N.º 10 Puesta al día. Obras clásicas y recuperadas

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Comedias BárbarasComedias bárbaras

Isabel Moreno Caro

Ramón del VALLE-INCLÁN,
Comedias bárbaras: Cara de plata, Águila de blasón
y Romance de lobos;

prólogo, Luis M. González,
Barcelona, Castalia Ediciones, 2017, 271 pp.

Al llegar a la escena final de Romance de lobos, uno siente el olor a pólvora e incensario de un fin de fiesta abrumador. Palpitante. Mientras las hojas de un ciruelo se inclinan hacia el sol, Valle-Inclán dinamita el final de una era en la que apesta a rancia humanidad, a pulsión erótica, a muerto y a desacato, y donde aún resuena a medio camino entre la vigilia y el sueño la voz del escritor total, cantando a la belleza exánime del cadáver descompuesto. En las Comedias bárbaras las palabras sudan inmundicia y lirismo, y todas bailan al son de la tragedia de las criaturas que las habitan. Las acotaciones, como tantas veces se ha expresado anteriormente, alcanzan un nivel tan primoroso de condensación y paroxismo, de trabazón lírico-dramático-narrativa, que son un género literario en sí mismas; solo Valle sabe decirlo así: “Con arrogante gesto impone sobre los autos su mano descarnada, donde las venas azules parecen dibujar trágicos caminos de exaltación, de violencia y de locura” (142): Don Juan Manuel Montenegro.

Comedias Bárbaras

Comedias Bárbaras. Teatro María Guerrero, Madrid 1991. 1 2

 

En el marco de una Galicia rural y arcaica, profunda, decimonónica, donde todavía resuenan ecos de la limpieza de sangre, del poderío e inmutabilidad de la casta y de la subordinación del pobre al capricho y excentricidad del rico, mientras el tonsurado Don Farruquiño pela en un caldero el cadáver de una bruja —recién robado en un cementerio—, su hermano Cara de plata se refocila a ojos vista en la cama con su amante, la Pichona. ¿Macabro?, ¿Grotesco?, ¿Lóbrego? Incluso desagradable, esta escena conforma el clímax estrafalario y antiestético, antitético y antiético de las Comedias bárbaras, integradas por la potente Águila de blasón, eje argumental y dramático de la trilogía, la parabólica Romance de lobos, y la ulterior en su escritura Cara de plata. La fuerte simbología de este cuadro, la fuerza del instinto, de las pasiones, la vida y la muerte en aleación candente (universalismo rezumante en los bajos fondos valle-inclanescos), la franqueza y atrevimiento de la pluma del maestro, y la inmoralidad de los caracteres implicados, ofrecen aquí el mejor ejemplo de algunas de las constantes de las Comedias bárbaras.

La trilogía se erige en torno a la figura del hidalgo Don Juan Manuel Montenegro, un mayorazgo shakesperiano y donjuanesco, despótico y misógino, cuya omnipotencia trasciende incluso las fuerzas naturales, pero que con todo contempla ciertos rasgos de dignidad, valor, nobleza o imparcialidad, al contrario que sus hijos, que carentes de virtud alguna, trascienden con creces la conducta execrable y depravada del padre. Desleales y mezquinos, roban avariciosos al progenitor, violan a Liberata la Blanca, la echan a los perros y extorsionan a los molineros o sustraen las alhajas de la capellanía que guarda los restos mortales de su madre, Doña María. En Romance de lobos, muerta su esposa, Don Juan Manuel solitario, se redime de una vida llena de pecados, y simbólica y sacrílegamente se erige en un Jesucristo empobrecido que guía a los mendigos para alimentarles y darles el calor de su lumbre.

