N.º 2 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

La familia (y otras máscaras)

Javier de Dios
Dramaturgo y profesor del IES Antonio Machado (Alcalá de Henares)

Daniel de Vicente, Cordón umbilical
Madrid, Ediciones Antígona (col. Teatro, núm. 25), 2013.
129 pp. 7,44 €. ISBN 978-84-92531-92-9.

 Publicada por Ediciones Antígona en su colección Teatro, y con una introducción de Luis Merlo y prólogo de Juan Carlos Rubio, Cordón umbilical es la obra con la que Daniel de Vicente se da a conocer como autor teatral. Y lo hace acreditando las cualidades que deseamos encontrar en las creaciones de los buenos dramaturgos: oficio y habilidad patentes en una escritura al servicio de la acción y la evolución de los personajes; un estilo acorde al enfoque realista elegido, estilo diáfano, dotado de una oralidad y ritmo que favorecen la puesta en escena y que, al mismo tiempo, se revela certero y profundo, bien trabajado desde el punto de vista literario cuando los diálogos se orientan a contenidos reflexivos que muestran los aspectos más íntimos de los personajes; y una visión personal de la vida, de las relaciones humanas y del lugar que ocupamos en el mundo que se plasma a través de la acción y de la búsqueda vital que llevan a cabo esos personajes. En definitiva, Daniel de Vicente se nos presenta en esta primera obra dramática como un autor con voz propia que tiene mucho que contar y sabe bien cómo hacerlo.

Como ocurre en otros textos que permanecen en la memoria de todos los amantes del teatro (baste citar como dos ejemplos El tiempo y los Conway de J. B. Priestley o Larga cena de Navidad de T. Wilder), la obra de De Vicente se articula en torno a los estragos que causa el tiempo en nuestras vidas y, concretamente, en su efecto sobre ese núcleo que desde sus orígenes se ha constituido como un territorio preferente para tratar las relaciones humanas desde el escenario. Nos referimos, cómo no, a  la familia. Una familia que, en Cordón umbilical, es observada por el autor con la suficiente distancia como para evitar caer en los tópicos y el sentimentalismo. En su lugar hallamos, por una parte, emociones genuinas que afloran a través de la identificación con las dudas e inquietudes de unos personajes perdidos en su entorno, entorno que fácilmente reconocemos como el propio de la gran ciudad; y, por otro lado, se nos muestra una disección de actitudes humanas trenzadas entre sí con el hilo de las trampas en las que han caído y se debaten los padres, hijos y parejas que protagonizan la obra: nos referimos a la mentira (ante los demás, ante uno mismo); a la falta de aceptación de la identidad sexual; al amor y el desamor, incluido el paternal; a las apuestas por decisiones y personas equivocadas y, como consecuencia de esta deriva, a la frustración de los sueños.

Todos estos temas se amalgaman mediante la reformulación actual de un tema clásico: el tiempo fluye irremediablemente zarandeando de forma ciega los planes que urdimos. “En esta vida solo hay un plan posible… ¡Dejarse llevar!”, concluye Javier, el padre de la familia en la que se centra el texto. Y, efectivamente, esa aceptación del fluir del tiempo parece ser la variable que acaba por marcar el destino de todos estos seres más allá del tipo de resolución que elijan para problemas individuales: hay que seguir adelante forzosamente, la vida no se detiene. Lo irónico de la visión que nos ofrece el autor es que cuando, por miedo o indecisión, los personajes eligen el engaño para continuar adelante, para esquivar la soledad y los conflictos que implicaría revelar a sus seres queridos quiénes son y qué hacen verdaderamente, el efecto que se produce en sus vidas es precisamente el contrario: no afrontar la verdad implica, finalmente, caer en la soledad y el desvalimiento ante sí mismos. ¿Qué se hizo de la felicidad de antaño? No se puede recomponer aquel cordón umbilical que una vez unió el ombligo con el corazón: ya no existe. En su lugar solo hay inocencia perdida, futuro incierto, presente conflictivo, miedo. Y la familia como artefacto que, aunque defectuoso, parece el único agarradero posible para evitar el derrumbe. Quizá más que por sus virtudes, porque no existe otra posibilidad una vez certificado el vacío de las relaciones amorosas:

¿Quieres saber qué es el amor? No es más que las ganas de descubrir lo  mejor de ti mismo, dándoselo a otra persona… (Pausa.) Pero el tiempo pasa… El tiempo es la única verdad… Y llega un momento en que te das cuenta de que no hay nada que dar, ni nadie a quien dárselo… Y si no das… ¿qué tienes?  (Escena 4, Acto II).

