N.º 9 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

CONCHA FERNÁNDEZ SOTO y FRANCISCO CHECA Y OLMOS (eds.). Los mares de Caronte. Diecisiete calas dramáticas sobre migracionesLos mares de Caronte

Milagro Martín Clavijo
Universidad de Salamanca

Concha FERNÁNDEZ SOTO y Francisco CHECA Y OLMOS (eds.),
Los mares de Caronte. Diecisiete calas dramáticas sobre migraciones.
Madrid, Fundamentos, col. Espiral Teatro, 2016.
299 pp. ISBN: 978-84-245-1345-0.

Teresa Fiore (2008), en su estudio sobre la emigración en la literatura en ámbito italiano, comenzaba su análisis haciendo hincapié en la pertinencia de la literatura para relatar el mundo de la migración y de su enorme potencial. Una interpretación que no es marginal: la literatura cumple una función pertinente para la comprensión global de este complejo fenómeno de la migración:

… indica caminos para la reflexión a través de hilos narrativos que se cruzan con los datos, los refuerzan o los contradicen, a menudo esbozando el universo privado del que no siempre se hace eco la gran historia. […] Los textos literarios crean espacios de conocimiento y comprensión que se abren a partir del microcosmos individual para llegar al macrocosmos de los acontecimientos. Con su poder narrativo revelan fracturas, descubren secretos, sacan a la luz contradicciones y conectan momentos aparentemente distantes: tejiendo memoria y denuncia, realidad y potencialidad, el espacio narrativo no solo relata, también imagina expresiones subjetivas y colectivas frente al mundo de la emigración.

Este es también el punto de partida del libro que nos ocupa, Los mares de Caronte. Diecisiete calas dramáticas sobre migraciones. Se trata de una edición muy cuidada por sus dos editores, Concha Fernández y Francisco Checa, desde la documentada introducción, hasta la elección de los autores y las obras de la antología, esos 17 textos que ilustran el fenómeno, tan complejo como manipulado, de la migración. A este mundo hay que acercarse con el bagaje adecuado y teniendo bien claro el contexto –que es necesariamente histórico, pero también social, político, económico y cultural– en el que aparece. De ahí la pertinencia de una introducción que lleva por título “La inmigración y las artes: el teatro como espacio de encuentro, identidad y memoria” y que sobrepasa con creces el habitual prólogo de pocas páginas al que, desgraciadamente, estamos tan acostumbrados y en el que se analiza con orden y rigor el problema de la migración y su trasposición a la literatura, al cine y, de forma más profundizada, al teatro. Aquí se traza también un primer acercamiento a los autores y las obras elegidas para esta antología: Pedro Víllora, El juglar del Cid; Laila Ripoll, La Frontera; Antonia Bueno, Manolita en la Frontera, Aulidi (hijo Mío), Camión al paraíso; Gracia Morales, Estar/Llegar/Quedarse (La distancia en 10 movimientos); Fernando Olaya, A la deriva; Ozkar Galán, Castigat ridendo mores; César López Llera, ¡Por familia y trabajo!; Paloma Pedrero, La taladradora; Antonio Zancada, Ritas (6 fábulas sobre la emigración); Paco Bezerra, El señor Ye ama a los dragones (“Infierno”); Raúl Hernández Garrido, El Muro (extractos); Carmen Resino, Pájaros verdes; Alfonso Zurro, Del arte de la pesca con caña; Diana de Paco, El viaje de Adou; Juana Escabias, Babel; Vanesa Sotelo, Los mares de Caronte y Némer Salamún, El sueño tuerto.

Estas páginas introductorias se cierran con una bibliografía amplia y representativa no solo de las obras aquí recogidas, sino también de la producción crítica referente al tema, que puede servir muy bien de punto de partida para todo aquél que quiera realizar una investigación sobre este tema.

