N.º 1 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

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Restaurar la inocencia de los muertos  María-José Ragué-AriasRestaurar la inocencia
de los muertos

María José Ragué-Arias
(Crítica e investigadora teatral)

CAVALLÉ, Joan,
Pies descalzos bajo la luna de agosto.
Tarragona, Arola Editors, 2011. (Textos aparte, 16). 153 pp., 11,53 €.
ISBN: 978-84-15248-30-9.

Es un olvido imperdonable porque los muertos aún andan por el mundo, insistiendo a los mortales sobre la obligación de restaurar su inocencia. Nunca pudieron vivir con la conciencia tranquila.

 

Publicada en catalán en marzo de 2009 por ediciones Arola y Premio 14 de Abril de Teatro en su primera edición, esta obra es una rara joya con un mensaje ideológico muy válido. Es un texto muy bien escrito, poético sin lágrimas, verdad de la memoria, una sinfonía muy bien orquestada sobre el crimen de la guerra y un aviso para no olvidar. Lejos de cualquier tono panfletario, es un discurso moral de alcance universal.

Joan Cavallé (Alcover, 1958) se sirve del asesinato de una familia de refugiados a manos de unas tropas vencedoras para indagar las causas de quienes, por miedo, se hicieron cómplices del silencio y procuraron olvidar. Pies descalzos bajo la luna de agosto es una obra coral de alta intensidad épica y dramática, lírica cuando se relaciona con el mundo de los muertos. Transcurre en un pueblo donde parecía que siempre había habido tranquilidad pero en el que la tranquilidad se acaba cuando, en un monte vecino, unos arqueólogos o buscadores de fósiles hallan cinco cráneos correspondientes a la época de la guerra civil.

En el pueblo habían desaparecido cinco vecinos, pero el miedo impidió que nadie dijera nada. Se decía que en el pueblo la guerra había sido tranquila. Pero el hallazgo de estos cráneos marca el inicio de la trama y muestra a unos habitantes del pueblo que quieren conocer la verdad y a otros que prefieren olvidar. Es un texto en el que comprobaremos que lo que ocurrió en un pueblo de Catalunya cuando fue ocupado por las tropas franquistas solo es una pequeña muestra de los múltiples asesinatos cometidos sobre la indefensa población civil, con sus secuelas y consecuencias, una plaga a lo largo de la historia de la humanidad, desde Troya a Guernika, Hiroshima, Matthausen, Srevenika….

Estamos ante una obra coral, lírica cuando habla de los muertos, cruda cuando habla de los cómplices del silencio. El tema es el impune asesinato de una familia de refugiados a manos de unas tropas vencedoras. Los personajes son once seres vivos: dos arqueólogos, dos barrenderos, dos guardias, un buscador de fósiles, el hombre de las preguntas, el alcalde, el forense, el ayudante. Cuando están en escena estos personajes, podemos hablar de un naturalismo escénico. También hallamos cinco personajes que representan el pueblo: el médico, el viejo del sombrero, la mujer de treinta años, el hombre de setenta, la mujer del pañuelo. Y otros cinco que son los muertos, espectros atrapados en su pasado cuyas palabras son un lamento. Son una madre, una hija, un abuelo, un hijo, un padre. Se mezclan con los vivos pero viven en otra dimensión. Articula el desarrollo de la obra, un personaje: El hombre de todos los tiempos, un maestro de ceremonias, actor y espectador a la vez, con reminiscencias de Tadeusz Kantor, que nos hace contemplar la historia con unos personajes del pueblo —los que vivieron e ignoraron la historia—, con personajes actuales —los que giran en torno al descubrimiento de los cráneos— y con cinco personajes que encarnan a los muertos en un ambiente escénico que evoca la irrealidad. Sabe de memoria la historia, que es la misma que ha repetido a lo largo de los siglos.

La obra se desarrolla en cuarenta escenas cuya acción transcurre en una explanada en lo alto de una montaña, en un terreno irregular lleno de piedras en el que hay un almendro sin hojas. Es un espacio mítico. Es allí donde ocurrieron los hechos, es allí donde los personajes aparecen y desaparecen. Todo sucede entre la realidad y la irrealidad. Aunque son de gran profundidad y belleza, resta teatralidad al texto la extensión de los últimos cinco monólogos; este es el único punto débil que podríamos hallar en una obra profunda y bellísima, una ceremonia de la memoria, un grito contra los crímenes y también contra su olvido, contra el silencio.

Hubo tres representaciones del texto original en catalán en el Teatro Metropol de Tarragona y otras tres en el Teatro Fortuny de Reus. La dirección fue de Albert Mestres y la escenografía de Ramon Simó, e intervinieron en el reparto Mercé Anglès y Pep Cortés, entre otros actores y actrices. Pese a la escasez de medios, fueron representaciones memorables. Valdría la pena que este texto, en catalán y en castellano, recorriera los principales teatros de nuestro país. Valdría la pena que asumiéramos todos nuestra memoria histórica.

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