N.º 3 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

Fernando J. LÓPEZ. Cuando fuimos dosTal como somos

Javier de Dios
Dramaturgo y profesor del IES Antonio Machado
(Alcalá de Henares)

Fernando J. LÓPEZ,
Cuando fuimos dos.
Ciudad Real, Ñaque Editora, 2012. 76 pp. 9,62 €
ISBN: 978-84-96765-43-6.

“Dos hombres jóvenes, atractivos, de treinta y pocos. Una cama. Un interlocutor al que nunca vemos y que, seguramente, sea el terapeuta”Con estos elementos como punto de partida y mucho que contar, que mostrar y que compartir, Fernando J. López construye una historia de amor –y desamor– que evoluciona sin perder en momento alguno el pulso dramático, sin que decaiga su capacidad para atrapar al lector y hacerle partícipe de los errores, aciertos, dudas, certezas, emociones y reflexiones de la pareja protagonista. Sin caer en trampas melodramáticas, como indica el propio autor en el prólogo –donde desentraña buena parte de las claves compositivas de la obra–. Tampoco en fórmulas preconcebidas, sin juicios ni prejuicios: una de las grandes bazas de Cuando fuimos dos es el tono cercano, sensible sin sensiblería, cómplice sin concesiones, con que el autor nos ofrece la historia de los dos amantes, Eloy y César.

Un tono que equilibra constantemente lo reflexivo y lo emotivo y con el que se desarrolla una trama que transita por los distintos momentos de la relación de los dos hombres, desde que se conocen hasta que esa relación se agota. Pero no recorremos ese camino de una manera lineal, sino saltando continuamente de un presente en el que lo que fue parece que ya no es, a un pasado que, más que presentársenos como fue, se nos muestra más como lo evocan los personajes.

Ese anclaje del texto entre el presente y el pasado se vuelve evidente si observamos la estructura de la obra. Cada una de las dieciséis escenas de Cuando fuimos dos se divide en dos cuadros: A y B. En cada cuadro A los personajes comparten el momento presente con el terapeuta –o con el público, igualmente presente y destinatario del discurso– y comentan su relación en retrospectiva: valoran logros y equivocaciones, acciones y reacciones tanto propios como del compañero. Han pasado veintisiete días desde la ruptura. ¿Qué hice, qué hiciste? ¿Por qué ocurrió? El amor se convierte así en objeto de reflexión por parte de sus propios protagonistas, en un diálogo con un destinatario aparente –ese terapeuta al que nunca se ve o el público mismo, ambigüedad que el autor reconoce como deliberada en el prólogo– al que se le quiere ofrecer una versión fidedigna de lo sucedido. Y aquí radica, a nuestro juicio, otro de los aciertos de la obra, en el sentido de que, por una parte, la reflexión y la evocación que inicialmente podrían parecer un recurso distanciador, en tanto que abstraen y comentan la acción principal, crean por el contrario una corriente de complicidad al convertir al público –también al lector– en confidente privilegiado de las oscilaciones emocionales de los personajes. Le regalan dos puntos de vista complementarios sobre la relación –el de Eloy, el de César– y le implican en una búsqueda, porque las reflexiones y las preguntas de Eloy y César no se detienen en la expresión de sentimientos, sino que aspiran revelar lo oculto, lo más íntimo, y desean encontrar las respuestas que les permitan entender lo que sintieron, lo que ocurrió entre los dos. Aunque, como cabe esperar, en ese caleidoscopio que constituyen los recuerdos resultará imposible fijar en el tiempo las emociones y los sentimientos porque estos se hallan en constante cambio, incluso cuando el referente es uno mismo.

En los cuadros B, por su parte, la acción dramática se aleja del presente en que los dos hombres confiesan y reflexionan para mostrarnos directamente la relación. Esta se nos presenta desordenada en el tiempo y sintetizada en momentos representativos de cada fase por la que va transitando la pareja. Asistimos a lo más significativo, a los momentos clave vividos por Eloy y César. Como si se tratara de una composición impresionista, estos momentos son retazos que apuntan sólo a sucesos relevantes y que, desde el punto de vista de su tratamiento escénico y también lingüístico, se nos muestran con una esencialidad completamente despojada de adornos. Digamos que la misma esencialidad con que nos abordan los recuerdos cuando estos, lejos de responder tan solo a un intento de justificación, se ven impulsados por el deseo auténtico de llegar a entender lo que nos ha sucedido. Y para César y Eloy, esos recuerdos a veces aparecen como puramente esperanzadores y otras se muestran duros y dolorosos, pero siempre limpios y honestos. Como ellos, como su propio vínculo, a pesar de las vicisitudes a las que hacen frente y a los rasgos de carácter que sustentan los desencuentros.