El libro nos atrae ya desde el título elegido, Los mares de Caronte, nombre sugerente y lleno de evocaciones, que sirve también para encauzar el subtítulo, esta vez más concreto: Diecisiete calas dramáticas sobre migraciones. Los mares de Caronte es la obra con la que participa en esta bella iniciativa la dramaturga Vanessa Sotelo. Caronte, no puede ser otro: el barquero del Hades, el que conduce a las almas al otro lado del Aqueronte. No solo en la mitología. El Mediterráneo está lleno de Carontes y de pateras que nos llevan a la otra orilla. A veces trae vivos. Otras muchas, sigue siendo Caronte y solo nos trae muertos. Pero el barquero sigue cumpliendo su función, la de facilitar el viaje a través de un mar que puede ser unión y comunión o muerte y miseria. Es ese “mar de los sueños y de las sombras”, como lo denominan los editores de la antología, donde Sotelo sitúa a un Caronte muy particular que recupera del mar los cadáveres de esos migrantes que no han conseguido llegar a la otra orilla.

El mar es protagonista destacado en esta antología y así lo señalan sus editores, que han colocado al inicio de la introducción un poema de Paco Checa, ¡Qué ancho es el Estrecho!, de su volumen El mar que no piso (2015). Un mar que se cruza porque “la vida solo existe a lo lejos”, porque “atrás ya no queda destino/ Ya no queda vida”, porque es verdad que “los sueños te ahogan./ Pero necesitas soñar más vida/ Otra vida en la que tú vuelvas a ser tú aunque tú ya no vuelvas nunca”. Un viaje que no es nuevo, porque “nada de esto ha sido nunca nuevo”, ya lo hemos visto antes. “En medio de este mar se enciende el instinto de supervivencia y todo el mundo se agarra a él como a un clavo ardiendo. Porque atrás no existe nada” y, por tanto, no tienes otra opción, tienes que echarte al mar y nadar, “a pesar de su olor a muerte y el hedor de la codicia ajena”. Aunque este mar nuestro se haya convertido en un cementerio.

Al igual que la obra escrita por Sotelo, las otras dieciséis recogidas en esta antología nos hacen reflexionar sobre un tema del que tenemos noticias continuamente. De hecho, los medios de comunicación nos bombardean con tantas historias de emigración, sobre todo las que terminan en tragedia. Nos estamos acostumbrando, muchas veces ni siquiera esas muertes masivas, a las que asistimos en directo, con audio y video de por medio, dejan huella en nuestro cerebro, en nuestro corazón. Incluso cuando somos bien conscientes de que se podrían haber evitado. A veces se necesita otro estímulo que consiga que esos hechos hagan mella en nosotros. Ese es el mérito de estas breves obras teatrales. Nos hacen pensar. Ponen nombre, dan una identidad a todos los protagonistas de esas tragedias que tanto se parecen. Hace que nos hagamos preguntas, no solo sobre las razones, sino también sobre los intereses y los sentimientos de los que se van, pero también de los que se quedan y de los que reciben.

Gracia Morales en Estar/Llegar/Quedarse (La distancia en 10 movimientos) nos presenta un diálogo a tres bandas, entre el que llega, el que está, el que se queda. Son diálogos yuxtapuestos, en los que está bien marcada la distancia que hay entre ellos y que se hace, en cada movimiento, y son diez, cada vez más evidente. “Tiene que ser difícil ser siempre el otro”, afirma la dramaturga granadina. Y no importa si eres el que está, el que llega o el que se queda. Es todo una cuestión de perspectiva.

¿Qué significa ser inmigrante? También Antonia Bueno indaga sobre el tema para poner el dedo en la llaga con un texto breve y denso, Camión al paraíso: “¿Por qué los de la cabina nos llaman inmigrantes? Yo creía que éramos sirios. Será lo mismo en otro idioma”. Juana Escabias en Babel nos coloca ante el horizonte desnudo de tantos emigrantes: “Poseemos infinitamente menos que todos ellos: carecemos de familia… Todo cuanto poseemos cabe sin dificultad en la palma de nuestras manos.” Hombres y mujeres que se encuentran solos, se sienten extraños y se duelen, como afirma Morales, de “que no haya nadie para recordarte quién eres”.

