N.º 2 De fuera vendrá. Traducciones y teatro extranjero

sumario

Atreverse a decir «no»

Gracia Morales
(Universidad de Granada)

Griselda Gambaro
Decir sí. La malasangre
Madrid, Cátedra, 2012. Col. Letras Hispánicas, 695.
134 pp. 8,27 €. ISBN: 978-84-376-2965-0.

Acercarse a la dramaturgia de Griselda Gambaro (Buenos Aires, 1928) supone siempre un placer y un reto. Autora fundamental del teatro contemporáneo en lengua española, cada texto suyo implica, a nivel creativo, un ejercicio de búsqueda y autoexigencia, que obliga también al lector a permanecer alerta. Gambaro comienza a escribir narrativa y teatro en la Argentina de los años 60, manteniéndose al margen de la tendencia realista que imperaba en su país en esa década y defendiendo una estética que algunos críticos han definido como cercana al teatro de la crueldad de Artaud o al teatro del absurdo beckettiano. Sin dejar de percibir estas huellas, y otras como las del grotesco criollo porteño, considero que la voz de Gambaro resulta profundamente honesta, lúcida y original. Sin embargo, se trata de una autora escasamente editada en nuestro país y con muy poca presencia en los teatros españoles. Me parece así una magnífica oportunidad la que la editorial Cátedra nos brinda ahora, al publicar dos textos suyos, Decir sí y La malasangre, cuidadosamente prologados y editados por Rita Gnutzmann, profesora en la Universidad del País Vasco y especialista en Literatura Hispanoamericana.

Sin duda, el abuso de poder es un tema recurrente en el teatro de Gambaro: en muchas de sus piezas encontramos personajes que son víctimas de un sistema que les oprime y que, en muchos casos, le termina ejecutando. Este uso de la violencia puede darse en las relaciones familiares, laborales o sociales, y es normalmente ejercido por uno o varios personajes concretos. Tanto Decir sí como La malasangre se encuentran enmarcados en esta temática. No obstante, como veremos, el comportamiento de los protagonistas en cada una de estas dos obras varía considerablemente.

Escrita en 1974, la pieza breve Decir sí se estrenó en 1981 y formó parte del decisivo ciclo Teatro Abierto, que convocó a veinte dramaturgos, veinte directores y más de ciento veinte actores, con la motivación común de ofrecer al público un teatro de denuncia y resistencia, frente al miedo, el silencio y la censura impuestos por la dictadura militar. La acción arranca con una circunstancia cotidiana y casi insignificante: un Hombre entra en una peluquería, para cortarse el pelo. Desde este punto de partida, la situación irá degenerando hasta llegar a alcanzar lo grotesco, inquietante y terrorífico. El Peluquero, tremendamente lacónico en sus intervenciones, pero con un aspecto siempre “lúgubre” e “inescrutable”, conseguirá que, casi sin oponer resistencia, el Hombre se convierta en su víctima. Ante la lectura del texto (e imaginamos que, aún más, ante la recepción de su puesta en escena), no dejamos de preguntarnos con angustia por qué el cliente no se impone nunca, por qué se deja llevar de una forma tan pasiva, tan sumisa. Ese constante “decir sí” del personaje lo terminará condenando a un final trágico.

Por su parte, la acción de La malasangre se sitúa hacia 1840, época en la que Argentina vivía bajo la violenta dictadura de Juan Manuel Rosas. Escrita en 1981, y estrenada un año después bajo la dirección de Laura Yusem (quien ha llevado a escena muchos de los textos de Gambaro), la distancia temporal escogida por la autora le permite tratar, de una forma indirecta, la dictadura argentina iniciada en 1976 y mantenida hasta finales de 1983.

Su fábula resulta relativamente sencilla: en una familia poderosa es contratado un profesor nuevo para educar a la hija, Dolores; Rafael, el maestro, es elegido por el padre, convencido de que la tara física del joven, que es jorobado, impedirá que su hija y su esposa se sientan atraídas por él. No obstante, a pesar del rechazo e incluso del desprecio que Dolores demuestra en un principio hacia Rafael, terminará enamorándose de él.

