N.º 55Autor-Director hoy

 

El autor como ayudante

 

Alfonso Plou

 

Me piden un artículo sobre autores que son también directores y alego, antes de ponerme a ello, que ese no es mi caso. Es verdad que he hecho alguna dirección puntual, pero no me considero director y si, finalmente, acepto el encargo de escribir el artículo es porque sí que soy un autor acostumbrado a estar en todo el proceso de puesta en escena de mis textos y de otros que no son míos. Digamos, por simplificar, que soy autor y habitual ayudante de dirección (con los muchos oficios que puede tener un ayudante de dirección) así que he decidido titular este artículo con el siguiente lema: El autor como ayudante. Y me pongo a defender ese lema.

Comienzo diciendo que una de las características que más me gustan del teatro como arte es el ser un arte colectivo, “concebido a escote”, que diría Quevedo, “entre muchos” y solo libraría de ello a los espectáculos unipersonales, escritos, dirigidos e interpretados por la misma persona. Y eso si nos olvidamos del papel imprescindible que tiene el público en la interpretación y por tanto creación última de un espectáculo teatral. El público “en vivo y en directo”, como se suele decir, supone una mediación en la captación de la obra de arte que no tienen artes ya prefijadas antes de su exhibición pública, como pueden ser las artes plásticas o los productos audiovisuales.

Cartel Los hermanos Machado

Cartel de Los hermanos Machado 1

Pues si el arte escénico es arte, un arte colectivo ¿por qué no resaltar la confianza en una de sus características básicas y no desafinar en ello temiendo que los demás participantes en el hecho creativo aporten más borrón que luz al espectáculo resultante? Yo prefiero pensar siempre que el resultado final de un proceso de creación escénica es más rico y atañe más socialmente cuanta mayor implicación personal y creativa haya por parte de un número creciente de colaboradores.

El escritor, dramaturgo o autor (como queramos llamarle, aunque entiendo que tiene distintas connotaciones cada palabra) hace más grande su obra cuando ésta pasa por la depuración y la prolongación creativa de un sinfín de nuevas cabezas que son el director, el productor…, escenógrafo, iluminador, vestuarista, músico…, intérpretes y finalmente cada uno de sus públicos, cuantos más y más variados, mejor.

Sé que este planteamiento es más difícil de mantener en la casa de los autores. Y sé que hay una explicación plausible a esta resistencia por la preponderancia que al director escénico se le dio en la creación de espectáculos hace y durante unas décadas. Preponderancia que llevó a algunos de los directores a considerar que no había autores contemporáneos o que los autores contemporáneos eran ellos y no los escritores de las piezas escénicas. Craso error.

Ante esa actitud, digamos chulesca, permitidme una respuesta, no de la misma naturaleza, sino más humilde: los autores de teatro somos todos. Somos los escritores, como no, germen en la gran mayoría de los procesos de la maquinaria creativa que se pone en marcha, pero lo son también los directores, las actrices y los actores, todos los oficios conexos y finalmente el público al que me empeño en darle una función cocreadora. Y tengamos siempre en cuenta como escritores, que existe teatro sin texto, un teatro completo y bueno sin texto.

Podemos naturalmente volver a recordar que el teatro se ha construido durante siglos sin una figura a la que llamar director escénico. Y que esa función la han ejercido muchas veces los primeros actores o los autores del texto. Ahí radicaría una de las razones para esta vuelta de los autores a la dirección escénica. Pero la función existe muchas veces antes que la desempeñen esta u aquella persona y en el teatro la multifunción existe siempre y siempre hay gente aportando cosas creativas en campos que no son estrictamente los suyos. Esa es una de nuestras riquezas más que uno de nuestros defectos (que una actriz dirija o que un escenógrafo acabe escribiendo el texto…) porque de todo hay en la enorme variedad de los procesos.

Picasso adora la Maar

Picasso adora la Maar.

Entiendo, pues, que el estado ideal del autor es el del lanzador de piedras que busca el rebote haciendo hondas en la tersa piel de agua de la laguna. Y entiendo que una de sus habilidades esenciales consiste en conseguir el mayor número de rebotes y hondas en las aguas, antes de caer sumergido el texto al fondo del lago.

Es más, considero que el paraíso del autor es cuando su obra tiene tanta fuerza como proyectil que numerosos, tendiendo a infinitos, procesos creativos colectivos se montan a partir de esas palabras y la obra se escenifica sin la presencia ni la aquiescencia del autor a lo largo del orbe y a lo ancho de las épocas. No hay mayor cielo para una autoría teatral que convertirse en un clásico vivo, que sigue y sigue representándose aquí y allá.

Y no hay mayor paradigma de esta situación que la del autor por antonomasia, William Shakespeare, representado perpetuamente del que, parece ser, tenemos constancia como actor, productor, quien sabe si director escénico de su propia compañía. Y al que, al mismo tiempo, en su misma tierra, en su mismo mundo literario y teatral, niegan algunos la autoría de sus obras para entregarla a otros que deben ser más nobles, o con más educación… que un pobre actorucho de provincias; en una suma de prejuicios que me irritan y me fascinan a un tiempo.

