N.º 7  De aquí y de ahora. Teatro Español Contemporáneo

sumario

Todos somos rebeldes,
¿o no?

Fernando Almena
Escritor

AGIUS, Luis
Todos somos Albert Camus (Retrato de un rebelde)
Madrid: Ediciones Antígona, 2010 (1ª ed.).
Col. Teatro, 88 pp.
ISBN: 978-84-92531-24-0.

Conocer personalmente al autor de un libro entraña a menudo el riesgo del desencanto, quizá porque nos sobre idealización o nos falte perspectiva u hondura –o interés, a saber–, pero cuando no ocurre así, conforta, y este es mi caso con relación a Luis Agius, a quien he tenido, sobre la ocasión, la suerte de conocer y de amistarnos. Esto nos permite llegar con mayor conocimiento o profundidad a su obra, y tengo para mí que no resta objetividad, sino todo lo contrario.

Luis Agius es polifacético, más que un todoterreno artístico, un todogénero. Bien cierto es que la reseña que nos ocupa ha de ceñirse al teatro, pero también conviene reseñar y abundar en sus restantes actividades profesionales y artísticas, así debemos saber de su profesión de músico, en las vertientes de compositor y concertista de piano, faceta en que muestra su elevada sensibilidad artística, pudiendo alcanzar el éxtasis por el efecto catártico que le produce lo que interpreta, en muchos casos ligado a poemas de García Lorca o de Pessoa, entre otros. Asimismo, cultiva la narrativa, particularmente el relato –v. Músicos ante el abismo, ed. Oportet–, a cuya lectura invito. Pero centrándonos en el teatro, hay dos aspectos que destacar, su intervención como músico en algunas obras de reconocidos autores y, en especial, su autoría teatral, que es lo que motiva este escrito.

El teatro de Luis Agius, cuando pretende reflejar una realidad histórica, no se define por la improvisación, sino que obedece a una concienzuda labor de investigación sobre los personajes y hechos que integran cada una de sus obras. De ahí que la erudición domine su trabajo y sus resultados. La construcción de cada personaje, de cada obra no deviene de algo fortuito ni improvisado, sino del estudio biográfico profundo y de su realidad histórica y social. Tal es el caso de la obra Todos somos Albert Camus, que encabeza y da pie a esta reseña, o Mi nombre es Sarah, de la que, a no tardar, pretendo dar noticia en esta publicación.

Estamos ante una obra no fruto de la invención ni de la fantasía en cuanto a su concepción, aunque sí en su tratamiento creativo, no ante una historia o suceso con su tradicional planteamiento, nudo o desenlace, ni tampoco de una biografía al uso, que en teatro corre el riesgo de la conversión en un desarrollo narrativo. No es el caso, pues no veo que discurra por esos cauces, sino que se trata de un acercamiento o una profundización en el personaje, en lo que representa y en lo que piensa, en sus certezas y en sus incertidumbres, en su verdad y en su mito, llevada a cabo desde fuera y desde dentro del propio personaje a través del intercambio dialéctico entre un grupo de actores y el propio Camus durante un descanso en el ensayo del Acto II de su Calígula, que dirige el propio autor. Una vez más teatro dentro del teatro, que Luis Agius ha elegido con tanta lógica como acierto para situar la acción, dado el personaje al que requiere que se exprese per se en vez de por bocas ajenas.

El recorrido que el autor hace por la obra se escalona en un prólogo, seguido de seis cuadros y rematado con un epílogo. Todo conformando un tejido teatral con entramados que van desde diálogos en el lugar de la acción a juegos en el tiempo mediante la analepsis o flashback, sin obviar ensoñaciones, fantasías o alucinaciones, cuyo objetivo no es otro que el ahondamiento en la personalidad y en el complejo mundo interior de un personaje tan poco convencional como Albert Camus. Veamos tal recorrido.

Siguiendo la línea marcada por el autor, principiaremos por el breve Prólogo, en el que se encuentran Camus, en plena crisis vital, y el pastor metodista Howard Humma, quien lo acucia para que tome la difícil decisión de abrazar su religión.

