N.º 41La edición teatral a través de la historia

 

TERCERA [A ESCENA, QUE EMPEZAMOS]

Internet: la vulnerabilidad del pensamiento gaseoso

Jesús Campos García

Nostalgia del papel, del pergamino, del papiro, del plomo y de la piedra. Y de la oralidad. Los cambios de soporte condicionan, influyen, determinan el modo de pensar y el pensamiento. Y aunque este no sea el sitio ni yo sea la persona capaz de precisar estos extremos, sí evocaré –de forma imprecisa– los temores, las dudas y los entusiasmos que los creadores de antaño debieron sentir al fijar sus relatos orales en los nuevos soportes, tan palpables, tan distintos del aire y la memoria: vehículos efímeros en los que hasta el momento se sustentaban.

Escribir es atrapar con unos garabatos un estado de ánimo. Y si la concreción que aporta la escritura nos permite fijar el momento, también la concreción puede ser dique que detenga el proceso. Las ideas escritas son estatuas de sal, no inamovibles, pero sí resistentes, y a esa cualidad tal vez se deba la buena acogida que se les dispensó en los últimos milenios. Cualquier discurso, por adverso que sea, siempre mejor escrito, pues con la concreción se limita su alcance, bien para rebatirlo con discursos contrarios, bien para resolverlo –y no faltan ejemplos– en una buena hoguera, recurso inaplicable a la edición hablada.

La imprenta, gracias a su naturaleza industrial, recuperó, en cierto modo, la agilidad perdida en las ediciones manuales  Y si bien es cierto que lo que la imprenta imprime dista mucho de la oralidad, pues no se transforma al tiempo que se transmite, al menos sí se expande como ella (de forma incontrolable e incontenible), recuperando el pensamiento, de este modo, el carácter ignífugo que perdió cuando se sustentaba en papiros y pergaminos;  pues para frustración de los pirómanos, siempre habrá un ejemplar inatrapable que escape de la quema.

Que con distintos soportes se llega a distintos receptores transmitiendo distintos contenidos mediante el uso de distintas formas es obviedad que no merece mayor detenimiento. Y he aquí que inauguramos soporte, y con él, receptores, contenidos y formas. El mundo digital que se avecina, siendo el que es parecerá distinto, no tanto por serlo como por la voluntad de quererlo ser. El pensamiento concreto, asentado en los soportes tradicionales, se vuelve gaseoso por lo expansivo y por lo transformable. La interacción de foros y “chateos” nos retrotrae al caos de la oralidad. (Dicho sin intención peyorativa).

¿Qué será del teatro, de la narrativa, de la poesía, de las formas concretas, en este nuevo mundo de la inconcreción? En lo que a mí respecta, haré lo que lo que responda a mis necesidades; lo que ha de hacer el mundo que lo decida el mundo. Sí pondría un reparo, una prevención, al futuro feliz que se avecina: ¿qué ocurrirá cuando la “nube” almacene en sus estantes inconcretos el pensamiento de la humanidad si alguien decide volver a las hogueras? Alguien que pueda, y tenga el mando y la ocasión de hacerlo.

Las piedras, los papiros, los libros se rescatan, pero los megabytes son como las palabras (pronunciadas), que se los lleva el viento. Las redes, en lo que se asemejan al debate oral, tienen tanto valor como peligro. Con un peligro más en el catálogo de los cataclismos que, como siempre, nunca ocurrirán: si nuestro pensamiento reside en Internet, ya no harán falta hogueras, bastará con un clic para apagar el mundo.

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