N.º 3 Jugando al teatro. Teatro para niños y jóvenes

sumario

Suzanne LEBEAU. El ogrito; Zapatos de arenaLa curiosidad y el instinto contra el miedo

Tomás Afán
Autor y director teatral

Suzanne LEBEAU,
El ogrito. Zapatos de arena,
Madrid, ASSITEJ-España, 2012.
Trad. Cecilia Iris Fasola. 136 pp. 8 €.
ISBN: 978-84-616-2203-0.

“Calma, corazón mío, que tienes miedo de todo.
Y tú, cabeza mía, que diseñas catástrofes.
Dejemos a la vida hacer sus cosas”.
(El Ogrito, inicio de la escena 3).

Es una estupenda noticia la puesta en marcha de una nueva colección teatral. ASSITEJ España (asociación que dinamiza y promueve la creación teatral para la infancia y la juventud, coordinando su trabajo con las diversas sedes de ASSITEJ que coexisten en numerosos países de los cinco continentes) ha editado este libro, que constituye el primer volumen de una colección nacida con la intención de recopilar algunas de las obras más importantes escritas a nivel internacional para el público infantil y juvenil. Se trata de una iniciativa muy acertada, puesto que a nivel editorial, en nuestro país, las estanterías de libros de teatro para los más jóvenes adolecen de frecuentes huecos. Y para rellenar alguno de estos pequeños vacíos bibliográficos, salvando barreras idiomáticas, ha aparecido recientemente este libro compuesto por El ogrito y Zapatos de arena, dos obras de la autora quebequense francófona Suzanne Lebeau, a partir de una traducción de Cecilia Iris Fasola, revisada y corregida por Lola Lara e Itziar Pascual.

Autora fundamental en la escritura teatral para niños y jóvenes de los últimos años, Suzanne Lebeau expresa su voluntad de buscar nuevos límites expresivos en su trabajo dramatúrgico. Del mismo modo, los protagonistas de estas dos obras se caracterizan porque son personajes que, tras un proceso más o menos complejo, deciden trasgredir los límites que hasta el momento les impedían obtener una noción más amplia de su entorno. Se trataba de límites en cierto modo autoimpuestos. Como bien recoge Itziar Pascual en uno de sus valiosos estudios sobre Lebeau, a través de sus obras esta autora “trata de mostrar lo inquietante, lo turbador, aquello ante lo que no tenemos respuestas concretas”. Los protagonistas de algunas obras de Lebeau no se corresponden con lo que a priori entenderíamos como “personaje de obra teatral para niños”: un niño que está sin terminar de hacer, un monstruito cuya apariencia está compuesta de partes del cuerpo de distintos animales, o un niño internado en un centro psiquiátrico por transgredir normas sociales, son algunos de sus “héroes”. Pese a que parten con una clara desventaja a la hora de aspirar a las simpatías de sus semejantes, la autora canadiense consigue captar nuestra empatía, nuestra ternura hacia estos individuos situados al margen de la aceptación social, sin necesidad de desvirtuar las características que hacen de estos personajes seres complejos y especiales, potencialmente conflictivos.

A esta dimensión de seres totalmente alejados del prototipo al uso pertenece El ogrito. Dosificando informaciones, mediante un hermosísimo lenguaje, a través de las excelentemente estructuradas escenas de esta obra, vamos descubriendo la historia del ogrito, de su resignada madre, de su desconcertada maestra y atemorizados compañeros de escuela, y de su padre ausente, así como de la naturaleza irrevocablemente salvaje del pequeño protagonista. Asistimos a las reglamentadas pruebas a las que tendrá que enfrentarse el ogro, aparentemente insuperables, estableciendo claras conexiones con los relatos fantásticos clásicos; pero si en los relatos tradicionales son los héroes, los galanes, los aspirantes a príncipe, los encargados de superar tales pruebas y los ogros son meros actores secundarios, villanos crueles que obstaculizan los logros de los buenos, en esta obra es al ogro al que se le concede por una vez la posibilidad de superar sus límites y de aspirar a un destino que a priori resultaba inaprensible para él.

Esta relación de cercano alejamiento respecto a los esquemas de los cuentos tradicionales es una paradoja más de estos textos que, partiendo de atmósferas y elementos cercanos a las narraciones clásicas para niños, sin embargo, en el desarrollo de tales premisas, se alejan radicalmente de sus objetivos. En este sentido, mientras la esencia que anima los cuentos tradicionales acostumbra a ser una intención pedagógica, se persigue una enseñanza con cierta dosis de moralina que tiende a apaciguar al niño advirtiéndole de los peligros que le acechan y de los riesgos de la libertad y de la audacia, los textos de Suzanne Lebeau, escritos en una época que responde a características sociales muy diferentes, contienen una clara crítica a la sobreprotección y al didactismo a los que, a menudo, sometemos a nuestros hijos.