En el Cuadro I, que el autor intitula La infancia y la miseria: La Verdad, se nos presenta a una actriz, dos actores y la ayudante de dirección ensayando en 1959 la reposición de Calígula en París, dirigida por el propio autor, ya quedó dicho, que queda interrumpida por la intervención del productor para proponerle el aligeramiento del texto a fin de hacerlo más llevadero, restándole pesimismo existencial y severa reflexión. Es interesante la respuesta ejemplarizante de Camus ante una situación nada nueva en la profesión autoral. A tenor de esto, se produce un descanso durante el que los actores deciden indagar y profundizar en la vida del autor, en su verdad, incitándole a sus propias confesiones. De aquí parten la obra que nos ocupa y las reflexiones y confesiones de Camus. Y concluye este cuadro con un emotivo monólogo de su madre, Catherine Sinthés-Camus, de ascendencia menorquina, por la que sentía veneración.

El Cuadro II nos trae a un Camus evocando su juventud y rebeldía, y su pensamiento sobre la Ocupación y la Resistencia. Incluye una escena retrospectiva sobre su admirada filosofa y escritora Simone Weil.

El Cuadro III, de título Rebeldía y existencialismo, nos permite conocer por un lado el pensamiento de Camus sobre el existencialismo –“Yo no me considero un existencialista. Yo soy un humanista”– y por otro, sus discrepancias con Sartre por medio de una pequeña farsa, con toques del absurdo, sobre un supuesto debate entre ambos.

De Camus se ha hablado en su biografía sobre su matrimonio y sobre sus amantes, y el Cuadro IV nos ofrece la dura realidad de su matrimonio durante la escena en que conversa con Francine, su esposa. Y de aquí surge entre él y los actores una interesante dialéctica sobre el amor, que se desarrolla en el Cuadro V, y en el que el Camus concluye con una referencia a Eros y Tanatos, el amor y la muerte, y como ejemplo utiliza breves escenas con sus amantes María Casares, Catherine Sellers y Mi.

Y llegamos al Cuadro VI, definido como La Trascendencia, en el que se desarrolla una ensoñación o alucinación: “Un personaje en busca de su creador”, como lo esquematiza Luis Agius. Se trata de la visita que Meursault, protagonista de El extranjero, la primera novela de Camus, publicada dieciocho años antes, hace a su creador para recriminarle por el carácter con que lo dotó, cuando hubiera querido ser un rebelde como él. Dice más adelante Camus: “Solo sé que el hombre tiende a la inmortalidad, de ahí su insatisfacción… Es como si, de alguna manera, hubiéramos sido creados como dioses imperfectos”, tal que quisiera trasladarnos al prólogo, a sus dudas existenciales y de fe.

Finalmente, Luis Agius nos presenta el Epílogo, que titula Todos somos Albert Camus y que traslada al de la propia obra. París, se ha reestrenado Calígula y su autor y director en esta función se retira a un parque a meditar, habla consigo mismo y al Ser superior al que acaba de aceptar, a pesar de sus dudas insolubles –“No puedo no dudar”–, hasta que es interrumpido por una mujer anónima, una especie de aparición capaz de mostrarle que ella y los demás compartimos su angustia, su dolor, su búsqueda…

Hasta aquí la obra Todos somos Albert Camus. Si me he permitido seguir el discurrir de la misma ha sido porque nada he revelado que pueda desilusionar para la lectura, sino más bien mi pretensión fue despertar el interés del posible lector o espectador que quiera acercarse al personaje de manera directa, a su voz y pensamientos recónditos, de ese modo único que permite el teatro desde la palabra.

Luis Agius con especial sensibilidad, y estilo cuidado y depurado, desnuda al personaje, lo despoja de ese modelo algo estereotipado que a veces se nos ha ofrecido para mostrarnos al auténtico Albert Camus, con sus certezas e inseguridades, libre de etiquetas, asumiendo las corrientes de pensamiento que ha aceptado y las que ha rehusado, los movimientos en que ha participado y disentido, su compleja vida, su lucha contra todas las ideologías y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano –su Filosofía del Absurdo– y la pugna interior frente a la fe y las creencias. En suma, la constante rebeldía que jalona su vida, hasta su pérdida en 1960 en discutido accidente de automóvil.

Quiero recoger, por último, el acierto de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, del Ministerio de Cultura, de otorgar una subvención a esta obra para su publicación y el de Ediciones Antígona por haberla incorporado a su escogido fondo.

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