Sin duda, la protagonista de La malasangre es esta joven, Dolores, a quien veremos evolucionar a lo largo de la obra: gracias a la influencia de Rafael, irá abandonando su actitud altanera e hipócrita de las primeras escenas, para convertirse en una persona más libre, más lúcida, hasta que, en casi al final, presa del dolor, será capaz de gritar “¡Ya nadie ordena nada! […] ¡Ya no tengo miedo!”. El verdugo en esta pieza es el Padre, ayudado por su fiel criado Fermín. Además del poder despótico que ejerce en el ámbito familiar, también se intuye que mantiene una férrea dictadura sobre la población, ordenando cortar las cabezas de sus opositores. No obstante, en escena nunca lo veremos, explícitamente, maltratando a la Madre, a la que sabemos que golpea; en el ámbito doméstico, Benigno, como se llama irónicamente el progenitor, sabe dosificar su amabilidad, su tristeza, su ternura incluso, al igual que el Peluquero en “Decir sí”. Así, por ejemplo, cuando está obligando a su hija a casarse con alguien a quien ella ni siquiera conoce, lo expone así: “Sos una niña, mi niña. (La besa en la frente.) Te deseo lo mejor”. Dolores contesta: “No mentís. Y lo terrible es que me conmueve”.

Esta actitud aparentemente pacífica convierte a este tipo de personajes en figuras dramáticamente muy complejas y sugerentes, pues reconocemos en ella una dualidad contradictoria entre su apariencia externa y sus verdaderas acciones. Además, se ofenden o se enfadan  arbitraria y caprichosamente, lo cual deja a sus víctimas aún más indefensas, pues no saben qué va a provocar el posible castigo.

Estas dos piezas brevemente reseñadas representan momentos diferentes en la dramaturgia de Gambaro. Decir sí se encuentra en la línea de sus primeras obras ─El desatino (1964), Las paredes (1966),  Los siameses (1967), El campo (1968)─, en las cuales los personajes víctimas son incapaces de reaccionar ante la violencia ejercida sobre ellos, ya que, en ocasiones, ni siquiera son conscientes de su situación. Así, el Hombre que solo desea arreglarse el pelo, no sabe cómo oponerse al extraño Peluquero, quizá por miedo, pero también por otra razón que él mismo nos explicita al exclamar “¡No puedo negarme cuando me piden las cosas… bondadosamente!”. Sin hacer concesiones a la facilidad o al maniqueísmo, Gambaro está criticando aquí la pasividad, la comodidad, la aceptación acrítica de la injusticia. Por tanto, el ejercicio de la violencia no es solo elección del victimario, sino que también implica a aquel que se deja torturar sin oponer resistencia.

La malasangre, en cambio, pertenece a otra etapa de la producción gambariana donde las víctimas empiezan a romper con el estatismo. Incluso aunque no consigan vencer al sistema que las reprime, encontramos ya personajes que, como Dolores, toman conciencia de su situación y se rebelan contra su opresor. En este mismo marco podemos situar otros importantes textos de Gambaro como Real envido (1980), Del sol naciente (1984) o Antígona furiosa (1986). En todos estos casos serán mujeres jóvenes quienes se revelen contra el poder, produciéndose así una doble liberación en ellas: se sacuden el rol femenino de sumisión (que sí que mantiene, por ejemplo, la Madre de La malasangre) y se expresan como las voces más críticas y desafiantes frente a un régimen opresivo.

Como apunté al principio de esta reseña, considero que la voz de Gambaro resulta profundamente original y necesaria. Su manera de enfrentar nuestro momento histórico resulta tremendamente lúcida y cuestionadora, utilizando las estrategias del llamado teatro neovanguardista, del absurdo, del grotesco o del “realismo crítico” (como Osvaldo Pellettieri denomina a la tendencia en la que se inscribe la obra gambariana de finales de los setenta y comienzos de los ochenta). Su tratamiento de las relaciones de poder propone una necesaria reflexión al espectador y el desafío de atreverse a decir “no”. Como ella misma confiesa en una entrevista publicada en Teatro: Nada que ver. Sucede lo que pasa (Otawa [Canadá], Girol Books, 1983):

La gente ha perdido sensibilidad para ver los datos de la realidad. Es decir, los muertos suelen ser números, cifras. […] Pero si eso lo vemos en un teatro, y somos capaces de “ver” lo que significa la muerte, la guerra, los chicos, los llantos, el dolor infinito, entonces eso nos moviliza de una manera muy distinta. El hecho estético nos tiene que despertar, nos tiene que desanestesiar de todo eso que es la falsa información, la deformación de los sentimientos y las ideas que es base de nuestra sociedad.

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