N.º 9 Jugando al teatro. Teatro para niños y jóvenes

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PHILIPPE SOLDEVILLA. Cuento de la lunaCuento desde las lunas
que encuentro

Ana Llorente
Acción Educativa

Philippe SOLDEVILLA,
Cuento de la luna.
Madrid, ASSITEJ-España, col. Internacional de Teatro, 2016.
Traducción de: Ignacio y Philippe Soldevilla.
Diseño gráfico e ilustración: Borja Ramos.
90 pp. 10 €. ISBN: 978-84-617-7689-4.

Cuento de la luna es el segundo libro que publica la Colección Internacional de teatro ASSITEJ-España, colección que nos ofrece la oportunidad de leer obras de autores extranjeros para público infantil y juvenil. Suzanne Lebeau inauguró esta colección con El ogrito y Zapatos de arena. Ahora se nos ofrece un texto escrito por Philippe Soldevilla, que toma como inspiración al autor catalán Pere Calders. Se inspira en varios de sus cuentos y en la historia personal de Calders, que mimetiza con la de su propio padre.

Philippe Soldevilla es autor, es un hombre de teatro, director de escena en su formación y en su práctica: forma parte de la prestigiosa compañía canadiense Teatro Sortie de Secours, fundada por él mismo en 1989. Esa práctica escénica se trasluce en su escritura, los personajes están construidos con tal precisión que parecen listos para empezar a actuar en cualquier momento; es visible por encima de todo en el manejo teatral del lenguaje, en el que se fusionan de una manera homogénea narración y teatralidad.

El autor nace en Canadá, es hijo de exiliado de la Guerra Civil española, ha vivido siempre entre dos culturas, dos lenguas, dos imaginarios que confluyen en la mente abierta y sensible de este escritor. Una alegre vivencia que se mezcla con una inusitada amargura ante la injusticia aún por reparar. Y es de esto de lo que nos habla su obra.

La obra nos muestra un país desmembrado, una España profunda de los años 40 en un pueblo de la Valencia liberadora y represaliada; parece que la guerra ha terminado pero en lo profundo de las familias de los vencidos se libra una batalla, aún más dura: la de tener a los familiares encarcelados y tener que seguir viviendo, criando a los hijos, conviviendo con vecinos de ambas ideologías, incluso en el seno de las propias familias. Guerra interna, íntima, que dejaba al aire la fragilidad del desarraigo.

El protagonista es Joan, un niño de 10 años que tiene a su padre en la cárcel por cuestiones relacionadas con la pérdida de la guerra. Es un niño despierto que juega con las palabras, las compone, inventa palabras como el que inventa fórmulas matemáticas, con el mismo interés y tesón, quiere con ellas nombrar lo que no existe, crea para ellas lugares que las acojan.

El padre es un defensor de ideas, inventa también ideas para transformar el mundo, pero esas ideas al mismo tiempo que le han liberado la mente le han aprisionado el cuerpo. Y es en el reencuentro que se produce con su regreso a casa donde se nos cuenta toda la historia.

El texto es una metáfora sobre la libertad, la libertad de elección, de poder vivir en libertad incluso en prisión, libertad de elección de su final en la enfermedad que tiene el padre, que es lo que le permite salir de la cárcel. En la libertad que otorgan las ideas, que ayudan a cuestionarnos el mundo y las relaciones humanas.

Uno de los grandes hallazgos de este texto radica en la importancia de hablar de manera directa al niño y al adolescente de los temas tabú, de la intrahistoria, de lo soterrado para que aflore y para que se descubra, para que se entienda; para desenmarañar la historia. Para descubrir que nuestro país no es solo un país lleno de raíces de otros pueblos que inundaron el sur, el norte, sino de raíces que se trasplantaron en otros horizontes y pudieron cuajar y supieron brotar y dar frutos, híbridos, de jugosas mezclas que, como la fruta, llevan impregnados el color y el sabor de orígenes diversos. Y se es, ya, la dos cosas desde ese instante y para siempre.

Nos habla, Phlippe Soldevilla, del origen remoto de su padre, del presente rotundo de sí mismo y de un futuro más grande y liberador para las generaciones venideras.

Cuando la fuerza de la escritura viene marcada por la profundidad de lo vivido y se convierte en su reflejo, el texto desborda emoción. Se trata de una obra de memoria, de justicia, de restitución de la imagen y del recuerdo perdidos.

Es la historia de una pasión, de una pasión hacia su propio padre. Es un juego muy hermoso: el hijo habla de la vida del padre, pero narra en escena, convertido en personaje, adopta la edad que podría tener el padre maduro, mientras el padre, que es el protagonista, se reencarna en un muchacho de 10 años. Edades cambiadas, personas truncadas. Padre e hijo como alter ego de una idea, de un mismo propósito.

El autor, director de profesión, se maneja bien con los apartes en escena. Uno tiene la sensación, al leer, de que está viendo la obra representada, todo encaja, los personajes cumplen su misión de personaje y al mismo tiempo son interlocutores con el público, le hablan de manera directa, lo increpan. Son narradores omniscientes de una historia desdoblada.

La historia está contada a varias voces: lo que sucede, lo que no se nombra pero se intuye y lo que padre e hijo imaginan y es más poderoso que lo real. Al mismo tiempo revela una historia de futuro, un futuro que se sabe poderoso para el protagonista, pues los cimientos sobre los que estará forjado son sólidos y bien estructurados. El padre ha hecho un viaje iniciático para despedirse del hijo, para allanarle el camino, y juntos crean una metáfora que los mantendrá para siempre unidos: la luna.

De Borja Ramos es la autoría de la ilustración de portada, una ilustración sencilla, pero que refuerza de manera contundente la idea poética que subyace en el texto. Nos presenta una imagen en blanco y negro con una silueta de un niño recortada sobre la imagen inmensa de una luna llena, desdoblada en un círculo más pequeño teñido de un rojo sangre, como metáfora inalcanzable que está por llegar.

Y la traducción se queda en manos del propio autor respaldado por su padre, Ignacio Soldevila, que refuerza la sonoridad y la seducción de las dos lenguas maternas: valenciano y castellano.

El vocabulario es muy rico, reserva el valenciano para lo íntimo: las canciones, los juegos, las palabras de amor; el castellano, para la narración de la historia. Hay mucho respeto en el uso de las lenguas, en la imagen del otro, del extranjero, de aquel que se marcha sin saber nunca si su partida será definitiva pero que lleva consigo el olor de la lengua que lo amamantó.

Y el que nace en una tierra ajena a la de sus padres se convierte para siempre en parte, integrada y excluida, de ambos lugares, surgiéndole la duda de a qué país pertenece en realidad.

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