N.º 7 De fuera vendrá. Traducciones y teatro extranjero

sumario

Espejo social y singularidad rioplatense en El puente, de Carlos Gorostiza

Isabel Moreno Caro

GOROSTIZA, Carlos
El puente
Madrid, Cátedra, 2014
(Col. Letras Hispánicas), 278 pp. 10,93€.
ISBN: 978-84-376-3335-0.

Después de las primeras representaciones que El puente tuvo en Argentina, contaba el propio autor que la “barra” de los muchachos que la principiaba había sido una de las partes que mayor entusiasmo ejercían en el público autóctono. El diálogo ágil, por breve y dinámico, a fuerza de repartirse en boca de numerosos mozos, la potencia expresiva y sobre todo la tintura porteña lingüística y situacional del primer movimiento de El puente, embargarían a los espectadores rioplatenses de mediados del siglo pasado, y apuesto a que también al público español actual, por pintoresco y animado. Pero vayamos por partes. ¿De qué hablan los muchachos y de qué trata El puente? Los chicos hablan del partido que van a jugar en cuanto se reúnan todos, de la milonga de la noche anterior, de que no tienen empleo y de Andresito, uno de ellos que ha ido a trabajar en la construcción de un puente en las afueras y que no ha regresado cuando era esperable. Paulatinamente la ausencia de Andresito irá evidenciando un desenlace trágico, al tiempo que sostenga la tensión y la espina argumental de El puente. Se trata de una obra de orientación socio-política que pone de manifiesto las iniquidades y atropellos padecidos por el pueblo argentino en concreto bajo el gobierno de Juan Domingo Perón, pero en general, desde siempre. La construcción de los dramatis personae está subyugada al montaje de tipos sociales; los muchachos de la “barra” resultan los más naturales. Tilo, uno de ellos, es el único con novia, Angélica, la portavoz insatisfecha de las clases pobres, reforzado su papel por el de su Madre, estrechez personificada y ninguneada hasta en el sin nombre. Hasta aquí obviedad. Sin embargo, este último personaje, servil y testarudo, es algo más creíble que su antagonista, Elena, la mujer adinerada del ingeniero. En la construcción de personajes Gorostiza cojea y sucumbe al atribuir a los prósperos los más prototípicos y execrables vicios: la frivolidad, la estupidez, la insolidaridad y la altanería, mientras que la humildad y la solidaridad están reservadas a aquellos a los que no les queda nada, salvo la dignidad o ni eso. Los pobretones muchachos reúnen fraternales el dinero que necesita la Madre de Andresito, porque este no llega con la paga para cubrir las deudas. Entre los ricos y los desheredados, un puente, el padre de Elena, que en su posición acomodada se apiada y explica “a los de abajo” y además es el Hermes funesto que comunica a su hija la muerte de su esposo el ingeniero. Les decía que en esta obra la objeción más aplastante es el envejecido maniqueísmo de los medios, la bipolaridad que incluso atraviesa la estructura en dos actos y dos movimientos cada uno, con un escenario en la calle con los muchachos y otro en la casa de los ricos, respectivamente. Los símbolos, finalmente, aspiran a una redondez que se auto-asfixia. Lo que sucede, en otras palabras, es que a la muerte igualadora del de la clase baja, Andresito, y de su jefe, el ingeniero de clase potentada, le sigue una vuelta de tuerca que lejos de efectista debilita el clímax, pues en casa de los ricos se entrega por equivocación el cadáver de Andresito y viceversa. Y no quiero decirles con esto que El puente no es una obra valiosa. Javier Huerta Calvo, el encargado de la edición de Cátedra, es un invitado de lujo para su contextualización histórica y genérica, así como un fino analista. La novedad del empleo del lunfardo y del modismo argentino con tanta gracia en boca de las clases bajas y la expresión de su problemática en el ámbito de lo que Huerta denomina teatro “neorrealista” , dentro del panorama escénico rioplatense del momento –¡apolillado y cursilón!–, conforman una obra única y refrescante. La inclusión aneja a modo de epílogo de correspondencia entre Gorostiza y Buero Vallejo es un valor añadido a la edición de Cátedra, pues aporta información de primera mano sobre los entresijos de la pieza y su momento.

Y para qué contarles más: como decía al principio, mi parte preferida la estampa callejera inicial, que por cierto Buero Vallejo había propuesto recortar a Gorostiza: puro teatro, alta intensidad dramática popular. La obra es verosímil, pintoresca a ratos, también dura, realista a ratos y amena. Posiblemente el público ibérico del franquismo no estuviera preparado para caer de lleno en el dulce de leche del diccionario lunfardo y, de todos modos, aunque el bienintencionado Buero adaptó El puente para ser representada en España, la censura no permitió el estreno por su “peligroso” contenido. Y si no vemos la obra, nos estamos poniendo en el luto. Así que hoy día en que afortunadamente sí que podríamos verla, hasta que esto suceda disfrutemos de su lectura, con sus menoscabos y sus brillos.

 

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