N.º 55Autor-Director hoy

 

CUADERNO DE BITÁCORA

La siembra de los números

 

Nieves Rodríguez Rodríguez

 

Quizá el lenguaje poético sea, en el fondo, el más próximo a mi concepto
personal de lo que es la escritura: el uso de la palabra para perseguir y
desentrañar el envés del lenguaje, el revés del tejido lingüístico.

ANA MARÍA MATUTE
En el bosque
(Discurso pronunciado en la RAE, enero de 1998).

 

La siembra de los números, de Nieves Rodríguez RodríguezAna María Matute

Sólo un pie descalzo es la obra que Ana María Matute escribió el año en que nací: 1983, pero no sería hasta seis años después, como regalo de cumpleaños, cuando la leí por vez primera. Allí estaba Gabriela, esa “niña aparte” que perdía un solo zapato y era considerada por toda su familia como un fastidio. Una niña que no entendía el mundo, repleto de injusticas, un mundo que por su timidez y por ser la pequeña de la casa, la miraba por encima del hombro. Pero un día en la Biblioteca de Papá descubre cómo sumergirse en su mundo imaginario, un lugar en que se siente segura y no juzgada.

Desde entonces, y para siempre, Ana María Matute me ha ido acompañando en todos los momentos de la infancia, la adolescencia y edad adulta. Al principio, como le ocurre a Gabriela, la lectura era también para mí un espacio en que encontraba refugio, una casa en remanso de paz y silencio. Gustaba de leer, entonces, como todavía me sigue ocurriendo, a la hora de la siesta, cuando la casa duerme. Porque a la hora de la siesta, si lees, la casa despierta y puedes recorrer el mundo silente de los pasillos, de la mesa de la cocina, de la terraza… Después, pocos años después, sentí el deseo de escribir, de hacer aquello que ella, Ana María Matute, hacía conmigo: seducirme. Hoy todavía regreso a su biblioteca (que es mi biblioteca) para adentrarme en Luciérnagas (la que considero su novela maestra) o en La trampa o en La torre vigía o en Los hijos muertos o en… Una gran biblioteca.

Tras toda esta vida de acompañamiento creo que en la mayoría de las obras de la autora catalana la amistad en la infancia tiene un lugar privilegiado: las amistades del verano, con los nuevos vecinos, con cualquiera en mitad de la guerra, con la nueva alumna e incluso con algunos adultos; supone un encuentro siempre magnético, peligroso, prohibido y leal. Una suerte de binomio que permite enfrentar y compartir lo terrible de la forma más bella posible: con amor. Y ahí radica, en esta forma poética de justicia ética y estética uno de sus rasgos de estilo fundamentales. Nadie se ha adentrado en un bosque, en mitad de la noche, rozando las bombas o al borde de un río como Ana María Matute. Nadie ha descrito la caída del sol hasta el oscuro total en una imagen más concisa. Nadie ha tejido la infancia con sus sombras y luces de un modo más hondo. Nadie ha dejado constancia del peligro terrible que, a veces, el mundo bello encierra Y, sin embargo, una esperanza nueva, retornada, sin concesiones, flota en toda su escritura como algo pequeño, a veces, invisible: una brisa, una puerta abierta, un aroma, la rozadura en la piel… Siempre imágenes pequeñas que encierran mundos grandes. Solo eso. Todo eso. Y me sigue fascinando y sigo persiguiéndolo.

Como hace Gabriela, la niña de Sólo un pie descalzo, que descubre que cuando pierde un zapato o una sandalia algo especial ocurre. Se abre una puerta que solo puede cruzar quien como ella lleva un pie desnudo, una puerta que te lleva a un mundo mágico donde todo es posible. He cruzado, para la escritura dramática dirigida a la infancia, en tres ocasiones esa puerta.

 

Trilogía de la amistad

Ana María Matute

 

El 25 de junio de 2014 en Barcelona, su ciudad natal, a la edad de 88 años falleció Ana María Matute. Recuerdo ese día por la tristeza infinita. Entonces, unos días después, el 10 de julio, el día de mi cumpleaños, el mismo día de nuestro primer encuentro, me propuse escribir esta Trilogía de la amistad como símbolo de gratitud a lo que su obra significa para mí como lectora y autora.

