N.º 1 De aquí y de ahora. Teatro Español contemporáneo

sumario

Retablo de ninfasRetablo de ninfas

Domingo Miras
Autor Teatral y Vicepresidente de la AAT

José Manuel CORREDOIRA VIÑUELA,
Retablo de ninfas. Zaragoza, Libros del Innombrable, 2011.
(Los Libros del Señor Nicolás, 5). 87 pp., 11,57 €.
ISBN: 978-84-92759-35-4.

Un libro nuevo ha llegado a nosotros y se suma y añade a la masa de libros acumulada a través de los siglos para lustre y engorde de la sedicente cultura occidental, compuesta tanto de libros como de máquinas que, formando dos montones independientes y separados, se miran entre sí con cada vez mayor recelo.

«Libros del Innombrable» es la colección o editorial en que el nuevo libro se acomoda para ofrecerse el respetable público. Pero, ¿quién, es el innombrable? ¡Ah! Arcano insondable del que más vale olvidarse. Y, sin embargo, yo, en un rasgo de osadía, me atrevo a conjeturar que el innombrable se llama José María. Puede que otros prefieran recordar a aquel Innombrable (o Innominado) con mayúscula de Los novios (I promessi spossi) de Manzoni. Pueden hacer lo que quieran, allá ellos. Yo, desde luego, me quedo con José María. Nadie me pregunte el origen de mi conjetura, pues pertenece al secreto de mi intimidad y ni los más crueles tormentos lograrán arrancármelo. Por cierto, que el librejo ha debido de pasar por los templos hindúes de Khajuraho y sus relieves, porque viene a nuestras manos con un aspecto tal, que bien pudiera ponérsele el habitual aviso que ostentan las respetables medicinas: «No dejar al alcance de los niños».

Así pues, los Libros del Innombrable nos traen el Retablo de ninfas, y nos lo hacen llegar a través del sonoro pórtico de una ilustre personalidad, un príncipe de las letras que ha tomado gentilmente de la mano al joven autor Corredoira (apenas 41 germinales abriles) y, con un suave empujoncito en la espalda, lo introduce en el resplandeciente salón de los gloriosos, en este Parnaso insigne en que los laureados escritores patrios conversan en animados corrillos con ingenio y donosura.

¡Ah, mon ami, qué pórtico! ¡Qué deslumbrantes propíleos para penetrar entre las ninfas del dorado retablo corredoiresco! El noble Goytisolo no ha regateado sus loores, no. ¡Juan Goytisolo! Que un novel que inicia sus pinitos, un principiante envuelto todavía en la placenta, aparezca con este prologuista parece cosa tan descomunal y milagrosa como para grabarse en bronces, tallarse en mármoles y pintarse en tablas, como prodigio único y exclusivo, excepcional y nunca visto, monstruo de la naturaleza y portento de los cielos. Y, sin embargo, es en la diligencia del autor, en su industria sutil y sus desvelos en donde encontraremos las fuentes de su dicha. Nadie crea que es el acaso, la ciega Fortuna quien por azar, por distracción u olvido ha dejado caer uno de sus favores en las ávidas manos del tierno infante. El buen Corredoira sabe hacer las cosas, y los opulentos prólogos se van depositando en su cuerno de la abundancia, en el que ya encontramos una obra prologada por Goytisolo, otra por Arrabal, y otra por Miras, que yo sepa. ¡Rica cosecha de prólogos acumula Corredoira en sus graneros!

En el caso de Retablo de ninfas, dice el prologuista de la obra prologada que «sorprende y cautiva» y que «la apuesta es alta y sobre todo insólita en estos tiempos de mediocridad comercial y desprecio a la inteligencia del lector y espectador».

Cuando una obra dramática tiene un prólogo como este, obra y prólogo se funden y confunden, se mezclan y entremezclan, se unen y fusionan de tal suerte que vienen a ser una sola cosa, un ente nuevo y único cuyas partes ya son inseparables y hasta indiscernibles. Quiero decir con esto que, para introducirse en Retablo de ninfas, para entrar en su mera consideración, hay que acomodarse previamente en la «Nota prologal» de Goytisolo y desde ella, como desde un confortable sillón (un sillón de orejas lo más burgués posible, nada de cojines o puffs marraquechescos) nos meteremos (o intentaremos meternos) entre las frondas, las espesuras y matorrales de los tenebrosos diálogos corredoiranos, para en ellos no desorientarnos ni perdernos si hemos tenido la suerte de “no perder el hilo o, por mejor decir, madeja de su discurso” (Goytisolo dixit).

