extra-n-1  Mujeres que cuentan [ESPECIAL AUTORAS]

 

ENSAYO

De sueños y esperanzas.
La tragedia según María Zambrano

Nieves Rodríguez Rodríguez

1. La razón poética

El pensamiento racional en Occidente desde que Platón expulsó a los poetas de la ciudad hasta el siglo XIX ha sido la historia de la supresión de la poesía (incluyendo en tanto que poiesis el arte) como posibilidad de conocimiento. La disputa entre filosofía (o sea razón) y poesía no fue tal entre los filósofos presocráticos, los que integraron en sí –y muy particularmente la escuela pitagórica– la búsqueda de la verdad desde lo no cognoscible, es decir, desde el enigma y el misterio, realidades que constituyen el quehacer artístico.

La filosofía de María Zambrano aúna ambas realidades –la razón y la poesía (sin olvidar la religión entendida como espiritualidad)– en pro de un mayor conocimiento, una «razón amplia y total» que reivindica en sus escritos, y que, al final, plasmará en su razón poética. El método de la razón poética iniciado en los años treinta del siglo pasado supone la necesidad de reconciliar la filosofía con las antiguas formas del saber, maneras de conocer más cercanas a la forma en que la poesía (y el arte) interpreta y recoge la vida.

La culminación de esta razón zambraniana se verá resuelta en la investigación que la filósofa hará de los sueños, la fenomenología del sueño, a lo largo de su vida. Estudio que comienza tras finalizar el que posiblemente sea su libro más decisivo El hombre y lo divino (1955) y que se recoge en sus libros siguientes: El sueño creador (1965) y su obra póstuma Los sueños y el tiempo (1992).

2. La tragedia: un sueño

Lo trágico en María Zambrano lo podemos entender si nos aproximamos a la idea de «sentir originario», un sentir que nace en la experiencia básica y primera de todo ser humano, del que brotan los anhelos más íntimos que al no verse resueltos producen una insatisfacción, pero también, por ello mismo, al no tener cumplimiento inmediato se difieren en esperanzas; esperanzas que, a su vez, al toparse con la realidad se transforman en tragedias. Esta multiplicidad de sentires sitúa aquí la tragedia como un sentimiento.

Un sentimiento que difiere de la concepción de los existencialistas al hablar del ser humano como «ser arrojado» al mundo, pues Zambrano lo hace como «un ser a medias nacido», un ser consciente de su insatisfacción, que quiere más y que va en busca de ello. Fernando Muñoz Ortega en su prólogo a Los sueños y el tiempo, lo define así:

Esta imposible satisfacción, unida a su incapacidad de controlar su propio destino, le lleva a un sentimiento de tragedia, por un lado; y por otro, en la medida que tiene que dar respuesta a sus anhelos que siguen estando ahí, le inducen a un sentimiento de esperanza, de trascendencia de su propia finitud. Por ello, Zambrano, a este «ser a medias» le apellido como «ser que padece su propia trascendencia», que tiene que ir completando su nacimiento, su ser, en el ser que trasciende el sueño inicial. (2011:830)[1]

La investigación sobre lo sueños supone, pues, un intento de abrir otra vía de conocimiento que da origen, en última instancia, a la tragedia. En el inédito del 22 de abril de 1954 y que lleva por título «La tragedia novelada», nos dice:

La tragedia no lo es nunca de la pasividad. El pathos es el pathos de lo activo, el padecer[2] de lo activo. Para llegar a ser actualidad pura o acto. Y ha de atravesar la historia que es terreno intermedio. En medio está la historia, el umbral. (M-472)

Es en la historia, pues, que aparece y se cumple la tragedia. Y María Zambrano con esta investigación acaba por convertir la filosofía en tragedia, en metafísica trágica.

En el prolijo estudio de la hispanista francesa Emmanuelle Garnier, Lo trágico en femenino, se da cuenta del periplo que la tragedia ha tenido desde sus orígenes hasta el siglo XX, siglo en que la vuelta a lo clásico ha guardado matices dispares:

La historia de la tragedia y de sus innumerables comentarios a través de los siglos, nos muestra que el mismo concepto de tragedia es de los más fluctuantes y complejos, en particular según consideremos que la tragedia forma parte de una estética o, por el contrario, más bien de una filosofía. […] Algunos hablan de la reactualización de la tragedia en el siglo XX, sobre todo algunos dramaturgos con el propósito de reactivar los mitos de la antigüedad clásica, o de su metamorfosis, algo que correspondería con la evolución del pensamiento filosófico a lo largo del siglo XX muy impregnado por el psicoanálisis y por el existencialismo, pero también por el desengaño que conlleva la Postmodernidad. (2011:22-23)[3]