“Procura tú que tus coplas / vayan al pueblo a parar / aunque dejen de ser tuyas / para ser de los demás.” Dicen unos versos de Manuel Machado que recientemente utilicé en Los hermanos Machado, una obra de mi autoría confeccionada, como la mayoría de mis estrenos, con la compañía de Teatro del Temple. Un espectáculo en cuyo proceso de montaje he vuelto a ejercer de “ayudante de dirección”.

Y ese es un papel que he adoptado hace muchos años y que me gusta defender hoy aquí. Porque, si es verdad que lo ideal es que te monten muchos, en muchos sitios, debemos considerar también que la escritura se acaba depurando y conformando por primera vez ante el público en su primera representación, en su primer proceso de montaje. Y ese primer, y muchas veces único, proceso es el que decanta el sentido último del mensaje y la autoría del texto.

Buñuel, Lorca y Dalí

Buñuel, Lorca y Dalí.

En una gran mayoría, los autores clásicos no han estado ajenos al proceso de montaje de sus textos, menos aún los contemporáneos. Hace tiempo que acabó eso de escribir en la torre de marfil, una concepción de la escritura que quizás es defendible en la poesía o en la narrativa, pero difícilmente en la escritura teatral.

Me gusta el término ayudante porque presupone una actitud de ayuda, de colaboración en el proceso que conlleva sacar adelante un acto creativo que, reitero, es colectivo. De alguna manera es ser al mismo tiempo padre germinador y comadrona del parto, si me permitís una imagen quizás algo excesiva.

¿Y por qué ayudante y no director? Supongo que tiene una respuesta compleja e individualizada por parte de cada uno. Entiendo a los autores-directores como creadores que quieren controlar el mayor espectro posible de contenido y forma de sus obras. Evidentemente la dirección escénica contempla asumir responsabilidades de decantación y elección de la mayor parte de los elementos de una puesta en escena. Elección del elenco, del marco artístico y, especialmente, de los ritmos, vibraciones y modulaciones interpretativas, en, definitiva, de cómo el texto va a ser trasmitido en sociedad.

Entiendo que en algunos casos la vocación autoral y de dirección han nacido a la par y son indisolubles en determinados creadores teatrales (escasos, pero existen). Pero en otros casos, la una nace de la frustración por ver cómo se ejerce la otra sobre lo que uno defiende con justicia como invención propia. Así pues, en unos cuantos casos vemos a autores ejerciendo la dirección escénica de sus propias obras o a directores lanzados a la autoría teatral de sus espectáculos sin una verdadera maestría y comprensión del otro oficio al que se han entregado más por ganas de control de los procesos que por verdadero interés artístico en esa función.

Y ahí es donde vuelve a resonar de nuevo el refranero con “zapatero a tus zapatos” y sobre todo el valor de lo colectivo en el teatro volviendo al inicio de este artículo. ¿Por qué prefiero promover al autor como ayudante y no como director?

En el papel de ayudante un escritor teatral puede formar parte del proceso de recepción de su texto por parte los diferentes participantes creativos. Para empezar, puede y debe entablar un diálogo creador con la dirección y la producción del espectáculo, estableciendo allí una alianza del discurso y un establecimiento común de los objetivos a conseguir con el espectáculo. Para continuar, puede formar parte dialogante de los planes que van determinando las decisiones en escenografía, vestuario, espacio sonoro, iluminación, diseño, comunicación… Y, para terminar, y de manera fundamental, formar parte del proceso de ensayos actorales donde se van construyendo el sentido último de cada frase del texto.

Y en todos estos procesos puede influir, opinar, tomar partido, discutir, argumentar… pero sin necesidad de ser la decisión última. Siendo parte de un proceso que se va construyendo con la participación del autor, pero sin la tiranía de la responsabilidad última. Dejando también que las opiniones y puntos de vista de los otros intervinientes formen parte en la construcción poliédrica de un discurso escénico.

Yo no soy Andy Warhol

Yo no soy Andy Warhol.

Para que todo esto sea posible es imprescindible la confianza y el respeto entre los intervinientes fundamentales, sobre todo con el director escénico, pero también, en la medida de lo posible con el resto del equipo. Porque de eso se trata, de formar equipo. En fin, a lo que estoy apelando es al trabajo desarrollado en un contexto de compañía a la vieja usanza, o de productora amplia de miembros y proyectos en una visión moderna. Y en formar parte medular de ese trabajo extendido en el tiempo que va conformando las trayectorias.

Esa ha sido mi experiencia fundamental en el Teatro del Temple, la compañía-productora que fundé y a la que pertenezco desde hace 27 años. Y sé que, aunque parezca a veces en la situación general actual algo excepcional como modelo, no lo es. Hay un buen puñado de equipos trabajando así desde hace años, y de nuevos equipos que se van fraguando con este espíritu colaborativo general donde los miembros fundamentales hacen muchas veces papeles funcionales, pero donde al mismo tiempo se prefiere y se busca ir siempre configurando y manteniendo, en la medida de lo posible, equipos. Equipos artísticos y técnicos, con funciones y responsabilidades asumidas muchas veces diferentes en cada uno de los proyectos.

Así lo he vivido y así lo cuento. Y así es como creo que el autor se convierte en buen ayudante en la maduración escénica de su propio texto, o de un texto ajeno, o de la adaptación que de un texto ajeno ha hecho el dramaturgo. Dramaturgo, ese palabro raro y alambicado, que acabo prefiriendo siempre como mi papel auspiciador en muy diferentes proyectos escénicos.

 

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