N.º 8 Mejor pensarlo dos veces. Ensayo
La escenografía del exilio
Pedro Catalán
Autor e investigador teatral
Ana María ARIAS DE COSSÍO / Idoia MURGA CASTRO
Escenografía en el exilio republicano de 1939. Teatro y Danza.
Sevilla. Renacimiento. 2015. Biblioteca del Exilio. Col. Anejos nº 25.
236 pp. 20 €.
ISBN: 978-84-16246-96-0.
No es muy abundante en nuestro país la bibliografía dedicada a la escenografía, por eso, la publicación de un nuevo título es siempre bien recibida, singularmente si, además, sus autoras son dos reconocidas especialistas.
La Editorial Renacimiento cuenta en su “Biblioteca del Exilio”, en la serie “Escena y literatura dramática en el exilio republicano de 1939”, con varios títulos destinados a recuperar la producción teatral, tanto literaria como escenográfica, de aquellos artistas españoles que se vieron obligados a abandonar nuestro país al finalizar la Guerra Civil. Manuel Aznar explica en el prólogo cómo estos diferentes volúmenes son el resultado de sendos proyectos de investigación, llevados a cabo entre 2007 y 2013 por diversos autores y de los que ha sido investigador principal, dirigidos a rescatar del olvido este bagaje cultural y contribuir así a un mejor conocimiento del mismo.
Dividido el libro en dos partes, en la primera de ellas se aborda el trabajo de los artistas españoles exiliados y que realizaron las escenografías de diversas obras teatrales representadas en los diferentes países de acogida. De ello se ocupa Ana María Arias de Cossío, catedrática de Historia del Arte en la Universidad Complutense, conocida autora, entre otras publicaciones, de una obra de referencia obligada para los interesados en esta disciplina: Dos siglos de escenografía en Madrid (1991).
La segunda parte se dedica a la escenografía en la danza, de la que es autora Idoia Murga Castro, profesora de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense, y cuya tesis doctoral, publicada con el título Pintura en danza: los artistas españoles y el ballet (1916-1962) (2012), supone un profundo estudio de la interrelación de los artistas plásticos y el arte escénico.
Se recoge en ambas partes el periplo de los exiliados por Europa y América, siendo Francia el lugar prioritario de elección, seguido de Gran Bretaña, con un número más reducido de españoles, y la Unión Soviética, también minoritario y, sobre todo, de marcado compromiso político.
En América, México, por las facilidades dadas por el presidente Cárdenas, sería el país de acogida de un gran número de republicanos, dirigiéndose también a Estados Unidos y otros países del Caribe –Cuba, Puerto Rico y República Dominicana–, y del Cono Sur –Argentina, Chile, Uruguay y Perú–, si bien en algunos de ellos de manera meramente temporal.
En Francia sería París donde desarrollarían su labor artistas como Antoni Clavé y José Zamora. En la escenografía para danza, el propio Picasso, gracias a la intervención del bailarín Roland Petit, retomó esta actividad que había iniciado en 1917 con Parade para los Ballets Ruses de Diaghilev. Junto a él destacaron Emilio Grau Sala, Antoni García Lamolla, Óscar Domínguez, Pedro Flores y Francisco Bores. Pero fue Clavé el que jugó un papel más destacado y diseñó decorados para los ballets de Roland Petit y Ruth Page.
En Gran Bretaña cabe citar al pintor Gregorio Prieto, y para los espectáculos de danza, a Mariano Andreu. En la Unión Soviética Alberto Sánchez se convertiría en el más relevante, junto a José Sancha, que acabaría asentándose en Bulgaria.
Manuel Fontanals, destacado escenógrafo y de larga trayectoria en España, se afincó en México, seguido de Miguel Prieto, Bartolozzi y Carlos Marichal, que después pasaría a Puerto Rico, al igual que Eugenio Fernández Granell. En Argentina trabajaron otros nombres importantes como Gori Muñoz, Castelao, Victorina Durán y Maruja Mallo, dos del reducido grupo de mujeres que se dedicaron a la escenografía, mientras Santiago Ontañón, prolífico artista, recorrió Chile, Perú y Buenos Aires.
En Nueva York, la presencia de Dalí, entre 1939 y 1948, y su interés por la escenografía fueron determinantes para el desarrollo de la danza, y junto con Léonide Massine alumbraría el primer ballet paranoico-crítico. También en Estados Unidos trabajaron Esteban Francés y Joan Junyer, que participaron en espectáculos con el coreógrafo George Balanchine, y Julio de Diego.
En México, desde 1939, se produjo un auge de la danza moderna y es en este contexto donde surgió la creación en 1940 de la compañía La Paloma Azul, dirigida por la coreógrafa Ana Sokolow, José Bergamín y Rodolfo Halffter. Entre los escenógrafos que trabajaron en la danza mexicana figuran Salvador Bartolozzi, Fontanals, Miguel Prieto, Carlos Marichal, que colaboró con la cubana Alicia Alonso, Elvira Gascón, Marcial Rodríguez Fernández y Maruja Bardasano.
En Cuba, país al que se dirigió la bailarina Ana María, pudo reorganizar su compañía, el Ballet Español, y en sus espectáculos colaboraron escenógrafos como Gori Muñoz, Ontañón, Fontanals, Dalí, y los hermanos Fernando y Salvador Tarazona.
Las autoras ofrecen en estas páginas una sugerente y excepcional panorámica del trabajo que realizaron los artistas españoles en el exilio en el campo de la escenografía para el teatro y la danza en los diferentes países donde se acogieron. Una larga nómina de artistas de gran relevancia, de diferentes procedencias, tanto geográficas como artísticas –pintura, ilustración–, surge a lo largo del estudio describiendo en cada caso un breve perfil de su formación y su trayectoria previas al exilio, para, seguidamente, desarrollar con más detalle los proyectos en los que trabajaron y los artistas de diferentes disciplinas –literatos, músicos, coreógrafos– con los que colaboraron.
La precisa valoración artística de las escenografías y figurines que diseñaron cada uno de los escenógrafos citados identifica y destaca los distintos estilos, técnicas y tendencias en los que se movían para renovar el arte escénico.
Mientras algunos se inclinaban, en el caso concreto de ciertos autores, por unos decorados que siguieran las pautas indicadas en las acotaciones de las obras, para otros era el punto de partida para la experimentación, una concepción más personal, novedosa y rompedora de la puesta en escena en lo que a escenografía y figurinismo se refiere, dividiendo el escenario en varios niveles, o utilizando escaleras o andamiajes, entre otros recursos. En este sentido, el escenógrafo concibe su visión personal del espectáculo y utiliza el espacio escénico para materializar su propuesta con una mayor libertad. En esta línea, se destaca el papel que desempeñaron algunos de ellos como innovadores del arte escenográfico y la singularidad de sus concepciones en este campo.
Un brillante ensayo, por tanto, en el que se pone de manifiesto minuciosamente el trabajo de los artistas españoles en el exilio y que se constituye, por su rigor, en un texto de referencia para los interesados en la escenografía, y que se complementa con dos apéndices gráficos, uno para cada parte, con imágenes de bocetos, figurines, decorados y de espectáculos que se ejecutaron, muy útiles para poder valorar aquellos trabajos que se describen en el texto y que evidencian el talento y la técnica de los creadores que los diseñaron y por los que recibieron, en la mayoría de los casos, el reconocimiento del público y de la crítica. La cita de fuentes y archivos y una extensa bibliografía, que incluye trabajos previos de las propias autoras, subraya el interés de este volumen para conocer más en profundidad la escenografía del exilio republicano, a cuya memoria se hace justicia recuperando la labor artística realizada.