N.º 4 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo
El milagro de la palabra: la dramaturgia del vuelo en las últimas obras de Paloma Pedrero.
Pilar Pérez Serrano
Gordon College, Massachussetts
Paloma PEDRERO
Pájaros en la cabeza
Madrid, Cátedra, 2013.
Col. Letras Hispánicas, núm. 718. 356 pp. 11,54€.
ISBN: 978-84-376-3107-3.
Pájaros en la cabeza, de Paloma Pedrero, es a la vez tierra y alma. Cada palabra, cada frase, cada pieza incluida en este volumen recopilatorio de las últimas obras de una de las más reconocidas dramaturgas de nuestra época, están cargadas de una poderosa dosis de humanidad y lirismo. Virtudes Serrano, encargada de la edición de este ejemplar, ha sido capaz de acercarnos lúcidamente y por segunda vez (ya lo hizo en un primer volumen de Cátedra dedicado a la misma autora en 1999) al maravilloso mundo creativo de Pedrero. Serrano titula su introducción al tomo Un vuelo rasante sobre la autora y su trayectoria. Su cuidadoso y detallado acercamiento no sólo a la producción, la vida y el pensamiento de Pedrero sino también a la temática de su creación teatral, va mucho más allá de un rápido y fugaz revoloteo sobre el andar artístico de la dramaturga, convirtiendo este volumen en una rotunda e imprescindible herramienta para el estudio del teatro español de entre siglos. Además de los precisos resúmenes y comentarios críticos de cada obra, uno de los aspectos a destacar del trabajo de Serrano son las fabulosas notas a pie de página donde la crítica no sólo incluye concisas aclaraciones sobre su investigación sino que al mismo tiempo evalúa y contextualiza el teatro de la autora dentro de un amplio y generoso marco creativo e interpretativo. Las meritorias aproximaciones de otros autores a la variedad temática que Paloma Pedrero exhibe en sus textos constituyen, en esta edición, una valiosa e innovadora fuente informativa para todos aquellos interesados en el teatro español de finales del siglo XX y principios del XXI. A la introducción le sigue una magistral bibliografía sobre la obra dramática de Pedrero además de un listado de los numerosos estudios y artículos dedicados a la susodicha autora. Las obras incluidas en el volumen aparecen según su fecha de estreno a comienzos de siglo, desde el 2003 hasta el 2011. Todas ellas menos la primera, Cachorros de negro mirar, nacen en la nueva centuria y se inscriben dentro de lo que Serrano califica “teatro de toda la vida”, un teatro que se conjuga con una filosofía de vida donde para la autora escribir y vivir son experiencias sinónimas y permutables (p. 18). Por lo tanto, su fecunda producción teatral expone conexiones autobiográficas, vivencias y pensamientos auténticos que buscan por encima de todo “la comunicación con el espectador” (p. 27). Los personajes de las obras de Pedrero demuestran ese persistente conflicto interno del ser humano que se evidencia en un constante deseo de volar enfrentado a un absurdo y atroz encarcelamiento o, como Serrano bien indica: “algo aletea y ronda en las «galerías interiores» de sus protagonistas, concediéndoles alas o sumiéndolos en oscuros laberintos” (p. 28).Cachorros de negro mirar inaugura la colección. Esta obra escrita en 1995 y estrenada en Madrid en 1999, introduce al lector/espectador en el asfixiante mundo xenófobo de dos jóvenes ultras. La obra transcurre en “un salón de estar de clase media” (p. 107) y ubica así, con gran sutileza, el problema del odio y la violencia hacia lo foráneo en un acomodado génesis burgués. Según Serrano, “nunca hasta el texto de Pedrero se había colocado al lector dentro del espacio donde estos administradores del terror dan rienda suelta a su fanático comportamiento” (p. 30). La provocadora insinuación de Pedrero responsabiliza al receptor de un dilema causado por su propia pasividad e ignorancia, un dilema inexcusable del que todos somos culpables. El final de la obra lo corrobora: en cada individuo se cobija ese ser infernal capaz de las mayores atrocidades: “Me llamo Cachorro” –grita el protagonista vencido, derrotado, después de haber asesinado a su contrincante y antes de entregarse a la policía – “y soy peor que un animal salvaje” (p. 139).
Esta misma dualidad maquiavélica del individuo se forja en la siguiente obra, Los ojos de la noche, publicada en el 2006 y estrenada en La Habana el mismo año. “La soledad, el miedo y la inadaptación a la vida” (p. 37) llevan a una alta ejecutiva, Lucía, a buscar en una habitación de hotel y en el personaje de un joven invidente, Ángel, una razón por la que existir. La temática de la luz y las tinieblas es bien conocida en el teatro español y, tal y como ya apunta Serrano, recibe debida atención en las obras de Antonio Buero Vallejo o, más recientemente, las de López Mozo o Raúl Hernández Garrido. A través de un duelo a morir entre los dos personajes, el receptor es capaz de descubrir, en palabras de su autora, “la historia de una transformación” (p. 143). El proceso evolutivo por el que pasan los dos personajes a lo largo de la obra, mezcla de erotismo y agresión, se descubre a través de un diálogo en el que ambos despojan su alma en palabras. Ángel descubre su infalibilidad, su terror a la humillación y su profunda frustración sexual, mientras que Lucía es capaz de ver sus inseguridades físicas y emocionales, su falta de cariño y su extrema dependencia de los demás para sentirse viva. “Hueles a río lleno de… ortigas” (p. 163) le espeta Lucía a Ángel, mientras contemplan el vacío desde la terraza del hotel; el lirismo con el que Pedrero concretiza la ambigüedad humana es patente en estas y otras palabras que, según Serrano, descubren a “seres contaminados [que] perciben a un tiempo su belleza y sus deformidades” (p. 40).
