N.º 42Teatro y realidad

 

TERCERA [A ESCENA, QUE EMPEZAMOS]

El reciclaje (inmediato) de la realidad

Jesús Campos García

¿Y por qué ahora? Nada está al margen de la realidad, incluso darle la espalda a la realidad es otro modo de situarse en ella. Y si esto es así, ¿por qué ahora esa demanda?, ¿por qué un teatro que refleje la realidad?, ¿es que acaso podría no reflejarla? La realidad lo es todo. Incluso la ficción, cuando trata de escapar de lo real, lejos de situarse fuera de sus límites, lo único que hace es ampliarla. Y es que la creación no es una pirueta en el vacío, las obras no se escriben a partir de la nada, y por más que quisiéramos evadirla –en el caso de que quisiéramos– la realidad –incluso en lo irreal– siempre estará presente, con su panteísmo inexorable.

Crear es otro término de equívoca significación. ¿Qué es eso de crear? Digamos que ordenamos, o que recolocamos, las piezas que ya existen. Con las vivencias o con la observación –el yo y el entorno–, y a partir de los materiales que la memoria nos proporciona, “creamos” nuestras obras. Los personajes, las emociones, los acontecimientos de nuestro pasado, convenientemente reciclados, son los componentes de las nuevas historias inventadas; ficciones que de algún modo nos expresan y que, en ocasiones, nos ayudan a descifrar la realidad más inmediata, siempre ineludible. Y no hay más.

Todo se desarrolla en el ámbito de lo real y, sin embargo, hablamos de realismo como categoría. Deslindamos así, clasificamos las distintas versiones de lo real  en función de su nitidez, de su literalidad, cuando lo que subyace bajo esta compulsión clasificatoria es la necesidad de apartar de nuestro lado a aquellos que no la manipulan –dicho esto sin la más mínima connotación peyorativa– del mismo modo que lo haríamos nosotros. O lo que es lo mismo, que no comparten nuestra visión del mundo. En definitiva, hablamos de realidad, la clasificamos o la demandamos como si fuera una opción, los que la percibimos como algo hostil y, en consecuencia, quisiéramos cambiarla, para diferenciarnos así de los que se sienten cómodos en ella –el mundo está bien como está–, y miran para otro lado –defender la realidad sería muy fuerte– para propiciar su consolidación. Cabría matizar, todo es cuestión de grado, pero en esencia es esto.

Y ese el motivo de que, en estos momentos en los que la hostilidad se generaliza por doquier, se perciba una mayor demanda de realismos. Los que consideramos que la sola exposición de la realidad ya es una crítica a la realidad solemos llamar realismo a la contestación. Asumiendo esta imprecisión, cabría preguntarse: ¿qué realismo se demanda? o ¿qué respuesta sería más eficaz? ¿Teatro fotográfico? ¿Que la realidad se conteste a sí misma o contestarle desde la irrealidad? Y aunque ambas opciones podrían ser válidas e incluso convivir y, por incluso, incluso fusionarse, el problema no está en lo que hay que hacer sino en cómo se hace. Cómo y dónde se hace. Y sobre todo, cuándo.

En la sociedad de la inmediatez, ¿podremos los autores aportar nuestras obras antes de que la realidad las supere? ¿Por qué no se escribe de lo que nos sucede?, suelen decir los responsables de que los estrenos se demoren. No creo que exista autor que no sea consciente de esa demanda, pero el mundo del teatro padece una esclerosis incompatible con la agilidad digital en la que estamos. Las redes nos enredan a tal velocidad que el estreno más rápido siempre llegará tarde. Desde que se escribe un texto hasta que la sociedad puede asistir a su representación, la realidad aludida puede haber cambiado varias veces. ¿Cómo puede entonces una tortuga retransmitir las incidencias de una competición de velocidad?

El viejo oficio de reciclar la realidad tiene que asumir este nuevo reto, el de la inmediatez. De nada vale, o vale de muy poco, hacer resonar en nuestra memoria las emociones vividas, los hechos observados, si su representación no se produce cuando esa realidad sigue aún vigente. O resolvemos la inmediatez operativa o el teatro actual acabará teniendo sabor a repertorio, piezas ya antiguas antes de nacer, material reciclado que, antes de ponerse en pie, ya está pidiendo a gritos que lo vuelvan a reciclar.
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