N.º 1 Jugando al teatro. Teatro para niños y jóvenes

sumario

TOMÁS AFÁN, PictogramasDeslumbrante creación

Itziar Pascual
Dramaturga y profesora de la RESAD

Tomás AFÁN,
Pictogramas. Madrid,
Assitej España, 2012. 104 pp. 8,00 €.
ISBN: 978-84-615-7659-3.
(Premio Assitej España para la Infancia y la Juventud).

El texto que se nos ofrece, gracias a la edición de ASSITEJ-España, y en concreto gracias al Premio ASSITEJ-España de Teatro para la Infancia y la Juventud, es un diamante. Lo es por su fortaleza y a la vez por su transparencia, limpieza, y capacidad iluminadora. Pictogramas, de Tomás Afán, es una obra que nos acerca al universo del autismo, permitiéndonos la oportunidad de la metáfora, la pertinencia de la crítica y la exigencia artística de la poesía.

El título de la obra remite a esos dibujos esquemáticos que forman parte de la práctica cotidiana de las familias con miembros autistas. En la familia de Mujer, ilustradora de cuentos infantiles y madre de Ana y Pedro, hermanos y niños autistas, los pictogramas son una herramienta cotidiana para recordar las acciones que constituyen el día. Para una persona autista, nos recuerda Ana, el orden y la rutina son importantes: en las celdillas de los pictogramas están las tareas, los hechos destacados que dan confianza para afrontar el cotidiano.

Pedro es un personaje que carece, salvo en el epílogo de la obra, de extensión verbal. Como personaje su silencio es, sin embargo, elocuente, porque dibuja el esfuerzo comprometido de su madre para comprender su universo, para acariciar ese mundo interno al que rara vez se tiene acceso. Ana busca denodadamente los puentes que le permitan acceder al corazón del laberinto. Los cuentos, las imágenes, los pictogramas, los peluches… Todo camino, toda tentativa es clave. Madre comprende que su hijo padece el aislamiento de Robinson Crusoe, en una insularidad no elegida, en un exilio de silencio, porque Viernes no ha llegado a encontrar su lugar… Madre sabe que el cuento favorito de su hijo Pedro es El príncipe feliz, porque para muchos es apenas una estatua, que no siente ni puede expresar emociones. Salvo para una golondrina que sabe escuchar el sufrimiento…

Con un estilo despojado de todo efectismo, Tomás Afán sabe dotar de verdad y profundidad a los personajes. Verdad, preguntas y acción. Nada hay en Pictogramas de mal teatro didáctico. El personaje de Ana tiene, en ese sentido, una función fundamental, para hacer preguntas claves al espectador, para evitar todo dramatismo fatuo; el personaje de Juan, por su parte, un amigo de Madre, apasionado por las nuevas tecnologías, nos permite también preguntarnos cuánto de autista tiene nuestra sociedad y nuestras formas de vida. Dice Juan en la escena XIII (2012; 72-73):

No exagero en absoluto.
A mí me ha pasado; antes perdía un montón de tiempo. Iba a tiendas que estaban lejos de casa y ahora, con un clic, compro lo que quiero.
Antes perdía el tiempo: iba al cine y tenía que andar casi un kilómetro; ahora todas las pelis están aquí dentro.
Antes perdía el tiempo: iba a casa de mis amigos, que viven cada uno en una punta de la ciudad; y ahora, con un solo clic, puedo hablar con ellos.
Es un adelanto increíble. ¿No te parece? (…)
Claro, te entiendo. Yo sé por dónde vas y son lógicos tus recelos; porque tu chico, con lo raro que es, siempre en su mundo, encerrado, y que no le gusta hablar con los demás, igual no sabe apreciar las posibilidades de un mundo increíble y nuevo al alcance de cualquiera…

Tomás Afán maneja con finura recursos que ya ha manejado en obras anteriores del repertorio de teatro para la infancia y la juventud; el humor, la ironía, la metateatralidad, asoman aquí, gracias a Ana, que nos permite ver las percepciones de la familia extensa y de la sociedad ante el autismo. Ana trae así las visiones del primo, que ve en Pedro a un chico eminentemente raro; o esa señorona, que cita algunas películas en las que los autistas son personas de extraordinaria memoria, o de excelente capacidad calculadora… La parodia, la crítica, nos confrontan de forma sincera al sufrimiento de Madre, que no sabe cómo enfrentar el diagnóstico adverso, el temor a una cada vez más difícil progresión de su hijo…

El epílogo de Pictogramas nos permite a los espectadores posicionarnos ante el futuro. Pedro toma la palabra para dirigirse a nosotros: nos plantea la existencia de una máquina traductora de los sentimientos de quienes no pueden expresar sus emociones. Una máquina transformadora (2012; 98-99):

(…) Y gracias a la máquina esta puedo decirle: mamá, estoy bien, no te preocupes por mí.
Te quiero. Aunque no sé cómo expresarlo. No encuentro una manera. La verdad… la verdad es que ni siquiera soy capaz de sentirlo, a veces.
Pero te juro que me gustaría quererte. Muchísimo. Todo el tiempo. Sentir todo el cariño que sientes tú y que siente la gente por sus familias o por las personas que les importan.

Aunque Pedro nos advierte que esa máquina traductora no existe, nosotros creemos que sí. Es el teatro.

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