María Zambrano se aleja de la concepción existencialista del ser humano como hemos indicado más arriba, pero también lo hará del psicoanálisis en lo que a materia de sueños se refiere. En Zambrano lo importante de los sueños no son las significaciones que los mismos puedan llegar a tener, sino importantes en tanto que forma. La forma en que se dan y en que pueden modificar la percepción de quien los tiene, pues de esta manera, se genera un «método» de conocimiento. Nos los dice así en El sueño creador:

Hasta ahora el análisis de los sueños versa sobre su contenido casi exclusivamente, tratando de extraer de las imágenes que en los sueños aparecen toda su significación. La incorporación a la ciencia del examen de los sueños partió, como es sabido, de Freud, quien rápidamente llegó a una especie de metafísica al encontrar un sustrato — supuesto, sujeto― del cual son manifestación los sueños, todos los sueños; es la llamada libido, que en realidad funciona como sustancia. Mas tratándose del fenómeno de los sueños, que pertenece a la vida humana, lo primero que habría que estudiar es su forma: la forma del sueño, primero. (2011:990)[4]

Pues bien, para adentrarnos en materia de tragedia de forma inmediata, primero debemos establecer los distintos sueños que conforman esta fenomenología del sueño[5] [6] zambraniana:

Fenomenología del sueño

 

3. Edipo y Antígona: una estirpe paradigmática

El estudio de Zambrano sobre los sueños, y muy particularmente en El sueño creador, se centra en el análisis de la literatura clásica: Sófocles, Kafka, Fernando de Rojas, Proust, Cervantes, entre otros. Esto se debe, por un lado, a la conjunción filosofía-poesía a lo largo de toda su obra, y, por otro, al estudio de la relación de los sueños con la creación de la palabra.

Para ello se vale de dos representantes prototípicos de la tragedia clásica: Edipo (origen de la tragedia, dirá) y Antígona (el personaje autor, matizará). Esta última indagación sobre Antígona, a su vez, se verá culminada en la creación de su pieza teatral La tumba de Antígona (1967).

Antes de adentrarse en las figuras de Edipo y de Antígona, Zambrano se pregunta por la palabra en sueños y por la legitimidad poética del soñar. Pues bien, siguiendo la senda de la razón poética entiende que la realización poética de quien sueña se alcanza a través de la palabra. Esto es así porque «ninguna palabra es soñada»; sino más bien es la acción de nombrar la realidad lo que le sitúa plenamente a quien sueña en el tiempo, la vigilia, pero también en la libertad. Porque la palabra, «ella misma, de por sí, es libertad». O dicho de otro modo, lo único capaz de crear presente verdadero es la palabra. ¿Por qué? Porque los sueños tienden a realizarse, nos dice.

Pueden hacerlo de dos maneras: sin sufrir transformación alguna, es decir, pasando el umbral del sueño a la vigilia sin sufrir transformación, ocupando violentamente el tiempo con su atemporalidad. Son esas obsesiones que atormentan y que a veces un día se realizan, delito, crimen a menudo, violencia siempre, y no sólo en la vida individual sino en la histórica. El otro modo en que los sueños pasan el umbral que les separa de la vigilia, de la realidad, es realizarse transformándose, «desentrañándose». Desentrañándose, pues al fin y en principio todo sueño es una entraña,[7] un quantum de los ínferos del alma. Realizarse poéticamente es entrar en el reino de la libertad y del tiempo donde, sin violencia, el ser humano se reconoce a sí mismo y se rescata, dejando, al transformarse, la oscuridad de las entrañas y conservando su secreto sentido ya en la claridad. (2011: 1043)[8]

Para Zambrano, entonces, la anagnórisis se da en el despertar, pues el reconocimiento de la situación trágica se da en libertad. Pero añada un matiz, puede darse en el autor o en una simple persona que despierta. Luego la revelación poética, el sueño creador, habita en quien crea la fábula y en quien la vive, puesto que «la zozobra que sufre el protagonista de tragedia proviene de sentirse visto y aun de tener que darse a ver». Pues pareciera que el personaje actúa para que el autor se reconozca.