En definitiva, como puede verse, la estructura de Cuando fuimos dos remite a un juego complejo. Eso sí, ejecutado con la sencillez que solo da un dominio de la escritura como el que despliega Fernando J. López. Un juego que permite que el lector-espectador no asista a “una historia sobre una pareja” sino a tres: la historia como la recuerda Eloy, la historia como la recuerda César y la historia como se presenta ante nuestros ojos, tal como la percibimos nosotros.

Los temas en torno a los que gravitan los recuerdos y experiencias de Eloy y César también remiten a cuestiones esenciales en cuanto a potenciales motores dramáticos cuando nos movemos en el mundo de la pareja: la atracción sexual, la infidelidad, los celos, la diferencias socioculturales… La estilización de la acción y los temas se extiende también a los objetos, presentes y aludidos, que resultan además muy significativos para la acción y adquieren así un interesante valor dramático, casi simbólico por lo que llegan a significar para los amantes (cajas, maleta, la novela de Eloy, deuvedés, series de televisión y películas…); estilización también en el espacio (el dormitorio: una cama, referente visual por excelencia de la intimidad de Eloy y César); y en el lenguaje –nítido, dotado de una oralidad tan elaborada como eficaz, alejada tanto de excesos retóricos como de un excesivo apego al habla–. Llama la atención la disposición del diálogo en dos columnas, una para cada uno de los personajes. Dado que en ningún momento esta disposición traslada al papel una posible simultaneidad de las réplicas ni rompe con la convención de las intervenciones sucesivas, pensamos que la elección del autor remite más que a una experimentación con la organización interna del discurso a una referencia visual que apunta al sentido de la obra: Eloy y César comparten irremediablemente un espacio y sus palabras se interrelacionan por necesidad, pero cada uno ocupa su lugar, bien delimitado frente al lugar del otro.

Eloy y César, los personajes. Dos hombres y dos mundos distintos. La literatura y la creación, la carrera profesional, la indagación interior y la sensibilidad –no sólo ante la cultura– forman el mundo de Eloy. El aquí y ahora, la vida social y un ímpetu por la vida casi salvaje constituyen el de César. “Lo nuestro ocurrió aunque nos opusimos a ello”, reflexiona Eloy al comienzo de la escena XI. Efectivamente, esa idea de lo inevitable del amor, de la pasión entre los amantes –tan clásica, por otra parte–, recorre el texto de principio a fin, aunque huyendo de los tópicos con que habitualmente se ha plasmado a lo largo de la historia: Fernando J. López deja de lado cualquier atisbo de retórica romántica y envuelve hábilmente la idea en elementos urbanos y absolutamente actuales (las relaciones a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías, la transitoriedad de los encuentros, la presión del trabajo y la pertenencia a ámbitos laborales distintos…) y consigue así no solo un enfoque renovado del tema, sino también la identificación y el reconocimiento de Cuando fuimos dos como una obra que afina certeramente a la hora de mostrar, de un modo pleno, los retos y zozobras de las relaciones de pareja de hoy. No puede hablarse de protagonismo y antagonismo de cada uno de los personajes porque ambas funciones se hallan compartidas con ecuanimidad entre Eloy y César: el autor no juzga ni toma partido, las pautas de conducta las dictan los propios personajes. Es más, en la pareja que nos ocupa ambos aparecen igual de perdidos o igual de orientados, según, cuando se trata de ir creando, día a día, las instrucciones de uso de una convivencia que nadie ha marcado de antemano y para la que no sirven las normas caducas, los roles antiguos.

Cabe reseñar, para finalizar, el éxito obtenido por Cuando fuimos dos sobre el escenario, auténtica finalidad de cualquier texto teatral. Primero, en la puesta en escena dirigida por el propio autor. Y en el momento de escribir esta reseña, en un segundo montaje con dirección de Quino Falero en el Teatro Infanta Isabel de Madrid. Un excelente destino para este texto escrito con un absoluto dominio de los recursos dramáticos, un texto que recomendamos leer a todos aquellos que renieguen de tópicos, que rechacen la trivialización infantil de los sentimientos amorosos que encontramos en tantas y tantas ficciones y, por el contrario, deseen disfrutar con una historia adulta, emocionante, honesta y con tantos matices como la vida misma.

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