Familias existentes, familias que se crean. La obra gira en torno a seis personajes: Javier y Laura, padre y madre de Ana; David, el novio de esta; y Alberto y Lucía, amigos y compañeros de piso. Todos tienen algo que ocultar. Todos se han construido un lugar en el que sentirse cómodos –mientras renuncien a ser sinceros consigo mismos y con los demás– y se mueven en él con su máscara social, ocultando su esencia. Obviamente, las máscaras caerán; en algún caso, para volver a colocarse de nuevo sobre el rostro, en otros, para allanar el camino a la consecución de los deseos. No queremos desvelar aquí aspectos fundamentales de la trama. Nos limitaremos a decir que la acción se pone en marcha cuando los personajes mencionados se cruzan en tramas que siempre implican por su parte una cierta clandestinidad (el encuentro cómplice entre Javier y Lucía, la atracción entre David y Alberto) o bien una elección que, como queda bien sugerido en la obra, no les va a resultar la más conveniente desde el punto de vista emocional y afectivo (además de referirnos al largo matrimonio de Javier y Laura, pensamos en la apuesta por la vida en común de David y Ana, y de Alberto y Lucía). Cordón umbilical podría definirse como una obra coral: el protagonismo se reparte de manera muy equilibrada entre estos seis personajes, si bien el personaje de Javier –el padre– ocupa un lugar central (sería excesivo decir que protagonista) por ser quizá, de todos ellos, el que analiza con más lucidez la deriva, el naufragio y supuesta salvación que articulan el devenir de estos personajes a lo largo de la historia.

Desde la sencillez y falta de estridencia con que transcurre lo cotidiano, Daniel de Vicente consigue que nos asomemos a ese devenir en el tiempo. Precisamente la obra se abre y se cierra con dos rituales familiares alusivos a lo temporal: el aniversario de boda de Javier y Laura (donde se anuncia el nacimiento del hijo de David y Ana) y el primer cumpleaños del niño (un bebé que nace –como nacerán también otros– no precisamente del amor y la complicidad, y solo por nacer perpetuará el vínculo, el persistente cordón umbilical afectivo que une a todos los personajes). Con esos dos rituales familiares que invitan a la reunión –aniversario y cumpleaños–, la acción queda perfectamente enmarcada y esta estructura circular nos permite imaginar que el final no es ni mucho menos el final, sino simplemente una estación más del viaje a no se sabe bien dónde. Entre ambos eventos, el autor elige estructurar los sucesos a la manera clásica: tres actos que se corresponden con el planteamiento, desarrollo y desenlace (desenlace solo por ahora) de las tramas. Desde el punto de vista espacial, los personajes revelan su verdadera esencia en los lugares que les resultan más extraños, más ajenos (el bar de ambiente, el hotel, la casa de Alberto para David…), mientras que los espacios domésticos y familiares (salón de Javier y Laura, su dormitorio, la casa de David y Ana…) tienden a convertirse en los ámbitos del fingimiento, convirtiéndose así el espacio en una concreción absolutamente coherente del contenido y significado de la obra. En cuanto a la configuración temporal, las tramas se desarrollan a lo largo de dos días (actos primero y segundo) y un año después (acto tercero). El efecto de esta elipsis permite conocer y constatar no solo las opciones que han elegido tomar los personajes respecto a los conflictos que se han planteado, sino también ese sentido cíclico al que aludíamos, la circularidad que sugiere que la familia seguirá adelante sin desenmarañar del todo –quizá complicándolo aún más– el tejido de mentiras y carencias que la mantiene unida.

Más allá de los innegables valores del texto que recomiendan su lectura, se da la circunstancia de que Daniel de Vicente forma parte de ese tipo de autores que, además de escribir, se implican activamente en el empeño de subir al escenario sus creaciones. Cordón umbilical se ha estrenado en Madrid con dirección del propio autor y, aunque no es este el lugar para comentar la puesta en escena, sí diremos que el éxito que ha obtenido no hace sino confirmar el acierto de la obra y su capacidad para llegar al público (para crear con los espectadores ese deseado cordón umbilical que los une con la escena, como apunta acertadamente Juan Carlos Rubio en el prólogo al texto). Se abre, pues, para Daniel de Vicente un prometedor futuro como dramaturgo e indudablemente habrá que estar muy atentos a sus próximas creaciones teatrales.

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