N.º 43Y seguimos pasando el testigo

 

Cuaderno de bitácora

Dionisio Ridruejo. Una pasión española

Por Ignacio Amestoy

Anagnórisis y catarsis con un culpable arrepentido

Dionisio Ridruejo. Cartel

Cartel 1

Se ha estrenado en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, del CDN, la obra Dionisio Ridruejo. Una pasión española, bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Ha estado en la cartelera del 14 de marzo al 13 de abril. La pieza llegaba a la escena más de treinta años después de ser escrita y publicada.

La primera edición de la obra Dionisio Ridruejo. Una pasión española es de 1983, con prólogo (“Un drama político”) de José Monleón. Fue dentro de la colección Sibyla, que conducida por Juan Barja, editaba Akal. Se volvió a editar en 1994, en Espiral/Teatro de la editorial Fundamentos, de Juan Serraller. En este caso, la pieza fue publicada junto con la obra ¡No pasarán! Pasionaria, con un prólogo de César Oliva (“Ignacio Amestoy y su teatro político”).

Dionisio Ridruejo. Una pasión española fue escrita entre los años 1981 y 1982. Ya había yo escrito mi primera obra, Mañana, aquí, a la misma hora, un homenaje a mis maestros: Buero (en la obra dos actores y un director ensayan dos escenas de Historia de una escalera) y mis profesores en el Teatro Estudio de Madrid (TEM), Miguel Narros, William Layton, Maruja López, Ricardo Doménech… Esta pieza fue premiada con el Aguilar, ex-equo, con El combate de don Carnal y doña Cuaresma, de mi compañero de estudios en el TEM, José Luis Alonso de Santos. El ser galardonado junto con José Luis representó para mí un gran honor, le admiraba (y le admiro) profundamente. También había escrito una versión (la primera que se estrenó en España, el 22 de octubre del 82) de Lorenzaccio, de Alfred de Musset, que llevó a las tablas Antonio Corencia, con Victoria Vera como Lorenzo de Médicis. Y estaba en proceso de montaje mi obra Ederra, que al fin dirigió mi querido Miguel Narros, en el Teatro Español que dirigía a la sazón José Luis Gómez.

Yo era entonces redactor-jefe del periódico Diario 16, responsable del suplemento cultural “Disidencias”, y en España se había vivido la convulsa etapa militar que acabó en el 23-F y precipitó el desmoronamiento de la UCD de Suárez y el triunfo del PSOE de Felipe González el 28 de octubre del 82. Viví aquellos acontecimientos en Diario 16, no lejos de un redactor del periódico, Fernando Reinlein, al que llamábamos cariñosamente “el capi”, porque era uno de los capitanes de la Unión Militar Democrática, la UMD.

En mis obras anteriores, tras el ensayo dramático que fue Mañana, aquí, a la misma hora, había entrado en el tratamiento de la tragedia, género que he cultivado con preferencia. Tanto la versión (muy libre) de Lorenzaccio, como Ederra, eran tragedias. En la refundición de la obra de Musset quise trasladar la personalidad de Lorenzo del ámbito del magnicidio al del terrorismo que se vivía en España en la confluencia de los setenta y los ochenta. En Ederra (‘hermosa’, en euskera) se quiso simbolizar la violencia de mi País Vasco.

En aquel caldo de cultivo en el que los ruidos de sables habían acabado en el estrafalario, aunque perverso, golpe militar del 23-F, la personalidad de Dionisio Ridruejo se me apareció como muy significativa del momento que vivía España. Una cita de Salvador de Madariaga me llamó poderosamente la atención: “No es posible entender la trayectoria íntima de hombres rectos como Ridruejo si no se dilucida –al menos en lo fundamental– lo que de verdad es el Ejército”. Aquel Ejército español, se entiende.

Dionisio Ridruejo, una pasión española

Dionisio Ridruejo, una pasión española 2

Profundicé en el personaje que había sido durante la Guerra Civil el paradigma del falangismo franquista y fascista, que más tarde, tras un tormentoso proceso de conversión a la democracia, había llegado a fundar el primer partido demócrata que aspiró a salir de la clandestinidad y ser reconocido en vida del dictador, la USDE, la Unión Social Demócrata Española. Al propio tiempo, “mutatis mutandis”, en la España de la Transición se había vivido la experiencia de un Secretario General del Movimiento franquista, Adolfo Suárez, que había sido el primer presidente de la Democracia. Dionisio Ridruejo había presentado la USDE, en el Hotel Mindanao de Madrid, en olor de multitud, junto a Buero Vallejo o Juan Benet, y otras figuras del “exilio interior” y del franquismo arrepentido, en abril de 1975, falleciendo pocos meses después, en la madrugada del 29 de junio de ese mismo 1975. Antes de la muerte de Franco, el 20 de noviembre. Se podía decir que Ridruejo no había llegado a la “tierra prometida” de la Democracia. Más tarde, se pudo afirmar que el Josué que llegó a las tierras democráticas de Canaán fue Suárez.

