N.º 4 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

Vértigos

Miguel Murillo Gómez
Dicen que dramaturgo

José Manuel CORREDOIRA VÑUELA
Elucidario sentimental
Zaragoza, Libros del Innombrable, 2013.
Col. Los Libros del Señor Nicolás, núm. 16.
200 pp. 20 €. ISBN: 978-84-92759-56-9.

Como un torrente en retablo o un retablo torrencial define en su día Gutiérrez Carbajo al texto de Corredoira, Elucidario sentimental. Y me viene a la cabeza una cita sobre las nubes que se atribuye al gran Borges. “En su pasar se fijan todos los paisajes”. Nubes de avispas picajosas. ¿Cómo subirlas a escena? “Pues subiéndolas, carajo”. Avispas preñadas con palabras que son acciones. ¿O acaso alguien puede permanecer impasible ante la posibilidad, menos que remota, de Alejandro frente, de espaldas, arrodillado, decúbito supino o prono, junto y separado, abierto y cerrado a su Bagoas? Vértigo teatral, teatro del vértigo, vértigo. No encuentro otra palabra más adecuada para definir lo que a un dramaturgo-director-ordenanza de escena debería pasarle por el cerebro ante un texto teatral (no es otra cosa) como éste. ¿O acaso no nos traen en sus aguijones palabreros las imágenes más deslumbrantes de Sócrates (y de todos los demás), Alejandro o Heliogábalo? ¿A quién le importa? ¿A alguien importó alguna vez el teatro? Sólo conozco a dos, uno es Fernando Arrabal, el otro, Justo Carlos Domenchina, un autor amigo mío, discípulo de Críspulo Benavides, otro autor decimonónico, que un día se echó al mar en Afur (Tenerife), el Domenchina, y se perdió para siempre junto al risco de la Princesa Guanche. A ése sí que le importaba el teatro y por eso quemaba textos sacrosantos y me contaba aquello de “será un texto de un día y dos noches: catárquico y plenilunar”.

Obviemos el texto, que aquí, oh paradoja, es lo de menos. Entremos en el efecto dinamizador de las acciones, encubiertas o no dentro de este retablo. ¿Qué hacen? ¿Qué están haciendo personajes, sombras, demonios, íncubos y súcubos? Ahí está el detalle: hacen. Y eso es un elemento fundamental. Dejan que corran las imágenes por su interior. Dejan, que no es poco, que esas imágenes se materialicen en escena. ¿Cuándo? ¡Y yo qué sé, carajo! Porque aquí somos como somos y andamos todo el tiempo intentando imitar al último de los Valle, Lope o Buero. Así hemos acostumbrado al público, ¿qué público?, a tener una visión aristotélica de la escena. Y la escena, ¿o no se han hartado de definirla como lugar de tiempo y espacio mágico? Y la escena médium sobrehumano deberá dejar fluir el retablo torrente.

Corredoira, José Manuel, es un dramaturgo global elucidárico, pero no tomista, porque hay que nacer, estar hecho de una sensibilidad especial, hundirse convencido en el océano de visiones que impregna a gentes como Arrabal o Domenchina, para entender cómo con las avispas de un escenario se puede levantar el tingladillo de la farsa. Farsa de vértigos ésta, que no otra cosa.

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