Mi cuaderno de notas: Suzanne Lebeau
Nieves Rodríguez Rodríguez
“Detrás de cada puerta cerrada hay un niño”
Escribo estas líneas con el recuerdo encendido del taller que Suzanne Lebeau impartió durante las Semanas de Teatro de Acción Educativa en el Espacio Kalakandra los días 6, 7 y 8 de noviembre de 2019 y que llevó por título: Niñez y teatro, ¿dos palabras contradictorias? El día 9, el último día, ofreció una conferencia bajo el titulo Escribir para niños. Una conquista de la libertad en el Foro del Arte de Madrid.
Pero unos meses antes de este encuentro se acababa de publicar en ASSITEJ Escribir para el público joven, que recoge una versión adaptada de su tesis doctoral, así como de sus años de práctica profesional y cuyo libro pude adquirir en el XX Salón Internacional del Libro Teatral que organizamos desde la Asociación de Autoras y Autores de Teatro. Una palabra se hacía grande en mi lectura, esa misma palabra nos visitó muchas veces durante el encuentro en el marco del taller: metáfora fundacional.
“Solo damos un pequeño punto de vista del mundo”
El recorrido que hace en el mencionado libro y que compartió (de manera reducida) en la ponencia Escribir para niños. Una conquista de la libertad es un viaje existencial donde intenta aunar investigación y creación en conceptos clave como censura, empatía y metáfora. Conceptos, de hondo calado filosófico, que ha traducido en creación durante más de cuarenta años de profesión junto a su compañía Le Carrusel fundada en 1975.
“En el teatro todo es verdad”
En una entrevista de principios de siglo que concedió a Adolfo Simón (Primer Acto, 293), ya exponía su búsqueda personal a la hora de escribir para niños y niñas:
“He tardado mucho tiempo en descubrir cuál es la textualidad de hay que dar a los niños. […] Durante años he ido buscando las diferencias entre adultos y niños; ahora busco las preguntas existenciales que les importa tanto a los niños más pequeños como a los ancianos, esas que nos preocupan desde el nacimiento a la muerte: ¿quién soy?, ¿qué hago en la vida?, ¿qué me gusta?, ¿qué quiero conseguir?, ¿alguien me quiere?” (2002:103)
Para llegar ahí, a la textualidad específica con que dirigirse a niños y niñas, primero tuvo que sortear “la censura”, esa que se impone cuando el encuentro artístico con niños y niñas viene supeditado; pues entiende Lebeau que niños y niñas son un público cautivo, es decir, arrastrado al interior de los teatros sin apenas control sobre aquello que ven y reciben. Ante este hecho se pregunta, ¿qué condiciones se deben dar para un auténtico encuentro entre dos intimidades? La pregunta se la hace porque entiende que la relación entre la infancia y la edad adulta viene atravesada por el prejuicio de que los niños y niñas tienen que aprender aquello que los adultos enseñan. Esa necesidad de “transmitir valores” (necesidad que seguimos, en no pocas ocasiones, encontrando en nuestros escenarios), le hizo tomar conciencia de la doble autoridad que ella tenía, no solo como adulta, sino también como autora. Sus primeros textos, por tanto, estaban imbuidos de esa mirada elevada que se despliega ante los niños y niñas.
“Tenemos derecho como creadoras y creadores a llegar a la intimidad más íntima de cada niño”
Pronto llegó a la dramaturgia que supondría un antes y un después en su carrera: Una luna entre dos casas (1979), un texto dirigido a niños y niñas de 3 a 5 años y que se produce tras un trabajo directo mediante talleres de animación en las aulas. Empezar a contemplar el mundo a través de los ojos de las niñas y niños es, sin duda, el punto de inflexión de su carrera y de su reflexión durante estos años. Descubre la importancia de la empatía y de la capacidad de adaptarse en el contacto con los otros.
“La libertad se conquista porque nunca viene dada”
Si como dice Sarrazac, “ir al teatro es ir a ver el mundo”, ¿qué mundo estamos creándonos del mundo? Esta pregunta que salió el último día de taller la conjugó con un ejercicio de escritura que consistía en escribir una carta a una persona que hubiera tenido una importancia vital durante nuestros primeros años de vida. Tras ponerlas en común, nos dimos cuenta de “quién o quiénes nos abren la puerta al mundo”.
“Todo lo que vivimos en la infancia nos constituye como adultos. Regresar a la infancia es algo muy importante por la fuerte emoción que nos provoca. Quizá por eso cuando vamos a ver algunas obras de teatro nos encontramos con que esos sentimientos negativos son borrados”
Pero precisamente porque la infancia se vive como un presente absoluto todo lo que acontece durante esa etapa de nuestra vida también lo es. Un niño o una niña no van al teatro a entender nada. Reciben el espectáculo como una vivencia completa, una inmersión plena en / con aquello que sucede en la sala. En el teatro pensar es liberar lo que se siente, transferir un pensamiento poético. De ahí quizá la respuesta que ofrece en la entrevista anteriormente citada:
“Hay que tener en cuenta que la forma más adecuada de contar las historias más complejas, esas que echan raíces en la vida y en las emociones verdaderas que todos vivimos, no es la del impacto o la ilustración. […] Creo que el lenguaje que estaba buscando a través del cuerpo, lo llamaría metáfora. Las metáforas son la forma a través de la que podemos hablar de la realidad sin responder de una manera simple a preguntas que no lo son”. (2002: 103)
“¿Quién puede decir lo que es bueno a un niño? ¿Quién puede decir lo que es bueno a doscientos niños que van al teatro?”
El concepto de autoridad, ese que se cuestiona en sí misma, se transforma en empatía cuando la convivencia con niños y niñas se convierte en el sustento de su creación dramatúrgica. Ahora bien, cómo recoger ese mandato de los más pequeños sin traicionar el mandato interior, su pulsión cómo autora. Esta dicotomía en las recepciones le permite desarrollar su metáfora fundacional, ese momento intermedio entre los talleres de animación y la escritura propia. La metáfora fundacional entonces es el momento en que cristaliza la idea dramática, el momento en que la escritura se libera de la investigación, pero no la olvida. El equilibrio es, cuanto menos, complejísimo. En Escribir para el público joven, lo define así:
“La metáfora fundacional tenía el poder de unir talleres de animación y escritura, de volver a poner en movimiento la energía vital de la escritura abriendo directamente una puerta al revoltijo de imágenes y de palabras apiladas de manera desordenada en los talleres de animación. Yo encontré, en el destinatario, lector o espectador, esa metáfora fundacional capaz de producir movimiento y de crear sentido. […] La metáfora fundacional sería pues a la vez, la puerta de entrada para el creador y la puerta de salida para el espectador, que debe reconsiderar el espectáculo que acaba de presenciar a la luz de su propia experiencia.” (2019: 118-119)
“La metáfora fundacional permite una apertura, nunca concluye, nunca cierra las cosas, multiplica los sentidos”
La experiencia lectora de los textos de Suzanne Lebeau es así, deja puertas abiertas que vamos abriendo hacia lugares insospechados. Recuerdo la lectura de Tres hermanitas (ASITEJ, 2018), –obra en que Suzanne Lebeau cristaliza todo su conocimiento–, con mis alumnas y alumnos en clase de Literatura. Sus rostros. La metáfora de sus rostros entre la profunda tristeza y la esperanza más radical. Quizá ahí es donde mejor haya entendido el universo de Suzanne Lebeau.
“El teatro tiene una función constitutiva: nos convertimos en los que comemos”
Voy a cerrar mi cuaderno de notas. Ustedes, por favor, abran estos libros.