Lo primero que hice fue recuperar un ejercicio que escribí en la asignatura Adaptación Textual que unos años antes había estudiado en la RESAD al amparo de otra mujer faro, Yolanda Pallín, quien impartía la asignatura. En él ya me proponía adaptar Los niños tontos (1956) de Ana María Matute, pero reelaboré aquel ejercicio académico para escribir Semillas bajo las uñas, una obra que trata sobre dos niñas restavec (niñas esclavas de Haití) y que recibió la beca del IV Programa de Dramaturgias Actuales del INAEM en 2015. Al poco tiempo (si alguien sabe cómo medir el tiempo de la escritura) y a partir de su novela Primera memoria (1959) escribí Lo que vuelve a casa (y otros árboles), cuya acción principal transcurre en Nigeria bajo la amenaza del grupo terrorista Boko Haram y que recibió el Premio SGAE de Teatro Infantil en 2017. Y, por último, escribí esta obra que nos convoca, La siembra de los números que dialoga con Paraíso inhabitado (2008) de Matute, y que transcurre en un campo de algodón en la región de Lambayeque, Perú. Con esta pieza recibí el XXIX Premio de Textos Teatrales dirigidos a público infantil de la Escuela Navarra de Teatro en 2020.

Cualquiera que haya leído algunas de estas novelas de Ana María Matute, no encontrará similitudes argumentales con ninguna de mis piezas, porque nunca me he propuesto adaptarlas, sino habitarlas, dialogarlas, sentirlas para contar mis historias. Pero sí hay, y de manera muy consciente, algunos recursos estéticos de su obra que me siguen interpelando como “sus gigantes lejanos, impredecibles y un poco ridículos”, como “aquellos barcos llenos de sucesos y anuncios” o como esos “ecos, susurros y chispazos de luz que iban comunicándose unos y otros”. Realidades que esconden otras realidades como en un libro infinito. Y en esta última pieza, La siembra de los números, además, Ana María Matute se deja sentir todavía más porque la forma dramática se conjuga con el cuento, género que abonó a lo largo de su vida, también con gran maestría.

Pero si viajo por las realidades que la realidad mágica y utópica de Matute permite vislumbrar, encuentro siempre dos niñas. Dos amigas en mundos alejados al mío: Haití, Nigeria, Perú. Y, sin embargo, muy míos. Quizá sea esta la paradoja de cruzar puertas, de habitar en el umbral que separa (o une) la realidad y la ficción. Estas son las razones previas e íntimas de comenzar a escribir para un público infantil. En verdad, creo que escribo para la infancia para poder volver a sentir aquello que experimenté en 1989 cuando leí a Matute por vez primera: la fuerza de lo sublime.

 

La siembra de los números

La siembra de los números, 2020

La siembra de los números, 2020

La siembra de los números responde al esquema clásico del relato de iniciación que refiere el tránsito de la infancia a la primera madurez. Y lo hace bajo el personaje de María[1] (véase la coincidencia del nombre con la autora catalana). María evoca en primera persona desde el tiempo presente de la acción su infancia y su encuentro con Eli. Ambas, en un mundo hostil, el de la explotación infantil y los abusos, se ayudan en la consecución de sus metas: María acompaña a Eli hasta el barco que la llevará a Europa y Eli despierta en María su deseo de ser profesora, su necesidad de educación. Este argumento, sencillo, esconde, sin embargo, los paisajes interiores de los personajes que se van, poco a poco, despojando de capas pesadas para, precisamente, ir más ligeras en el viaje de sus deseos. O, en un paralelismo con las matemáticas, alcanzar a descubrir el mínimo común múltiplo que tienen en común ambos personajes para el cumplimiento de sus objetivos.

Cuando escribía esta pieza el entonces presidente de Estados Unidos impuso una política de migración inhumana levantando muros reales e invisibles. Imaginé, entonces, que un tiempo pasado regresaba, las mismas migraciones que desde Europa se hacían en barco hasta América Latina entre los siglos XIX y XX, se producían ahora en sentido contrario.[2] Si bien es cierto que la migración peruana a partir de 2005 a Europa (principalmente España y Portugal) no se produce a través de este transporte, sí lo es que el porcentaje mayor de personas migrantes lo siguen ocupando las mujeres, pobres y jóvenes entre 15 y 29 años.[3] Así, investigando en las relaciones migratorias entre los distintos continentes es que compuse el marco político para Eli. Y este es el momento en que comparten la idea del viaje.

injusticia

Vuelve a ser de noche, otra vez, y en el techo ningún cuadro de luz.
Nadie vendrá por mí.
Intento dormir, pero la pesadilla de mi cabeza sigue ahí.
Miles de rayas cruzando los ojos de mi tía.
Lloro, despierto a Eli, no lo puedo evitar.
Estamos calladas con la respiración contenida como queriendo oír otras voces, otros silencios.
Nada.
Nadie.
Solo nosotras bajo un cielo de estrellas.