Comedias Bárbaras

Comedias Bárbaras. Teatro María Guerrero, Madrid 1991. 3 4

El fresco que Valle pinta entrega los últimos coletazos de una Galicia feudalista y estamental, donde los clérigos acompañan y viven de las beatonas, y las arbitrariedades del poder se asumen con resignación, un mundo pseudo-medieval y primitivo en el que el cielo y el infierno se perfilan en la tierra, y en el que las meigas, el hechizo, la superstición, el augurio, el misterio y el cirio, se integran en lo cotidiano violento, y donde las transformaciones sociales son inminentes con el paulatino crecimiento de la burguesía funcional en detrimento del señorío. En el reino de las Comedias, la figura de la mujer es trazada en su bondad y su capacidad para el perdón, pero también en su estupidez al quedar amorosamente cautiva de la tiranía del hombre; sin embargo, si la esposa Doña María, la cornuda, muere, a Sabelita, la barragana de Don Juan Manuel, antes enamorada de su hijo Cara de Plata, se le otorga una segunda oportunidad, ya que rebautizada se salva de las aguas turbias de su propio desenlace y se destina a un ostracismo bucólico. Desfile carnavalesco y multitudinario de personajes, como si de una danza de la muerte se tratase, maleantes, pastoras, mujeres livianas, meigas, escribanos, locos, marineros y Don Galán, el heredero del gracioso áureo, que Valle actualiza grotescamente, como hace con la multitud de fuentes literarias que domina y moldea a su antojo, pasando por Calderón, Shakespeare, los románticos, los griegos y especialmente por la Biblia; y no resulta fácil desligar de los textos la ideología política o la filiación religiosa del autor, pues cuando parece respaldar las bondades de la hidalguía, la envilece, y cuando parece erigirse en la voz sarcástica del mayor de los herejes, por ejemplo en el dibujo del Abad que se alía con Satanás, se inclina hondamente hacia la piedad cristiana.

Excepcionalmente moderno, los cambios de espacio y personajes son persistentes, el dinamismo y la fuerza de las imágenes sobrecogedores, y el trabajo con el lenguaje exuberante y armónico. La dificultad que ofrece la representación de las Comedias bárbaras, radica precisamente en la tendencia popularista, a veces incluso añeja y selectiva del lenguaje, en el recurso al sobreentendido, la ambigüedad interpretativa de ciertas escenas (sobre todo en la espinosa Cara de plata), la proliferación de caracteres, la omisión incómoda o escabrosa explicitación de las acotaciones, y en la puesta en escena de situaciones potencialmente ofensivas, radicalmente indecorosas y/o equívocas. Al margen de estos escollos, la lectura de las Comedias bárbaras es una delicia, cuanto más en la cuidada edición de Castalia Maior, de letra espaciada, papel de categoría y tapa dura. Y en todo caso habría que poner entre paréntesis si Valle, profundamente enamorado de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, que brota aquí y acullá como palimpsesto, no pensó en las Comedias bárbaras como obra concebida más bien para ser leída que representada.

Comedias Bárbaras

Montenegro (Comedias bárbaras). Teatro Valle-Inclán, Madrid 2013. Producción: Centro Dramático Nacional. 5

 

El prólogo de Luis M. González ofrece información relevante y bien estructurada, que permite un cierto nivel de profundización en aspectos importantes para la comprensión basal de las Comedias. La contextualización histórica que rodea la vida del gallego, datos sustanciosos como el perfil de su complejo pensamiento político, que transcurrió entre “el carlismo, el anarquismo, el comunismo o el fascismo” (14), o su procedencia de noble cuna, son de gran ayuda para comprender el trasfondo de la tragedia. También se ofrece una panorámica del teatro imperante en la España de la época, y de la renovación dramática de corte vanguardista que suscribe Valle, poco del gusto del aburguesado público, quizá poco preparado para un teatro de semejante categoría y exquisitez, para el que la censura sí tenía lista la tijera. Así, González traza un recorrido de las Comedias bárbaras por los escenarios fuera y dentro de nuestras fronteras, para después ahondar en los personajes más destacables y en su representatividad social. Posteriormente, dedica un apartado muy interesante a la estética de las Comedias, asociando Águila de blasón y Romance de lobos a la corriente teatral simbolista, y Cara de plata al expresionismo, encuadrando estos movimientos en el ámbito europeo y señalando algunas de las fuentes más reconocibles en la complejidad de la escritura valle-inclaniana.

En definitiva, las Comedias bárbaras conforman un texto inagotable, símbolo del trasfondo socio-histórico cambiante de la Galicia de finales del siglo XIX, cuya contemporaneidad y vigencia, así como fuerza dramática y carácter universal, poco tienen que envidiar a las grandes tragedias de Shakespeare, y merecen como tal ser reivindicadas a modo de edición de lujo, en todos los sentidos.

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