Acometo esta reseña lejos de Madrid, al que en estos días han invadido las juveniles hordas de entusiastas devotos para presenciar la gloriosa entrada de su santo pastor. No puedo evitar la analogía con la jubilosa entrada de Jesús en Jerusalén, aunque con las salvedades lógicas del cambio de los tiempos, ya que, en aquel entonces, para poder ser visto por la multitud, el rabí se subió a lomos de un borriquillo, mientras que hoy, con el mismo objeto, el Santo Padre se sube al horrendo papamóvil (espantoso neologismo a cargo y conciencia de sus asesores de imagen), que es un borriquillo de las acreditadas cuadras de la casa Mercedes. En fin, lo hago constar para destacar los fastos que auspician el nacimiento de esta reseña, a la que sin duda darán buena suerte como una gentil hada madrina, haciendo que se multipliquen sus codiciosos lectores.

Si, dejándonos ya de consideraciones previas, nos decidimos a entrar en el retablo de una puñetera vez, vemos que, ante todo, el tal retablo es una trilogía, o sea, que es un retablo formado por tres cuadros que, por cierto, son bien pocos: los retablos suelen tener muchos más cuadros, muchísimos más, así como doce o catorce pueden tener tranquilamente, basta con entrar en una iglesia para comprobarlo. Este de las ninfas sería un tríptico, pero no un retablo, bien se echa de ver que Corredoira es un impío que no suele frecuentar los amenos templos del culto romano en sus frecuentes viajes culturales. Los retablos, además, suelen relatar una historia secuencial, vienen a ser una narración en imágenes destinada a la contemplación de una masa mayoritariamente analfabeta, como la que ahora invade los ámbitos capitalinos aplaudiendo al Santo Padre con infinito placer, mientras las tres partes de Retablo de ninfas no parecen tener esa continuidad argumental o, al menos, pecador de mí, yo no se la veo demasiado patente. Los tres logos que integran la trilogía (es Corredoira muy afecto a las trilogías, como los antiguos griegos y como el buen don Pío), son en apariencia independientes y sus respectivos epígrafes, que son La prostituta apocalíptica, Lateinisch Lexicon Vol. 1, y La muerte de Nicolai, parecen dar a cada uno su propio destino. El primero de ellos transcurre «en un piso desamueblado en el corazón podrido de la Gran Manzana» pero, quizá por un error de composición editorial, esta didascalia se halla al frente de la totalidad de la obra, con lo que parece afectar igualmente a las partes segunda y tercera, cosa improbable en mi modesta opinión.

En esa locación, en ese «piso desamueblado», en sus habitaciones pendientes de inquilinato, es donde se encuentran M y H1: «M.- Disculpe, musié. ¿Es aquí donde alquilan un piso hermoso y soleado con vistas a la manigua? El portero me ha dejado en depósito los llavines…» etc., etc. Estos M y H1 son la ninfa y el ninfo que se reparten la primera parte de la trilogía: una dama y un caballero. Que los caballeros sean ninfos no es ninguna licencia mía: invoco al respecto el inmortal precedente de Cervantes (véase La ilustre fregona) y, al arrimo de maestro tan indiscutible, declaro tajantemente que las primeras ninfas de nuestra trilogía aparecen ya en su primera parte, en esta «prostituta apocalíptica» que se desarrolla en un piso de Manhattan con cuyas vistas «se queda una cieguecita de gloria y bestialismo de tanto contemplar los asfaltos y carburantes del alma». Bien pronto, el ninfo y la ninfa se insinúan, se provocan, se excitan y hasta se adornan con oportunas citas literarias: «M.- Me retaguardea. Muy quedito. Fascinating rhythm, musié!. H1º.- ¿Me presiente? Tamarrizquita. Con el un ojo llorando y el otro repicando. Selon Luis Riaza! Lujurijoso», etc., etc. ¡Aquí tenemos al amigo Riaza metido en la selva corredoiresca como una hierbecilla más! Pero, a todo esto, ¿y la prostituta? ¿Dónde está la prostituta apocalíptica? Ah, chi lo sa! Solo se la cita de pasada, de refilón, casi de soslayo: «H 1º.- A propósito, Adèle. ¿Ha visto usted últimamente a la prostituta apocalíptica? M.- ¡Pero qué preguntas me haces, Oliviercito! Por supuesto que no. La veo todas las mañanas apostada en el cuenco de las manos cuando voy a trabajar como una esclavonia del siglo primus vigesimus. H 1º.- Ay, yo no sé si habrás pensado detenidamente tu decisión». Y, abandonado el tema de la prostituta, ya han pasado al tema de su divorcio.