La crueldad, el instinto, como obstáculo a veces casi insalvable para la vida en sociedad es el gran tema de El ogrito. La cruel naturaleza enfrentada a la exigente sociedad. El ogrito que da título a la obra se ve obligado a enfrentarse a una serie de pruebas, que finalmente supera y que le permiten mantenerse dentro de los límites del horizonte civilizado. Sin embargo, el sorprendente final, el postrero punto de giro, nos desvela que su renuncia a los instintos más primarios de la naturaleza constituye una opción voluntaria, una decisión personal libremente adoptada, y no es el fruto de la presión coercitiva, ni consecuencia de una educación represiva. Aceptada asimismo sin renunciar a su propia identidad.

Tanto en El ogrito como en el otro texto que completa el volumen, Zapatos de arena, el miedo es un tema esencial, pero ambos textos enfocan el miedo desde ángulos diversos. Si en El ogrito el personaje protagonista es el agente activo, el que provoca el miedo, de modo que asistimos al terror de sus semejantes desde una perspectiva un tanto distanciada que en ocasiones provoca que observemos a los miedosos con cierta incomprensión, en Zapatos de arena los dos personajes protagonistas viven sometidos a recurrentes terrores que empequeñecen y condicionan su existencia.

En Zapatos de arena, dos hermanos, un chico y una chica, viven juntos con la única compañía de dos pares de zapatos traviesos que, una mañana, en la que la responsable hermana mayor duerme más de lo habitual, escapan de su jaula provocando también la huida del hogar del curioso hermano menor, que sale tras ellos al azaroso mundo exterior. El frágil niño tendrá que enfrentarse a numerosos territorios vedados a los niños por parte de los adultos: el agua fría, las tormentas, las caídas, los ríos y, finalmente, la noche, la oscuridad, el hombre del saco. Todos los padres tenemos miedo de que nuestras niñas y niños se caigan, se mojen, se enfríen, se hundan en el agua. Aunque en este caso los riesgos no resultan ser tan terribles, las consecuencias de estas aventuras darán lugar a una brillante sucesión de sugerencias poéticas en las que el lirismo no se detendrá ante las dificultades que algunas de estas imágenes conllevarían en una puesta en escena excesivamente literal.

En esta obra, y también en El ogrito, la naturaleza es un personaje más que interactúa constantemente con los protagonistas, y que además de constituir un fondo rico y complejo, actúa como desencadenante, amenaza o descubrimiento sugestivo. También son fundamentales en esta obra los zapatos que dan título al texto, y que representan la curiosidad, el elemento lúdico característico de los niños, que se trasplanta en este caso a los traviesos zapatos huidizos, que cuando no tienen el aprisionador lastre de los pies son capaces de vagar por sí mismos, juguetones. Como en diversos cuentos clásicos, en esta historia se narran las andanzas de dos niños a la intemperie, alejados ocasionalmente del elemento protector, que en este caso es la casa, el hogar, y que se ven abocados a diversas vicisitudes. Los dos niños de Zapatos de arena carecen de experiencia, de informaciones suficientes para enfrentarse al mundo por sí mismos, eso les caracteriza, y por eso se sirven de un libro que les ayuda a descubrir el significado de diversos conceptos. Así, la experiencia de la que presumimos los mayores se puede acabar convirtiendo en un cúmulo de definiciones simplistas repletas de temores y desconfianzas como las de este libro.

En contraposición a tan reduccionistas certidumbres, Suzanne Lebeau nos ofrece en sus maravillosos textos un puñado de valiosas preguntas, especialmente esas que a los mayores todavía nos perturban, que nacieron cuando éramos pequeños y creíamos que con unos años más llegaríamos a enhebrar en sus respectivas respuestas. Y, pasados los años, todavía fingimos, cuando nuestros hijos nos interpelan acerca de ellas, haber resuelto tales enigmas, y sin embargo continúan ahí, tan inexplicables como al principio, o más aún, pues cuando éramos niños teníamos ciertas intuiciones al respecto, pero ahora únicamente hemos rellenado el espacio de las respuestas con improvisadas y torpes certidumbres mal encajadas que apenas rellenan ese hueco, pero que nos tranquilizan al respecto. Y es que, a poco que nos miramos con cierta actitud crítica ese agujero (intentamos evitarlo la mayor parte del tiempo), comprobamos lo defectuoso, lo chapucero del apaño cognoscitivo que nos hemos urdido. Textos como estos nos hacen mirar desde los ojos del niño que fuimos a nuestros propios hijos y comprobar hasta qué punto nos hemos traicionado, edificando un legado para nuestros pequeños dominado por las urgencias de relojes de arena enjaulada, que suenan cada intervalo de tiempo torturándonos, en contraste con la arena que habita libre en la orilla del río y que el pequeño protagonista de Zapatos de arena se guarda en los bolsillos en un hermosísimo hallazgo que contrapone la arena prisionera del reloj y la arena en libertad con la que se pueden construir castillos.

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