N.º 2 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

Todos somos Pablos

Purificació Mascarell
(Investigadora de la Universidad de Valencia)

Alfonso ZURRO,
El Buscón. Andanzas, ingenios y otras historias

“a la sombra de don Francisco de Quevedo”
Sevilla, Editorial La Jácara, 2012.
140 pp., 8,00 €, ISBN: 978-84-921629-6-3.

 Una adaptación teatral de El Buscón de Quevedo, aunque libérrima, no es tarea fácil. Pese a que la estructura episódica en torno a las aventuras y desventuras del mítico Pablos invite a su transposición en escenas, la condición canónica de la obra y las complicaciones retóricas de su lenguaje conceptista, convierten esta narración en todo un reto dramatúrgico. Sin embargo, Alfonso Zurro, director y dramaturgo salmantino, ha conseguido realizar una encomiable traslación dramática de la novela de Quevedo, pieza indispensable en la tríada clásica de la novela picaresca junto al anónimo Lazarillo y el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Eso sí, situándose siempre “a la sombra” del autor barroco, tal como nos advierte con humildad en la contraportada del texto editado por La Jácara. De hecho, Zurro no persigue la fidelidad al original sino, más bien, inspirarse en sus pasajes, personajes y, sobre todo, en su espíritu, para componer una obra con un toque personal que se estrenó en el Teatro Alhambra de Granada, el 8 de junio de 2012, por la compañía Teatro Clásico de Sevilla y bajo la dirección del mismo adaptador.

La originalidad de esta propuesta dramática radica en ofrecer al espectador un Buscón que trata de sobrevivir en la corrupta y mísera España del siglo XXI, además de en el Siglo de Oro que lo vio nacer. Así, la obra funciona como un caleidoscopio que trenza dos épocas: viajamos desde una cárcel áurea habituada al soborno de sus funcionarios hasta un parque actual donde se estafa a un pobre ciego, de las antiguas novatadas en la Universidad de Alcalá hasta la urbe donde hoy dan un tirón al bolso de una viandante… El tránsito de una época a otra se realiza en breves minutos, con lo cual resulta inevitable asumir que ambos tiempos son el mismo, hermanados por las leyes de la picaresca inherentes a la esencia española.

A lo largo de la pieza, 31 personajes del siglo XVII y 25 de la actualidad, casi todos representantes de las clases bajas, desfilan ante el lector o el espectador. Un total de 56 individuos distintos que dialogan con presteza mientras van trazando, brochazo a brochazo, un retrato global de nuestras peores lacras y conductas sociales. Injusticia, racismo, insolidaridad, hambre, violencia, egoísmo, engaño, crueldad, hipocresía, estafa… Todos estos temas son abordados en la treintena de breves escenas que, bajo títulos temáticos del tipo “Policías”, “Hambre”, “Droga”, “Trilero”, “Asustaviejas” o “Puta”, componen esta hilarante comedia cargada de profunda crítica y reflexión.

Como muestra de las ideas que Zurro introduce en las aventuras de este Buscón entre dos épocas, sirvan cuatro botones. El enemigo del pobre, muchas veces, es otro pobre, como las viejas que inventan artimañas para quedarse con la comida del Buscón en un comedor social; somos unos expertos extorsionando o vendiendo al prójimo por unos euros, como el matón que amenaza a las ancianas que no colaboran en abandonar la vieja finca codiciada por una potente constructora; también falseamos los documentos necesarios con tal de cobrar una paga, como el falso soldado que nunca ido a la guerra y pide una pensión por sus méritos bélicos; y hasta traficamos con vidas sin escrúpulo alguno, como hace la mujer que, en vez de pagar a los secuestradores de su marido para que regrese a casa, les paga para que lo rematen.

