es en sí mismo una aventura y depende mucho del tejido que logre crearse para que, más allá, de que se genere algún texto brillante, se estructure un cuerpo vivo que produzca vitalidad y ganas de seguir investigando en los misterios de la escritura. Y aquí habría que aportar un rasgo de nuestra profesión, el individualismo, que, dependiendo de en qué dirección se dispare, puede producir algunas disfunciones.

Habría que asumir que no somos una profesión tendente a la comprensión profunda del concepto de alteridad. Somos demasiado ególatras o, tal vez, demasiado egoístas como para asumir que nuestras RAZONES artísticas son tan válidas como las de cualquier alternativa diferente… incluso aunque estas sean totalmente opuestas. Y ello debería ser así porque, afortunadamente, las Artes Escénicas no son matemáticas o física con sus leyes cerradas y convencionalmente asumidas por todos. Por esas razones creo absolutamente que la escritura escénica es un territorio abierto a infinitas interpretaciones.

Por ello, una de las grandes utilidades de los talleres de dramaturgia sería la de posibilitar la apertura de nuestras ideas a otras nuevas que nos permitieran, incluso, cuestionar lo que siempre hemos podido deducir como indiscutible. Insisto, siempre que eso se realice desde la exploración y la investigación, nunca desde la imposición y, por supuesto, reafirmando siempre nuestro estilo como signo de afirmación.

Otra de las razones por las que creo en la validez de los talleres es por los resultados que han podido producir a lo largo del tiempo. En el ámbito iberoamericano, tenemos excelentes maestros de la escritura escénica y, por ello, la dramaturgia iberoamericana actual pasa por un excelente momento en su creación. Lo que nos sigue faltando es un mayor intercambio en la información y un conocimiento de la diversidad de estéticas en las diferentes generaciones que luchan por el desarrollo de un teatro actual, y en ese sentido es por lo que los talleres deberían servir también para abrir ese horizonte de conocimiento. Y, por último una cita poética de una gran autora francesa, Helène Cixous:

Escribir para el teatro es alejarse de sí, partir, viajar en la oscuridad hasta ignorar dónde estamos y quiénes somos: sentir el espacio, convertirse en un país tan extranjero que inspira temor, perderse y llegar a una región desconocida; despertarse, metamorfoseado en alguien nunca visto: en mendigo, en divinidad ingenua, en anciano sabio. No soy yo y, sin embargo lo soy. ¿Qué queda de mí cuando me convierto en anciana o en ministro? Casi nada, en el pecho, la palpitación de una sorpresa.

En suma, escribir para el teatro: un auténtico placer. Además, si podemos disfrutar de la lectura de los textos, mucho mejor. Por todo eso defiendo la práctica de los talleres, no en su lado resultadista, sino como los artesanos de todas épocas en búsqueda de excelencia e intercambio entre alguien que lanza unas ideas pero que nunca debería ejercer de colonizador, sino de explorador de los imaginarios contenidos en ese núcleo humano unido frente al reto de seguir haciendo de los textos teatrales un territorio de ficción apasionante.

 

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