En el túnel un pájaro es quizás la obra más lograda de toda la colección en su contenido y en su forma. Su primer montaje ocurre en La Habana, Cuba, en el 2003 antes de su publicación en el 2004 por la Fundación Autor. Serrano resume de manera ejemplar la esencia de la obra: “temáticamente contiene un canto al amor y a la fidelidad, una emocionada visión de la decrepitud, la vejez y la enfermedad, y una ardiente defensa del teatro actual y de sus autores” (pp. 41-42). El protagonista principal, Enrique Urdiales, batalla contra el olvido de su propia identidad como autor teatral y contra la gangrena del cáncer que se apodera despiadadamente de su frágil cuerpo. En un formidable y apasionado intento por tomar control de la vida que se le escapa y así afirmar su dignidad, Enrique escribe y representa su propio final mientras es auxiliado hacia la muerte por su hermana Ambrosia: “Vamos, Quique, vuela” –anima Ambrosia a su hermano después de darle a beber un “vasito de licor” (p. 236)–, “Vuela metido en mis brazos” (p. 238). Paloma Pedrero construye esta tierna historia de amor y lealtad fraternal sobre un contundente entramado formal donde confluyen metateatralidad e intertextualidad, con pasajes atribuidos al fallecido dramaturgo José María Rodríguez Méndez a quien la autora, rindiéndole homenaje, resucita.
Las últimas tres obras En la otra habitación, Ana el once de marzo y El secuestro (Caídos del cielo 2) constituyen otro tipo de homenaje dedicado esta vez a aquellos héroes menos reconocidos y galardonados. La primera, publicada por Primer Acto: El teatro de papel en el 2006 y estrenada en Madrid en el 2011, es un canto a la mujer y a la maternidad. El mismo título reivindica un espacio aislado y protegido, aunque física y metafóricamente contiguo al hogar habitado, donde la mujer puede pensar, compartir, explorar y desnudar su alma sin tapujos, haciendo uso íntegro de su libre albedrío. En ese espacio, una buhardilla, se unen y se conocen madre (Paula) e hija (Amanda), detonando un conflicto donde, según Serrano, “el egoísmo, la envidia, los complejos… la entrega, la renuncia, la comprensión [y] la solidaridad” (p. 51) afloran de principio a fin. Esta pieza recuerda a otra, El color de agosto (1987) de la misma autora, en la cual dos amigas se enfrentan en un similar espacio escénico e intentan recrear una amistad truncada. En ambas obras el sonido del teléfono, símbolo de intrusión masculina con reverberaciones lorquianas, irrumpe complicando el proceso de purga y regeneración que se lleva a cabo entre ellas. Sin embargo, la demora en tan arduo proceso no atrofia sino que impulsa a ambas mujeres a la reconciliación, a la complicidad y la confirmación de los vínculos que las unen y, por último, a la convivencia incondicional: “Mira” –le dice Amanda a su madre–, “a partir de ahora, esta será la habitación de las dos. La otra habitación. (Con humor y doble sentido). El lugar en el que desnudarnos” (p. 288).
Ana el once de marzo también tiene como protagonista a la mujer como esposa, amante y madre. La obra, publicada en el 2004, se estrenó en Madrid en marzo del 2005. Con el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 como telón de fondo, Pedrero enhebra las vidas destrozadas de tres “Anas” alrededor del asesinado Ángel. La urgencia, la frustración, el desahogo y la impotencia de las tres voces de mujer resuenan a través del sinsentido de la tragedia. Todas coexisten en escena y, como bien apunta Serrano, Pedrero sabe “unir [en ellas] lo privado a lo general… hacer convivir lo dulce y lo amargo de las vidas… combinar el realismo con la poesía… pronunciarse, sin reservas, ante lo que cree intolerable” (p. 61). Y esa misma condena de lo inadmisible culmina en El secuestro (Caídos del cielo 2), obra hasta ahora inédita que surge de un proyecto comprometido de la autora con personas en riesgo de exclusión social. Dicho proyecto, Caídos del cielo, hoy día una ONG con un firme objetivo de “transformar la vida a través del teatro”, brota de la responsabilidad de la autora de fusionar lo humano y lo artístico. El secuestro escenifica a un grupo de indigentes que invade un teatro y secuestra a los integrantes de la compañía que va a representar Hamlet. Los asaltantes se convierten en actores y en técnicos de su propia obra, la cual sirve de puente entre ellos mismos y el público. El teatro les da voz y afirma su existencia. De la misma manera que muchos otros personajes en sus obras, estos, como afirma Serrano: “participan del deseo de obtener un espacio para darse a conocer, para compartir su existencia con quienes los rodean y, de este modo… poder existir en la mente de los otros y dejar de ser sombras sin nombre en la calle” (p. 68).
Pájaros en la cabeza es, sin duda, una obra que aparece en un momento decisivo de la historia española. Un momento en el que los más débiles: jóvenes sin salidas, ancianos y enfermos, mujeres y madres, indigentes, sin techo y víctimas de la violencia, cargan con una culpa vergonzosa de la que unos pocos privilegiados se resarcen sin excusas. Con esta obra Paloma Pedrero refleja nuestra sociedad y responsabiliza, con coraje e intrepidez, a los verdaderos culpables y, a su vez, abre camino a la esperanza, al vuelo, para así corroborar que no se puede concebir un teatro sin compromiso ni una “estética sin ética” (p. 63).