Me resultó significativa la relación paterno filial que observé entre Franco y Dionisio. Franco no había tenido el hijo que quiso y Dionisio se vio privado de su padre con tres años. Corrió la leyenda urbana de que al Generalísimo le hubiera parecido magnífica la boda de su hija Carmencita con Dionisio. Es una hipótesis peregrina, pero lo cierto fue que Franco permitió a Ridruejo acciones y actitudes que para otros miembros del régimen representaron la muerte. Esta relación de Ridruejo con Franco fue uno de los vectores que me llevaron a situar la acción en una residencia militar. ¿Dónde, si no, establecer una confrontación entre unos hipotéticos fantasmas del propio Franco y de Ridruejo?

Figuras como las de José Luis López Aranguren, José Antonio Maravall, Antonio Tovar, Gonzalo Torrente Ballester o Pedro Laín Entralgo, que habiendo estado también en la ola fascista, vivían atormentados por su pasado, combatiendo desde ámbitos relativamente tolerantes o desde la inequívoca clandestinidad al franquismo, muchas veces arriesgando su presente y su futuro, me llevaron al dramático papel que llevaban sobre ellos. Y a fijarme en un personaje como el coronel Arenas que puse en marcha.

Mi relación en Diario 16 con el capitán Reinlein, encausado por su pertenencia a la UMD, me llevó al convencimiento de que dentro de las Fuerzas Armadas había también unas disidencias no tan palmarias como las de los jóvenes “úmedos”, pero en todo caso más dramáticas que las de ellos, pues sus padres, en algunos casos, habían estado soportando dentro de la milicia las imposiciones del Generalísimo, llegando en muchos casos a la desesperación. De esos perfiles surgió el protagonista de la obra, el coronel Arenas, que habiendo vivido la peripecia de la División Azul, y habiendo conocido allí a Dionisio Ridruejo, aún estado en disconformidad con Franco, no fue capaz de enfrentarse a él, como tantos y tantos españoles, en la milicia y fuera de ella. Imaginé la vida desdichada del coronel Arenas, teniendo siempre como referente a Ridruejo.

Dionisio Ridruejo, una pasión española

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Y se fue perfilando el “dramatis personae” de la obra. Dionisio tenía que estar pero no quería el duelo permanente entre el coronel Arenas y su icono. Me resultó más trágico el personaje del coronel Arenas. Al fin, el 18 de mayo del 83, se estrenó en el Español Ederra. Yo había tenido una estrecha relación con Buero a partir de Mañana, aquí, a la misma hora, que leí ante él, Victorica –fui regidor suyo en algunos programas dramáticos de TVE– y unos amigos, y había corregido radicalmente la obra según sus indicaciones, cosa que no dejó de alarmarle, enseñándome las diversas versiones de sus obras, en las que sólo se prescindía de párrafos o líneas que sufrían el subrayado en sus cuartillas con bolígrafos de diferente color según fueran la primera, segunda o tercera revisión. A Buero le había gustado Ederra, dejó escrito que la pieza tenía “aire de familia”, lo que nunca he negado. Tras el estreno de Ederra, un día me preguntó: “¿Y, bueno, qué está escribiendo ahora usted?”. No le oculté que había culminado una pieza sobre un personaje del cual él había estado muy cerca, Dionisio Ridruejo. Le sorprendió. Exclamó, a bote pronto: “¡Pero si a Ridruejo le hemos conocido todos!”. Es curioso que en las últimas fechas, encontrándome con un respetado amigo, Antonio Bonet Correa, director de la Academia de Bellas Artes, éste me preguntó por mi deriva teatral y le comenté que iba a estrenar, después de haberla escrito hace más de treinta años, una obra sobre Ridruejo. La exclamación fue la misma que la de Buero, treinta años después: “¡Pero si a Ridruejo le hemos conocido todos!”. ¡Qué extraña personalidad la de Ridruejo para Buero y para Bonet a los que les resultaba extraño encontrárselo sobre un escenario!

