N.º 8 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

JESÚS CAMPOS, …y la casa crecíaAcaparar, poseer, acumular, atesorar, tener…

Isabel Moreno Caro
Máster en Estudios Literarios Hispánicos
(Vilanova University)

Jesús CAMPOS GARCÍA,
… y la casa crecía.
Madrid, Centro Dramático Nacional, 2016,
Autores en el Centro, 31. 185 pp, 10 €.
ISBN: 978-84-9041-192-2.

Acaparar, poseer, acumular, atesorar, tener. Aumentar desmesuradamente nuestro poder adquisitivo bajo la falsa ilusión del crédito, alimentar el espejismo de mudarnos de forma asequible de la clase obrera a la clase opulenta. Prosperar, derrochar, dilapidar, burbuja inmobiliaria, encogimiento, privación, miseria. Y realismo imperativo. Los poderes supieron bien trazar sus líneas maestras para salir de 2008 sólidamente fortalecidos, mientras que la llamada clase media enflaquecía y se quedaba diagonalmente empobrecida: “Unos pierden el norte y otros pierden el sur. Y así andamos, desorientados” (25). Desde el propio título de la obra de Jesús Campos, … y la casa crecía, se anuncia una alusión directa al meollo de la burbuja inmobiliaria española, preludiándose la actualidad del argumento. En ella se cuecen a un tiempo y equilibradamente un guiso de ingredientes teatrales variados, tales como reminiscencias de teatro del absurdo, de los diálogos de Jardiel Poncela, con un humor sutil como constante que recuerda al del teatro de posguerra, y paralelismos en lo “apocalíptico” con el auto sacramental, como señala el prologuista, Alberto Fernández Torres (15).

De modo aparentemente sucinto y no sin ironía –e incluso con cierto sarcasmo–, se revisan temas sociales candentes, tales como el consumismo despiadado que practicamos, y que nos convierte a menudo en esclavos de nuestras posesiones; una burocracia y un sistema judicial que condescienden con actividades corruptas y denostables, la excesiva informatización de la sociedad, la especulación inmobiliaria –por supuesto– y la corrupción de los poderes fácticos. Se hace referencia a la estafa de las Preferentes, al fraude del Fórum Filatélico o a la vergüenza de los paraísos fiscales. Como trasfondo, bajo este desfile de males, bajo esta disección de dolencias nacionales, asoma en la obra un alegato a favor de la vida humilde, sencilla, partidaria de lo que Eric Fromm llamó, basándose en Marx, “ser” frente a “tener”, y que arremete contra nuestra incapacidad para sostener en el tiempo principios morales resistentes frente a la tentación del dinero. Y además, la falta de castigo que conlleva la corrupción, que en vez escarmentar a los delincuentes, como ocurría en la democracia ateniense, les permite ascender de clase social e incluso la vanagloria pública de la hazaña.

… y la casa crecía se estructura en diez escenas por las que discurren los representantes de la inestable clase media, Isabel y Alberto, quienes, beneficiándose de un supuesto chollo, alquilan una mansión a un precio irrisorio, pues la intención de su rica casera no es lucrarse de la renta, sino evitar que su hijo venda la propiedad. Isabel, decidida desde el principio a ascender socialmente, muestra menos reparos en trasladarse que su pareja, Alberto, al que vivir con semejante pompa le parece “excesivo”, y que sin embargo se degrada paulatinamente para negociar con el usufructo y medrar. La clase alta está representada por Doña Aurelia, la rica dueña de la casa; por su marido Don Daniel, recientemente fallecido y que se asoma fantasmal desde el más allá para visitar a los inquilinos con sus bagatelas, y por su despótico hijo Don Guillermo. Especialmente Doña Aurelia y Don Guillermo son personajes marcadamente clasistas, y aun siendo cómicamente grotescos, representan ajustadamente una realidad posible y ajena al vulgo. Mientras Isabel y Alberto quedan subyugados por los bienes de que disfrutan –ya que deben limpiar y cuidar sin descanso los suntuosos muebles y la lujosa casa, lo cual no les deja tiempo para “ser”–, la casa crece física y metafóricamente, y los envíos de objetos que no acaban, amontonándose más y más, acabarán tiranizando a los inquilinos. Los inmigrantes están personificados en la figura de Yuya, una cubana culta que acude a realizar labores de limpieza subcontratada por los contratantes (al estilo Hermanos Marx), y que también traicionará sus ideales. La música de Lo que el viento se llevó, que cierra a menudo las escenas, es un grano de arena más a contribuir en la metaforización de los acontecimientos. Don Ruperto, el alma de la burocracia, un tipo gris, trajina con sus contratos y vapulea la letra menuda en interés de los ricachones, y Don Guillermo no cesa en su empeño de adueñarse de la mansión y librarse de Isabel y Alberto a toda costa.

La ironía y la jocosidad están tan presentes en la obra que incluso encontramos a un fantasma terriblemente consumista, a una supuesta revolucionaria vendida por dos duros al capital, y en general un espejo de entelequias que no apuntan sino llanamente a nuestra realidad cotidiana: inmigrantes con gran formación rebajados a limpiadores, estudios universitarios ninguneados, la soberbia que a menudo acompaña al dinero, guiños sobre el fervor religioso de los ricos, santos que llevan micrófono, contrabando de armas… todo barnizado por los juegos irreales de la especulación y la usura. Al final de la obra, y de forma sorprendente, se agolpan una serie de acontecimientos que no revelaremos aquí. Aunque eso sí, metafóricamente, tal como sucedió en 2008 con nuestro sistema financiero: “El negocio continuará” (Campos, 185).

En cuanto a la edición del Centro Dramático Nacional, se trata de una publicación muy cuidada y atractiva que incluye fotografías del montaje en el Teatro María Guerrero, en la temporada 2015/2016 y un prólogo muy conveniente y cargado de referencias, elaborado por el economista y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja Alberto Fernández Torres. Hay algo del docere et delectare horaciano en esta obra, en la que Jesús Campos nos propone cavilar en profundidad sobre nuestro tiempo y condición, bajo la envoltura de un humor etéreo que asoma bajo la batuta maestra de la ponderación.

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