N.º 3 Mejor pensarlo dos veces. Ensayo
Noticia del destierro
Juan Pablo Heras González
Autor teatral y profesor
del IES Diego Velázquez de Torrelodones
Ricardo DOMÉNECH,
El teatro del exilio.
Madrid, Cátedra, 2013. Col. Crítica y estudios literarios.
315 pp. 18 €.
ISBN: 978-84-376-3148-6.
La vitalidad con la que Ricardo Doménech se entregaba a la preparación de este libro nos hizo olvidar su condición de mortal. Durante sus últimos años, Ricardo estaba volcado en su aportación personal a un proyecto de investigación colectivo del que formaba parte y que, en otra etapa, todavía sigue en marcha: “Escena y Literatura Dramática en el Exilio republicano de 1939”, nutrido desde 2007 por investigadores de diversas latitudes bajo la dirección de Manuel Aznar Soler, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ricardo, que nos ofrecía su propia casa para las reuniones del grupo, concretó su aportación en el proyecto de un libro general sobre el teatro del exilio. Este volumen iba a ser su asalto definitivo a un campo en el que sin duda era pionero, con trabajos que se remontan a 1962 [1]. El objetivo era recoger lo ya estudiado, revisarlo a la luz de lo que se ha descubierto en los últimos años y explorar los espacios a los que todavía no había encañonado su sagaz linterna crítica. Fiel a su método de trabajo, Ricardo releyó a fondo sus propios trabajos y acumuló multitud de notas y apuntes manuscritos, o mecanografiados con su vieja Olivetti. Pero su enfermedad se agravaba despiadadamente, lo que le abocó a exigir a su médico una intervención arriesgada [2] que le permitiera terminar el libro. Antes de que la operación pudiera llevarse a cabo, llegó el zarpazo fatal y en octubre de 2010 nos dimos cuenta de que había que aprender a vivir sin Ricardo.
Ha sido Fernando Doménech, que no es familiar sino alumno y luego compañero de Ricardo en la RESAD, el encargado de construir, a partir de tanto material disperso, el libro con el que Ricardo estaba comprometido. La misión era dificilísima y hasta cierto punto imposible, porque nadie puede sustituir el principio rector con el que un autor gobierna la construcción de su obra. Sin embargo, su intervención, invisible de tan discreta, consigue poner orden, actualizar las referencias y pulir las aristas que se habían quedado a medio pulir, lo que ha permitido que quede a nuestro alcance un auténtico libro de Ricardo Doménech.
Por su naturaleza de repaso a toda una vida de investigación, El teatro del exilio se escapa afortunadamente del formato de memorial de agravios al que se limitaban algunos de los primeros estudios sobre la cultura del exilio. El estado de la cuestión, especialmente en lo que concierne a la literatura dramática, está ya lo suficientemente maduro como para dejar espacio a la configuración de un canon, es decir, a la introducción desacomplejada del escarpelo del valor en el análisis del corpus dramático de los autores trasterrados. Como reconoce honradamente Fernando Doménech, sus juicios son discutibles, pero nadie duda de que Ricardo Doménech era el crítico más cualificado para emprender esta empresa. En sus propias palabras, “en los estudios de crítica literaria la exigencia de calidad es una conditio sine qua non. Por ello, si un autor o una obra aislada son mediocres, el crítico tiene la obligación de decirlo. Esa incómoda obligación dimana no sólo de la ética del oficio, sino del oficio en sí mismo” (pág. 24).
De las 315 páginas que completan el libro, 214 están dedicadas a la literatura dramática, lo cual no debe sorprendernos si tenemos en cuenta el objeto de estudio de casi toda la carrera de Ricardo Doménech y de la mayoría de sus compañeros de generación. No obstante, no se elude en el libro una necesaria aproximación a otros agentes del campo teatral que también escaparon de la guerra o la dictadura. Así, tras una breve pero precisa delimitación histórica y política acerca de lo que fue el exilio, por las páginas del libro pasean directores de escena como Cipriano de Rivas Cherif, Álvaro Custodio, José Estruch o Ángel Gutiérrez; actores como Edmundo Barbero, María Casares o Augusto Benedico; escenógrafos como Manuel Fontanals, Gori Muñoz, Salvador Bartolozzi o Santiago Ontañón…, aunque sólo Margarita Xirgu, por tantas razones símbolo vivo del exilio republicano, merece un capítulo en exclusiva. Sin duda, esta indagación en la escena exiliada es útil como introducción o resumen, pero carece de la exhaustividad y brillantez crítica de la que gozan los capítulos relativos a la literatura dramática. Cabe decir que no era su turno. Son las nuevas generaciones de investigadores las que gozan y gozarán de la posibilidad de explorar las dispersas y difusas fuentes que permiten el conocimiento de las puestas en escena, esto es, los testimonios de lo que hicieron los teatreros del exilio en lugares como México, Argentina, Francia o Rusia, poco menos que inaccesibles para los universitarios de la España franquista.