O sea, que este que parecía el encuentro casual de dos desconocidos ha resultado ser la reunión de dos personas que se conocen de antiguo, Adèle y Olivier. Los picarones nos han estado engañando, nos han tomado el pelo, fingían interesarse por el piso, fingen ponerse de acuerdo para compartirlo, con este pretexto coquetean como dos gorrinos, ¡y resulta que son un veterano matrimonio con más conchas que un galápago! Se acusarán recíprocamente de la respectiva repulsa a yernos y nueras, se insinuarán los respectivos amantes, Margot y Michel… ah, y la literatura, que ya venía asomando la oreja, nos invadirá gozosamente cuando la ninfa M declare con tono triunfal que su amado Michel es Michel de Montaigne, en la edición de Mademoiselle de Gournay, 1595. Sí, señor, que para nosotros la editó Acantilado en 2007. Y, ya puestos, la literatura se desmadra sin el menor pudor. La ubérrima libertad de esta obra de Corredoira se lanza sobre el lector. Estos dos personajes o ninfos se han ido quitando las sucesivas caretas hasta configurarse como dos profesores universitarios ya en trance de jubilación profesional y familiar, que exhiben su desmesurada facundia, su petulante verborrea producto de sus años de cátedra, y nos endilgan unos sabrosísimos monólogos la mar de cultos, primero a cargo de H 1º, que le cuenta a Adèle lo que está leyendo: «Ahora estoy leyendo una novela de J. M. Coetzee, pronúnciese «cursía», puñela, se titula Disgrace, y no Desgracia, como se empeña en trasladar el traduttore / traditore…», y la cuenta, el tío la cuenta con todo detalle, es asombroso. Yo la había leído hace años (en 2004), y gracias a Retablo de ninfas la he recordado de pe a pa. Genial. Vaya, ya que estamos con Coetzee, ¿por qué no sacar también a Elizabeth Costello? Pero H 1º vuelve a Disgrace en el momento oportuno para ponerse serio: «…camino del horno crematorio, y quién sabe si de la eternidad, si es que lo que llamamos eternidad, cómo reducirlo todo a eso, y sin embargo no encontramos respuestas, seguimos sin encontrarlas después del tiempo transcurrido, o hacemos que no las encontramos para no seguir buscando como sería nuestro deber, pues siempre será mucho más cómodo dejarse dominar por el pensamiento emergente de los etcéteras como oleadas de sangre que ascienden hasta la cabeza cercenando la respiración…». Y sigue contando la novela… Ah, pero la santa esposa también es profesora, también a ella le gusta largar, no se va a quedar atrás, y cómo larga, la buena señora. Echa mano de Thomas Bernhard, y santo Dios. La ninfa M se toma la revancha, y piensa: pues, si tú me has largado la novela Desgracia, yo te largo a ti la novela Hormigón, pero sin decirte el título, jódete. Y el Rudolf de Hormigón nos invade deliciosamente, con su trabajo imposible sobre Mendelsshon-Bartholdy, las hermanas Cañellas, el relato final de Anna Härdtl oído dos años antes… Ah, pero la dama hablará también de la música de Mozart. Sobre todo de sus sonatas, de sus sonatas ante todo, en concreto la nº 11 en La mayor, que es superior a la nº 8 en La menor y a la nº 17 en Si bemol mayor, ah, Mozart, sin duda es el mejor, sí, pero a Rodolf, lo que más le gusta de Mozart es el primer movimiento de la sinfonía nº 36 y, en conjunto, la nº 35 «Haffner», y el lector de Corredoira se queda con la duda de si el entusiasta de las sonatas es la ninfa M o el autor mismo, que desliza de matute sus propias preferencias, he aquí la duda… ¡La duda metódica universal! Y, de repente, he aquí que La prostituta apocalíptica termina con un corte en seco, con el deseo de olvido de Anna Härdtl, olvidar y ser olvidada, y con el mismo corte en seco dejamos de hablar de esta prostituta del Apocalipsis de San Juan, que sería la mundana Babilonia, o sea, Nueva York y sus mundanos profesores atiborrados de cultura, pero incapaces de convivir. ¡Ay, menos mal que ya he conseguido sacar una moraleja! Es que sin moraleja, no hay teatro que valga, maldita sea.