MARÍA. – Entre el pecho y la garganta tengo un puñado de piedras.
¿A ti te pasa?
ELI. – ¿Quieres venir a Europa?
MARÍA. – Quiero ir a la escuela, Eli.
Quiero estudiar matemáticas como antes.
Quiero que se me quite este dolor de espalda.
Quiero…
ELI. – Las niñas no vamos a la escuela.
Quítate eso de la cabeza.
MARÍA. – ¿No oyes lo que dicen algunas mujeres?
Muchas niñas no llegan.
Pasan hambre, frío.
Otras son engañadas.
¿Sabes nadar?
ELI. – Tengo un sueño.
[Pero no es fácil contar los sueños, pienso.
Pienso, pero no se lo digo.]
Y muchas razones.
[Que se hacen ovillo y no encuentro el primer hilo.]
Tengo que aprovechar ahora que soy pequeña.
A las niñas no nos echan si vamos solas.
MARÍA. – Cuando llegamos a la cabaña, te esperé, pero no salías.
ELI. – Me iré, cualquier día, me iré…

Cualquier día, son las palabras con las que Eli termina las conversaciones.
Al decirlas yo veo que se le enciende una llamita en el corazón.
Se lo digo.

MARÍA. – Me deslumbra la llama de tu corazón.
ELI. – …
MARÍA. – ¿Qué le pasó a tu madre?
ELI. – …

Me mira muy seria, fijamente, pero no dice nada.
Sé que es algo importante, me lo dicen sus ojos.

MARÍA. – Buenas noches.
ELI. – Hasta mañana.
[Decir por decir, me digo.
Porque hoy tampoco dormiré.
Las imágenes de siempre que me llegan al encuentro y me hacen temblar.
Para qué soñarlas si al despertar las tendré sobre mí, frente a mí.
Así que aprieto los dientes.
Mientras tú duermes yo aprieto los dientes.]

A la mañana siguiente la señora Eulalia ya nos ha dejado el maíz tostado en el hornillo.
Mientras desayunamos, Eli me pregunta.

ELI. – ¿Sabes escribir?
MARÍA. – Sí.
ELI. – En Europa todo el mundo escribe, ¿verdad? [2020: 31-34].

 

Por su parte, María, desea tener acceso a una educación (ama las matemáticas), una realidad difícil en el campo de algodón en que trabaja, pues tanto la deserción escolar como el empleo infantil y adolescente son fenómenos vigentes en el área rural de Perú hasta día de hoy.[4] En el caso de María, además, se cumple algo mayor, consigue ser profesora, otorgando así a las niñas del campo de algodón como ella, el derecho a la educación, aunque ella nunca tuviera acceso al mismo. Este marco referencial y real me sirvió para imaginar a estos dos personajes. La guerra real de niñas reales en el mundo real de hoy y, sin embargo, entre la realidad y la imaginación transcurre la pieza y transcurren en la pieza los personajes. Así le comparte su deseo María a la patrona, una vez Eli ya ha embarcado rumbo a Europa.

 

regreso

Allí de pie, con su mano levantada, me dice que volverá.
Y ahí guardo para siempre lo más inexplicable de la memoria.
Volverá, sí, me digo a mí misma.
Mientras el barco se aleja y Eli desparece en el horizonte.
Regreso tras la despedida con su cuaderno de dibujos.
Regreso al campo número setenta y dos.
Una luna muy pegada al camino de casa me sigue.
Digo casa.
Sigo caminando en la noche.
Dentro de la garganta un grito de amor y desgarro se va formando.
Y su último dibujo latiendo en mí.
En mis pies parece que han crecido alas, porque no los siento.
Llego y la señora Eulalia está sentada junto al hornillo.
¿De dónde vienes, numeritos? ¿Vienes sola?
Le cuento el viaje de Eli.
La señora Eulalia no dice nada.
Hace chascar su lengua entre los dientes y me abraza.
Las palabras me brotan a borbotones.MARÍA. – Señora Eulalia, necesito ir a la escuela.
Sé que no la hay, pero ahora que Eli ya no está, podemos convertir esta cabaña en una escuela y yo dormiría aquí o con usted, si a usted no le parece mal.
¿Le parece mal?
He pensado mientras regresaba del puerto que, igual que Eli ha aprendido a escribir un poquito y algunos números, incluso a firmar, podríamos aprender todas.
Necesitamos una pizarra grande y una ventana grande, muy grande para que ilumine la pizarra porque tras mirar mucho tiempo las cápsulas del algodón la vista falla.
¿A usted le pasa?
También necesitamos lapiceros y cuadernos.
Se consiguen en el puerto porque hay barcos de mercancía gigantes y nos lo traen de Europa porque todo viene de allí, al parecer.
Europa está del otro lado del mar, ¿lo sabía?
Yo podría enseñar a las otras niñas.
¿Qué le parece?
¿Le parece bien, señora Eulalia?Entonces la señora Eulalia desprende de sus ojos sus piedras grandes.
Como si nada, de pronto, con la esquinita de su falda se seca los ojos y comienza a sacar todo cuanto hay en la cabaña. [2020:  53-55]

 