En cambio, el análisis de la literatura dramática que introduce Ricardo Doménech puede considerarse sin exageración como monumental. Años de investigaciones acumuladas y contrastadas se reúnen por fin y nos dan un dibujo de un periodo literario que será referencia inexcusable para todos aquellos que se interesen en este ámbito en el futuro. Es sin duda la parte mejor terminada del libro. En primer lugar, propone varias clasificaciones diferentes, por temas o por fechas de nacimiento. Enseguida, dedica unas páginas a “los mayores”, es decir, los autores nacidos en las décadas de 1870 o 1880 que llegaron al exilio con buena parte de su obra cerrada: Jacinto Grau, Ramón Gómez de la Serna o incluso Pablo Picasso en sus curiosas incursiones literarias, aunque reserva una mayor atención y estima hacia Alfonso Rodríguez Castelao. A continuación, el estudio de la obra dramática de los autores de la “generación de la República”, el verdadero corazón del libro: Rafael Alberti, Pedro Salinas, José Bergamín, Alejandro Casona y Max Aub merecen en estas páginas una lectura atenta y minuciosa. Doménech conoce tan bien la obra de estos autores que consigue definir sus perfiles en pocos trazos, lo que no obsta para que describa sus piezas con detenimiento. Un ejemplo: “todo Bergamín” se concentra en una imagen de Hamlet leyendo los Pensamientos de Pascal que aparece en Variación y fuga del fantasma. En cuanto a la “generación de 1936”, la de aquellos que apenas habían iniciado su carrera antes del exilio, se percibe el aprecio de Ricardo por María Luisa Algarra, Teresa Gracia o José Martín Elizondo, pero es sin duda a José Ricardo Morales a quien coloca en lo alto del escalafón.
El libro se cierra con un capítulo breve pero interesantísimo denominado, como aquellas obras breves de Max Aub, “Las vueltas”, y que hay que agradecer en gran medida a Fernando Doménech. En él Ricardo recuerda los regresos a España más significativos de los teatreros del exilio: si sucedieron antes de la muerte de Franco, estudia cuál fue su encaje en la escena de la Dictadura; si después, recuerda el penoso olvido del que fueron objeto tanto obras como hombres ya en Democracia. Especialmente significativos son los casos de Margarita Xirgu y Alejandro Casona. Para el primero, reproduce el tan conocido como ignominioso artículo con el que César González Ruano se adelantó a un retorno que nunca se produjo, y que en la práctica se convirtió en una carta de destierro permanente para la actriz. En el caso de Casona, Ricardo Doménech no elude el severo juicio con el que le reprochó en los años 60 su acomodamiento al teatro escapista y burgués que dominaba la escena española del momento. Aunque eso no le había impedido en páginas anteriores una lectura elogiosa de La dama del alba, Doménech se ratifica en el mismo juicio crítico que ha ensombrecido hasta hoy la consideración de la última etapa de la obra de Casona. Es curioso cómo el propio Ricardo Doménech se convierte en un personaje más de la historia que cuenta. Quizá en las lecturas que en el futuro se hagan de este periodo del teatro español el juicio sobre estas obras se ejecute desde mayor distancia, y que esta controversia crítica se lea en cambio como una vicisitud del periodo histórico en el que convivieron el último Casona y el primer Doménech. Mientras tanto, sirva como prueba de la coherencia y continuidad de los principios críticos de Ricardo.
Finalmente, hay que reconocer un trabajo que imaginamos que cabe atribuir de nuevo al editor, Fernando Doménech: la amplia bibliografía final, que resume todos los trabajos de Ricardo Doménech sobre el exilio, un listado de las publicaciones de los dramaturgos mencionados en el libro y una amplia serie de estudios actualizada hasta fechas muy recientes.
- Fernando Doménech Rico, “Ricardo Doménech, crítico teatral”, Don Galán. (Revista de Investigación Teatral), 1 (2011).
En Internet: http://teatro.es/contenidos/donGalan/pagina.php?vol=1&doc=6_1&pag=6 (Última consulta: 7 de septiembre de 2013).↵ Volver al texto - Ignacio García May, “El libro y el desierto”, El País, 12 de octubre de 2010. En Internet: http://elpais.com/diario/2010/10/12/necrologicas/1286834403_850215.html (Última consulta: 7 de septiembre de 2013). ↵ Volver al texto