Esto ya es demasiado largo, y en el Consejo de Redacción me van a tirar de las orejas. Invocaré al laconismo espartiata para remediar mi desmesurada palabrería. Y, con este sano propósito, empiezo por decir que la segunda parte de la trilogía, Lateinisch Lexicon Vol. 1 tiene tres personajes, una ninfa y dos ninfos, y me da la impresión (aunque no estoy seguro) de que empieza con noticias y anuncios en la prensa, y va creciendo, creciendo como el árbol de la mostaza, que empieza en mínima semilla y se hace un arbolazo acojonante. Así lo dice el Evangelio, palabra de Dios. Los tales anuncios de prensa son de esos llamados eróticos que algunos quieren suprimir. Vaya un ejemplo ejemplar: «H 2º.- Barzoneaba labioso burburiños d’ amore. Moreniña culibonia, un huracán en la cama, 69 gustosííííííísimo, masaje pro(u)stático, show!!! lésbico real con lluvia douraaaaaaada». Y añade la ninfa M: «Los mancebos que después de haberse dado a deleites y vicios de carne quieran entrar en religión, procuren ejercitarse con toda atención y vigilancia en esos trabajos… ¡bazuqueantes del bum!». Y algo más adelante, la misma ninfa nos dará esta sabia y moralizante sentencia: «Cuando te acuestes en la cama con alguien (with somebody!), esa postura que en ella mantienes te sea figura del que está muerto en la sepultura, y desta manera gozarás a más y mejor». Otras muchas sabidurías encontrará el curioso lector en este Lateinich Lexicon, pero las omito en aras de la brevedad. Básteme añadir que, si te remembras de aquel popular cuestionario proustiano (proust-y-ano) que la tele ofrecía en un célebre programa cultural, aquí lo encontrarás resucitado y llegado a un mundo mejor. Amén.

La muerte de Nikolai es el cuadro tercero del retablo, del tríptico, de la trilogía. La muerte siempre es el final, el final inflexible y fatídico, el negro destino ineludible, irrevocable y forzoso de todo lo viviente, y por eso este Retablo de ninfas es una tragedia. No por la muerte misma, sino por su precisión inexcusable, ahí está el busilis. Aquí vemos que Katia (Kitty) y su marido Konstantin (Kostia) van a visitar al moribundo hermano de este, Nikolai, olvidado desde hace años, y les recibe la compañera del enfermo, María Nikolaievna, mala pécora. Y el moribundo, a la vista de la joven cuñada, se encalabrina. Como los personajes son cuatro y los nombres son solo dos (M y H 1º), para saber quién habla hay que atenerse al contexto, lo que al principio es fácil, pero luego se emborrona un poco. Aunque yo me pienso que, seguramente, lo que importa no es quién habla, sino lo que dice y cómo lo dice. Esa es una parte, una faceta, un aspecto de la modernidad corredoiresca, que yo suelo ignorar por mi condición de cartesiano pequeño burgués, agarrado a la mezquina lógica del devenir argumental. En estas condiciones, no estoy nada seguro de que sea cierto lo hasta aquí dicho, bien puedo haber estado confundiendo concienzudamente al posible lector. Pero, en compensación, esta reseña es bien larga, de eso no te podrás quejar, oh, lector pacientísimo. Ahora, olvídala y entra en el libro sin ideas previas ni prejuicio alguno, como un recién nacido, y sumérgete en el tupido y luminoso bosque de sus palabras como en una isla desconocida, déjate dominar por los intensos colores y vagos aromas de sus extrañas y robustas plantas, tiéndete, goza de la luz que se filtra en la espesura, y deja que repten sobre ti inofensivas serpientes multicolores.

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