Pero yo no contaba la vida de Ridruejo, al que habían conocido todos… Contaba la pasión del coronel Arenas. ¿En dónde se iba a desarrollar la acción? En una residencia militar, de las muchas que existían y existen en España. Un residencia especial, con servicio de enfermería. El coronel Arenas había tenido varios intentos de suicidio y estaría en observación en el centro. En la residencia, también está el general Castillo, que recibe un determinado tratamiento y se encuentra permanentemente atendido por su asistente, el comandante Castro. En el centro también está el capitán Alonso, sin duda por recomendación de sus familiares, militares como él, porque ha tenido algún capítulo de tensión por pertenecer a una UMD que es vigilada, y se le ha apartado. Una enfermera completará el quinteto de personajes. Junto a la enfermera, cuatro generaciones de militares.

La acción se desarrolla en el gimnasio de esa residencia militar, con espalderas, cuerdas, aparatos de saltos y cuerdas que cuelgan del techo. En el gimnasio se puede practicar el baloncesto, que es lo que comenzarán haciendo el coronel Arenas y el capitán Alonso, al comienzo de la obra, uno contra uno. Los dos han practicado este deporte. El coronel comenzó a practicarlo en Estados Unidos, en unos cursos a los que asistió invitado por las Fuerzas Armadas de aquel país. En ese espacio se desarrollarán, además del juego del baloncesto por el coronel y el capitán, los ensayos de una Misa de Angelis que el general prepara con su asistente y con el coronel y el capitán para el 18 de julio del 75, que está cercano. Cercano de las fechas en que se desarrollará la obra, el 28 y el 29 de junio de 1975. En la madrugada del 29 se producirá la muerte de Ridruejo y la noticia llegará inmediatamente a la residencia, afectando de manera muy especial al coronel, para el que Ridruejo era su modelo a imitar, y al que nunca imitó.

La obra tiene dos partes que se corresponden con el 28 y el 29 de junio respectivamente. En la primera, nos vamos dando cuenta de la vinculación del coronel con Ridruejo. Para el coronel representó mucho su participación en la División Azul y recuerda episodios de aquella trágica aventura como si los viviera hoy. También los hitos fundamentales de la vida de Ridruejo.

Tres pilares iban a sostener la obra. La anagnórisis del coronel Arenas, en el más puro ámbito de la tragedia. El coronel se iba a suicidar al final de la obra, no se considerará digno de llegar a la tierra prometida de la democracia, aun sabiendo que las tierras de Canaán están cerca. Esta es la almendra central de la obra. El teatro ritual, el teatro documento y la biomecánica me servirán para completar la estructura y el desarrollo de la pieza.

Biomecánica, como le gustó subrayar a Moisés Pérez Coterillo nada más conocer la obra. Algo para él “desconocido” en nuestro teatro. Podría ser. Tanto el juego del baloncesto como los ensayos del canto gregoriano irían por esa vía en la más adecuada interpretación actoral. Teatro documento –una obsesión para mí, andadura que inicié en el teatro universitario y que luego desarrollé en obras como ¡No pasarán!, Pasionaria o Gernika, un grito, 1937– que me servirá para, en la primera parte, incorporar dos soflamas de Ridruejo durante la Guerra Civil por boca del coronel, que las tiene grabadas en su mente y en su memoria, y en la segunda, tres de las intervenciones públicas más destacadas del falangista convertido en demócrata. Tras conocer la noticia de la muerte de Ridruejo, el coronel entrará en trance al rememorar en primer lugar el discurso que Ridruejo pronunció en la Alameda de Valencia el 21 de Abril de 1940 –que, tras una búsqueda intrincada, encontré publicado por un periodista taquígrafo en el diario Levante de 23 de abril de aquel año, y que no figura en las recensiones de ningún biógrafo de Dionisio, sólo en el periódico–, un discurso escalofriante, poco antes de salir para Rusia encabezando la División Azul que él se ha inventado tras no haber participado en combate en la Guerra Civil, por lo que era recriminado por los militares y por sus propios colegas falangistas. Un discurso fascista y belicista, completo en sus veinticinco minutos reales, en el que propugna una Falange armada hasta los dientes. Así fue Ridruejo. Lo quise documentar.

El siguiente documento de esta segunda parte de la obra es un extracto de la carta que, tras regresar de Rusia, dirige Ridruejo a Franco el 7 de julio de 1942, en la que le dice que no le considere ya de los suyos. Tras esta carta, Dionisio será apartado de todos sus cargos y recluido en los límites de Ronda. Más tarde, por aquel afecto del Generalísimo, conseguirá que su destierro sea en Cataluña, donde conocerá a su mujer, Gloria. Por esos mismos afectos, más tarde Franco permitirá que Dionisio tome la corresponsalía de Pyresa –la agencia de Prensa del Movimiento– en Roma.