Edipo, paradigma clásico de la tragedia ya desde Aristóteles, representa para Zambrano el origen de la tragedia, pero no tal y como nos lo describe el filósofo griego en su Poética, sino más bien, en tanto que sentimiento trágico originario. Entiende la filósofa que el reconocimiento de la situación trágica por parte de Edipo radica en que tuvo la oportunidad de nacer cuando la Esfinge le planteó el enigma, pero no supo resolverlo, fracasó, no desentrañó la pregunta, y por tanto, «quedó apegado a la placenta oscura», se casó con su madre. Su máscara histórica, su personaje, fue hacerse rey de Tebas. Edipo no supo afrontar la luz sino cuando ya era demasiado tarde y entonces quedó privado de visibilidad. Un «ser nacido a medias», eternamente.

Y frente a Edipo, su hija, Antígona «que nacida para el amor fue devorada por la piedad», nos dice en el prólogo a La tumba de Antígona. Antígona, por el contrario es origen en tanto que es personaje autor, dice Zambrano:

Y en esta simbiosis entre personaje y autor sucede que el personaje, según el acercamiento de su inicial sueño a la libertad, participe de la condición del autor y venga a ser autor de sí mismo o coautor. Es la diferencia que separa, como a dos especies típicas de personajes dentro de la tragedia, a Edipo y a Antígona. (2011:1051)[9]

Antígona, al igual que su padre, no llegó a nacer. Pero la diferencia estriba en que Antígona cumplió «la acción verdadera»; es decir, pasó por encima de la ley de la ciudad al querer enterrar al hermano muerto. Su sueño, por tanto, es un sueño de amor, uno de conocimiento, aquel en el que vio que su condena era inevitable, y aún así, cruzó el umbral. ¿Qué consiguió Antígona? «Salvar a toda su estirpe», nos dice Zambrano; y hacerlo mediante el sacrificio. Y de esta forma, mediante esta acción, la palabra del autor le ha sido dada a la protagonista sin romper «el círculo mágico del sueño», es decir; Antígona mediante la palabra, su libertad condenatoria, llega a la conciencia pura, algo que nunca logró Edipo, entre otros motivos, porque no supo sacrificarse.

4. La razón poética, otra vez

La razón poética que Zambrano reivindica como forma de pensamiento propio, es la razón que no impone su ley, a diferencia de la otra, la postcartesiana, instrumento de poder sobre la realidad. La historia de la razón poética nada tiene que ver en sus inicios con el transcurrir de la razón filosófica, que sigue otros caminos. No nace en Parménides, pues, ni en sus esfuerzos por asentar un Ser igual a sí mismo, sino con la tragedia, y más exactamente, con la tragedia de Edipo como hemos visto más arriba.

Pero Zambrano también reivindicó una filosofía experiencial, cotidiana diríamos, una filosofía en donde el discurso no frenara la acción. A lo largo de su vida, ella misma intentó integrar sus pesquisas argumentativas en la propia creación artística, prueba de ello, en lo que al teatro nos concierne (pues escribió novela y poesía profusamente a lo largo de su vida), es la pieza dramática La tumba de Antígona, pieza enmarcada en la estética vanguardista.

Y del mismo modo creemos que la fenomenología de los sueños de Zambrano y su aplicación literaria, lejos de ser una mera formulación filosófica (ajena al cuerpo), abre un nuevo horizonte desde el que repensar la tragedia, el valor de la palabra en la dramaturgia y en la interpretación, y sobre todo, en la posibilidad de repensar la historia, la íntima y la colectiva. Pues a fin de cuentas todo sueño pide despertar.

 

María ZambranoMaría Zambrano (Vélez-Málaga, 1904 ― Madrid, 1991). A los cuatro años se traslada desde Vélez-Málaga a Madrid y de allí a Segovia, donde transcurre su adolescencia. Desde 1924 hasta 1927 estudia Filosofía en Madrid asistiendo a las clases de Ortega y Gasset, de García Morente, de Besteiro y de Zurbiri. Desde 1931 ejerce como profesora auxiliar de la Cátedra de Metafísica en la Universidad Central, y en 1932 colabora con las publicaciones Revista de Occidente, Cruz y Raya y Hora de España. Al estallar la guerra regresa a España para colaborar con la República residiendo en Valencia y Barcelona hasta 1939 en que cruza la frontera francesa hacia el exilio.
Es desde allí donde Zambrano realiza sus mayores logros filosóficos tras pasar por París, Nueva York, México, La Habana, Roma… En 1964 abandona esta última ciudad para instalarse en Francia y en este periodo de retiro su filosofía adquiere un tono místico que se refleja en obras como De la aurora o Claros del bosque. En 1981 es nombrada doctora honoris causa por la Universidad de Málaga y se le otorga el Premio Príncipe de Asturias. Queriendo volver a España, pero impedida físicamente, regresa gracias al empeño de sus amigos y discípulos el 20 de noviembre de 1984. En 1988 se convierte en la primera mujer en ganar el Premio Cervantes de Literatura. Desde España colabora con diferentes periódicos en donde escribe artículos de opinión mientras reescribe, redacta y reelabora toda su producción. Producción que donará a la Fundación María Zambrano de Vélez-Málaga. En 1991 muere en Madrid y sus restos reposan en su ciudad natal.