En estos textos se intenta dar respuesta también a otra pregunta que a menudo nos hacemos: ¿por qué se emigra, por qué se deja el país de origen y se arriesga todo en un viaje sin segura llegada a una tierra en la que no se es bien recibido? Cada uno tiene su motivación, siempre personal, que parte de su experiencia como individuo. Así la madre desesperada en Aulidi (hijo Mío) de la dramaturga madrileña Antonia Bueno: “Yo amo a mi tierra. Pero amo aún más a mi hijo, ¡Aulidi! … Quería que él creciera en un lugar donde las vacas dan leche y los niños van a la escuela”.

Calas dramáticas que nos hablan también “del privilegio de ser persona” como la Rita árabe en Ritas (6 fábulas sobre la emigración) de Antonio Zancada; por eso, para poder ser persona se toma la dura decisión de emigrar y, como ella, también la Rita china, la senegalesa, la cubana o la española porque “los de aquí también nos vamos a buscarnos las habichuelas, que parece que se olvida cuando nos llegan de más allá de la frontera. Que son días de catapulta, que para progresar bien y sentirse entera, parece que hay que hacerlo por ahí fuera”. Sentirse entera, ser persona. Pero también que te sientan persona, como grita la Rita intolerada ante ese amor que llega de otras tierras y tiene otro color: “¿Qué hago si eres persona y resulta que no hay que entender más que eso?”.

En algunas propuestas dramáticas nos quedamos con un sabor amargo, en el que triunfa la incomprensión, como en El Muro de Raúl Hernández Garrido, en el que el protagonista, que ha llegado a entender al otro, se siente finalmente “un hombre ante un muro”: “Solo hay un muro. Me pongo ante el muro. No camino. No hago nada más. Solo me quedo mirando los ladrillos”. Pero también hay textos que nos hacen vislumbrar una pequeña esperanza en ese horizonte duro y lleno de soledad que es la emigración. Laila Ripoll nos ofrece la llave en La Frontera:

te habrán quitado todo, desde la lengua hasta el gato, ¿me oyes? Pero en algún momento, perdida en un cajón o escondida entre los pliegues de una costura, descubrirás una pequeña llave, antigua, tonta y chica, y sin quererlo te brotarán las lágrimas, porque aún sin ciudad, sin casa y sin puerta, guardarás esa llave que yo te he escondido en el bolsillo… Llevas la llave y la conservarás mientras vivas como un tesoro.

Estos diecisiete preciosos textos nos hablan de países, de fronteras técnicas que blindan Europa, de una “línea roja” que hay que atravesar para entrar oficialmente en el viejo continente. Solo hay que cruzarla, afirma el europeo en Castigat ridendo mores de Ozkar Galán. Parece fácil. Una Europa que no hace nada, pero que manda a sus mastines a cerrar sus puertas. Una Europa a la que Juana Escabias pide en Babel a través de su coro de suplicantes:

Pálida Europa, consiente teñir tu faz con la de los oscuros forasteros que llegan hacia ti, muda el claro color de tus cabellos para volverlos negros y encrespados, acógenos en tu seno. […] Tú, tierra prometida, acógenos. Albérganos en tu seno. Permite nuestro descanso en tus confines. Protégenos de la guerra, de la barbarie, de la precoz y atroz muerte de la que deseamos salvar a nuestros hijos.

Toda una oración de fraternidad por una Europa mejor, porque hay que “recordar cómo el proceso histórico en el que se forja la identidad de un pueblo es legado de muchos otros”, nos recuerda el protagonista de El juglar del Cid de Pedro Víllora, la obra con la que se abre esta antología. Un buen comienzo para enfocar el fenómeno de la migración y fomentar el entendimiento entre los pueblos, porque el tiempo pasa, las cosas cambian, pero en sustancia la base es la misma. Por eso, este juglar de la España en la época de los reinos de taifas lleva a cabo una reflexión que es tan válida para entonces como para ahora.

Los mares de Caronte. Diecisiete calas dramáticas sobre migraciones nos hablan de migración, de hombres, mujeres y niños en movimiento perpetuo por el mundo, un mundo cuyas fronteras son siempre humanas. Al fin y al cabo, quizás tenga razón el irónico tiburón protagonista de El sueño tuerto de Némer Salamún, obra con la que se cierra la antología: “la vida no es más que una emigración múltiple”.

artículo siguientevolver al sumario

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar


www.aat.es