En la acción de la obra, el coronel Arenas no hará mención de dos hechos relevantes en la vida de Ridruejo. Uno, los desórdenes estudiantiles del 56, organizados por él –y sus falangistas– y Enrique Múgica –y el Partido Comunista de España, con Federico Sánchez en la trastienda–, que el régimen adjudicará al PCE, para que la opinión pública no apreciara la disidencia de Ridruejo y los suyos. Dos, su acción en la organización del que se llamará desde el régimen “Contubernio de Múnich”, que le causará a Ridruejo el exilio real, aunque Franco siempre mantuviera una significativa relación con él. En la obra no se entra, pero no es desconocida la vinculación de Ridruejo con los tentáculos de los servicios de inteligencia afines a los aliados de Franco.

El tercer documento de la segunda parte son unos fragmentos sustanciales del discurso de presentación en el Hotel Mindanao de Madrid, el 15 de abril de 1975, de la USDE. En el que indica, proféticamente, que en cinco años –o sea, para 1980– habrá democracia en España, como ocurrirá, llegando a afirmar que con mayoría de izquierdas –lo que sucederá tras el 28 de octubre de 1982–. Un discurso –que se reproduce a continuación– que es la culminación de su recorrido desde el fascismo a la democracia, y que para el coronel Arenas es la muestra palpable de su fracaso personal. Lo que le precipitará a la muerte final, colgándose de una de las cuerdas del gimnasio y pidiendo al capitán que tire de sus piernas, cosa que el joven militar no hará. Acaba ese sacrificio final mientras se entona el Gloria de la Misa de Angelis, eslabón de la tercera línea de acción en la obra, el teatro ritual.

En el montaje que, programado por Ernesto Caballero, ha dirigido Juan Carlos Pérez de la Fuente en el Centro Dramático Nacional, interpretado por Ernesto Arias en el coronel Arenas, Paco Lahoz en el general Castillo, Daniel Muriel en el capitán Alonso, Jesús Hierónides en el comandante Castro y Nerea Moreno en la enfermera, se han captado las intenciones del autor. Sin duda, al autor le hubiera gustado estrenar la pieza antes. El estreno ha sido ahora. Por lo observado, parece que la obra sigue viva. Y la anagnórisis del coronel Arenas provoca la catarsis en no pocos espectadores. Vale.

 

Dionisio Ridruejo, una pasión española

[fragmento]
(Fragmentos del discurso democrático de Ridruejo el 15 de abril de 1975, recitado por el coronel Arenas)

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CORONEL. Haremos una España, no para enanos, sino para que los españoles puedan gobernar y administrar y dirigir, y que por ello se les incluya en el orgullo colectivo de ser hombre, en la misericordia de no estar solo. Nuestra voz es una, pero deben sonar otras muchas, todas las que el pueblo español tiene como suyas –digo voces y debo decir lenguas– para sentirse dueño de sí mismo. Porque la esperanza que me gana sobre todas no es la de ser un exponente, un dirigente o un indicador, sino, ante todo y sobre todo, el hombre que pueda sentirse completo incorporándose a la corriente emocional de un pueblo en pie que afirma su decencia en la práctica de la libertad –esta que ahora tomamos porque es nuestra– para la realización de la justicia. Contra las ilusiones del sistema vigente y contra las ilusiones de los partidarios de la revolución, estoy por la Democracia. Creo que la Monarquía arbitral y simbólica es una posibilidad, quizás una fatalidad, de la España inminente. Lo acepto como tal. Añadiría sin reservas a la palabra Democracia la palabra Social. Yo quiero socializar la libertad, socializando aquello que convierte la libertad en privilegio y no en un bien común, esto es, la riqueza. Creo que hemos de pasar, necesariamente, por una gran confusión. Pero puedo decir que de aquí a cinco años en España estará organizada la Democracia y, muy probablemente, con mayoría de izquierdas, porque la naturaleza de la sociedad española es que, después de treinta años de dictadura ultraconservadora y hasta mandarinesca, las masas entren a funcionar de manera positiva como fuerza del país. Y lo que ya no podrá haber pacíficamente en España es una situación de derechas concebidas éstas en sus posiciones de anteguerra. (Una pausa.) Español apagado, ceniza de un fuego, ¿dónde estás que te busco, y me busco y nos pierdo?

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