 

Nieves Rodríguez RodríguezNIEVES RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ

(Madrid, 1983) Licenciada en Dramaturgia por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense. Actualmente realiza sus estudios de Doctorado en Periodismo en dicha universidad y un Máster en Filosofía Teórica y Práctica en la UNED.

Ha escrito, entre otras piezas, La tumba de María Zambrano –pieza poética en un sueño– (Lectura Dramatizada en la Semana Cultural Homenaje a María Zambrano del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, 2016), Semillas bajo las uñas (IV Programa de Dramaturgias Actuales del INAEM, 2016), Pigmento (La mujer del monstruo, Festival Frinje, 2015), La araña del cerebro (V Premio de Textos Teatrales Jesús Domínguez, 2014, Primer Acto 347), a (alguien) b (bucea) c (contigo) –breve pieza isotópica– (V Premio de Dramaturgia La Jarra Azul de Barcelona, 2013 y Festival Internacional de Jóvenes Autores Europeos, 2012). Ha colaborado en las dramaturgias de Fortune Cookie (de José Manuel Mora y Carlota Ferrer, Centro Dramático Nacional, 2015) y despierte el Alma dormida (de Rebeka Guerrero, Sala el Umbral de Primavera y XI Festival CITA de Nayarit, México, 2014).

 

 

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Notas    (↵ Volver al texto returns to text)

  1. ZAMBRANO, María (2011). Los sueños y el tiempo. Obras Completas. Volumen III. Edición de Jesús Moreno Sanz. Galaxia Guntenberg. Barcelona.↵ Volver al texto
  2. Zambrano cita constantemente la frase «aprender padeciendo» que encontramos en Las Coéforas de Esquilo.↵ Volver al texto
  3. GARNIER, Emmanuelle (2011). Lo trágico en femenino. Dramaturgas españolas contemporáneas. Artezblai Editores. Bilbao.↵ Volver al texto
  4. ZAMBRANO, María (2011). Los sueños y el tiempo. Obras Completas. Volumen III. Edición de Jesús Moreno Sanz. Galaxia Guntenberg. Barcelona.↵ Volver al texto
  5. Es importante entender que para Zambrano al sueño, el estado original, le sigue la vigilia, y no al revés. Luego vamos de la atemporalidad a la conquista del tiempo.↵ Volver al texto
  6.  En los sueños de obstáculo, la persona no cruza el umbral y no se alcanzan los objetivos porque no se dispone de tiempo, ni de libertad. Por su parte, dentro de los sueños invertidos, encontramos los sueños de orexis o deseo, que aluden a los deseos reprimidos. Dentro de estos mismos hallamos los sueños directos, sueños en donde la máscara estimula una acción que supone una transformación de la persona. Y dentro de estos últimos encontramos los sueños monoeidéticos, es decir, aquellos en donde una imagen total (y solo imagen) provoca una acción trascendente, en donde la persona se despoja de la máscara. Por último, tenemos los sueños de carácter real y de carácter real degradado, que hace alusión a aquellos en que soñamos despiertos, es decir, aquellos en donde se vive soñando despierto, pero que de convertirse en obsesión se denominan degradados porque incitan a la inacción.↵ Volver al texto
  7. Recuérdese aquí la máxima de Empédocles: Hay que repartir bien el logos por las entrañas que Zambrano recupera en numerosas ocasiones diciendo que El logos nace en las entrañas.↵ Volver al texto
  8. ZAMBRANO, María (2011). El sueño creador. Obras Completas. Volumen III. Edición de Jesús Moreno Sanz. Galaxia Guntenberg. Barcelona.↵ Volver al texto
  9. ZAMBRANO, María (2011). El sueño creador. Obras Completas. Volumen III. Edición de Jesús Moreno Sanz. Galaxia Guntenberg. Barcelona.↵ Volver al texto

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