N.º 9 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

RODRIGO GARCÍA. Barullo. Un libro dodecafónicoLa escritura teatral
de Rodrigo García:
picar carne

Miguel Carrera Garrido
Universidad Marie Curie-Sklodowska de Lublin (Polonia) / ITEM

Rodrigo GARCÍA,
Barullo. Un libro dodecafónico.
Segovia, La uÑa RoTa (Colección Libros Robados), 2015.
275 págs. 17 €. ISBN: 978-84-85291-34-9.

“En esta monumental obra”, leemos en la nota que precede a Daisy –la tercera pieza de la antología reseñada–, “aparece cada noche el filósofo Gottfried Leibniz para explicar un montón de cosas a la perrita Daisy, como el texto no indica. También hay rituales de la Masonería de la Cucaracha, hay danzas con perros, caracoles, tortugas y cucarachas vivas, hay bailes con centollos y un cuarteto de cuerda interpreta a Beethoven y hay mucho, mucho más, todo no indicado en el texto”. La aclaración, al margen de la delirante imaginería de Rodrigo García, es reveladora: nos da una idea precisa de lo que vamos a encontrarnos no solo en las páginas que siguen, sino en todos las piezas recogidas en Barullo: textos huérfanos de su contraparte teatral, cuya traslación al papel reserva al lector una experiencia muy diferente de la que vive la audiencia de los espectáculos del autor y director hispanoargentino. “Las palabras de este libro son despojos”, decía en la introducción a su anterior volumen antológico; “cobran sentido si atendemos al universo que propuso en su día cada montaje teatral y, descontextualizadas, se presentan carentes de estructura dramática, y hasta resultan torpes para la lectura corriente”. Ya el título otorgado a aquella publicación –Cenizas escogidas (2009)– sugería su carácter de simple residuo del fuego de la escena; más elocuente era aún la bolsa de basura que ilustraba la tapa. Ahora volvemos a enfrentarnos a lo mismo: un título irónico, una irreverente imagen de cubierta y, ante todo, un discurso desprovisto de (casi) toda alusión al plano escénico, que, lejos de servir de partitura para un hipotético montaje, se presenta como testimonio de algo mucho más grande y efímero, cuya esencia solo puede ser captada sobre las tablas.

Uno pensaría, en vista de estos condicionantes, que el libro comentado carece de interés para el público lector, el cual no podría evitar preguntarse a cada rato qué forma hubieron de adoptar las versiones escénicas de las obras. Los datos en torno al lugar y la fecha del estreno, así como a los intérpretes involucrados, parecerían alentar esta curiosidad, si no a hacer más patente el desamparo de los textos. Pus bien, reconociendo la justeza de tales impresiones y admitiendo que la verdadera riqueza de una propuesta como la de García se despliega en el escenario –verdad aplicable, por lo demás, a cualquier creación teatral, posmoderna o no–, creo que su producción meramente verbal –literaria, si lo prefieren– cuenta con obvios atractivos; los suficientes, al menos, para que valoremos la oportunidad de acercarnos a sus frutos sin el frenesí de cuerpos, ruidos, imágenes y objetos que suele acompañar a las funciones: solo así podremos apreciar la mordacidad de su palabra y la contundencia, a menudo desconcertante, de sus posiciones éticas e ideológicas.

Barullo recoge nueve textos de diversa extensión y naturaleza, no todos ellos de origen teatral: en la selección, precedida de un prólogo donde se explica sumariamente el germen y algunas de las circunstancias de las piezas antologadas, tenemos un guion de radio, una serie de poemas –parte del montaje Conversación en rojo de Antonio Fernández Lera–, un Texto para France Culture –estrenado antes en el museo Calvert d’Avignon– y una conferencia sobre la libertad de expresión. En cuanto al resto, lo conforman los diálogos recitados en los últimos espectáculos de García –Muerte y reencarnación en un cowboy, de 2009; Gólgota picnic, de 2011; La selva es joven y está llena de vida, de 2012, y Daisy, de 2013– y en uno de 1997 –Protegedme de lo que deseo–, que el autor decide recuperar tras constatar su “optimismo de acero” y entender que él siempre ha sido un “pesimista-sin-exagerar”. En general, se puede decir que se trata de un buen muestrario tanto de la polifacética labor creativa de García como de los temas que le obsesionan. También de su peculiar forma de expresarse, siempre a contracorriente del tópico y la retórica, bajo cuya vulgaridad e imperfección brilla un espíritu inquieto y cuestionador.

En realidad, toda la producción del autor –tanto la escénica como esta que nos ocupa, que hemos convenido en llamar literaria (aun podríamos decir poética)– responde al mismo designio de épater le bourgeois, en consonancia con el perfil de enfant terrible que le ha caracterizado desde sus primeras obras. Su fidelidad al personaje, así como la negativa a amoldarse a vías más convencionales, pueden llegar a antojarse reiterativas y, de cuando en cuando, conducir a callejones sin salida aparente, con pasajes que a los menos avisados pueden sonarles al consabido caca, culo, pedo, pis. Lo cierto, no obstante, es que tras el verbo deliberadamente antirretórico y epatante de la superficie se oculta un trasfondo de marcado signo humanista, que aviva el interés del conjunto. En la “picadora de carne” de García –en expresión de Bruno Tackels, artífice del prólogo a Cenizas escogidas– caben todas las preocupaciones del hombre de Occidente, la mediocridad e hipocresía de su mundo, la fragilidad de las relaciones interpersonales, el avasallador e idiotizante capital, el legado de la tradición judeocristiana. Sobre todas ellas se proyecta, insobornable e inmisericorde, la mirada del hispanoargentino, en una iconoclasta cruzada contra todos y contra sí mismo; experiencia que habrá de dejar al lector tan exhausto como purificado, tan asqueado como lúcido, con ganas, tal vez, de regresar a literatura más complaciente y estructurada, pero con la sospecha de que ya nunca podrá volver a contemplar las cosas con la ingenuidad de antaño.

Una lectura, en fin, incómoda pero, a la vez, extrañamente gratificante, que no hará sino espolear las ganas de complementarla con la asistencia a uno de sus montajes.

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