El mes de diciembre de 2020 trajo dos alegrías seguidas: la publicación del libro a cargo de ASSITEJ y el estreno en la Escuela Navarra de Teatro por el equipo artístico conformado por Ramón Vidal (Director de Escena), Pablo Cañete (Ayudante de Dirección), Nelly Movsesyan, María Zubiaur y Maia Ansa (Intérpretes). Uno de los hallazgos que Ramón Vidal y su equipo encontraron en la puesta en escena es el humor, la sororidad desde él. Y lo celebro porque este texto es, más que ningún otro que he escrito hasta el momento, esperanzador y dulce. El libro, además, cuenta con el generoso prólogo de Lola Fernández de Sevilla –lectora de toda mi obra– en que resalta, entre otras cosas, la implicación de las matemáticas en la forma dramática:

“[…] A esto juega su dramaturgia, y lo hace siempre a través de la forma. Porque la forma, como ella misma dice, lo es todo. Así, nos brinda la construcción de un mundo, de una poética. No sé si os habréis fijado, pero la forma en Nieves Rodríguez Rodríguez siempre tiene la perfección, la construcción cuidada y milimétrica de un juego matemático.” [2020: 8-9]

Confieso que para escribir tengo que hacer dos cosas previas: dibujar y echar números. Cuando dibujo libero todo pensamiento discursivo para luego adentrarme en la imagen desde una palabra ya liberada del lenguaje: la palabra poética. Echo números para poner límites a mi torrente mental y a la estructura dramática, solo eso. Pero luego, el juego, el a priori de la creación, debe quedar impregnado de algún modo que los lectores pueden intuir lo que yo, en verdad, ya he olvidado. Sí me son las matemáticas necesarias, sin embargo, para la construcción de una poética del enigma –ir contando con exactitud los “quiebros” del texto– esa poética que devela más que enseña, que no se puede aprehender exclusivamente por la razón y que, en el último término, obliga a quien lee a encontrar su salida. Y este modus operandi antes de iniciar la escritura, en esta ocasión, la he querido compartir con el personaje de María, estudiosa de las matemáticas, para que sea ella quien nos ofrezca las pistas con las que terminar de construir este mundo que es La siembra de los números.

He comenzado hablando de la puerta que, a Gabriela, la protagonista de Sólo un pie descalzo, se le abre cuando pierde un zapato, esa puerta en que todo puede llegar a ser posible. En esta pieza, sin embargo, porque se cierra una puerta, comienza un mundo nuevo. Así terminé la obra, así, de regreso a Ana María Matute, termino este cuaderno de bitácora.

La siembra de los números, 2020

La siembra de los números, 2020

 

Entro en la clase.
Huele a tiza y somnolencia, a pupitres de madera y cuadernos.
A lo lejos el campo.
Despierto del pasado y por entre los párpados medio cerrados lo primero que veo es un cuadro de luz proyectándose en el techo.
Pronto esa luz se columpia hasta la pizarra.
Allí se dibujan las cabezas de niñas que, con algodón revoloteándoles el pelo, se acercan.
Sus cantarinas voces inundan la mañana.
Y la voz del mar siempre latente.
Termino ese caramelo que durante nueve años ha endulzado este fuerte deseo.
Ya llegan.
Ya están aquí: Buenos días, profesora María.
Todo tiembla a mi alrededor.
Todo es pequeño y grande a la vez en la región de Lambayeque.
Comienzo esta aventura con una clase que he titulado: la siembra de los números.
Si estuviera Eli vería que sí, que las matemáticas han florecido tanto como el algodón.
Cierro la puerta.
Un nuevo mundo está por crecer. [2020: 61-62]

 

 

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Notas    (↵ Volver al texto returns to text)

  1. En Semillas bajo las uñas también estaba bajo el nombre de Marie.↵ Volver al texto
  2. Esta concepción temporal de “tiempo-todo” que ya encontramos en los primeros filósofos griegos está presente a lo largo de la Trilogía de la amistad. Un tiempo al que el ser, como en Parménides, es ajeno. Así las niñas de Semillas bajo las uñas pueden adelantarse al terremoto de Puerto Príncipe y escapar mar adentro o en Lo que vuelve a casa (y otros árboles) en que las niñas pueden viajar a través de las líneas imaginarias de los mapamundis.↵ Volver al texto
  3. Así lo explica Erika Ruiz Sandoval (investigadora del Instituto Universitario de Estudios Europeos (IUEE) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y profesora del Instituto Tecnológico Autónomo de México) en su artículo “Latinoamericanos con destino a Europa: migración, remesas y codesarrollo como temas emergentes en la relación UE-AL”, publicado en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales en 2006.↵ Volver al texto
  4. Así lo demuestra en su estudio pormenorizado Brian Daza en su artículo “Efecto del aumento de la oferta educativa en la escolaridad y el trabajo adolescente en el Perú rural”, Revista Peruana de Investigación Educativa, 2020, n.º 12, pp.55-88.↵ Volver al texto

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