Pero si hay una escena ejemplar por su aroma a denuncia y por su ingeniosa clarividencia es la del monólogo del trilero en torno a la codicia humana, el cual merece ser parcialmente reproducido aquí: “Esto es todo el trile. Ponerlo fácil, verlo por delante  y luego vuelta y vuelta. Donde está no estaba. Luego gritan, me han engañado. Has sido tú puto codicioso que has querido ganar fácil sin hincar el lomo. (…) La vida toda es un truco, un timo. El que mejor sepa esconder la bolita, es el que más triunfa. Si la puta habilidad que me ha dado dios padre en estas manos, me la hubiera dado en el cacumen, movería acciones, valores, recursos financieros…, uno para acá otro para allá… entonces me llamaría Botín. Mercados, acciones, bolsas, haciendas, políticos… bolita va y bolita viene. Los trileros somos los profetas de la vida. Nos prohíben el juego del trile, porque enseñamos la verdad de la vida. La esencia de su engaño. Es todo tan simple Pablos…, tan jodidamente simple. La bolita”.

Del Pablos quevedesco, Zurro toma su irreverencia y su capacidad para adaptarse a las circunstancias, por malas que sean. En cuanto al resto de personajes del original, esta dramaturgia recupera a los más relevantes: el padre ladrón muerto en la horca del tío verdugo; la madre condenada por bruja; don Diego Coronel, a quien el pícaro sirve en su etapa académica de hambrunas; el imprescindible dómine Cabra; los estudiantes especializados en nevadas de gargajos sobre capas de novatos; los corchetes burlados a quien Pablos arrebata ingeniosamente sus espadas; los miembros del hampa que acogen a Pablos en su cofradía de buscones; la joven rica a quien el protagonista trata de seducir haciéndose pasar por caballero… Ahora bien: todos estos personajes, acompañados de los creados ad hoc, son manipulados y modificados libremente por Zurro.

También juega Zurro con el lenguaje barroco y sus expresiones populares entreverándolas con las del castellano actual de la calle. El resultado es un lenguaje que provoca cierto extrañamiento por sus reminiscencias áureas, y que, sin embargo, no resulta nunca irreconocible para un chaval del presente. Mantener las ironías y juegos lingüísticos de Quevedo, emular las lindezas retóricas de uno de los mayores poetas de las letras hispánicas, ya se ha dicho arriba, es un reto de envergadura. En cualquier caso, Zurro opta acertadamente por la simplificación y la modernización expresiva, pues el lenguaje dramático requiere de una carga retórica más discreta que la novela si no se quiere saturar al espectador medio.

El final es, sencillamente, apoteósico. Una vuelta de tuerca llena de agudeza e intuición. Pablos, al que hemos visto estafando, mintiendo o robando, se transforma al llegar la última escena en un político en plena campaña electoral. Es decir, el mismo pícaro capaz de las fechorías más rastreras es quien (¡menudas vueltas da la fortuna!) acaba solicitando tu voto en un mitin esplendoroso. Pablos es el golfo de la esquina que espera a que se te caiga el billete del bolsillo. Y es, también, el político que promete honradez mientras ingresa tus euros en un paraíso fiscal. Este final iguala al pícaro barroco y sus ansias de medro social con los políticos de nuestro tiempo. Pero Pablos también ha sufrido abusos y atropellos desde su infancia, ¿no le han enseñado los palos a ser un delincuente? Tras escuchar el mitin del Buscón, dos preguntas surgen espontáneamente: ¿Es Pablos la víctima de una sociedad injusta que lo arrastra a la perdición moral y, como miembro del pueblo llano, pide el voto para reorganizar justamente la sociedad que le ha hundido? ¿O es el sinvergüenza que desea enriquecerse a costa del prójimo adoptando un nuevo ropaje?

El concepto de picaresca, en este contexto de crisis económica y ética, tiene más sentido que nunca. La obra de Zurro lo reivindica de forma valiente. Su grandeza es decirnos que los indignos, los corruptos, sí, señores, somos todos. Porque, con probabilidad pasmosa, si usted hubiera estado en el lugar del político de turno, hubiera perpetrado similares mezquindades. Zurro expone desde los escenarios una idea que debería estar más presente en las columnas de los periódicos: que la España del siglo XXI, pese a los teléfonos móviles de última generación, se parece extraordinariamente a la que retrataron los escritores áureos. Y que los españoles todavía somos el pícaro barroco que el gran Quevedo inmortalizó.

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